“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

martes, 28 de julio de 2009

CRITICA



CAPITÁN DE CASTILLA
Director: Henry King – 1947



HOLLYWOOD Y LA LEYENDA NEGRA
(O una prueba más de la forma en que el liberalismo se disfraza de católico para combatir al catolicismo)


Henry King fue un artesano del cine, un autor intermedio entre los grandes autores y los directores sin voz propia de la última fila, en el contexto de un Hollywood clásico que supo dosificar y dar lugar a casi todas las corrientes posibles que conformaron su mundus y cifraron su identidad. Hermano del también director Louis King (menos talentoso que aquel), su carrera abarcó desde el cine fundacional a la par de Griffith en 1915 hasta 1961, 50 años de carrera donde lo más destacado fue seguramente su versión de “La canción de Bernadette” en 1943. Director maleable como una cera, uniforme en la forma y desigual en los géneros abordados, era capaz de pasar de un film de piratas a un oscuro drama rural; de un film de guerra a uno de Jesse James; de César Borgia en Italia al África de los zulúes; de una excelente película de personajes simples como Deep waters, limpia y aleccionadora, a un melodrama “romántico” sobre el divorcio como Angustia de un querer, mamarracho cursi con una escena irreverente para el catolicismo, galardonada con varios oscars; de la biografía del presidente Woodrow Wilson y las “aventuras” de un banquero inglés a la historia de David y Betsabé –acaso la mejor versión del siempre acartonado género “bíblico”, pero en un film no católico, desde ya. Tal vez King se adaptó perfectamente a tan disímiles historias porque su género era siempre el liberalismo conformista. En fin, aquello era Hollywood y King tenía además de su ductilidad algo a favor y algo en contra. En contra el hecho de hallarse demasiado cómodo en su lugar dentro de la industria, cobijado siempre por los estudios Fox, una adaptación que un genio como Griffith nunca encontró, justamente por ser demasiado grande o excéntrico para asimilarse. Puede vincularse King a Walsh en este sentido. Lo que se lleva King a favor es no haber caído nunca bajo ningún rótulo o compartimiento estanco, como Cukor o Goulding o Lubitsch, con sus comedias y melodramas. Es decir, que no molestó demasiado con sus películas a nadie por su medianía. Sin torpezas formales, su rasgo de estilo es la adaptación al material que trae entre manos, con logros parciales de escenas destacadas a la par de otras carentes de interés. No obstante tenía su talento, pensemos que una película como El diablo a las 4, v. gr., del torpe Mervyn LeRoy, pudo haber sido una gran película en sus manos. Como es obvio que “Bernadette” tiene sus grandes méritos sin resultar una obra maestra. Porque obras maestras hay pocas, como pocos son los maestros.

¿Pero qué decir de Capitán de Castilla? Está planteada como una película de piratas pero sin piratas, o los españoles hacen las veces de piratas. Eso en cuanto a lo formal. En cuanto al tema es una burda reducción de la epopeya de la España católica y Hernán Cortés a la sola aventura de hombres codiciosos que iban a América a robarles a los pobres indiecitos. Es la reedición de la leyenda negra anti-española y anti-católica pero, eso sí, desde el lugar del catolicismo liberal. El Padre Félix Sardá y Salvany los definió así: “Por lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que el catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de Dios, pero se llaman católicos liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tienen tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto. Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer , y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera voluntaria del entendimiento, y más aún del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna.” (El liberalismo es pecado).

Están en este film todos los lugares comunes protestantes sobre la “horrorosa” Inquisición; la barbarie retrógrada de España; Hernán Cortés con sus probados defectos pero sin sus probadas virtudes cristianas; el consabido cura gordo, bonachón y tibio al que siempre se deja al margen; los indios que son buenos y no matan ni sacrifican a nadie, etcétera. Y, aunque no es el tema en sí de la película, su contexto basado en los hechos históricos deja de lado los hechos de la Historia. Nada hay allí de la epopeya de los españoles. La película deja de lado los motivos religiosos de la empresa. Cuando Cortés derriba a los ídolos de los aztecas, en la película el fraile ecumenista le dice ofendido que “ya se caerán solos”, cuando en la realidad el mercedario padre Olmedo refrenó los ímpetus de Cortés “haciéndole ver que al presente bastaban las amonestaciones que se les ha hecho y ponerles la cruz”, como cita Iraburu en Los hechos de los Apóstoles de América, lo cual es diferente. Además, “métodos apostólicos tan expeditivos -¡y tan arriesgados!- se mostraron sumamente eficaces para manifestar a los naturales la absoluta vanidad de sus ídolos, y recuerdan los procedimientos misioneros empleados en la Germania pagana por San Wilibrordo y sus compañeros, cuando, con el mismo fin, destruyeron santuarios paganos y se atrevieron a bautizar en manantiales tenidos por sagrados” (Ob. Cit.) Por no recordar a San Francisco Javier en la India, “mandándoles quiebren y hagan añicos todos los ídolos que guardan en sus casas” o a San Vigilio, Obispo de Trento y mártir lapidado por derribar una estatua de Saturno. Tampoco se muestra el carácter verdaderamente quijotesco de Cortés (verdadero caballero), que se resume en estas líneas: “El emperador don Carlos, que manda muchos reinos, nos envía para deshacer agravios y castigar a los malos, y mandar que no sacrifiquen más ánimas; y se les dio a entender otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe” (Bernal, en Ob. Cit.). Desde luego, no se muestra el estado de esclavitud y opresión de los pueblos sometidos por los aztecas. Y muchas cosas más, por supuesto, ¿para qué seguir?

Podemos decir que esta película es la perfecta oposición de Apocalypto, no solo en cuanto a lo que cuenta, sino también en cuanto a la forma de ver el cine. ¿Esto por qué? La insatisfacción de este tipo de cine deriva de esa perfecta fluidez con que siempre se desarrolla, de esa falta de sorpresas y exigencias para el espectador, de esa perfección que hace que todo funcione de maravillas. Obedece, a mi entender, a la ausencia de inquietud y a la estrechez de miras de la mentalidad protestante, a la ausencia de desgarramiento y paradoja, y por lo tanto a la imposibilidad de expresarse mediante un lenguaje simbólico, aportes que serían propios de una mirada católica. Todo es muy prístino y ejemplar, hay una ausencia de dolor y de la cruz –en prácticamente todo el cine norteamericano, por no decir en el cine todo-, una falta de sentido sobrenatural (por más que los personajes nombren a cada rato a Dios), que parecería dejar tranquilo y sosegado al espectador (pienso en lo contrario, en la inquietud y a veces turbación que producen los films de Hitchcock). Algo de esto mismo hay en “Bernadette”, con esa historieta del pretendiente de la santa, o en la brillantez con que nos es mostrada la miseria de los Soubirous. Todo demasiado aseado y “prolijo”, demasiado “presentable” para el “estimado público”. Henry King ha hecho mucho cine y se nota en algunos films la integridad de su mirada, pero es evidente que ha sido hijo de su tiempo y lugar, como todo aquel que –recordamos siempre al buen Chesterton- no se abraza a la Iglesia Católica. King se nos presenta como un hombre de buenas intenciones, pero, como decía Anzoátegui, “la intención basta para salvarse uno mismo, pero basta también para perder a los otros con la mejor intención”. Cumple con el error garrafal de los anglosajones, y es que confunde a un caballero con un aventurero. Así como Hawks se creía que Chaplín era la reencarnación del Quijote (sic), o Welles admiraba al Quijote pero transigía con la política liberal, así King transforma en un momento de su película a este caballero español (interpretado por el blandito Tyrone Power) en un Quijote, y al gran Lee J. Cobb en Sancho Panza. Pero es algo forzado e inadecuado. Cita Castellani a Lugones: “El cristianismo triunfó en su empresa de convertir al bandido en un héroe-al aventurero en un caballero”. Esta película invierte los términos. Veamos lo que escribió el propio padre Castellani (El Evangelio de Jesucristo-Domingo XVI después de Pentecostés):

“La Iglesia Medieval creó la Caballería (la Iglesia Medieval y las demás) y dio otra aplicación nueva al principio del “último lugar”. Los caballeros andantes andaban por allí protegiendo a los débiles, y deshaciendo tuertos, para merecer un favor de su dama. ¿Qué hacía un caballero cuando le hacían a él mismo un tuerto? Se hacía a sí mismo un tuerto mayor. ¿Eso no es idiotez? No, Chesterton dice que la ley del caballero es castigar la injusticia que le hacen a él, haciéndose otra mayor. Eso es literalmente “irse al último lugar”, y “poner la otra mejilla”, como aconsejó Cristo. Al Cid Campeador el Rey Alfonso lo desterró por un año; él se desterró por cuatro años; arrojó a los moros de Valencia, se creó un reino cristiano para él; y después volvió a Burgos y se lo echó a los pies del rey injusto”.

Hollywood no comprende la necesidad de aventura trascendente del espíritu español o caballeresco, porque no comprende el alma española que, al decir de Ignacio Anzoátegui, “de puro generosa se juega el alma contra Dios o a favor de Dios”. La conquista, el sabor del riesgo, el deseo de derramar la sangre, “siempre en expectación sobrenatural”, no puede ser comprendido por los hijos o nietos de quienes sólo se han movido y han pisado la América (del Norte) por el deseo de riquezas y una buena y acomodada posición social.

Por otra parte, en la segunda parte de la película que comentamos, cuando los protagonistas se vienen a “hacer la América”, se capta lo que afirmaba Anzoátegui en una página memorable de su “Vidas de muertos”, cuando afirma: “La maldición de América es su exuberancia, su facilidad para vivir y su distancia de la muerte. América no ha tenido un aprendizaje de rudeza espiritual y se ha quedado sólo en la comodidad de los sentidos. El sentimentalismo americano es nada más que sensualismo: el sensualismo de dejarse morir porque la humedad de la tierra emborracha los huesos. El sufrimiento no tuvo en América categoría espiritual: tuvo categoría sentimental. Los amantes sufrían aquí para que lo supieran las amadas, no para que lo supiera Dios”. Si esto se insinúa en la película, se lo hace favorablemente, precisamente destacando esta tierra como la de la libertad, contraponiéndola a la de la “represión oscurantista” española. La película cae groseramente en el romanticismo, y de aquel supuesto caballero queda sólo un capitán bienintencionado pero medio avergonzado ante los indios porque no sabe bien por qué razón están los españoles allí.

El cine de Hollywood, claro está, tuvo muchas vertientes, y no todas llegaban al ansiado mar. Porque, al fin y al cabo, EEUU hacía su “Bernadette” para luego destruir la abadía de San Benito en Monte Casino, o casi a la misma Roma (y el mismo año en que premió con un Oscar a “Bernadette”, premió también a “Por quién doblan las campanas”, bodrio izquierdista sobre la guerra española). No olvidemos que es la tierra de la “Libertad Religiosa”, es decir, donde se pone en pie de igualdad la verdad y el error. Esta película es un buen ejemplo del talento de aquel cine y la confianza que aquellos hombres depositaron en sí mismos, entre ingenua y temerariamente. Vale la pena acercarse los testimonios de lo que aquel cine fue y ya no es, y sacar las conclusiones debidas para, rescatando lo que vale, entender lo que falta y repudiar lo repudiable, como esta muestra de lo que los liberales han hecho para combatir al Catolicismo. Sesenta años después, le llegó su respuesta inolvidable, dejando en el olvido este ejemplar que expurgo al solo fin de dar a conocer la disputa que nunca se termina. Cuanto uno más conoce y compara más valor le otorga a un film como Apocalypto. Tal vez para eso, en definitiva, nos haya servido esta película de Enrique Rey (sin corona).

EXTRA CINEMATOGRAFICAS



REFLEXIONES MORALES SOBRE EL USO DE INTERNET
Por el R.P. Luigi Moncalero

Artículo reproducido en Revista Iesus Christus Nº 121, Enero/Febrero de 2009, tomado del Courrier de Rome, enero de 2009.


La difusión de Internet ya es un hecho que salta a la vista de todos. Los hogares tradicionales no están exentos, ni aun los prioratos...Estimo que ha llegado el momento de hablar sobre el empleo de Internet.

Dejo expresamente de lado el aspecto ligado a las obscenidades de que este instrumento puede ser medio. Recuerdo solamente a los padres que dejar acceso libre a Internet a sus hijos es una imprudencia colosal: si en casa debe haber una conexión, la computadora tiene que estar en una habitación común, y por tanto, nunca en los dormitorios de los hijos.

En este artículo deseo considerar el empleo de Internet bajo otra perspectiva, moral también, pero de otro género. Me refiero a los distintos foros y otras listas de correo que atosigan nuestros correos electrónicos.

TODOS SOMOS TEOLOGOS
Internet, además de todas las ventajas que todos conocen, ofrece una digna atención. El hecho de encontrarse tas una pantalla, y más aún si uno se escuda tras un seudónimo (o código que oculta la verdadera identidad), hace que uno se convierta inmediatamente en...¡teólogo! Cosa extraordinaria, pero es así.

Hay personas que pasan años estudiando para conseguir un diploma en teología; otros, en cambio, se registran en cualquier foro o en alguna lista de correo, y hélos ahí listos para difundir sus juicios radiantes entre los internautas sedientos de verdad. Se dedican a disertar unos más que otros, apoyándose con citas de ilustres teólogos, ya sea sobre la infalibilidad papal, las canonizaciones, la validez de los sacramentos, la liturgia o sobre el magisterio ordinario universal. Y esto, evidentemente, infligiendo muchos anatemas a aquellos que se atreven a poner en duda sus enseñanzas. ¡Anathema...clic!

Asombra ver cómo se multiplican estos teólogos, que se aventuran hacia regiones donde otros, manifiestamente menos dotados que ellos, jamás se arriesgaron.

Ahora bien, dejando de lado toda ironía, quisiera hacer una reflexión: la teología es algo serio; tan serio, que no puede acometerse detrás de una pantalla. La teología es la cima del saber. Si es cierto que la metafísica es la más alta de las ciencias humanas –es decir, de las ciencias que explican la realidad a la luz de la razón natural-, la teología es más alta aun porque la luz que la ilumina es la luz misma de Dios.

Dios Nuestro Señor puede ser conocido mediante el empleo de las fuerzas naturales de la razón, a través de las criaturas, como autor del orden natural.

Pero existe también una “ciencia de Dios” que no puede adquirirse a través de la simple razón, ya que presupone que Dios mismo se haya dado a conocer a los hombres mediante la revelación. Ésa es la teología en sentido estricto.

Se comprende, pues, que el teólogo debe poseer perfectamente tanto la teología como los datos de la revelación, tal como ambas cosas son propuestas por el magisterio, a fin de realizar esta síntesis –convenientemente alimentada por la oración-, que es lo que distingue la verdadera teología de la discusión de café...

Antes que nada, el teólogo debe ser humilde. Luego, debe ser dócil a las inspiraciones de Dios, ya que lo que estudia es el objeto más elevado y el más sublime. De la unión de la humildad y la docilidad nace el don de sabiduría.

Todo esto está absolutamente ausente de los foros y listas de correo y desafío a cualquiera a que me pruebe lo contrario.

Guiado por el don de sabiduría, una teología del calibre de Santo Tomás de Aquino, teniendo que resolver un problema particularmente difícil, no atinaba a hacer otra cosa que arrodillarse frente al Santísimo Sacramento.

El Santísimo Sacramento...¡y no una pantalla de computadora!

COPIAR Y PEGAR, O COPIAR Y ENSAMBLAR
Otra de las grandes ventajas de Internet respecto a los otros medios de comunicación es el hecho de poder difundir la Buena Nueva con vertiginosa rapidez, sin esfuerzo y gratuitamente.

Sin embargo, con la misma facilidad –y con consecuencias cien mil veces más importantes- también se puede difundir el error, o al menos la imprecisión, la calumnia, el descrédito sobre una persona, la difamación, etc.

Esta simple comprobación tendría que hacer reflexionar al internauta antes de apretar el botón y difundir una noticia, un juicio, etc. Y esto vale tanto más para quien no se realiza ningún planteamiento moral. Pero el internauta católico siempre debe provocar una reflexión moral antes de hacer un “clic”.

Un repaso a simple vuelo de pájaro sobre los foros católicos que se refieren a la Tradición nos lleva a descubrir con horror que estos últimos pululan difundiendo maldades, difamaciones e insinuaciones gratuitas. Uno se pregunta realmente si quienes escriben o difunden cosas piensan seriamente sobre lo que les concierne con respecto al Octavo Mandamiento: “No levantarás falso testimonio”.
JUZGO, LUEGO EXISTO

¿Qué podemos decir ante la proliferación de comentarios? Sonriendo y escribiendo con un teclado, algunos se convierten en columnistas, cronistas y sabios inspirados, que creen que su pensamiento lleva a la pobre humanidad esa luz que hasta entonces le faltaba.

Entonces, incluso sin que uno se los haya pedido, difunden ampliamente por correo electrónico sus opiniones sobre todos los temas: la actualidad, la política, la vida eclesial, etc. No existe cosa ni persona alguna que se escapen a su juicio, incluso si se tratara de un juicio temerario...

Si es verdad que la operación intelectual “juicio” es propia del hombre en cuanto ser racional, no existe obligación de juzgar sobre todo y todos, máxime si tal cosa no ha sido solicitada, y sobre todo si no se conocen los hechos. “No juzguéis y no seréis juzgados(...)porque con la misma medida con que juzgáis, seréis juzgados” (San Lucas, 6, 37).

ORIENTACIONES ÚTILES PARA TODOS
Todos recordarán la especial penitencia que San Felipe Neri puso a una mujer que vino a confesarse de tener la costumbre de hablar mal del prójimo. Para hacerle comprender los terribles efectos de este pecado, el Santo le mandó desplumar un pollo caminando por las calles de Roma, y después regresar a verlo. Así lo hizo la mujer, que vuelta a la presencia del Santo, le preguntó qué más tenía que hacer.
-“Ahora volverá por todas las calles por las cuales caminó y recogerá una a una las plumas del pollo, sin dejar siquiera una”.-“Pero, Padre, ¡Ud. me pide una cosa imposible!”, exclamó desesperada la pobre penitente. “¡Había tanto viento que nunca podré recoger toda las plumas!”
-“Lo sé
–dijo el Santo-, pero con eso quiero hacerle entender que su maledicencia se parece a esas plumas”.Tendría que volver a aparecer otro San Felipe Neri para inventar una penitencia proporcional, destinada a todos cuantos difunden toneladas de maledicencias y de pérfidos juicios...

EFECTO TRANSPARENCIA

En fin, Internet permite compartir con otros los propios conocimientos, experiencias personales, etc. No solamente entre amigos, sino también con desconocidos. Se terminó la época del diario íntimo, lejos de las miradas curiosas. Ahora existe el blog, en el que se difunden por doquier los propios vicios y virtudes...Hay sitios web para todo...Las discusiones de carácter público adquieren dimensiones planetarias: es mucho más sabroso discutir en línea con un panel de participantes conectados. Como esas lindas disputas entre vecinos: dos personas discuten acaloradamente desde un balcón al otro, y la vecindad aprovecha para enterarse de un montón de cosas interesantes sobre los dos protagonistas y sus respectivas madres...

¡Muy bien! La ventaja de Internet es que el vecindario que interviene puede estar constituido por varias decenas de participantes seleccionados como “enviar con copia”, que envían y reenvían correos electrónicos de respuestas en un crescendo wagneriano. ¡Edificante! ¡Muy, muy católico!

EL TIEMPO PASA Y EL HOMBRE NO SE DA CUENTA
(Dante, Divina Comedia, Purg. 4,9)
Para concluir, quisiera ahora subrayar otro aspecto. La computadora nos ha acostumbrado a razonar, actuar, comunicarnos, etc., con una rapidez inimaginable. Todo se mide en nanosegundos, es decir, en apenas millonésimas de segundos. De hecho, pasan algunos miles sin que haya tenido tiempo de terminar de escribir una palabra. El procesador de la computadora, en cambio, emplea bien el tiempo: no pierde ni siquiera un nanosegundo.

¿Cuánto tiempo (pero no en fracciones de segundo sino en horas de sesenta minutos) dedican los hombres a escribir comentarios en foros, o bien para escribir correos interminables? Uno se pregunta de dónde sacan tanto tiempo...¿Repararon, por ejemplo, en la hora del día en que se envían ciertos correos o se registran ciertos comentarios? Medianoche, las dos de la madrugada, las cuatro y media de la mañana...Y al día siguiente, ¿qué hacen en la escuela o en el trabajo?

Esto no me parece que sea una buena manera de “redimir” el tiempo, como dice San Pablo, quien agrega que “los días son malos” (Efesios, 5, 16). Precisamente, porque son malos, deben ser aprovechados para hacer el bien, cumpliendo con diligencia el deber de estado y sin desperdiciar el tiempo inútilmente.

“Serva tempus”, esto es, “Aprovecha el tiempo”, solían escribir los antiguos en los relojes de sol. Un mensaje que habría que volver a escribir también en las pantallas (apagadas) de las computadoras.

Enlace de interés

PALABRA DE HITCHCOCK



“No basta tener un montón de ideas para hacer una buena película si no se presentan con el suficiente cuidado y con una conciencia total de la forma”.
(El cine según Hitchcock – Alianza Editorial)


“No filmo nunca un trozo de vida porque esto la gente puede encontrarlo muy bien en su casa o en la calle o incluso delante de la puerta del cine. No tiene necesidad de pagar para ver un trozo de vida. Por otra parte, rechazo también los productos de pura fantasía, porque es importante que el público pueda reconocerse en los personajes. Rodar películas para mí, quiere decir en primer lugar y ante todo contar una historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero no debe ser jamás banal. Es preferible que sea dramática y humana. El drama es una vida de la que se han eliminado los momentos aburridos. Luego, entra en juego la técnica y aquí soy enemigo del virtuosismo. Hay que sumar la técnica a la acción. No se trata de colocar la cámara en un ángulo que provoque el entusiasmo del operador. La única cuestión que me planteo es la de saber si el emplazamiento de la cámara en tal o cual sitio dará su fuerza máxima a la escena. La belleza de las imágenes, la belleza de los movimientos, el ritmo, los efectos, todo debe someterse y sacrificarse a la acción”.
(Ibidem)


“En la mayoría de los films hay muy poco cine y yo llamo a esto habitualmente “fotografía de gente que habla”. Cuando se cuenta una historia en cine, sólo se debería recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo de otra forma. Yo me esfuerzo siempre en buscar primero la manera cinematográfica de contar una historia por la sucesión de los planos y de los fragmentos de película entre sí.
Lo que se puede lamentar es que, con la venida del sonoro, el cine se estancó bruscamente en una forma teatral. La movilidad de la cámara no cambia nada. Incluso si la cámara se pasea a todo lo largo de una acera, es siempre teatro. El resultado es la pérdida del estilo cinematográfico y la pérdida también de toda fantasía”.
(Ib.)

CRITICA



LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS
Director: Luc Jacques – 2005


LA MIRADA A MEDIAS


Decía Alfred Hitchcock: “Hay una gran diferencia entre la creación de un film y la de un documental. En un documental, Dios es el director, el que ha creado el material de base. En el film de acción, es el director quien es un dios, quien debe crear la vida”.
Si los responsables de este documental hubieran tenido el sentido común que manifestaba Hitchcock (y no por ser Hitchcock, sino por ser católico), esta película sería casi perfecta. Porque la belleza que las cámaras lograron captar en el territorio antártico, los momentos descubiertos en la vida de una remota y “simpática” ave, el pingüino emperador, el dejarse estar sin apuro de las cámaras para simplemente transmitirnos una parte de la inconmensurable belleza con que los paisajes y los animales, la luz y el color, combinados con la música acertada, nos cautivan, todo contribuye –todo lo que está allí mas la atenta mirada humana- para, admirados, manifestar la gratitud ante la creación de Dios.
Pero esto no llega a ser así.
No puedo dejar de recordar la intervención de Dios en el Libro de Job, con estas palabras:

“¿Quién abre regueras al aguacero,
y camino a la nube tronadora,
para hacer llover
sobre un país inhabitado,
sobre el yermo, donde no vive el hombre,
para hartar tierras desiertas y vacías,
y hacer brotar un poco de hierba?”
(Job, XXXVIII, 25-27)

La admiración que produce en el espectador la larga serie de pormenores en la vida de estos pingüinos no puede deberse a –no puede ser causado por- estos animales, ya que todo lo que hacen obedece a su instinto. Todo lo que nos maravilla allí, todo lo que durante miles de años ha funcionado, todo ese equilibrio que parece imposible entre elementos tan complejos para que una especie animal sobreviva en un remoto lugar donde nadie ha de verla, no puede ser atribuido necia o ingenuamente a la casualidad. La admiración debe tornarse reflexiva, comprensiva, agradecida. “Alabar la creación en tanto acto de creación”, escribió alguien. Detrás del orden hay un Ordenador.
Ahora bien, hay un sospechoso punto en común que lleva a los responsables de este bello film a “humanizar” a los pingüinos y, valiéndose de su tan particular y graciosa figura, casi a asimilarlos con caricaturas o dibujos animados. ¿Por qué se humaniza a los pingüinos? ¿Por qué se habla de “el amor” o de “almas inquebrantables” para referirse a unos pájaros? (tenemos en cuenta que nosotros hemos visto la mejor versión de este film, la norteamericana, donde sólo una voz en off lo comenta; en Francia varias voces pretenden representar a los distintos pingüinos, con un resultado –sospechamos- bochornoso). Se humaniza a los pingüinos porque, tratándose de un film comercial, se pretende mantener al público interesado, y, sin una visión teológica de las criaturas, sólo cabe la más estrecha y exacta mirada científica –no apta para multitudes-, o la búsqueda de lo “emotivo”. Pero esto último tiende –elevando al animal con sus “almas inquebrantables”- a reducir al hombre. Así el animal ya no habría sido hecho para el hombre –aún para ese hombre que un día iba a descubrirlo con sus cámaras de cine-, sino que, ambas especies independientes una de otra, cada una viviría –sin ningún grado de misterio detrás- su larga vida sin continuidad alguna sino tan sólo en cuanto especie animal. Pero además, lo que la cámara hace para nosotros, captando la fascinante intimidad de estas criaturas, es una especie de “domesticación” en el ámbito mismo del animal y no en el del hombre. Por lo tanto, la distancia entre los animales y los hombres es aún mayor (el hombre es un huésped o visitante del animal), desdibujando en cierta manera lo que el hombre es y su relación con los animales.
Como escribió C. S. Lewis: “El hombre sólo puede ser entendido en su relación con Dios. Las bestias han de ser entendidas únicamente en su relación con el hombre y, a través de él, con Dios.” (El dolor animal, en “El problema del dolor”).

P. S.: Lo mismo que decimos sobre esta película puede afirmarse con respecto a otros dos excelentes documentales, “Wimged migration” y “Microcosmos”, donde se nos desvela la belleza de las criaturas, pero sin el atisbo de un Creador de tanta armonía, gozoso orden que nos convoca a descubrirlo y, en el amor a él, el amor a nuestro Creador. El ver las cosas desde un punto de vista no habitual puede llevarnos a comprender que mientras no se pierda del todo la capacidad de maravillarse de las cosas, aún no está todo perdido. Pero esto supone también que no se haya abdicado del todo del pensar, esa actividad de la que este mundo moderno y progresista quiere eximirnos porque es él mismo quien nos lo procura, dispendioso como es de diversiones y fruslerías que camuflan un pensamiento ya digerido y “listo para usar”.

jueves, 23 de julio de 2009

LA IGLESIA Y EL CINE



“Con frecuencia a Dios no se le niega, ni se le injuria ni se le blasfema; sólo que El está ausente. La propaganda de una vida terrestre sin Dios es abierta, continua. Con razón se ha observado que generalmente, aun en los films considerados moralmente irreprensibles, los hombres viven y mueren como si no existiese Dios, ni la Redención, ni la Iglesia. No queremos ponernos a discutir las intenciones, pero no es menos verdadero que las consecuencias de estas representaciones cinematográficas son ya extensas y profundas. Añádese después la nefasta propaganda deliberadamente querida, para la formación de la familia, de la sociedad, del estado sin Dios”.

Pío XII, Discurso a los predicadores de Cuaresma.



“Una película, incluso irreprochable nos da, por su misma naturaleza una visión unilateral y corre el riesgo por consiguiente de tornar superficial el espíritu del joven si éste no se alimenta al mismo tiempo de útiles y sanas lecturas”.

Pío XII, 30 de enero de 1949.


“La radio, el cine, la televisión ponen a los cristianos de hoy en contacto con todas las formas de la vida y de la actividad humana. Atrapados en ese torbellino que no les da oportunidad para la reflexión y el recogimiento, cómo no van a llegar insensiblemente a perder el sentido de las otras realidades, más verdaderas y más altas, pero también más austeras, las de la vida espiritual, de las que conservan, a pesar de todo, como una nostalgia, pero que corren el riesgo de estancarse sin ver ya valor alguno o significación”.

Pío XII, 3 de abril de 1956.



“Incluso películas moralmente irreprochables pueden sin embargo ser espiritualmente nocivas si descubren al espectador un mundo en el que no se hace ninguna alusión a Dios y a los hombres que creen en El y lo veneran, un mundo donde las personas viven y mueren como si Dios no existiese”.

Pío XII, 28 de octubre de 1955.

ENSAYO - EL CINE Y EL ESPECTADOR II

EL CINE Y EL ESPECTADOR II



Si no nos equivocamos, ya desde 1909 (desde el corto “Those awful hats”, de Griffith), el cine viene mirándose a sí mismo, simplemente como recurso favorable a la fábula o como tema u objeto de estudio –cuya más acabada muestra es el cine de Hitchcock y su cúlmen la ya comentada “La ventana indiscreta” y, a su manera, “Vértigo”-. Nos referiremos a otro caso ejemplar, pero por varios motivos contradictorios.

Referimos en otro escrito la fantástica amplificación que, del valor del cine y de un film en concreto, propalara por la internet un crítico, ciertamente no indolente en su hacer sino preocupado por una búsqueda sincera del conocer del cine. Pero ese exceso de entusiasmo –o, más bien, el entusiasmo colocado en un lugar que no es el centro que se pretende-, lo llevaron a decir en otra hiperbólica crítica que “La única salvación es el cine” . Por cierto, el cine per se niega eso mismo, pero tal vez el fervor y la magnitud del tiempo dedicados al cine hayan llevado a muchos a este grueso error de buscar la sabiduría o el reencuentro con la tradición (¿cuál tradición?) a través del cine. Este poder de atracción e influencia del cine, este poder de imantación, este carácter cegador del cine para con el espectador no avisado puede provocar su simétrico partner: aquel que acomoda su pensar libresco, libre de ilusiones con respecto a la vida pero sin esperanza y sin el sostén de una doctrina firme y segura –nos referimos a la verdad católica-, a una teorización de la realidad que sin él darse cuenta entra en contradicción con la realidad misma. La ignorancia religiosa es la fuente de todas las otras. Llegados a este punto, recordamos el oportuno escolio de Gómez Dávila: “Nadie más insoportable que el que no sospecha, de cuando en cuando, que pueda no tener razón”.

Con esto decimos que todo aquel pensar que nos suscita el cine, debe surgir del propio film analizado, pero, atención, debe estar por sobre el cine y ser anterior al cine para poder reconocer justamente lo que de verdadero o falso –de bueno o malo- se nos propone en la obra, y no adosarle nosotros lo que de bueno o malo deseamos encontrar allí. El cine nos habla de acuerdo a lo que conocemos. Las preguntas por las causas y los fines, por los medios para llegar a esos fines, y por lo que el hombre es y cómo construye la sociedad en que vive, no hay que buscar evacuarlas en el cine, éste lo único que hace es darnos los síntomas, las afecciones y aflicciones determinadas, no las causas y las posibles salidas de tal atolladero (esto pese a que casi siempre las historias tienen un final feliz). Exceptuando el caso Hitchcock (cuyo cine puede denominarse teológico), repetimos, el cine nos muestra crudamente la realidad o nos crea una fantasía, pero no hace todo el trabajo por nosotros, y está bien que así sea.. Si en Shakespeare, v.gr., la presencia de algo más alto y por sobre la pobre y fascinante humanidad de los personajes, la Providencia divina, Dios rector de la historia, podía advertirse fuera de campo, en el cine esto no sucede sino excepcionalmente. Vamos a ver un ejemplo que es resumen de todo lo dicho, fundamentalmente de cómo lo fascinante del cine es asimismo su problema, y su ambigüedad y contradicción van de la mano en un mismo film.

En la película “Stella Dallas”, melodrama dirigido en 1937 por King Vidor, Bárbara Stanwyck encarna a una mujer de la clase obrera, Stella Martin, vulgar y pretenciosa, que pretende enamorar a un hombre distinguido, John Dallas, ex -millonario venido a menos. Siguiendo de alguna forma el derrotero de Emma Bovary, y haciendo valer su belleza (Barbara Stanwyck asume como pocas el rol de una mujer –toda mujer- que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo), logra, de manera espléndida, conquistar a Dallas. En su primera cita van al cine. El film que ven les (nos) presenta una pareja que sobre los títulos finales se abrazan pudorosamente y se besan, pareciera que para siempre. Vemos a Stella fascinada, embobada (Faretta habló alguna vez de la “bovarización” del espectador). Es una escena tierna entre dos jóvenes atraídos mutuamente; Stella, presa de su sueño de amor, tarda en despertar, hasta que Dallas la invita a salir del cine. Luego pasarán unas cuantas cosas que se opondrán a ese momento, el más feliz de ambos en el film.

¿Qué tenemos allí? Stella, como aquellos inadvertidos espectadores del cinematógrafo que se asustaban ante el avance del estéril tren de los Hermanos Lumière, se impresiona sobremanera, aunque asume lo que allí ha visto en la pantalla no como una realidad fáctica pero sí como una realidad presentada sin dobleces, siendo el cine más que un “mágico escape” de la vida, un espejo fiel de cómo es o puede ser la vida. Sus deseos ocultos salen a la luz en la pantalla. Su vida debe ser así. Más, el cine despierta en ella la potencialidad de ser así. Será simple para ella poner en acto esa potencialidad. Pero lo que de ahí en más le traerá el devenir echará por tierra ese sueño suyo. O casi, porque el cine no puede defraudar del todo a las Stella Dallas –espectadoras- de la vida real.

El cine en este film es visto lúcidamente como algo sumamente peligroso, no apto para almas incapacitadas o que juzgan todo a la ligera. “La vida color de rosa”, parece decirnos King Vidor, “que muestra el cine, no es la vida real. Vean lo que le sucede a Stella Dallas.” Pero no es tan sencilla la cosa. Veamos: el problema que tiene Stella Dallas es Stella Dallas. Todos los problemas se suscitan por su mala educación, por su egoísmo, su chabacanería, su espíritu ligero o casquivano, hedonista e irresponsable. Nada de esto hay en su esposo, educado en las clases superiores –o por lo menos nada de esto transparenta-, es serio, discreto y responsable (luego también se verá su egoísmo, aunque en menor medida). Dos estilos de vida inconciliables se ven obligados a compartir el destino, el espacio y una hija,. Los problemas surgen, entonces, debido a Stella Dallas. Y el cine le metió en la cabeza la ilusión que, si ya estaba en ella, el film que vio ayudó decisivamente a precipitar. Marido y mujer se separan. El ex –millonario Dallas, otra vez en buena posición, encuentra a una amiga viuda, distinguida, millonaria, madre de tres hijos. Esta mujer es presentada como la antítesis, lo contrario absoluto de Stella: dulce, firme, responsable, serena, bondadosa, con buen gusto, excelente madre, una maravilla. Stella se degrada cada vez más, rodeándose de amigos borrachos y guarangos. Escenas melodramáticas de pronunciado efecto, acompañadas de fatigosa e indeclinable música de violines, nos son ofrecidas en los momentos exactos. John Dallas quiere para su hija un buen hogar y buena educación. Stella se da cuenta, luego de entender de forma cruel que es el centro de las burlas de los amigos de su hija, de que no sirve como madre, y que su hija no es bien vista a su lado. No tendrá la vida que ella pretendía,. Acepta entonces el divorcio, así su marido podrá casarse con la otra mujer, que pasará a ser la “madre” de su hija. Así, de esta manera sentimental y cursi, con razones lógicas y a través de personajes buenos y simpáticos y “queribles”, nos es introducido y justificado el divorcio. Todo para que la hija de ellos sea feliz. Pero, ¿a qué le llaman una vida feliz? En definitiva, a la vida que el film dentro del film le proponía a Stella –y que por su culpa no obtuvo-, esto es: una vida en una fastuosa mansión, bailes, polo, tenis, casamiento con un chico de la clase alta, sentirse buenos. Materialismo puro. El final perfecto –en cuanto a la estructura del film- es buscadamente lacrimógeno, pero también hace referencia al cine en el cine: la hija de Stella (que cree que ésta la ha rechazado y se ha marchado con su amigo borracho a Sudamérica, cuándo no) se casa con toda la pompa en un hotel. El salón en la planta baja tiene un ventanal que alguien ha cubierto con un cortinado porque en la calle llueve. No obstante alguien ordena que éste se abra, y a manera de telón nos descubre, al abrirse, la ventana como pantalla de cine para aquellos curiosos que observan desde la calle. Entre ellos está Stella Dallas. Llueve y la lluvia, que también es un efecto melodramático para hacer más triste la situación de Stella, ha servido de excusa para el recurso de la cortina. Stella mira desde allí el desposorio de su hija, y el conmovedor beso final de los jóvenes esposos. Escena simétrica con la primera, la de aquel film donde ella se imaginó de esa manera, pero es ahora su hija la que cumple con su sueño. Stella se va ahora con paso firme y una gran sonrisa victoriosa. The End.

¿Cuestiona el director ahora la actitud de Stella Dallas, con respecto a la primera escena? No. Si bien al final Stella es reivindicada por su sacrificio de madre (esto es: hacer que su hija la odie y divorciarse del marido), se busca que sintamos pena mas no por estas cosas sino porque ella no ha podido ser parte de esa felicidad. “El cine –parece decirnos Vidor- debe tener un happy end. Sólo que éste no es como aquel. La primera vez, cuando Stella miraba la película, se equivocaba. Era una tonta. Ahora sabe que esta felicidad es verdadera. ¿Por qué? Porque está hecha de sufrimiento” Pero, ¿es verdadera, o le están vendiendo otra ilusión? ¿Es la vida burguesa de las apariencias y el confort y las cosas materiales la felicidad verdadera? ¿Es entonces el problema el que Stella quiera pertenecer a una clase que no es la suya? ¿Está la felicidad en pertenecer a esa clase? Este film propone dos modos de vida. La empalagosa e idiota felicidad de los ricachones que se creen buenos, y la vida mala, descuidada y egoísta de Stella. Y nos dice que aún esta última puede tener un gesto noble y digno. ¿Cómo se arreglan –según los yanquis- todos estos errores, para poder finalmente alcanzar la felicidad? Con el divorcio y la mentira. Así de fácil. No hay que bovarizar los films, pero si se lo hace, todavía se puede salvar ese error. ¿El cine corrige al cine? ¿Corrige a la vida? ¿O cae en su propia trampa? El problema no está en el cine sino en los principios equivocados que detenta el autor –y los que hacen cine en general. De esta manera indirecta y eficaz –como Stella Dallas- se impone una visión del mundo inmanentista, donde el sacrificio no está en negarse a sí mismo para convivir con el otro a favor de un tercero –la hija-, sino en cortar todo lazo por el qué dirán los otros, justamente los de esa clase a la que ahora pertenecerá “feliz” esa hija. El sacrificio no está acá en salvar un alma –y una vida- sino en proporcionarle a otro un status social. ¿Cómo no aprobará el divorcio el público que ve este film, dejándose influenciar de manera menos simple pero igual de eficaz que Stella con su película? En efecto, si King Vidor nos dice “cuidado con el cine”, nosotros lo decimos dos veces.

Por otro lado, y este es un tema sobre el que se puede hacer todo un estudio, ¿cuántas películas no habremos visto donde la felicidad de algunos se logra mediante el engaño de los otros? Uno de los casos más bochornosos que se recuerde –por la mediocridad del film y su anti-catolicismo- a la par que exitoso lo tuvimos entre nosotros con “El hijo de la novia”, o también en la serie televisiva “Los simuladores”. Pero el cine, podrá argumentarnos alguien, refleja la realidad o gran parte de lo que ocurre en la realidad. Sí, pero esa realidad –parcial- es aprobada en cuanto a esos modos de proceder engañosos y manipuladores, donde se apela –como ya vimos en el caso del divorcio- a una “solución” ilícita y a la larga perjudicial para la sociedad toda. Hay una toma de decisión con respecto a lo que se cuenta.

El cine tiene estas sutilezas y esta contradicción aparente, pero creemos que consentida, la del liberal que condena las consecuencias cuando antes aprobó los principios que trajeron esas consecuencias. Y luego pretende arreglar los destrozos de las consecuencias adoptando un mal transfigurado en bien. El cine puede decirnos:”Tenga cuidado al ver una película” para luego pasar como si nada lo que nos quiere inculcar, nada menos que todo un estilo de vida. A veces se hace pasar lo políticamente correcto con un look políticamente incorrecto, son incontables los ejemplos. Decisionismo absoluto en la forma (este film es irreprochable al respecto) y falta de consecuencia con el supuesto análisis que plantea en la escena del cine. A no ser que se piense que para el director todos los personajes son unos cretinos y todo lo que pasa sea basura, pero entonces ¿para qué hacer el film? Creemos más bien que el director participa de esa forma de vida contradictoria en la rotunda afirmación de su pensar. Contradicción que la sociedad liberal, a sabiendas, inocula por todas partes. Comprobémoslo con estas sabias palabras del Papa San Pío X, en su Pascendi: “Muchos de sus escritos (de los modernistas) y de sus dichos parecen contradictorios, de modo que podría pensarse que vacilan inseguros. Pero se trata de una actitud deliberada, por el concepto que tienen de separación entre fe y ciencia. Por eso encontramos en sus escritos una página que un católico puede aprobar sin reservas, a la cual sigue otra que sólo cabe pensar que ha sido dictada por un racionalista”.

N. B.: Sabemos que el cine no es independiente. Excluir al magnate Samuel Goldwyn (Goldfish) en la responsabilidad como productor de “Stella Dallas”, sería un error. Coincidentemente, en todos los ejemplos señalados respecto de la simulación o el engaño, los responsables directa o indirectamente comparten la misma configuración espiritual y mental del nombrado. El cine, como ya señalamos, es un gran medio capaz de mostrarnos lo que de disimulo y aparente contiene la realidad, pero, a la vez, puede y lo hace con frecuencia, dejarnos atrapados dentro de esa simulación u otra que nos tranquiliza. Es obvio por qué: porque sólo la verdad libera, y afirmar esto implica negar unas cuantas cosas. En la sociedad liberal la libertad está mal entendida, por eso se deshacen tan fácilmente los lazos que deberían ser sagrados, y se impugna fácilmente la verdad en pro de un supuesto bien mayor, cual sería el de la libertad. Es ese error en la inteligencia el que inocula de desorden a toda la sociedad, aunque el cine lo ordene al final.

HABLAN LOS MAESTROS




“El hombre está verdaderamente instruido sólo cuando sabe ordenar su vida y ordenarla de modo que alcance su finalidad. Los conocimientos más profundos, los más variados y los más raros, si no ayudan al hombre a alcanzar su fin, no lo sacarán de la ignorancia. También hay hombres que, en ciertos aspectos, son realmente sabios, saben lenguas, letras, historia, ciencias, y, con todo eso, privados de la ciencia de la vida son realmente ignorantes y ante Dios, Padre de las luces, están hundidos en profundas tinieblas”.

Padre Emmanuel

viernes, 17 de julio de 2009

CRITICA



EL ANGEL AZUL
Dirección: Josef von Sternberg – 1930


EL DESPERTAR DEL BORRACHO


Clásico del cine, la paradoja es que del drama de la vida del Profesor Rath, densidad psicológica aunque simpleza moral, terrible descenso que podrían narrar Dostoievsky (Crimen y castigo, llevada más tarde al cine por von Sternberg) o Julien Green (Leviatán) o incluso Simenon (en cualquiera de sus llamadas novelas serias, para distinguirlas de los Maigret), es llevado adelante en el cine con un estilo vigoroso pero no pesado, sino por el contrario, con un dinamismo que sólo el cine puede reproducir en nosotros. Diríase que el mayor de los dramas es realizado con una liviandad exquisita, aunque no con pobreza de recursos, por el contrario, el manejo de los detalles visuales y sonoros es fundamental para conseguir este efecto deslumbrante y acabado. Pero, tal distanciamiento por parte del director llega a ser al final sospechoso: así como el Profesor Rath sopla las plumitas sobre la foto de Lola-Lola la primera vez que la descubre (extraordinario recurso), de la misma manera pareciera que Sternberg soplara socarronamente sobre sus films, cargados de pesimismo, para no dejarse hundir por lo que cuenta. Porque lo que cuenta es muy serio.

Es evidente, digamos ya, la atracción insuperable que por lo decadente y caído sentían directores como von Sternberg (en realidad Jonas Sternberg), Fritz Lang, F. W. Murnau o Billy Wilder, probablemente por ser vástagos de una época y lugar donde el último imperio católico, Austria-Hungría, era desmoronado y fragmentado, y todos aquellos –en general judíos- aunaron una rica herencia cultural con un clima decadente y asfixiante que ya todo lo cubría. Desde luego que sólo había una forma de trascender la atracción del abismo y era dando un salto hacia lo alto –no precisamente saltando a Hollywood, esto es, en cuanto se trasladase hasta allí esa característica decadente que los años posteriores iban a abonar, pero también hay que decirlo, ¿qué otra cosa podían hacer? “Sólo la Iglesia Católica salva a uno de ser esclavo de su siglo”, dijo Chesterton. Era eso o la adopción del liberalismo, y ningún lugar más oportuno que Hollywood para ello.

Lo que cuenta la película (primer film sonoro alemán) es bien simple, tal que no fue la primera ni será la última en que el arte narrativo desarrolle ese tópico, la degradación moral de un hombre mayor y solitario que se deja enredar por la belleza de una pérfida mujer. “Pasiones sin freno”, podrían llamarse, y nos viene al recuerdo ahora los films de Lang (Scarlett Street, La mujer del cuadro) o hasta uno de Soffici (Una ventana a la vida). Desde luego, en la simplicidad de la trama el estilo lo es todo en estos films, sobre todo en estos films, y Sternberg era sin dudas un gran talento.

Lo que deseo señalar con el título que encabeza esta nota es algo que me sugiere el propio film con sus recursos de puesta en escena pero que unas palabras de Castellani me confirman, cuando el maestro nos da a entender que la desesperanza actual nace de la filosofía idealista: “Por extraña paradoja –no tan extraña- estos sistemas de la Nada, de la Angustia, de la Náusea, del Absurdo y de la Blasfemia no ya contra Dios Hijo, sino contra Dios Padre (contra la creación, la naturaleza humana, la razón, la vida) nacen en el seno de la euforia y el optimismo más grande que se ha visto en la Humanidad, el llamado “iluminismo” o “filosofía de la ilustración” (...) Son exactamente el despertar del borracho. Es evidente que si te pones a predicar que este mundo es un paraíso, al poco tiempo los hombres gritarán a coro que es un infierno; siendo que no es ninguna de las dos cosas” (“El prejuicio idealista y el principio de sabiduría”, en “San Agustín y Nosotros”).

Es evidente también que tanto exaltó a la mujer el romanticismo que finalmente los hombres terminaron dándole el lugar de prostitutas. ¿Acaso los cabarets no son un efecto colateral de ese “despertar del borracho”, surgidos a fines del siglo XIX, exaltados luego por el “musical”, y hoy ya en plena descomposición de las sociedades, llegados hasta el interior de los hogares mediante la televisión? ¿No vemos hoy –tracemos el puente- este cabaret que parece ser la Argentina, tras aquel despertar de la borrachera en el 2001, hoy enajenadas las masas, quién no lo ve al pasar por las marquesinas de teatros y ex -cines de la calle Corrientes? ¿No se repone una y otra vez ese engendro llamado “Cabaret”, ambientado precisamente en la Alemania pre-hitleriana? La imagen que da von Sternberg en este film es central en la caída que la “cultura” ha ocasionado y en ella se ha verificado, por ejemplo, la descomposición y humillación de la sociedad alemana tras la derrota de la primera guerra mundial. Se soslaya, claro está, la responsabilidad de las grandes potencias en la creación del fenómeno nazi y en el ascenso de Hitler al poder (específicamente por los banqueros ingleses), y la degeneración a que fue arrastrada aquella sociedad que se empobrecía para pagar tributo a Francia e Inglaterra, quienes a su vez debían pagar tributo a los Estados Unidos, ya por entonces presentados al mundo como “Libertadores” (Cfr. “Corazones del mundo” de Griffith, 1918). Esos ambientes caldeados, perdidos e inmorales, abyectos y sórdidos, no suponen sólo vertederos de las crisis cíclicas provocadas por la Alta Finanza (que preparó el terreno, desde luego no inocentemente, para la tiranía nazi, como lo había hecho con la bolchevique). Obedecen en definitiva al pecado que todo lo corroe y que impide ver la realidad.

“Todos los males que hay en el mundo universo vienen de que los hombres, de una u otra manera, nos salimos de la realidad real; nos inventamos otra realidad; a veces incluso le trazamos programas a Dios, de lo que debe hacer” (P. Castellani – Hábeas Christi – “Domingueras prédicas II”). Para entender mejor esto recurrimos a un personaje como el protagonista de “El Ángel Azul”. La degradación de su caída, su humillación, es mayor por tratarse de un Profesor, alguien de respeto y prestigio en aquella sociedad. Pero justamente por ser sólo un Profesor –y no un hombre-, se ha colocado fuera de la Realidad. Carece de la primera de las virtudes morales –según Castellani- que es la Prudencia (que no es cautela o precaución, sino discernimiento o discriminación). Desde luego que sin cultivar la vida interior a través de la práctica religiosa, eso es imposible para el Profesor, que con el rígido aire de sabelotodo no es capaz de capturar la atención de sus alumnos, crueles y audaces como lo son siempre los estudiantes. Interesante además este detalle: el Profesor Rath es profesor de inglés. Intenta hacer que un alumno repita el “To be or not to be” hamletiano, sin resultados. Pero para él ése no es un planteo que a sí mismo se realice: en la seguridad de “ser”, se perderá en el “no ser” cuando su encuentro con la mujer, y será derrotado por actuar, al contrario de Hamlet, precipitadamente. En definitiva: lo que el Profesor enseña no tiene vida. Por eso al comienzo se ha muerto el pajarito cantor en la jaula de su habitación (escena hermosa y sencilla, donde se ve además la rudeza vital de la criada y los sentimientos románticos sumergidos del profesor, que luego habrían de estallar; cuando el profesor quede enjaulado como el pajarito, cantará un canto de muerte, el canto del gallo, hasta enmudecer y morir).

Es indudable que “El Ángel Azul” ha cobrado la trascendencia que se le adjudica porque, como “Vértigo”, aborda un tema universal, que más allá del lugar donde finque, es un tema propio del hombre, el deseo y el pecado, la búsqueda del amor y la renovada caída. Cuando somos introducidos con el Profesor en el cabaret, el director nos da algunos indicios que al personaje se le escapan: los reiterados planos del payaso triste que aparece en la habitación, siempre callado, es algo que el Profesor no ve, fascinado como está por la cabaretera que encarna Marlene Dietrich; fascinado es la palabra, ya que indica “embrujado” o “hechizado”, no por la virtud, desde luego, que no provoca esa clase de efectos, sino por los encantos de la “diva”, a los que a cualquier hombre le sería muy difícil escapar. Con el agregado de que la mujer le presta atención a él, a quien ni los alumnos son capaces de respetar (de hecho lo llaman Profesor Unrath, es decir, Profesor Basura, título de la novela original de H. Mann).

Por cierto, el Profesor se enamora pero no busca la redención de la mujer, sino que se convierte en un monigote en sus manos, como el pajarito muerto en manos de la criada. ¿Pero entonces, lo que siente es amor? “No se puede amar lo que profundamente se ignora. Pero, cuando se ama algo que de algún modo se conoce, por ese mismo amor se llega a conocerlo más y mejor”, dice San Agustín (Sermón de La Santísima Trinidad). Quien ama desea el bien del amado. No es amor lo del profesor, sino ilusión del amor. El Profesor sabe la clase de mujer que es Lola, y en un momento de irreflexión –la soberbia del que, acomplejado, desea demostrar a los demás que “hace lo que quiere”- le propone casamiento, sabiendo que perderá su carrera, además de su reputación. El amor no tiene nada que hacer con el pecado y la degradación moral, pero el Profesor entiende al amor de la misma manera que el protagonista de “Leviatán” de Green: “Cuando alguien se enamora abandona para siempre la libertad; el deseo puede extinguirse, la pasión puede morir del todo, pero queda en el fondo del corazón algo inalienable, algo que se puede dar pero nunca recuperar. El hombre que ama vende su alma y es inútil que el odio le dispute el sitio al amor. Hasta la muerte pertenece a los seres que se ha amado”. En todo caso, lo que creyó ver y amó en la prostituta lo amó en un estado de “borrachera” –bien se dice que el enamorado no sabe lo que hace-. De hecho en su primera noche con ella se emborracha con champagne, a lo que ella le resta importancia. Un pájaro canta en un rincón del cuarto de ella, como para completar la ilusión engañosa de la felicidad. Pero el despertar del borracho será terrible: el odio contenido y la impotencia de quien por sí mismo se dejó degradar hasta extremos insospechados harán que, ya tarde, busque el refugio triste del pasado que no vuelve, para su tormento. Triste es el pecado, triste la vida de los sin Dios, de los capaces de amar y que, por amarse a sí mismos, terminan amando las apariencias de este engañoso mundo. Bien sabemos que “el que se humille será ensalzado”, pero “el que se ensalce, será humillado”. El Profesor pudo comprobar esto en su propia vida. Lamentablemente esto no fue visto por un cine que sólo fue capaz de mostrarnos la enfermedad sin atisbarnos un camino para la cura. Por el contrario, tras este film la Dietrich (que, no se olvide, no se llamaba en realidad Marlene sino María Magdalena, al parecer sin el Cristo) fue importada por Hollywood y exaltada en todos sus films –siempre en el mismo personaje- siendo elevada hasta el Olimpo o Valhalla hollywoodense, llegando a hacer su espectáculo para las tropas norteamericanas que llevaban la “civilización” a la Europa devastada de la segunda guerra. Cuántos de esos soldados, cuántos lunáticos tuvieron después los EEUU es otro cantar, que si el cine se ocupó de ellos, volvió a cometer el mismo error, mostrar la sórdida caída sin la causa y, mucho menos, sin la luminosa posibilidad de redención en manos de Dios.

No es difícil de comprender que la historia de la película es, de alguna forma, como la historia que cuentan las letras de los tangos. Allí también es de notar lo que ocurre con el papel dado a la mujer, y en esto vuelve a tallar Castellani: léase su “La Muchacha Moderna”, en “El Nuevo Gobierno de Sancho” , donde se encuentra un ejemplo de mujer que, como reacción a toda la corriente romántica y su sarta de empalagosos lugares comunes que hacían de la mujer una diosa (“¡Abajo los claros de luna, las serenatas, los mandolines, los claveles, los parques otoñales, los madrigales, los suspiros románticos, las querellas, las poesías de Amado Nervo, la primavera y la inmortal pareja de Verona!”, decreta Sancho) termina reaccionando y yéndose para el otro lado, masculinizándose o prostituyéndose. Bien, esas tendencias que se encuentran en las letras de tango (el romanticismo en Le Pera y la mala mujer en Cadícamo y casi todo el resto), en el cine, más que ninguno en el norteamericano, corrieron a sus anchas esas variantes, simétricas componentes del Error. Porque si por un lado Griffith sostuvo una postura decisionista pero romántica al fin (con sus heroínas indefensas, lánguidas y purísimas como pimpollos) por el otro Hollywood nos dio la vampiresa o mujer fatal (Greta Garbo-Louise Brooks-Marlene Dietrich-Rita Hayworth), mujeres perdidas que hacían perder a los hombres. En el medio, la variante hawksiana de la mujer a lo hombre, dura y cínica, atlética, audaz y moderna, que fumaba y bebía a la par del hombre. En fin, que si el cine luego de su etapa inicial dejó de lado en gran medida el romanticismo (por eso Griffith se tornó un personaje anacrónico y fue dejado de lado sin miramientos), no ajustó las cuentas con él en la medida en que no encontró el equilibrio adecuado (excepto en un Ford, un Hitchcock, a veces tal vez Wyler, probablemente en Manckiewicz), al pegar el salto con ese “despertar del borracho” e incluir a la mujer en el papel que mejor le iba dentro de la movilización general del siglo a la cual el cine hizo un gran aporte. Pero este es un tema que excede este espacio y que esperamos poder abordar en otro momento como corresponde.

HABLAN LOS MAESTROS

“La mayor utilidad de los grandes maestros de la literatura no es la literaria; está fuera de su soberbio estilo y aun de su inspiración emotiva. La primera utilidad de la buena literatura reside en que impide que un hombre sea puramente moderno. Ser puramente moderno es condenarse a una estrechez final, así como gastar nuestro último dinero terreno en el sombrero más nuevo es condenarnos a lo pasado de moda. El camino de los siglos pasados está empedrado con méritos modernos”.

Chesterton – “Sobre la lectura”, El hombre común.


“No es posible hacer crítica sin dominio de eso que se llama cultura general”.

Ramón Doll


“En ningún género literario debe exigirse más limpieza de procedimientos, expresión desnuda y precisa y brazos arremangados que en la crítica, para interpretar y juzgar el pensamiento ajeno”.

Ramón Doll


“En arte, la idea que se quiere expresar vale mucho, pero mucho más vale la manera en que se la expresa.
La forma es lo que hace el valor de la obra artística: de un poema, lo mismo que de un cuadro o de una novela”.

Hugo Wast

jueves, 9 de julio de 2009

CRITICA



VAMPIROS
Director: John Carpenter – 1998


SOBERBIA


Estos días he leído el famoso libro de Troeltsch “El Protestantismo y el Mundo Moderno”, el cual alaba al Protestantismo de haber quitado (o “superado”) la moral sobrenatural, dependiente de Dios y de la Iglesia, sustituyéndole la moral “autónoma”, dependiente de la razón del hombre. Hoy día sabemos lo que trajo al mundo el famoso invento de Kant, la “moral autónoma”: trajo un colapso tremendo de toda la moral, de la sobrenatural y de la natural: trajo justamente las calamidades que sufrimos en este “mundo moderno”, que jamás se vieron en los siglos cristianos. ¿Moral autónoma, eh? Ya te voy a dar moral autónoma, dice el Diablo”.
(R. P. Castellani – Domingo duodécimo después de Pentecostés – Domingueras prédicas)


La moral autónoma de Kant, o el hombre sin la gracia, ha traído también esta clase de films, que son un verdadero y acabado logro formal, un eficaz divertimento, un susto bien orquestado, pero son films hechos contra la esperanza y contra la verdad, perniciosos sobre todo para quienes las demandas de su fantasía pueden hacerlos perder tras fantasmas que se proyectan en la realidad.

Parte de la falsificación de la cultura que en su momento denunciara Castellani es propagar a través de ella innumerables errores o herejías, por cierto que de muy vieja data. Carpenter, a quien Ángel Faretta llamara alguna vez –y con razón- Kant-penter, es de los más adelantados, conspicuos y talentosos cineastas al servicio del error. Si kantiano, Faretta lo definía también –y no por esto dejaba de ensalzarlo- maniqueo. Precisamente, esa angustia ante el Mal radical (para ellos mal siempre se escribe con mayúscula), que deviene de la influencia luterana del filósofo prusiano, y ese confiar sólo en el esfuerzo humano, lo que hace es perder el sentido de la realidad del Bien verdadero, cayendo en una seducción por el mal, y por lo tanto éste pasa a ocupar el primer puesto por sobre el Bien en la consideración del espectador. No hay en este cine, no se muestra, no se intuye, un bien deseable. Eso viene de Kant y su voluntad autónoma, el deber por el deber mismo, ratificado claramente en el final de este film, como en casi todos los de este director.

Al tratarse de una religiosidad enfermiza, el temor –que es el comienzo de la Sabiduría- deviene en terror. Y perdida la reverencia ante Dios, se cae en el reinado del miedo, cuyo yugo se pretende sacudir mediante la intrepidez temeraria del valor físico sin sacramentos ni plegarias. Y en la fascinación por el terror, la preeminencia de los films de terror. Y allí bravatas de quienes no temen enfrentar “vampiros” en la pantalla con sus solas fuerzas porque temen enfrentar sus demonios interiores en la vida, donde está visto que no se puede vencer sin la gracia sobrenatural de Dios.

Decíamos que su forma de mostrar el mal es errónea, no porque sus manifestaciones no sean virulentas o hasta satánicas, sino porque lo muestra como una realidad positiva, cuando se trata en verdad de una realidad absolutamente negativa, siendo como es una privación del Bien (Bien por tal infinitamente superior), privación de algo debido –bien lo enseñaba el Padre Meinvielle- a una culpa que se origina en la condición libre de la criatura racional. Y bien lo dijo, nuevamente, Castellani: “Exagerar esta premisa menor, “el mal existe en el mundo”, aunque sea sin sacar ninguna consecuencia, es argüir contra la existencia de Dios: eso hace hoy día la multiforme y multitudinaria “literatura de pesadilla” y todo el arte de pesadilla, que es arte ateo en el fondo”.

Carpenter mezcla inteligentemente las dosis justas y necesarias de gnosticismo maniqueo, imperativo categórico kantiano, profesionalismo hawksiano, más un toque de anarquismo americanista, un esquema de western y la truculencia hoy día permitida y necesaria de los films de horror. Pero en ese universo cerrado y bien orquestado, puede verse (también en su film posterior, “Fantasmas de Marte”) que el director empieza a repetirse, agotando sus recursos para reciclar los mismos viejos errores: en sus esquemas, en los personajes, en sus ataques a la Iglesia Católica, en el sarcasmo, amén de sus soluciones mediante tiros, trompadas y patadas de karate al por mayor, en un activismo coherente con el kantismo, pero cercano a lo que es el marxismo, una filosofía de lucha y de acción (Cfr. Jean Ousset, “Marxismo y Revolución”). Como buen gnóstico, Carpenter se complace en parodiar o vaciar de sentido la redención cristiana, el sentido del sufrimiento, hasta la idea de sacrificio y amor al prójimo, por esta prescindencia del amor a Dios (véase, ejemplarmente, “El príncipe de las tinieblas”).

No es gracioso (y pretende serlo) que Jack Crow (James Woods) le diga al cura (un imbécil increíble, casi una caricatura): “Váyase al infierno” o que le pregunte “si se le paró” (sic). Se pasa con el sarcasmo innecesario, para que nadie vaya a pensar –lo sospecho- que él cree en los curas. Sólo están ahí para legitimar lo más importante, su pelea física. Es decir, el sacerdote es un personaje subalterno, un mero funcionario –además rebelde a su jerarquía- al servicio de la fuerza o del “guerrero”. O tal vez quiera mostrar Carpenter que sólo confía en los curas que pelean a puño limpio y con las armas en la mano. Y eso es todo. Otra vez: dejemos a Dios lejos de todo este asunto. Y dejemos la influencia moralizadora de la Iglesia.

Recientemente, y no queremos dejarlo de lado por la confusión a que puede sin dudas llevar a los no avisados, comentó sobre esta película Faretta, en una de sus colaboraciones para la revista “cultural” Ñ de Clarín (revista donde suele promocionarse desde lo más mediocre y estulto del anticatolicismo como Andahazi, León Ferrari, Saramago, Savater, Marcos Ribak -alias Andrés Rivera- y un largo etcétera, hasta el libro de un simiesco autor travesti, la “perspectiva de género” o muestras de “arte” herético), que, además de ser un cine “esotérico”, el de Carpenter se trata de un film de vampiros leído por Teilhard de Chardin (Ñ, 9-5-2009). Visto y considerando la confusión y obnubilación (reiterada ya en otros escritos) con respecto a este último personaje, nos referimos al mismo en nota aparte (Ver: TEILHARD Y EL CINE). Respecto de ese “esoterismo” que se pregona en relación a Carpenter, como cristianos decimos que “en nuestra religión no hay cosas esotéricas o reservadas a los iniciados, como por ejemplo los misterios de Eleusis en Grecia, (Jn. 18, 20), sino todo lo contrario: los que se hacen pequeños son los que entienden” (Mons. Straubinger, com. a Prov. 1,20). Esa pretendida visión esotérica, solo accesible para un puñado de “iluminados”, capaces de escrutar en films de clase “B” un saber trascendental vedado a los no “iniciados”, es una distinción vinculada “a los misterios de abajo, que son misterios de tinieblas, y que por consiguiente necesitan una zona de tiniebla para perpetuarse” (Jean Vaquié). Esoterismo u ocultismo que es en definitiva un renovado gnosticismo que, como sabemos, en el fondo remite o se alimenta de “una mística de orden luciférico”. Cuando no se trata en realidad de meras y afectadas paparruchadas.

Finalmente: Tras haber llegado el cine a su punto culminante con aquella lúcida constatación-revelación coppoliana de “Apocalipse Now” sobre el final del mundo moderno:”...el horror...el horror”, cae en la competencia del pensador –y como tal se proponen o nos son propuestos estos cineastas- dilucidar, dar a entender (repito, si se esgrime o se postula una filosofía o “sabiduría” que muchos les atribuyen) mediante sus fábulas el camino trazado, es decir: cómo y porqué se llegó a eso, y cómo se sale. Ni lo uno ni lo otro es conocido por tales, dejándonos a mitad del camino, perdidos como Willard en su infierno interior. Porque proponer la lucha contra el mal sin destacar cuál es el bien, y con sola la voluntad humana sin la gracia de Dios y sin el Sacrificio Redentor de Cristo, es quedarse enredado en el problema, y hacerse parte de él, porque ese haberse apartado de Dios ha traído esta consecuencia.

N. B.: Para destacar: cabe a John Carpenter el mérito de haber realizado el mejor retrato cinematográfico sobre el “Che” Guevara, y esto por partida doble. En su –para mí- mejor film, “Asalto al Precinto 13”, un tal “Cholo” muestra el costado sanguinario del revolucionario -¡ay!- argentino. En la muy posterior “Escape de Los Ángeles”, es “Cuervo Jones” quien parece un clon aggiornado y delirante de aquél. Por cierto que Carpenter se equivoca en oponerle a este criminal su “héroe” Snake Plisken. Se equivoca porque la diferencia entre los dos no es esencial sino accidental. Lo que se opone al Sistema no es el anarquismo o el individualismo soberbio que plantea, sino el catolicismo. Por eso, si fuéramos a buscar un perfecto opuesto –y oponente- a una figura de la catadura de Guevara habría que pensar en un San Francisco Solano o, mejor aún, en un San Luis Beltrán, que, casualmente, murió en la misma fecha que el “Che” Guevara, un 9 de diciembre. Pero los monjes, por lo que se ha visto en “Vampiros”, son para Carpenter inútiles o inoperantes para sus fines.

DOSSIER: TEILHARD DE CHARDIN, ANGEL FARETTA Y EL CINE

TEILHARD, FARETTA Y EL CINE




Enferma leerlo” (Castellani)




“Los Padres de la Iglesia, que con su celo y saber mantuvieron intacta la verdad de la fe, hicieron de la humildad el fundamento de su actividad. Sabiendo que estaban sujetos a error, repetían con San Agustín: “Puedo errar, pero nunca seré hereje”. La prudencia y la humildad no son menos necesarias en los estudios profanos que en los religiosos. Algunos pierden el contacto con la realidad en sus elucubraciones y desperdician su talento dedicándose a estudios que están por encima de sus fuerzas. Cicerón tiene razón cuando dice que no hay doctrina, por absurda que sea, que no haya sido defendida por algún filósofo. Por ello, el Apóstol afirma que “la ciencia hincha”, no porque sea mala en sí misma, sino porque el corazón humano es muy propenso al orgullo. Generalmente los más ignorantes son los que caen más fácilmente en el defecto de exagerar sus conocimientos y cualidades”.

Vida de los Santos de Butler – San Eusebio.


“Es muy lamentable ver hasta dónde llegan los delirios de la razón humana cuando está hambrienta de novedades y cuando, en contra de la advertencia del apóstol, quiere saber más de lo que conviene saber, cuando, con un exceso de confianza en sí misma, pretende buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, donde se encuentra sin la más leve sombra de error”.

Gregorio XVI, cit. por San Pío X.


“No, ninguno que espera en Ti es confundido.
Confundido queda el que locamente se aparta de Ti”.

Salmo 24, 3:



Fue René Guénon quien tal vez –a raíz de su indudable talento- llevó más lejos la influencia de una corriente sincrética que se ha llamado “verdadero conocimiento metafísico”, es decir gnóstico, disfrazando de “tradicional” un pensamiento que iba a acabar, en nuestros días, en el más deplorable modernismo o progresismo religioso. Esclarecedor, para quien quiera ampliar sobre este tema, es el estudio Un gran iniciado: René Guénon (primera parte). Segunda parte

Otro de los pseudo-profetas de amplio predicamento, aunque en este caso de nulo talento literario, más bien alucinado y perturbador, es Teilhard de Chardin (masón y apóstata), otro a quien puede imputársele aquella enseñanza de Santo Tomás que dice: “La infidelidad tiene origen en el orgullo”. Nos referiremos a él teniendo en cuenta el desconocimiento (“ignorancia” puede sonarle muy fuerte a algunos espíritus no acostumbrados a revisar sus ideas) que entre quienes escriben o les interesa el cine hay acerca de sus escritos, sus ideas, su influencia. Dijimos en nuestra crítica sobre “Vampiros” (Ver: SOBERBIA) que la referencia de Ángel Faretta (*) –muy positiva- sobre Teilhard de Chardin es reiterada. De hecho donde más ostensible se hace es al encabezar su libro (donde hay cosas valiosas y estimables, por cierto) “Espíritu de simetría” (Editorial Djaen, 2007), libro en el cual nos menciona, en un tiempo donde aún no habíamos llegado a la ruptura con quien se nos reveló claramente como un falso maestro, munido de esteticismo refinado pero que no dejaba de brindar a sus alumnos unas “bagatelas filosófico-teológicas” -como afirmara Don Luigi Villa de Teilhard de Chardin- que casi todos sus discípulos tragaron sin el menor discernimiento. En honor a la verdad debemos, por lo menos, abordar con sentido crítico este ítem. No nos mueve otro propósito que esclarecer allí donde la oscuridad se aposenta, y nos resulta penoso, por cuestiones personales, el tener que hacerlo. Pero ante todo está la verdad, sin la cual, como afirmó Nuestro Señor, no seremos libres, y sí, por lo tanto, esclavos del error.

Tenemos en cuenta, además, que en por lo menos seis reseñas sobre el mencionado libro de Faretta–ya se trate de periódicos o la Internet- ninguno de los comentaristas toma en consideración la mención de Teilhard de Chardin en cuanto a su gravedad y significación respecto de las ideas farettianas. La penuria de sentido crítico dejó pasar el infortunio. Si alguien pudo pensar que se trataba tan sólo de una cita aislada y desafortunada, creemos que su reiteración en diversos escritos –no de la cita sino del “pensamiento” teilhardiano- puede ser tomada, como lo hizo un periodista de Ñ de Clarín, como “una declaración de principios y una guía”, aunque por cierto extremadamente confusa y propensa a crear confusiones. Otros repetidores son más ingenuos y, por lo tanto, por no saber discriminar, no llegan a ver el peligro que corren. Pero está claro que los desvaríos a que Teilhard ha llevado a sus seguidores (para decirlo en analogía cinematográfica, y sin exageraciones, a la manera del Sutter Cane de “En la boca de la locura”, pero con una posible salida feliz, si se la busca, no como en el desesperado y horrible film de Carpenter) son tanto perjudiciales cuanto impermeables a todo esclarecimiento, cuando las evidencias de una posible ruina espiritual se manifiestan por obra de la caridad al embarullado.

Voces autorizadas –sólo unas pocas- nos hablan de este delirante pseudo-profeta que fue Teilhard. Estudiosos a los que debemos dar gracias por habernos ahorrado la enfermiza experiencia de sondear en los abismos de sus libros, donde el Error corre a sus anchas y, como león rugiente, busca a quién devorar. Voces que dan la Verdad de manera clara e inteligible, porque, al decir del Cardenal Newman: “Cuanto más profundo es el pensamiento, más simple es la palabra”.


Sobre Teilhard de Chardin


“… podemos decir que al margen de los muchos motivos de confusión que derivan del carácter de sus obras y de su extraña y complicada historia humana, lo cierto es que su obra no puede ser considerada como sostenible ni científicamente, ni filosóficamente ni teológicamente”
(Don Luigi Villa, “Teilhard de Chardin”)


“Un Pseudo misticismo, nebuloso y ambiguo, que se evade de los problemas reales con un aura poética, también ella, decadente”.
(Don Luigi Villa, “Teilhard de Chardin”)

domingo, 5 de julio de 2009

CRITICA







LA DUDA

Director: John Patrick Shanley – 2008


ERROR INDUDABLE

“Hoy más que nunca (...) la sociedad necesita doctrinas fuertes y consecuentes consigo mismas. En medio de la destrucción general de las ideas, la afirmación sola, firme, densa, sin mezcla, logrará la aceptación. Las transacciones se hacen cada vez más estériles y cada una le arranca un jirón a la verdad (...) Mostraos pues (...) tal como sois en el fondo católicos convencidos (...) Hay una gracia unida a la confesión plena y entera de la fe. Esta confesión, como dice el Apóstol, es la salvación de los que la hacen y la experiencia demuestra que lo es también de aquellos que la escuchan”.

Dom Guéranger, El sentido cristiano de la historia.

Basada en una exitosa y premiada obra teatral escrita por el mismo director que la fotografió, obra que llegó a presentarse en esta castigada y triste Buenos Aires (protagonizada por la actriz de “Camila” y un actor de televisión), “La duda” presenta el enfrentamiento entre el párroco de una escuela católica del Bronx neoyorquino (Philip Seymour Hoffman) y la Madre Superiora que la dirige (Meryl Streep), durante el año 1964, bajo el influjo del Concilio Vaticano II y la muerte del presidente Kennedy.

La imagen sirvienta de la palabra

Como hecho artístico, sus méritos son escasos, ya que la fuerza de la misma película reside y depende de los diálogos y las actuaciones, por lo que mucho se ha hablado de “duelo actoral” y cosas por el estilo. De acuerdo a este planteo, poco le ha quedado por hacer al autor de la obra: la puesta en escena es obvia y remarcada (planos oblicuos para “enrarecer”; una alegoría para mostrar un sermón “porque queda lindo”, etc.), pero, la obra en sí no pedía sino una mayor rigurosidad dramática y estilística que sólo el cine clásico podría brindarnos, porque además la rigurosidad del planteamiento estaba dada por una certeza –equivocada o no, pero certeza al fin- que permitía involucrar al espectador con lo que se le contaba. La misma duda que tiene el autor en la concepción de la obra –fruto de un espíritu dividido como lo es todo espíritu liberal- se traduce en la falta de convicción para afirmar algo. El film nos deja fríos porque no hay empatía con los personajes y porque lo que parece haber en juego nunca se afirma en su peligrosidad para las almas. Gran error del autor porque para que el espectador siga la historia debe contar con alguna certeza, aunque luego sea desmentida por alguna otra. Esa falta de certeza es la que deja fríos hasta a los críticos progres, que no saben para qué lado agarrar a la hora de comentarla.

Frutos del Vaticano II

Pero, si insignificante artísticamente, el film es una ejemplar muestra que reafirma una vez más cuáles han sido y cuáles son los frutos del Vaticano II. Entre esos frutos, este film y el ambiente que recrea. La escuela es un pastiche modernista vergonzoso, donde los niños y las niñas –ya en franca rebeldía- aprenden juntos a bailar bossa-nova ante el aplauso de estúpidas monjas, que luego les enseñan, sin autoridad alguna, las “sabias” palabras del presidente masón Roosevelt, entre otras nocivas y banales noticias. Esta falta de rigor doctrinal, intelectual y disciplinario se contradice –aparentemente- con el carácter de la Directora, la Madre Aloysius, rígida, conservadora, autoritaria, astuta, avinagrada, a veces puritana, y que ya desde el principio es presentada como un ogro. El director dirá luego que en la película quiso rectificar ese estereotipo que planteaba al comienzo, pero si la monja tiene más cualidades que el cura y los demás, se irá viendo luego más bien que se pliega secretamente a esa confusión general, escuchando en secreto la radio o permitiendo la presencia de la televisión; pero, para mostrarla afín al personaje del comienzo, se la verá mintiendo, y apretujando un crucifijo afirmando que iría hasta al infierno con tal de detener al cura, del que por cierto no tiene pruebas de nada, por lo menos en cuanto a su conducta.

El cura, por su lado, queda bien presentado –para quien quiera verlo- ya desde el sermón del comienzo: un progresista que apela al discurso sentimental para disimular su flojera doctrinal, que quiere “una educación progresiva y una Iglesia compasiva”, que opina que “la Iglesia debe cambiar”, que “hacía falta más libertad” (pero “la pasión por la libertad debe ir a la par con la pasión con la verdad”, como dice Andreas A. Böhmler) y que le dirá más adelante a la monja que “no dejaré que deje esta parroquia en la Edad Media”, porque hay que “reconocer que es un valor dejar un lugar abierto para el debate, para la reflexión, para sacar conclusiones”. Así, “mientras brutalmente ignora que el medioevo y la disputatio son sinónimos” (al decir de Caponnetto sobre ignorancia similar del porno-cipayismo de Andahazi en reciente “polémica”) se da otro rasgo típico de los modernistas, pues habla de compasión y ataca la época de esplendor de la Iglesia, donde florecieron tantos santos y obras de caridad, de saber y de belleza. Dice el cura, en un sermón subversivo donde no sólo no predica la palabra de Dios, sino que ni siquiera menciona una sola vez a Dios (y sí a Kennedy como si fuera poco menos que un dios): “La duda puede ser un lazo tan poderoso y sostenedor como la certeza”,y, más luego: “Un adulto debe aprender a vivir en la duda”. No se trata de proponer la duda metódica de Descartes (aunque de ahí puede venir la cosa), sino afirmarse en un estado de inseguridad porque se duda de la verdad. Al dar el sermón el cura parece inseguro respecto de su fe –evidentemente muy pequeña-, y lo que hace escandalosamente –sin que nadie excepto la Madre Superiora se percate- es trasladarles esa duda e inseguridad a los fieles. Ya está en él esa mentalidad católico-liberal que hoy lo inunda todo, y de la que el Padre Clerissac decía que es “una falta de integridad del espíritu”:

“Esta falta de integridad del espíritu en las épocas del liberalismo, se explica del lado psicológico por dos rasgos manifiestos: los liberales son receptivos y febriles. Receptivos porque asumen con demasiada facilidad los estados de espíritu de sus contemporáneos; febriles porque por miedo de contrariar esos diversos estados de espíritu, se encuentran en continua inquietud apologética; parecen sufrir ellos mismos las dudas que combaten; no tienen suficiente confianza en la verdad; quieren justificar demasiado, demostrar demasiado, adaptar o incluso disculpar demasiado”.
(Humbert Clerissac, cit. por Mons. Marcel Lefebvre, “Le destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar”, Cap. XVI)

Se hace patente en la película que el mundo que conoció la vieja Iglesia –representada por la agria Madre Superiora- se está viniendo abajo: la introducción de novedades en la enseñanza y entre el alumnado; el viento impetuoso que sopla y obliga a la monja a cerrar las ventanas; la caída de las ramas de los árboles; las monjas viejas y ciegas que se caen y se golpean. Se muestra un ambiente decrépito que ya no va más, y que por lo tanto debe cambiar. Uno de los agentes de ese cambio es el sacerdote sospechado, que trae la convicción del cambio, febril pero confusamente (el juguetito que le regala al niño negro, indirectamente, podría simbolizarlo bien: el movimiento permanente). Ese ambiente es reflejo de la nueva iglesia que se estaba implementando en el Vaticano II. Ya desde el vamos se ve –nosotros lo vemos- que va camino al fracaso, que no tiene atractivos ni la fuerza de la verdad. Por eso el director no puede levantar al cura ni a su film, como los curas progres y “nuevaoleros” (como los llamaba Castellani) no atraen al pueblo. Es la inanidad absoluta, la posibilidad de que el cura sea un pedófilo lo mismo que un pastor que ama a sus ovejas –la misma posibilidad e irresolución, todo es lo mismo como en un cambalache.

Por eso se hace indispensable conocer y estudiar el liberalismo católico y, en detalle, el Vaticano II. Veamos este aspecto del mismo, en un artículo escrito por Louis Hubert Rémy:

“Fue la inconmensurable victoria de los liberales luego de cien años de luchas encarnizadas.
El Boletín del Gran Oriente de Francia –nº 48 de Noviembre-Diciembre 1964, página 87- cita como referencia de “posiciones constructivas y nuevas” esta intervención, hecha durante la tercera sesión del concilio por un joven obispo que hizo luego una carrera notable: “Es necesario aceptar el peligro del error. No se abraza la verdad sin tener una cierta experiencia del error. Es preciso entonces hablar del derecho de buscar y de errar. Yo reclamo la libertad para conquistar la verdad”.
Esta declaración agradó tanto a los francmasones que la subrayaron. Y ella es muy grave.
Es de Monseñor Wojtila, obispo de Cracovia, y ella explica su carrera y su comportamiento.
Para un católico, no es la libertad la que engendra la verdad: es Nuestro Señor. No es la libertad la que está primero y originará la verdad, sino que es la verdad la que libera:
“Si permanecéis en Mi palabra, sois verdaderamente Mis discípulos; conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Juan, VIII, 32).
(...)
El orden es: 1º, Jesucristo, enseñado por la Iglesia católica; 2º, la Verdad segura, 3º, la Libertad.
Pero la secta liberal conciliar la gradación que predica es: 1º, la libertad, 2º, la verdad; 3º, Jesucristo.
He aquí la estafa.
Este nuevo orden es falso, pues si colocamos la libertad en primer término, no tendremos siempre en segundo la verdad, sino la Verdad y/o el error. Esto es lo que los verdaderos iniciados saben, y es con este artificio que impusieron su iglesia liberal conciliar, destructora de la Iglesia católica.
Se pueden distinguir cinco fases en su proceso:
a) Al principio se pide “el derecho de buscar y de errar”.
b) Luego son enseñados errores al mismo tiempo que la verdad, y los pocos combatientes por la verdad son marginados.
c) Después se descalifica la verdad, se la declara superada, se la vuelve anodina y se hace pasar al error por la verdad.
d) A continuación la verdad es perseguida hasta su total desaparición: los demonios asesinos suceden a los demonios mentirosos.
e) Y finalmente, es impuesto el reinado del error”.
(“Vaticano II: El concilio liberal”, en Revista Custodia de la Tradición Hispánica, Nº 5, Junio de 2003)


La película plantea este contraste entre la Nueva Iglesia representada por el cura progre y amable –pero del cual no hace un arquetipo, ¿cómo podría, si eso sería afirmar algo, en todo caso una forma de amor por la Iglesia?- y la Vieja Iglesia encarnada por la monja que no se adapta del todo a los nuevos tiempos (para graficarlo el director hace que cada vez que puede la monja cierre cuanta ventana encuentre abierta). Pregunta pertinente: ¿Por qué la película no hace directamente del cura un héroe o un pedófilo? Lo primero por obvias razones ya sugeridas: sería hacer propaganda a favor de la Iglesia, cosa hoy políticamente incorrecta, inasimilable hasta para la misma Iglesia conciliar que no desea confrontar ni convertir a nadie. Lo segundo tampoco porque con que muestre claramente esa posibilidad le basta y sobra para levantar las sospechas sobre todos los sacerdotes. En este caso la duda es más eficaz corruptora que la aserción, si pensamos que la película se dirige también y fundamentalmente a los católicos.

La duda

Cuando el cura habló en el sermón de las virtudes de la duda –que no es, aclaremos, el “examinad los espíritus si son de Dios” de San Pablo, sino el dar un lugar positivo a la incertidumbre de estar o no en el error o la verdad-, el cura lo que hace es colocar una duda en la mente de la monja. Y es esa duda la que terminará resquebrajándola y hundiéndola al final. Es decir, que sembrando la duda la Iglesia Nueva quiebra a la Iglesia Vieja (cuando esta Iglesia Vieja no es capaz de sostenerse y equivoca los caminos para corregir a la Iglesia Nueva, si es que puede). Porque entonces parece que, al tener la Iglesia Vieja dudas, no tiene tan clara su forma de actuar. Interesante ver que de un sermón ambiguo y pueril del cura la monja trasladó eso a una sospecha de conducta ambigua. No es caprichosa la asociación que la monja hace entre la falta de doctrina y una posible falta moral. Una cosa va junto a la otra. El sacerdote ya no cree porque no ama. Por eso los Santos han sido no sólo caritativos, sino campeones de la fe íntegra y la sana doctrina. En cambio, los repetidos llamados al “cambio” y al “amor” de esta mentalidad son mucho más graves en sus consecuencias de lo que el film es capaz de sugerir, aunque su ambiente recrea entonces el comienzo del horror que hoy se vive:

“La mentalidad progresista en la Iglesia de Cristo ha enturbiado gravemente la conciencia cristiana con la falsa libertad ideológica que estimula la rebeldía y deprime la obediencia en el ejercicio de la libertad.
Son muchos los sacerdotes, casi siempre jóvenes, que insisten en condenar a la Iglesia preconciliar que llaman Constantiniana, como la Iglesia mediatizada por el poder político y comprometida con intereses temporales. Desbordan caridad hacia los enemigos de Cristo, pero no disimulan su odio hacia los hermanos en la Fe que no comparten su frenesí innovador, so pretexto de “aggiornamento”. Sostienen temerariamente que el cambio es el signo de la Iglesia de hoy; pero no se refieren jamás a lo que permanece. De este modo apartan la atención de los fieles de lo que es sustancial en la doctrina y en el gobierno de la Iglesia de Cristo, para aplicarla entera a la circunstancial, múltiple y variable. Cunde el menosprecio de la Palabra de Dios y de su Cátedra de la Unidad así como la desobediencia a la jerarquía. Frente a los excesos del autoritarismo se ha pregonado que la libertad es un bien supremo del hombre, promoviendo una ética personalista, anárquica y subversiva. Los excesos de este libertismo moral, impulsan dialécticamente a la expansión de la violencia y del terror en el mundo entero”
(Jordán Bruno Genta – “Principios de la política, Ed. Cultura Argentina, 1978)

La duda es lo que propone el progresismo o modernismo religioso: dudar no de lo accesorio, sino de los principios, porque el hombre es “soberano”. Todo es puesto en tela de juicio, en nombre de la “Tolerancia”. En eso la película es explícita. Pero, como dijo el Cardenal Pie, “sacrificar la verdad a la tolerancia es forzarla al suicidio”. Es precisamente la actitud ambigua –antes doctrinal que moral- del cura la que desencadena todo el conflicto de la película, reforzado luego por varias actitudes ambiguas producto del ambiente de rebeldía inoculado en los alumnos del colegio. Pero el autor del film deja el asunto doctrinal de lado, porque no se anima o no le da el cuero para afirmar una fe católica que no tiene. De hecho, si incluye un niño negro en el centro del drama es porque él mismo ha sido una oveja negra, ya que la película tiene un marcado contenido autobiográfico, según confiesa el director, y fue él quien siendo monaguillo tomó el vino de misa y quien fue expulsado del coro, entre otras cosas que cuenta divertidamente en el material adicional del film en su formato en DVD.

Cine testimonial

Este señor tan sabio y riguroso para quien el Santo Cura de Ars vivió en la Edad Media (sic), que no tiene en mente sino vaguedades acerca de la libertad que debe reinar en la Iglesia, que confiesa que se puso el nombre de confirmación Patrick por un protagonista de la independencia (norte)americana llamado Patrick Henry que es exaltado por una famosa sentencia que incluye en la película: “Denme la libertad o denme la muerte” (lo cual traspolado a la Iglesia no tiene sentido, o un contrasentido cuyo sentido sería “Denme la libertad para la muerte”), este multipremiado y exitoso dramaturgo viene a meterse con la Iglesia sin que nadie diga nada, dándonos un film malsano, desalentador, de una mediocridad propia de un burgués, y todo envuelto en el práctico manto de la “tolerancia”, la “libertad” y la “compasión”, pero bajo sospecha. El mismo lenguaje barnizado de caramelo (que atrae literalmente a las moscas) que vierten las monjas en las que se basa la historia, y a quienes podemos ver y escuchar en el complemento que trae el DVD, en este caso muy útil para comprender lo que el film nos presenta, en su carácter de testimonio.


El director de la película junto a una de las monjas (¡!)


“Nos dijeron que nos modernizáramos de acuerdo con la época”, dice una de estas “monjas” de la congregación “Hermanas de la Caridad”, para agregar satisfecha: “Pudimos aprender a conducir, sacamos la licencia de conducir y luego pudimos votar”. Otra aporta la típica inconsistencia modernista: “Atravesamos muchos cambios. No sólo en la ropa, sino en todo el estilo de vida. A veces desearía que alguien hiciera sonar una campana y nos hiciera callar porque me gustaría tener paz y tranquilidad. Nos rodea más ruido que antes y así que debes salir a buscar un lugar tranquilo. Creo que la mayoría de los cambios han sido buenos”. ¿A qué se debieron estos cambios? Otra “monja” responde: “Para mí, el Concilio Vaticano II fue uno de esos momentos trascendentales de la vida. Todo cambió en la Iglesia. Fue así en la congregación. Creo que nos independizamos como resultado del Concilio Vaticano II y no quiero volver a la etapa anterior. Creo que, en muchos aspectos, maduré. Entendí más claramente de qué se trataba la vida religiosa en cuanto a conectarme con la espiritualidad que fue el regalo de nuestros fundadores que se perdió en el camino”. Lamentables declaraciones que nos hacen recordar al Papa Pío XII cuando decía: “Hablaban de progreso cuando retrocedían; de elevación cuando se degradaban; de ascensión a la madurez, cuando se esclavizaban...” (Sumi Pontificatus).

La duda viene de haber roto con la Tradición, por haber perdido la fe. Una vez rotos los puentes que unían con la Iglesia de siempre, la que nos viene desde los Apóstoles, el resto viene solo. Por eso los casos de corrupción y de pedofilia se producen en la Iglesia conciliar modernista. Pero eso es algo que la película no se anima a admitir, carenciada como es de valentía, por no hablar de optimismo. Claro, el único optimismo válido es el que no mira hacia el mundo, sino el que está anclado en Dios. Por eso se llama esperanza.


Enlace:
ANCLARSE EN DIOS, “La duda” por Mons. Richard Williamson.