“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

lunes, 30 de mayo de 2011

MICROCRITICAS


MICROCRÍTICAS




LA LLAMA SAGRADA (Keeper the flame, George Cukor, 1942)


Bajo el disfraz de un film de misterio melodramático (o melodrama misterioso) se esconde un notorio film propagandístico de los que tanto se manufacturaron en Hollywood para ayudar a ganar la Segunda Guerra.

Spencer Tracy interpreta a un periodista y escritor de prestigio que investiga la muerte accidental de un patriota y héroe norteamericano, un arquetipo de los valores democráticos, un titán del americanismo, un semidios que es llorado por niños y grandes de un país sumido en la mayor consternación. En medio de ese clima de desgracia nacional, Tracy encuentra en la misteriosa y joven esposa del héroe, Katherine Hepburn, sentimientos contradictorios. Hay cosas que se ocultan, puertas que se cierran, evasivas y negativas a hablar, primos sospechosos y sirvientes extraños. Al fin, Tracy termina descubriendo la verdad: el gran patriota era en realidad un agente fascista que escondía en una cabaña documentos reveladores de sus planes para socavar la democracia de América, atacando a los judíos, combatiendo a los cristianos y sembrando cizaña entre los buenos americanos. La esposa, conociendo todo esto, dejó que su esposo atravesara un puente roto pudiendo evitarlo. El periodista dará a conocer la verdad, colocando a la sufrida mujer que provocó tal muerte en el papel de la heroína sacrificada que ha de continuar con la llama de la libertad que su esposo traicionara.

La película está armada en torno a la revelación de los últimos diez minutos y al discurso patriotero y demócrata que se emite para adoctrinar a los norteamericanos en plena guerra mundial. No alcanza ni siquiera la dupla protagónica Tracy-Hepburn para salvar lo que no deja de ser una excusa para convencer a los espectadores de que, a pesar de los enemigos infiltrados, igualmente viven en el mejor país del mundo, que, por serlo, sabrá generar los anticuerpos necesarios para mantenerse siempre como el campeón de la libertad.




EXTRAÑO CARGAMENTO (Strange Cargo, Frank Borzage, 1940)


Extraña película que empieza co0mo un film de aventuras en un lugar exótico y vira hacia un film fantástico metafísico.

Clark Gable es un presidiario irreductible que cumple pena en una isla tropical. Allí recala una mujer de mala vida, Joan Crawford, nada menos. Entre ambos se producen chispas. Pero, en mitad de la película, aparece un presidiario nuevo que nadie sabe ni quién es ni de dónde viene ni cómo llegó hasta allí. Entra a la cárcel reemplazando a uno que se escapó, sin que los guardias se anoticien. El tipo aparece en circunstancias increíbles y se mueve con total despreocupación y soltura, logrando solucionar diversas situaciones. Finalmente, todo nos lo hace comprender, hasta el evidente razonamiento de Gable: el tipo ese es Dios, que interviene en las vidas de todos para hacer que la mujer se corrija, el hombre se regenere y todos contentos.

Como se verá, se trata de una nueva lección de “teología” de la fábrica de los sueños llamada Hollywood. El hombre no es un santo, no es un hombre de Dios en quien opera la gracia. No señor. Es el mismo Dios, aunque no se llama Jesucristo. A diferencia de los peregrinos de Emaús, que reconocieron a Jesús cuando éste partió el pan, aquí lo reconocen cuando los incita a hacer el bien en circunstancias extremas. Notable diferencia. Porque entonces cualquiera podría ser Dios actuando de esa manera. Porque una cosa es decir que Dios está en uno, y otra cosa que uno es Dios. Esta es la gran diferencia y el gran problema de esta película extraña, larga, atrapante y tediosa por momentos. En el fondo, Hollywood lo que hace es no asumir el arquetipo del santo, sino, conservando el arquetipo del hombre orgulloso como Clark Gable, darle una legitimidad y apoyo a través de un “superhombre” al que nunca podremos imitar.




BASTARDOS SIN GLORIA (Unglorious Basterd, Quentin Tarantino, 2009)


Nos encontramos recientemente con una crítica de esta película, aparecida hace poco más de un año en una revista “políticamente incorrecta” y por parte de una doctora “profunda conocedora del tema” del cine, según informa la susodicha revista. Pero al leer la breve crítica descubrimos algo muy políticamente correcto y superficial, que no da cuenta al lector de la gravedad de que existan películas como esta. O como “Avatar”, a quien en la misma página se liquida en menos líneas como si fuera una película más. De la cual ya hemos dado nuestro análisis al lector sobre todas las implicancias de la misma, como para que se entienda que es más que una película pasatista que “no aporta ninguna complejidad ni novedad” (según la crítica de la revista dice). Nuestra crítica de “Avatar”, por cierto, puede encontrarse en el margen derecho de nuestro blog. Ahora sigamos con esta penosa tarea de tener que ocuparnos de este vómito tarantinesco.

Debe decirse sin dilaciones que ver “Bastardos sin gloria” es una experiencia nauseabunda, revulsiva y escandalosa. Porque se trata nada menos que de una exaltación espectacular y bien explícita de los crímenes y las torturas que un grupo de judíos norteamericanos realizan contra alemanes indefensos, sean o no nazis. Torturas y corte de cabelleras incluidas que remiten a los indios apache, en un inhumano modo de condenar la “barbarie” nazi por ser “inhumana”. Pues ésta es la lógica de la película: hay crímenes buenos y hay crímenes malos. Los crímenes que cometen los nazis son malos, porque los nazis son malos y además sus víctimas son los judíos. Los crímenes que cometen los judíos son buenos, porque los que los cometen son judíos y sus víctimas son nazis. Si tenemos en cuenta la reiterada e interminable secuencia de films acerca de los nazis, que fueron definitivamente vencidos hace sesenta años, no es descabellado pensar que pareciera en el fondo que la cuestión nazi fuera sólo una excusa para demostrar al mundo de forma desmesurada lo que puede llegar a ocurrirles a todos aquellos que osen meterse con los judíos. Por eso esta apología del odio, la venganza y el delito tampoco pretende dejar bien parados a los católicos, ya que en la primera escena de la película se muestra cómo un católico francés entrega cobardemente a un grupo de refugiados judíos a los nazis, que los exterminan.

Visualmente es un engendro que por momentos parece un drama y de repente se convierte en una película de Mel Brooks (como supo decir un crítico que no obstante esto la defiende). Lleno de cosas idiotas, de planos sin sentido, planos detalle o travellings circulares que están para nada, música de rock para realzar matanzas y muchas cosas más. Por otra parte, no es cierto el lugar común que repite la doctora crítica de que Tarantino tiene influencia de Hitchcock (¡por Dios!) ni que el comando terrorista judío resulta a pesar de todo “simpático” (¡!): más bien es patético e insufrible. Tampoco es cierto que Tarantino “confía en el poder del arte para cambiar la historia” –como dice la crítica de marras- ya que es sólo un imbécil desaforado y degenerado al que sólo le importa la “guita” y el morbo, como puede verse por las basuras que filma.

A pesar de lo dicho, o mejor dicho a raíz de todo ello, este bodrio producido por los enfermos productores judíos Weinstein y Bender y dirigido por uno de sus criados predilectos, no sólo recibió críticas muy favorables sino que fue candidata a ocho nominaciones a los Oscar. Lógicamente, deberíamos decir, teniendo en cuenta quiénes mandan en el mundo del espectáculo. La prepotencia que antes fustigara ferozmente a “La Pasión de Cristo” por su “crueldad”, impone al mundo hipócrita esta provocación inaudita que nadie se atreve a condenar.

Los judíos de buena voluntad deberían repudiar con todas sus fuerzas esta película, que tan mal los hace quedar, porque en definitiva los termina mostrando peor que a los nazis, en una autocomplacencia degradante. Los católicos, condenarla enérgicamente, sin tibiezas ni componendas con el error. Si viene al caso, decir con todas las letras –con perdón del lector-, que “Bastardos sin gloria” es una auténtica mierda.




AL BORDE DEL SUICIDIO (The Sunset Limited, Tommy Lee Jones, 2010)


Es una obra de teatro con dos protagonistas, trasladada al telefilm por el solvente actor Tommy Lee Jones, que a su vez la coprotagoniza junto a otro buen actor, Samuel Jackson. Se trata de un diálogo entre un cristiano (Jackson) que lleva a su departamento al hombre al que salvó del suicidio en la estación de tren (Jones). Uno es un ex recluso convertido en la cárcel, con una fe más sentimental que otra cosa, aunque de vez en cuando logra hacer razonar al otro hombre sobre los absurdos del ateísmo. El ateo es un profesor que ha visto perderse su mundo de hecho libros e intereses intelectuales en un mundo que se cae a pedazos. Un nihilista desesperado y un cristiano entusiasta sin muchas armas a pesar de su buena voluntad permanecen una noche contrastando sus ideas. Contaremos el final, claro está, porque lo que determina el sentido todo del film –y por lo tanto también su valoración- está allí. A pesar de los esfuerzos y la aparente victoria del negro cristiano para dejar sin sostén la posición desesperada del profesor blanco, y evitar así que éste vuelva a intentar matarse, éste sin embargo termina dando vuelta la situación y, sin argumentos convincentes pero con la sola fuerza de una ofensiva dramática y pesimista in extremis, hunde al otro en la tristeza y logra, finalmente, salir de ese departamento del que ha estado intentando evadirse a lo largo de toda la noche. Se va hacia un futuro oscuro, probablemente hacia la nada final que cree encontrará junto con la muerte.

El debate filosófico intenso y dramático no ha llegado al fondo de todo, y creemos que el problema fundamental está en el personaje de Jackson, que no es católico, sino acristianado a los ponchazos en la cárcel, con mucho empuje pero grandes confusiones (dice no creer en el pecado original, por ejemplo). Un católico con su catecismo básico y alguna lectura adicional –además de la caridad, por supuesto, antes que nada y uniéndolo todo- podría haber hecho reflexionar mejor al nihilista. El lector dirá: “No puede pedirle algo que no tiene, el personaje es un negro ex convicto sin otra formación”. Bien, la pregunta a hacer ahora es: ¿por qué el autor de la obra elige a un personaje así para defender la postura cristiana? ¿Acaso para que ineluctablemente pierda la partida? ¿Y qué es lo que Jones vio en la obra teatral para llevarla a la pantalla, si en definitiva el final es oscuro y negativo? Desde luego, no esperaríamos un típico “happy end”, hasta podría ser que el profesor no depusiera su actitud suicida, pero no por ello debería verse lesionada la posición del cristiano, que es en definitiva la única verdaderamente racional de las dos. El autor de la obra, por lo tanto, debería habernos dado una formulación más responsable y lúcida de los problemas planteados y su resolución. Esto en cuanto al debate verbal que la obra propone. No otra cosa podemos pedirle a esto que no deja de ser una obra de teatro en apariencia didáctica, pero en el fondo turbia e inconducente.




JUAN MANUEL DE ROSAS (Manuel Antín, 1972)


Haga el lector la prueba de escuchar la película sin mirar a la pantalla, y se dará cuenta que la misma puede entenderse perfectamente. Se trata, pues, de un digno retrato oral del prócer mayor que ha dado nuestra patria. Una historia apasionante que lamentablemente fue a parar a las manos torpes de un inepto total como Antín (a pesar de lo cual dirige una importante escuela de cine), que ni siquiera sospecha de algo llamado puesta en escena. Así puede verse a lo largo de la película que no sabe qué hacer con la cámara, cayendo reiteradamente en los zooms de acercamiento a cualquier parte, como a un charco de barro sin que esto signifique nada (a propósito, ya puede advertirse esto desde los títulos iniciales: sobre un charco de barro aparece la firma autógrafa de Juan Manuel, por donde luego cruzan los caballos de los federales; ¿por qué hace esto Antín, porque queda bonito, porque Rosas se “embarró” o algún otro motivo? No, solamente porque esta película es informe como ese barro donde chapotean los caballos).

Una lástima que José María Rosa –autor del guión-, no se haya asociado con Hugo del Carril, por ejemplo, que poco después haría una buena película sobre Quiroga llamada “Yo maté a Facundo”. De todos modos un escolar interesado en atisbar quién fue Rosas puede verla para así despertar su interés por nuestra historia. Eso si no lo sobresaltan las pelucas de Pozzi y las tinturas de Coty que adornan la historia mayor de la patria con su repostería.

Rodolfo Bebán hace lo que puede, y no lo hace mal. Se destacan Alberto Argibay como Dorrego y Tito Alonso como Pedro de Ángelis.