“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

martes, 27 de octubre de 2009

ANIVERSARIO - JORDAN BRUNO GENTA

JORDÁN BRUNO GENTA

A 35 años de su martirio
1974 - 27 de octubre - 2009


“Vivimos una hora grave, solemne y decisiva. Acaso sea mejor para los hombres, y en especial para los cristianos, tener que vivir peligrosamente, expuestos a morir en cualquier momento. Digo que acaso sea mejor, porque aún antes del Cristianismo, el verdadero fundador de la Filosofía en Occidente, que fue Sócrates, enseñó que la Filosofía es una preparación para la muerte. Y nosotros adoramos a un Dios hecho hombre, crucificado por amor, en la figura del fracaso y de la muerte. No hay, pues, otro modo de llegar a la Vida verdadera, que recorrer el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo”.

Jordán Bruno Genta, 26 de octubre de 1974. “Testamento político. Homenaje en el VII Centenario de Santo Tomás de Aquino”. Ediciones del Buen Combate, Buenos Aires, 1984.

viernes, 23 de octubre de 2009

NOTA - LA IMPORTANCIA DEL MECENAS

LA IMPORTANCIA DEL MECENAS
(A los amigos y benefactores)



“¡Oh, Mecenas, hijo de reyes, mi apoyo, mi dicha, mi gloria!”

Horacio, Odas, I, I.



“Es imposible, para finalizar, no decir dos palabras sobre el mecenas, que ha tenido un papel tan primordial en el desarrollo de las artes. La dureza de los tiempos y la demagogia invasora que tiende a hacer del Estado un mecenas anónimo y tontamente igualador, nos obligan a echar de menos al margrave de Brandenburgo, que ayudó a Juan Sebastián Bach; al príncipe Esterhazy, que se ocupó de Haydn. Y a Luis II de Baviera, que protegió a Wagner. Si el mecenato se debilita día a día, honremos los pocos mecenas que nos quedan, desde el mecenas pobre que cree haber hecho bastante por los artistas cuando les ha ofrecido una taza de té en cambio de su gracioso concurso, hasta el ricacho anónimo que, al delegar el cuidado de distribuir sus liberalidades a la secretaria encargada del departamento de munificencias, se convierte así en mecenas sin saberlo”.
(Igor Strawinsky – Poética musical)



“Pregúntele al portador si Su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento.
­-Pues, hermano –le respondí yo-, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado; porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje, además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear.
(...) Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia”

(Miguel de Cervantes Saavedra, Dedicatoria de la segunda parte del Quijote al Conde de Lemos, 31 de octubre de 1615).


"Mi noble Señor, vacilo antes de molestarle con esta carta mía: y lo hago sólo por cuanto me ha dicho el recaudador general Uytenbogaert, ante quien me he quejado por el retraso en pagarme."

(Rembrandt, 27 de enero de 1639)


“Excelencia:
Si los desafortunados no tienen el apoyo de los más propicios mecenas, tienen que desesperar. En una situación así de desgraciada me encuentro yo si V. E., mi magnánimo y antiguo protector, no me presta su apoyo.
(...)Le ruego, por la misericordia de Dios, que no me abandone y le aseguro a V. E. que, si mi prestigio sigue amenazado, haré todo lo posible por proteger mi honorable nombre, pues aquél que me deshonra puede quitarme también la vida.
El gran apoyo de V. E,. es mi único consuelo en este caso y me resigno, a la vez que beso vuestra mano con lágrimas en los ojos”.

(Carta de Antonio Vivaldi, 2 de enero de 1739).



“¿No podría mandarme cinco dólares? Yo estoy enfermo, y Virginia está a punto de morirse...”

(Carta de Edgar Allan Poe, 1843).


“Si eso no te es imposible, dale a este hombre no importa cuánto –para comprarme un poco de leña- y pagar, no en su totalidad –la suma te parecería enorme, asciende a cuarenta francos- a un pequeño negociante de al lado de casa. Será suficiente, por hoy, saldarle una parte. Yo pagaré el resto dentro de tres días. Ahora bien, como sé cuánto te fastidio, cuánto te canso, y cuánto te molesto, encontraré muy natural que rechaces francamente este pedido. Tan solo que, en ese caso, te ruego enviar instantáneamente no importa qué suma, a fin de que no esté obligado a escribir en la cama con los dedos helados, y que tenga de qué vivir dos o tres días”.

(Carta de Charles Baudelaire, 10 de diciembre de 1853).


“Gracias por tu carta; pero mira que he languidecido esta vez; mi dinero se había agotado el jueves, así que hasta el mediodía del lunes, resultó terriblemente largo. Durante estos cuatro días he vivido principalmente de 23 cafés y con el pan que todavía tengo que pagar. No es culpa tuya, si la hay es mía. Porque he estado desesperado por ver mis cuadros en los marcos y he pedido demasiado para mi presupuesto, ya que el mes de alquiler y la criada también había que pagarlos. Aun hoy, volveré a arruinarme, porque también debo comprar la tela y prepararla yo mismo, ya que la de Tasset no ha venido todavía.
(...) ¿Sabes cuánto me queda para la semana y aún después de 4 días de rígido ayuno? Justo 6 francos. Hoy es lunes, el día mismo que recibo tu carta.
He comido a mediodía, pero esta tarde será preciso que coma un pedazo de pan.
Y todo prosigue sin ninguna novedad, sea en la casa o en los cuadros, porque no tengo desde hace por lo menos 3 semanas de dónde sacar 3 francos...
No tardes, si esto no te molesta mucho; no tardes en enviarme el luis y la tela.
He estado ocupado de tal modo desde el jueves, que de jueves a lunes no he hecho más que dos comidas, por lo demás no tenía más que pan y café, que todavía estaba obligado a beber a crédito y que debo pagarlo hoy. Así que si puedes, no te demores.
(...) Quisiera llegar a hacerte sentir bien esta verdad: que dando dinero a los artistas, tú mismo haces obra de artista y que yo desearía solamente que mis telas lleguen a ser tales, que no estés demasiado descontento de tu trabajo”.

(Carta de Vincent Van Gogh, Octubre de 1888).



“Tengo tal necesidad, que estoy dispuesto a colgarme. No puedo pagar las deudas, ni partir, porque no tengo dinero para el viaje, y estoy desesperado. ¿Qué haré hasta fin de año? No lo sé. Mi cabeza se rompe. Ya no tengo a nadie a quien pedir un préstamo. He escrito a un pariente para pedirle 600 rublos. Si no me los manda, estoy perdido”.

(Carta de Fedor Dostoievsky).



“Como hasta la fecha, gracias a Dios, no he tenido ocasión ni necesidad de ocupar mis conocimientos facultativos en obras relacionadas con el Estado y sí sólo se han dignado utilizar mis servicios algunas respetables personas particulares, no puedo menos de consignar que contrasta, de una manera penosa, ver la gran diferencia entre el Estado y aquéllas, que saben hacerse cargo que hay que satisfacer sus honorarios a quien vive de su trabajo, y entienden que, a personas que se creen dignas, no hay que ponerlas en el caso de mendigar lo que en justicia les corresponde”.

(Carta de Antoni Gaudí, 21 de noviembre de 1892).


“He tenido por tarea hablar a las almas situadas fuera de la Iglesia, y se puede probar que no les he hablado en vano. Dios sabe que no pido otra cosa que continuar; pero, lo repito, estoy viejo y más de treinta años de miserias y de penas han destruido casi mi fuerza física. Hoy no puedo proseguir mi obra sino a condición de trabajar con seguridad, sin el tormento cotidiano de ganar mi sustento y el de los míos. Usted, que está en contacto con ricos, verá lo que puede hacerse. ¿Es verdaderamente imposible obrar sobre esas almas, ordinariamente incapaces de comprender la perfecta iniquidad de sus gozos terrestres, mientras hay seres que sufren trabajando por la Gloria de Dios?”.

(Carta de León Bloy, 12 de marzo de 1913).



“He aprendido en mi vida, bien, como el que más, tres oficios, sacerdote, profesor y escritor; y este país no me deja ejercitar ninguno; máxima humillación para un hombre de corazón, tener que mendigar pudiendo trabajar. Trabajo igual, y trabajando igual, al máximo de mis facultades, no gano para comer”.

(Carta de P. Leonardo Castellani, 24 de julio de 1956).


Hay una fábula que dice así:

“Un poeta pobre, promovió un pleito a un ricachón. El juez los llamó a los dos a su presencia. El poeta, que no tenía para pagar un defensor, le pidió al dios Zeus que le protegiera, diciéndole.
-¡Míranos, oh poderoso amo de las nubes, estoy flaco de hambre, harapiento en el vestir y mi contrario está gordo y vestido de sedas y oro, la vanidad le hace casi reventar, y yo no tengo casa ni pan suficiente siquiera...mi único bien es mi imaginación! El ricachón vive en un palacio rodeado de sirvientes y tiene sacos llenos de monedas...Yo no tengo más que mis versos...
Júpiter miró al poeta, sonrió y le dijo:
-¿Y te parece poco, que por los siglos de los siglos durará tu fama, se difundirán tus palabras y se citarán las obras producto de tu imaginación? De este señor gordo y ricachón, no sólo no se acordarán sus nietos, sino que sus hijos tal vez ni lo mencionarán. Tú elegiste el camino de la gloria y él va a impulso natural por el camino del bienestar material, pero si pudiera comprender su pequeñez delante de tu destino y su insignificancia al compararse contigo, se quejaría mucho más que tú.
La gloria es el caudal de los elegidos”
(El ricacho y el poeta, Iván Krilov).

No parecen difícil de decir estas cosas para alguien como el autor de la fábula, un funcionario protegido de los zares de Rusia. Pero es claro que esta fábula no hubiera servido de ningún consuelo, antes bien, hubiera caído como falsa e infame excusa sobre la apremiante necesidad de artistas como Van Gogh o tantos otros que necesitaban en vida del apoyo necesario para continuar con su obra, y no de simuladas e inciertas glorias futuras. Triste halago el de la fama póstuma, enriquecimiento de quienes no han tenido que dar su vida para elaborar inmortales obras. De allí la calidad moral de quienes, comprendiendo tal necesidad, se avinieron a brindar su apoyo efectivo a quienes eran en verdad artistas. Porque también hay que decir esto último: hoy al que le va mal es al artista verdadero; el falsario, el mediocre, el estulto y el domesticado, esos son útiles, aprovechables, y venden.

Hay quien cree, desde luego que cobardemente, que estas cosas ya no pueden suceder –porque a ellos no les suceden. Que el hombre íntegro que se opone al mal –en todas las esferas, pero también en el del arte- no debe pagar un precio. Que el sufrimiento de estos hombres decididos es una especie de “martirologio laico” propio del romanticismo, y que el siglo XX, a través del cine y su sistema de grandes estudios, logró superar. Craso error y estrechez de miras. Porque el precio ha de pagarse siempre, de una u otra forma. Si no en la penuria económica, si no con el hambre o la estrechez material, sí en la falta de reconocimiento, en el desprecio, en la incomprensión aún en medio del éxito masivo o popular, siempre dado por razones equívocas, transformando al artista en comparsa de un estado de cosas que contamina con su afán de lucro los más nobles deseos y aspiraciones, ya sean artísticas, ya espirituales. Antes o después, el artista, el hombre que no desea plegarse a este mundo, si es consecuente con esta idea, debe pagar su precio. Así ha sido siempre y así será. Si el artista no es autónomo dentro del período del cine clásico, los estudios de Hollywood no han sido un equivalente de la Iglesia Católica durante la Edad Media, ni los productores de la “Meca del cine” –dan fe de ello los testimonios de todos los grandes directores de cine, incluido Hitchcock, con sus afanes de independizarse- tampoco fueron los Médici renacentistas. Aquello no fue sino una fábrica de un muy alto standard, de un gran sentido artístico, pero fábrica al fin de productos que deben ser comercializados y dar un rédito económico antes que a nadie a los magnates que los dirigen. La visión romántica sobre Hollywood –que viene a oponerle a la simplista leyenda negra una leyenda blanca o rosada donde esos estudios serían algo así como una oposición camuflada del sistema liberal que los hizo posibles- sólo es una fantasía que acomoda la realidad tal vez con el vago de temor de tener que enfrentarse con una decepción al por mayor y sin la satisfacción que otorgan los dadores de sentido a quien prefiere hacer su camino sin apartarse del ancho sendero del mundo. El orden político moderno no es el mismo que el del mal llamado Renacimiento, aunque de aquellos polvos vinieron estos lodos. Simplificar tal orden operativo de las cosas –inmerso dentro de la trama oculta de la teología política- es tan grosero error como aquel que toma la Religión en meros términos políticos o “tácticos”, poniendo delante lo que es añadidura. Es el error típico de quienes influidos por un falso ecumenismo se aggiornan al mundo, pero siguen llamándose a sí mismos católicos, aunque viven, piensan y actúan como liberales.

Hemos de repetir que la simplificación de un asunto tan complejo como este último, sólo puede servir de excusa para que el pensar se ubique –se apoltrone- en un sitio que dispensa de recibir una inquietante verdad, pues busca la paz a través de lo que no puede darla y la confirmación de estar en el buen camino sin necesidad de cargar una cruz pesada. “Estoy sin trabajo ahora, y lo he estado durante años, porque no comparto las ideas de los señores que otorgan puestos a quienes piensan como ellos” escribía Vincent Van Gogh: “Este es el destino -dice Stan Popescu- del hombre dotado por Dios con dones de creatividad. Un siglo después de las memorables líneas de Van Gogh, su realidad es mucho más vigente. La diferencia está en el hecho de que en aquel entonces “los señores que otorgan puestos” eran muy pocos en comparación con la omnipotencia de los strategoi autokrator de Leviathan. Esos “señores” investidos de poderes “supremos” e “irreversibles” (siendo nominados por los más “altos representantes del pueblo”) dictaminan las leyes, las normas y las reglas avaladas por la cámara alta y la baja, y “masivamente” difundida y entusiastamente aplaudida por los “masivos medios de comunicación” (“Democratización de la cultura”, Ed. Euthymia, Bs.As. 1992).

Popescu resalta también estas palabras de Karl Jaspers que definen el proceso creativo auténtico como algo problemático: “La persona creadora está orientada a un todo que tiende a la infinitud. La domina un deseo de unidad bajo la idea. El proceso del crear es incluso un proceso que para el análisis radica en la infinitud, es por ello eternamente problemático. La creación a su vez comunica para los receptivos una dirección hacia el todo y hacia el infinito” (“Psicología de las concepciones del mundo”). He allí porqué el verdadero artista no cae en lo que un crítico llamó la “tecnificación de la diferencia”: porque la verdad de su arte lo “diferencia” a la fuerza sin necesidad de ninguna impostura de su parte. Más bien puede pensarse que el que teme demasiado caer en esa “tecnificación de la diferencia” –o endilga a los católicos que no son mundanos tal error- desea ser un outsider que pase desapercibido, un vivillo que cree ser molesto para el sistema, cuando en realidad éste lo permite porque ni se ha enterado de su existencia o no le es contrario en absoluto. No se puede ser León Bloy mientras se goza los placeres de la vida, así como no se puede ser cristiano si no se es rechazado por el mundo.

La ausencia en la actualidad de los mecenas se da de la mano con la ausencia de verdaderos artistas , y no es ajeno a este estado de cosas la vulgarización y nivelación igualitaria de la mediocridad que ha traído consigo la modernidad, ya en su variante liberal, ya en la marxista. La ausencia de las aristocracias –o su reemplazo por las aristocracias del dinero- ha ido recluyendo cada vez más al artista, al creador, al pensador, al poeta, al crítico, a una instancia de sobrevivencia muy difícil, cuando no a una influencia estéril en la consecuencia que su obra obtiene de la sociedad en la que vive. Los compromisos inevitables que la industria del cine impone a los directores, no coartan sus posibilidades artísticas sino en tanto y en cuanto se soslayen determinados temas tabú o una cosmovisión claramente contraria a los presupuestos sobre los que la sociedad liberal en que se asienta el artista se ha edificado, una sociedad enmarcada bajo el curso de una Historia que se pretende incuestionable. La libertad que el artista ejerce a partir de unos límites necesarios –y entre ellos el de la pobreza, no la miseria, si no de bienes, del deseo de tales, como atributo indispensable- debe ser una libertad “traducida en la de la persona y la libertad de la inteligencia. El artista, con todo su talento y deseos de creatividad siente su entusiasmo y vitalidad mutilados y su inspiración se ve amputada cuando está sometido al terror psíquico y moral de los “comunicadores” de las ideologías vulgarizantes y vulgarizadoras del demos. Estas ideologías, no admiten independencia de pensamiento, ni libertad de creación. La creatividad se basa en estos dos pilares, que el “sistema” democrático rechaza y combate con las armas de su hermano gemelo: el sofista” (Stan Popescu, ob. cit.).

Sólo mediante un mecenas, un protector, un “conspirador” contra tal estado de cosas, a favor de la verdadera libertad creadora, puede el artista imponerse ante tan duras pruebas de sus enemigos. Pero he allí que, pasado a la historia el orden cristiano, lejos del culto mecenas renacentista, aun del magnate tolerante y dispendioso con su exorbitante ganancia, el mundo democrático se abastece de “arte y cultura” a través del Estado, las mega empresas multinacionales, la fundaciones libres de impuestos, los multimedios de comunicación, los Bancos, o incluso el simple productor o editor independiente que sigue la corriente del mundo, todo aquello que precisamente niega el sentido de la trascendencia del arte y de la vida como milicia. Esfuerzos individuales, peligrosas excepciones, pueden establecerse, porque la barbarie no será completa. Pero el curso dado a tales manifestaciones será cada vez más limitado, en la medida en que los vulgarizadores con sus medios infinitos de comunicar “cultura” restrinjan hábilmente tales obras.

De allí la importancia del mecenas, del editor, del productor, del propagandista, de aquel que, porque ama de verdad al arte, es capaz de comprender al artista, aquel capaz de recibir honestamente, sin hacerle oídos sordos, estas palabras del padre Castellani:

“Ud. que es un artista sabe que el trabajo de un artista es diferente del trabajo de un picapedrero, y debe ser remunerado diferente. Un picapedrero puede picar piedras todos los días, esté de buen humor o de mal humor; y yo también; pero yo no puedo escribir cuando estoy de mal humor un día. Obligar a un artista a trabajar todo el día y todos los días, como un picapedrero, si quiere comer, es obligarlo a picar su propio cerebro, y llevarlo a un estado enloquecedor. La sensibilidad propia del artista lo hace muy vulnerable; y la belleza artística es muy frágil armadura contra las tormentas de esta vida. Esos que se llenan la boca de “la justicia social” consistente en aumentar los salarios de los obreros manuales, ni idea tienen a veces de las tremendas injusticias sociales que pesan muchas veces sobre el mundo no obrero, la “clase media” que llaman, que aquí ni es media ni cosa que se le parezca. La justicia social única verdadera es la moral cristiana, la cual enseñó Santo Tomás, que cada uno debe ganar “lo que necesita conforme a su estado”.
“El estado de un artista o un letrado no es el estado de un picapedrero, notó Cervantes en su elogio de las armas y las letras. Mi propio estado no es lo mismo que el estado de un casado con una ponchada de hijos, como Nimio de Anquín o Ud. Que paguen cinco millones de pesos anuales a un boxeador o a un futbolista, Uds. lo llevarán con paciencia, con tal que los deje vivir a Uds.; aunque de suyo está mal, de acuerdo a aquel principio; pero si arrojan millones a las manos de los que no producen, y más vale destruyen, después no alcanza para todos, y caen los que producen. Uds. no pretenden ganar lo que gana un mercachifle tramposo, un funcionario aprovechador, un financista “maula”, ni siquiera algunos generales políticos, aunque estoy seguro que si eso ganaran (lo cual no sería injusto) lo invertirían en obras de carácter público, conforme a la virtud aristotélica (muy olvidada por los cristianos) de la magnificencia; pero hay Otro que lo exige, cuya maldición ojalá no caiga sobre este pequeño país preñado de iniquidades”.
(Leonardo Castellani. “La muerte ignorada de un gran ilustrador argentino: Marius”. Revista mayoría Nº 44, 3 de febrero de 1958).

Nada podrá hacerse, nada podremos hacer, sin esta figura indispensable en la historia de las artes, del pensamiento y de la cultura, a quien debemos la continuidad de la herencia que, de perderse, significará el final de una manera de ser en la historia, a través de la cultura: a imagen y semejanza del buen Dios que dijo: “Al que tiene se le dará”.

CRITICA



INVASIÓN
Director: Hugo Santiago - 1969


LA INVASIÓN DE LOS PROFANADORES DE CUERPOS
(O Bresson en una Buenos Aires ya invadida hace mucho tiempo)


Estamos ante una de las más destacadas películas del cine argentino, y, también, una de las más sobre valoradas por la crítica vernácula (como, de paso, la obra toda de Borges, huelga decirlo). Cada uno puede decir por qué despierta su entusiasmo, pero es evidente en ella la perfección de la forma, su rigor de construcción, el no haber dejado nada sin premeditar. Es lo primero que se evidencia. Sin embargo, a pesar de que el film muestra en sus protagonistas a unos personajes de clase media vinculada al trabajo –algunos de ellos-, y se regocija en mostrar el café, el canto de una milonga, la pasión por el fútbol, la amistad de la muchachada y el sonido de un bandoneón, la visión es, a todas luces, intelectualista, es decir, la de quien ve todo eso desapasionadamente y desde lejos (digamos, desde París, física o imaginariamente), sin verdadero arraigo con la realidad de lo que es eso que “es más que la gente”. El estilo, por otra parte, tributario de Bresson, no casa bien con la idiosincrasia del argentino, por lo que el evidente esfuerzo de los actores por no dejar escapar ninguna emoción transforma su rigidez en una mascarada impopular para el espectador argentino. De allí el que se haga de esta obra un “film de culto”, apreciado especialmente en los círculos de relamidos intelectuales de café, los snobs estudiantes de cine o los por algunos llamados "farettitas". Pero vayamos por partes.

Cozarinsky (otro intelectual que mira cómodamente a la Argentina –una Argentina que se termina en Buenos Aires capital- desde París)* había escrito que en “Invasión” Santiago confronta lo que en teoría debería excluirse, pero no lo hace: el estilo de Bresson con el de Raoul Walsh. Habría que pensar en todo caso que esa mezcla debe un 80 % a Bresson y un 20 % a Walsh (las escenas de tiros y refriegas, la acción física violenta). Pienso en Bresson –de quien Santiago (Muchnik) no se cansaba con toda gratitud de mencionar que era su maestro- y le aplico estas palabras de Chesterton sobre Stevenson (in extremis): “El verdadero defecto de Stevenson como escritor...era que, por haber simplificado demasiado, había perdido algo de la cómoda complejidad de la vida real. Todo lo trató con una economía de detalles y una supresión de lo superfluo que tenía finalmente algo de rígido y antinatural...” ¿Acaso no aplicamos estas palabras también a Borges? O, con más entidad, estas palabras de Ramón Doll que el gran crítico dedicó al ya entonces renombrado escritor y que pueden extenderse al cine de Santiago:”...su carencia de tono afectivo, porque quien como él prefiere helarse las entrañas y la cabeza antes de correr el riesgo de dejar adivinar sus emociones en un lugar común o una frase demasiado suelta, podrá tener de los buenos escritores europeos ilustres influencias, pero jamás dejará escrita una página argentina, con sus vicios, pero con sus encantos. Toda su expresión frígida, donde la emoción es espiada y luego anestesiada deliberadamente, es realmente una evasión obsesionada del lugar común, pero a costa de los más genuinos y auténticos impulsos de sí mismo”.

Por otra parte, si hay algo que Muchnik-Borges-Bioy Casares (los dos últimos autores del argumento y guión) eluden deliberadamente -¿acaso por imposibilidad no comprendida, pedantería, suficiencia ?- es la identificación con los personajes o el personaje principal. Hay un tratamiento distante con respecto a ellos. Como decía el Padre Castellani: “¿Qué falta en sus obras? Falta algo. Sus obras son falsas. Son cerebrales, no llegan al corazón, no interesan al alma. Es esencial al arte dramático que el espectador entre en los personajes, se identifique en cierto modo con ellos” (Sobre “El conde Alarcon y El caballero Varona” de Jacinto Grau).

En “Invasión”, la muerte de los protagonistas es fría –valga la expresión-, no tiene la dimensión que, justo es decirlo, sí le da Muchnik al final cuando muere Herrera, la única escena emotiva del film, cuando don Porfirio-padre lo acaricia. Si esto es buscado, sin embargo no basta para engrandecer toda la serie de muertes anteriores, muertes violentas pero asépticas. Es cierto, así son los invasores, pero el error está en que así son también –o casi- los defensores, y la diferencia entre ellos debería ser mayor. Pero, bien dice Cozarinsky, los personajes “no se proponen agradar sino jugar, con elegancia y probidad, un juego cuyas reglas exhiben en el acto mismo de acatarlas”.

Todo se torna juego. ¿Pero acaso el artista no debe mostrar su visión del mundo, dentro de ese juego? Aquí deberemos tocar el tema del mal. Los conceptos de bien y mal que parecen difuminarse. Decir mal es decir los malvados del film, los invasores. ¿Quiénes son y de dónde vienen? No se sabe. Sí que son numerosos, pulcros y efectivos. Visten de traje claro, son educados y despiadados. Matan sin pasión. Saben que la gente va a comprarles lo que ellos vienen a venderles (¿qué será?). Hablan como los defensores, es decir, que parecen de la misma nacionalidad, aunque quieren aplicar una política perjudicial a Aquilea (Buenos Aires). Bastante poco, casi tan poco como podemos saber de los extraterrestres de los films yanquis. “Invasión” es en ese sentido lo contrario de “Martín Fierro”. El gaucho sabía por qué y contra qué y quién luchaba. Hernández no le escatimaba el bulto (ni aún personalmente, pues siempre se la jugó) en identificar aquel enemigo del gaucho, su protagonista. Lo mismo el gran cine argentino clásico (llámese Sóffici o del Carril). Borges y Cía., en cambio, eluden aquí un gran problema. ¿Quién podría ser su enemigo? Justo ellos, que nunca habían sido perseguidos –ni siquiera en el Peronismo, pues ese episodio fue magnificado por Borges-, justo ellos que eran parte de la “inteligentsia” del sistema liberal triunfante, ¿a quién le iban a apuntar? Creo que ellos tampoco tienen la respuesta, de ahí este enemigo abstracto e irreal de “Invasión”. En todo caso, todo se reduce a alguien que quiere invadir una ciudad y debe ser rechazado.

“Siempre el coraje es mejor”, dice un verso de Borges, y a eso parece limitarse la idea que mueve a los resistentes. Pero, a esto podríamos decir con Castellani que “la falsificación liberal de la Fortaleza consiste en admirar el coraje en sí, con prescindencia de su uso, o sea, prescindiendo de la Prudencia y de la Justicia. El coraje en sí puede ser una cualidad natural, una especie de furor temperamental, una ceguera para ver el peligro, o una estolidez en soportar males que no se deben soportar.” ¿Por qué decimos esto, que acá no pareciera ajustarse del todo? Porque además “no existiría la Fortaleza o Valentía si no existiera el miedo: “el miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente”, y tampoco si no existiera la vulnerabilidad”. Los personajes de “Invasión”, excepto el que se manifiesta abiertamente como cobarde, que vence valientemente ese hecho, no muestran en ningún momento miedo, ni siquiera una inquietud o vago temor. No parece que hubiera miedo ni a la muerte ni al mal definitivo. El líder Herrera es un “duro” incólumne, los otros juegan simplemente a ese juego donde Borges parece querer mostrar (digo Borges porque acá su influencia es evidente) que el valiente no conoce o no demuestra el miedo, actitud pueril del que en el fondo tiene miedo. Por eso su gusto por las escenas de cuchilleros y otras por el estilo. Por otra parte, el carácter sobrio del sacrificio viril que podemos ver en los films de Hawks, Walsh o Mann (en algún sentido, intentan ser una superación de la muerte negándola, ignorándola o des-dramatizándola), que tiene en aquellos la emoción de la bella acción encarnada en personajes-actores afines a nuestra simpatía, se pierde acá en el difuso protagonismo del grupo falto de carácter, más bien ajustados solamente al cumplimiento de una función específica ordenada por el guión.

Como también sabemos, “cuanto mejor es el malo, mejor el film”, y acá ese carácter abstracto y distante, despersonalizado de los invasores se ve justamente disminuido ante la falta de detalles e intimidad respecto de los defensores. Pero es que éstos representan lo que es Bs. As. para Santiago –un porteño-hebreo-afrancesado- y Borges –siempre “mirando” hacia Europa-, apenas un grupo de amigos que se juntan en un bar, un lugar donde algunos toman mate, otros cantan una milonga o se emborrachan, otros ven películas o se acuestan con diversas mujeres. “La ciudad es más que la gente”, dice uno de los personajes. Bien, pero ¿qué más? ¿Es capaz Santiago de llegar a representar eso que no sabe definir?

Esta ciudad del hombre, ciudad del pecado, ¿guarda algún resto de religiosidad, de tradición cultural, más allá del mate y la milonga? Ninguno de los personajes atisba un sentido religioso o histórico con respecto a su tierra, su patria, la patria hispano-católica que nos legaron y que forjó la tradición argentina. Son gente voluntariosa pero cuyos defectos los hacen defeccionar. Su misma forma de hablar no es la del pueblo, sino la de los libros de Borges, un habla literaria, sentenciosa y concisa, demasiado notoria. Entonces, ¿qué es lo que estos hombres tratan de defender? Su lugar. Pero, ¿qué más? El lugar donde están nuestros amigos, podrían respondernos, y no sería una mala respuesta.

Pero, ¿acaso se pretende obtener la victoria sin la ayuda de Dios, en un lugar donde de antemano se lo ha expulsado? Ese es el asunto que nadie se plantea a la hora de decir tantas cosas sobre esta película. La invasión no ocurre entonces, sino que ya se produjo y ya ha vencido. Está adentro. ¿Cómo? Por medio de los intelectuales como Borges y Cía., los cuales han desterrado a Dios de sus vidas y por lo tanto de sus estériles obras. Esa forma de pensamiento ha triunfado y la gente la ha “comprado” (no se sabe para qué). En el país de los tuertos el ciego es rey. Es la invasión de los que se auto-engañan y no ven más allá de la obra que tienen entre manos. La invasión de los que no quieren saber nada con Dios y por lo tanto ni siquiera creen en el ángel caído, es decir, que finalmente elucubran un mal abstracto que no alerta a nadie. Describen entonces muertes que no trascienden, porque detrás no está la vida. “Los pueblos no mueren –dijo alguien- porque se les combata o conquiste, sino porque se les corrompe”. Y como bien escribió (cuándo no) el Padre Castellani: “La religiosidad fue el alma de la resistencia en las pasadas invasiones inglesas. Si nuestra nación ha de salir ilesa y más gloriosa de otras invasiones futuras posibles y ya incoadas, el alma de la resistencia será su unidad religiosa. La historia habla. Solamente en su religión los hispanos son capaces de ponerse de acuerdo. Si se examina el fondo de esta repulsión profunda de los argentinos de ley a las imposiciones de U. S. A., sean pérfidas o prepotentes, se hallará detrás del orgullo nacional una neta concepción de la vida que es diametralmente divergente con el ideal del confort, el capital y el comercio como metas supremas; y con esa moral alocada, mezcla de puritanismo y paganismo, que nos predica Hollywood. Es decir, se hallará una razón religiosa aun en argentinos que han dejado de lado su religión paterna”. Excepto en Borges y Cía., of course (digo, desde luego).

“Invasión” puede verse con mucho interés, es una película distinta a cualquier otra del cine argentino, pero, ¿despertará a alguien? ¿Alguno creerá que esa es la Argentina? Es, a no dudarlo, una digna pero inútil reacción, la de quienes levantan monumentos a los principios, y cadalsos a las consecuencias, un poquito tarde.

Un último detalle y terminamos: ¿no les hace acordar la escena en que los invasores comienzan a ocupar Aquilea por todos los medios, a la memorable escena de “Sopa de pato” (Hnos. Marx), cuando Firefly decreta la movilización general de sus tropas para la guerra? Sí, Santiago deviene involuntariamente humorista, por el mismo efecto mecánico de esa escena y de la aludida.

* El hecho de que tiempo después de escrita esta página el citado volviera a residir en Buenos Aires no invalida lo dicho, antes bien, lo confirma.

CRITICA



MORIR EN SU LEY
Director: Manuel Romero – 1949


UN CINE TANGUERO

“-Vos sabés que esta es la vida que yo siento. El bailongo, las mujeres, el peringundín. Ya tendré tiempo para convertirme en hombre de hogar”. Así le dice el joven Santiago Arrieta al veterano Florencio Parravicini, cuando salen a calaverear “a lo de Hansen”, en la película de Romero “Los muchachos de antes no usaban gomina”, de 1937, en ese mundo que reflejaba tan bien Romero porque era el mundo que sentía y que vivía, un mundo edificado en base a los rezongos urgidos del sentimentalismo como marca registrada del tango y la vida tanguera.

Ahora bien, cuando quería elevarse un poco por sobre el muestrario del mundo del tango que tan bien conocía (y se elevaba, sin dudas, en un vuelo más que gallináceo pero menos que colombófilo, desde ya), Manuel Romero lograba incorporar una serie de valores y personajes que, no obstante, no lograban salir del estereotipo sin dudas “bueno” o sin dudas “malo”, personajes que se nos muestran esquemáticos y previsibles. Este film policial (de algún modo una nueva versión de su anterior y mejor “Fuera de la ley”) se vale de un esquema al que el cine norteamericano recurría frecuentemente y que Borges, con razón, deploraba: aquel del buen policía que se infiltra en una banda de delincuentes haciéndose pasar por un maleante, con el fin de delatarlos y lograr su captura. De más está decir que siempre el personaje más interesante resultaba ser el del criminal (véase sino el Cagney de “Al rojo vivo”), cosa que Romero no logra en esta película, a pesar de que el “malo” está jugado por el gran Roberto Escalada. Sucede esto porque Romero exagera su trazo –acostumbrado a un mal aguachento y convencional en todos sus films- y no ahonda ni puede hacerlo en el alma de su personaje. Como no lo hace, desde luego, con el policía que interpreta el siempre rígido Juan José Míguez.

Cuando alguien que vive de farra –tal la vida de este incansable trabajador del espectáculo fuera del set y de allí sus apurones al filmar-, cuando un señor tanguero se pone moralista -por más talentoso que sea-, cuando un artista sin sentido de la trascendencia religiosa descubre la responsabilidad social de lo que hace –Romero lo sabía pero de forma limitada, porque su responsabilidad no trascendía la esfera inmediata ni el lugar específico urbano que lo concentraba- y decide luego dar una lección de moral, heroísmo y sacrificio, no sabe entonces cómo mostrar eso sin que sea demasiado obvio, y cae en las figuras de cartón y el resaltador Pelikán para hacer más claro al espectador que se le está contando una historia “profunda y moral”, donde hay unos valores en juego: el amor, la fidelidad, etc.

La vida tanguera es la vida en el plano estético, la vida dominada por las sensaciones, el placer, el sentimentalismo. ¿Qué consecuencias puede traer esta vida, según Romero? Hay desamores, decepciones, desencuentros, pero todo esto es parte de la vida, no de la forma que esos personajes tienen de ver la vida. Se da como algo natural que ocurran tales cosas. La visión de Romero –el más importante director del cine argentino por el impulso que le dio a la industria, que no el mejor autor- es así de estrecha y superficial, así hable del mundo del trabajo (donde se saca a la mujer de la casa para dejar de lado a la familia y, en definitiva, se trabaja para vivir esa vida tanguera) o trate de la Navidad de los pobres (donde se deja afuera a Dios para despacharnos una moral laica que prescinde tranquilamente de cualquier idea de trascendencia –ah, la humildad, la gran ausente de todo el cine...).

“Morir en su ley” está muy mal filmada, diríamos “a los ponchazos”, sin la fuerza dramática que se desprende de la historia y los conflictos que se nos muestran. Las escenas de acción son impresentables, y algunas actuaciones –como la de Fanny Navarro, figura mimada del peronismo- son espantosamente falsas. No así la de Tita Merello, que encarna a un personaje noble, débil y “ciego”, y por tal víctima, llevado adelante con nobleza y sin exageración. Por allí se descubre una estatuita de la Virgen en su mesa de luz, en la boite donde vive, como brizna involuntaria de la presencia de Dios, pequeño objeto que encontraremos sin mayor relación con la vida del personaje que lo retiene indiferentemente.

Es interesante pensar en este aspecto, ya que no creemos que Romero lo haya hecho: el personaje de la Merello representa muy bien la forma en que podemos engañarnos respecto de las personas, la forma en que nos enceguecemos por lo visible que creemos conocer. Como decir: no debemos creer en esa película que nos presenta las cosas de tan simple manera. El personaje de Míguez se nos aparece a nosotros –no a la moral de la película- como un canalla, que engaña y enamora a una mujer que tiene buenas intenciones para con él para luego destrozar sus sentimientos. Lo interesante hubiera sido que, enamorado de verdad de ella, se hubiese pasado de bando, mostrando la fragilidad humana y las tentaciones a las que no se puede resistir si no se tiene la gracia de Dios. O, tal vez mejor, el policía una vez triunfante en su cometido, hubiese quedado prendado de esa mujer que lo amaba y que no era “políticamente correcta” como la Navarro. Pero no, la película avanza previsiblemente hacia el final aleccionador, obvio y tranquilizante. Como siempre en los films de Romero, que no busca sino aquietarnos y acomodarnos, aún en la tristeza sin esperanza ni sentido expiatorio de “Tres anclados en París”, tal vez su mejor película.

El problema de Manuel Romero es que no salía –no ya físicamente, sino mentalmente- de Buenos Aires; el suyo es un cine de ciudad, de una ciudad que añoran los tangueros –de Gardel para acá-, compuesta por las noches de farra, sus bailes, sus restaurantes, sus cabarets, sus “minas”, el hipódromo y el juego fuerte. La pobre Buenos Aires “reina del Plata”, ya sin el “Santa María”. Una ciudad que hoy muere en su ley, bajo el lloro de un quejumbroso bandoneón for export y su movida lasciva y hasta su “tango-gay”. Cambalache que el cine no supo prever, por lo menos este cine, como que era parte del problema.

IMAGENES


Way of a gaucho, dirigida por Jacques Tourneur, 1952.

El cowboy es un pistolero que quiere establecerse en un pedazo de tierra, formar un hogar, vivir de la faena del campo.
El gaucho ya posee la tierra, y sólo pelea para no perderla.
Uno conquista, el otro defiende.
El cowboy quiere tener historia, el gaucho es un heredero.
El cowboy busca lo que el gaucho ya tiene desde hace mucho tiempo: una tradición, un arraigo en la tierra, una vida pacífica, una patria. Y algo más que el gaucho tiene y el cowboy no: la religión. Por esto último –y aquí religión católica es sinónimo de patriotismo- el gaucho será perseguido, como el indio lo fue en Norteamérica: irreductibles ambos –por distintas razones- al Liberalismo protestante.
Porque el liberalismo no convierte ni convence: seduce, destruye y corrompe.
No es la avanzada del liberalismo político lo que se llega a ver en esta película, fuera de campo que apenas se sugiere. Pero lo que sí se ve es el carácter religioso del criollo, la piedad católica de la mujer argentina, la “china”. Que son, precisamente, las características que hacen al gaucho libre, y por lo tanto, capaz del propio sacrificio.
La Twenty Century Fox le encargó esta película, filmada en la Argentina en 1952 (gobierno de Perón), a Henry King, que quizá con fortuna para el film no pudo realizar. No lo sabemos, pero recordando “Capitán de Castilla” (véase nuestra crítica en este blog), suponemos el resultado menos afortunado que con quien finalmente se ocupó de la tarea, Jacques Tourneur.
No obstante, de la afortunada conjunción de varios factores –novela original, guionista, productor, director, filmación en escenarios originales, supervisión de un gobierno nacionalista- se pudo dar un film muy estimable y acaso muy superior a la versión que el propio cine argentino nos ha entregado del gaucho.
Lejos de la recitación ampulosa y afectada de un Alfredo Alcón, o de la solemnidad sentenciosa de Magaña o Muiño, el gaucho del ignoto Rory Calhoun es un joven valiente que hace culto del honor, de la libertad, de la amistad, del estoicismo, baqueano en las faenas del campo y orgulloso hombre de la tierra, un poco altanero, sí, pero sin caer en la deformación del cuchillero borgesiano.
Opuesto a su modo a un soberbio perseguido y “outlaw” como el Che Guevara, alienado por una ideología. El gaucho Martín de esta película, a pesar de tener los pies bien firmes sobre esa tierra que tanto ama, sabe como cristiano que está hecho para el cielo, y sabe ponerse de rodillas ante quien corresponde para confesar sus faltas y hacerse así más grande que nunca cuando se hace pequeño.
Alguien criticó de este film el hecho de que el gaucho protagonista es “muy consciente de su condición arquetípica”. Pero ese es un acierto, porque lo es como Martín Fierro, como quien sabe que siendo heredero de una larga tradición, tiene sus días contados. Es el reflejo del “Yo sé quién soy” de Don Quijote, un reflejo tenue, pero lúcido.
Formidable ejemplo el de este film de que el sentido común de la religión persistía por entonces aun en Hollywood y entre nosotros mismos, para entender la esencia de un arquetipo hoy sepultado, a cambio de otros espúreos como el que mencionáramos.
“Justamente la grandeza del Martín Fierro y su mensaje están en haber dado la phylogénesis de los dos tipos, haber hecho que un paisano gaucho se volviera malevo por fuerza; y santo por gracia, por decirlo así”, escribió el Padre Castellani.
Regenerado “a través de la tribulación” y, también, de la buena y piadosa mujer, le agrega la película. La cautiva que se convierte en esposa y madre, personaje menor e ignorado que no será memorable en un sistema donde sólo las “divas” tienen derecho a destacar su nombre: como esta misma Gene Tierney en “Laura”, ahora en este papelito no memorable para los cinéfilos, los estetas vacuos y la frivolidad de la prensa. Si hasta la misma actriz parece sorprendida en un papel fuera de toda parcela, ante lo cual el director sabiamente opta por mostrar la escena de la oración como lo vemos en la imagen de abajo: dejándonos a nosotros la tarea de completar la escena sin que el rostro ampuloso o la mirada intencionada de la actriz sean necesarios.

domingo, 18 de octubre de 2009

DOSSIER - PREVENCIÓN ANTES DE IR AL CINE


PREVENCIÓN ANTES DE IR AL CINE





“La vida del hombre creyente importa luchas constantes contra sus malas inclinaciones y contra las asechanzas del demonio, del mundo y de la carne. Quien no se dispone a guerrear, no espere la paz de su conciencia. La paz es una recompensa de luchas oscuras, continuas, y por momentos, terribles; no es un bombón de confitería.
Para nosotros importa más estar diez minutos de rodillas preparándonos para el combate interior, previo el examen de nuestras fuerzas y las de nuestros enemigos, que no una hora sentados en la butaca de un cine respirando el tufo de un salón perfumado. Los grandes hombres no se forjan en las delicias. La molicie es la herrumbre del honor. Predicamos sin cesar que la religión significa virtud, esfuerzo, sacrificio, trabajo personal continuo y perseverante”.
P. Virgilio Filippo

Como una declaración de principios, las palabras precedentes nos imponen una atenta deliberación antes de decidir acercarnos a ver una película. Preguntas que debemos saber respondernos: ¿Qué vamos a ver y por qué? ¿Qué vamos a buscar a la sala de un cine? ¿Vamos a buscar compañía, sabiduría, entretenimiento? ¿Vamos para satisfacer nuestra curiosidad, para complacer a alguien, para evitar pensar en nosotros mismos? ¿Buscamos la verdad, la belleza, el conocimiento? ¿Buscamos evasión de nuestros problemas, remedio a nuestra soledad, escape de la vida cotidiana? ¿Buscamos salir del mundo o ir a su encuentro? ¿Buscamos la verdad de Dios o aquello que lo ofende?
Ya referimos algunas de estas cuestiones en nuestros dos ensayos de este blog (“El cine como alimento”, “El cine como evasión”). Es aconsejable leer las consideraciones vertidas en la sección “La Iglesia y el cine”, además de los textos que volcamos a continuación, para que evitemos en lo posible las celadas tendidas por el mundo, y sepamos hacer uso de este tiempo que se nos ha dado para nuestra santificación, en este peregrinar del cual Dios no excluye las alegrías y los consuelos intelectuales de las manifestaciones artísticas, pero no como fines en sí mismos.

Referencias en torno a los libros pueden usarse sin mengua en relación a las películas, en lo textos que siguen. El método de Sardá y Salvany para distinguir las publicaciones liberales puede usarse también para el cine. Pero, como actitud preventiva y no de discernimiento absoluto, puesto que el conocimiento del lenguaje del cine también se hace necesario para que la mirada llegue a ser más penetrante en una a veces muy sutil falsificación. Si podemos, daremos en algún momento algunas pautas básicas para tener en cuenta a la hora de mirar atentamente una película. Ahora vamos a lo más urgente y posible para nosotros.


Hugo Wast: Vocación de escritor.

“Hay una regla segura –dice de Maistre- para juzgar los libros como los hombres, aun sin conocerlos: basta saber por quiénes son amados, por quiénes son odiados.

Este criterio es todavía mas seguro cuando los aplausos que se prodigan a un hombre o a un libro provienen de los enemigos de la idea que debiera tener aquel hombre o defender aquel libro.

Alármese, pues, cuando advierta que no suscita contradicción, porque es señal de que en alguna forma anduvo corto al cumplir su misión, tuvo miedo, pactó con el enemigo, enterró algún talento, se cuidó a sí mismo en vez de dejar a Dios que lo cuidara”.



R. P. Félix Sardá y Salvany: El liberalismo es pecado
[Lo que está entre corchetes es nuestro]

“La oscuridad es el gran auxiliar de la maldad. (...) De ahí el empeño constante de la herejía en envolverse entre nebulosidades. No hay gran dificultad en descubrir al enemigo que se presenta con la visera levantada, ni la hay en reconocer por liberales a los que empiezan de buenas a primeras a declarar que lo son. Mas esta franqueza no conviene ordinariamente a la secta. Así, pues, hay que adivinar al enemigo tras el disfraz, y éste es muchas veces hábil y cauteloso en gran manera. Añádese, además, que muy a menudo no es lince el ojo que lo ha de reconocer, se hace preciso, pues, un criterio fácil, llano, popular, para distinguir a cada momento lo que es obra católica de lo que es infernal añagaza del Liberalismo.
Sucede frecuentemente que se anuncia un proyecto, se da el grito de una empresa, se funda una institución, y el fiel católico no acierta a distinguir por de pronto a qué tendencia obedece aquel movimiento, y si, por consiguiente, conviene asociarse a él o más bien oponérsele con todas las fuerzas, máxime cuando el infierno harta maña se da en tomar muchas veces alguno o algunos de los colores más atractivos de nuestra bandera, y en emplear hasta, en ocasiones, nuestro usual idioma. (...)
El periódico que sale, la asociación que se establece, la pública fiesta a que se convida, la suscripción para la que se pide, [la película que se estrena] todo puede ser de Dios y puede ser del diablo, y lo peor es que puede ser del diablo presentándose, como hemos dicho, con toda la mística gravedad y compostura de las cosas de Dios. ¿Cómo guiarse, pues, en tales laberintos?
He aquí un par de reglitas de carácter muy práctico que nos parece pueden servir a todo cristiano para que en tan vidriosa materia ponga bien asentado el pie. [Dos primeros criterios muy importantes, el tercero que le agrego yo es aprender a ver cine].

1) Observar cuidadosamente qué clase de personas promueven el asunto. Es la primera regla de prudencia y de sentido común. Se funda en aquella máxima del Salvador: No puede un mal árbol dar buenos frutos. Es evidente que personas liberales han de dar de sí por lo común escritos, obras, empresas y trabajos liberales o informados de espíritu liberal, o por lo menos lamentablemente resabiados de él.[Puede haber excepciones, sí, pero eso es muy raro. En cine la cosa es más clara: Gibson en gracia de Dios y con Misa diaria realiza “La Pasión de Cristo”; Scorsese con su vida pecaminosa y fuera de la Iglesia, realiza “La última tentación de Cristo”]. Véase, pues, cuáles son los antecedentes de aquella o aquellas personas que organizan o promueven la obra de que se trata. Si son tales que no os merezcan completa confianza sus doctrinas, mirad con prevención todas sus empresas. No las reprobéis inmediatamente, pues hay un axioma de teología que dice que no todas las obras de los infieles son pecados, y lo mismo puede decirse de las de los liberales. [En cine sí se puede y se debe hacer, porque la película ya está en sí acabada]. Pero no las deis inmediatamente por buenas. Recelad de ellas, miradlas, miradlas con prevención, sujetadlas a más detenido examen, aguardad sus resultados.

2) Examinar qué clase de personas lo alaban. Es todavía regla más segura que la anterior.[En el caso de “Gran Torino”, por ej., algunas personas católicas la alabaron, pero los medios liberales y progresistas la colmaron de elogios, como siempre con este director. Dato sin duda a tener en cuenta, aunque no nos exime de nuestro examen]. Hay en el mundo actual dos corrientes, pública y perfectamente deslindadas. La corriente católica y la corriente masónica o liberal. La primera la forman, o mejor, la reflejan los periódicos católicos. La segunda la reflejan y materialmente la forman cada día los periódicos revolucionarios. La primera busca su inspiración en Roma. A la segunda la inspira la Masonería. ¿Se anuncia un libro? ¿Se publican las bases de un proyecto? [¿Se estrena una película?] Mirad si lo aprueba y recomienda y toma por su cuenta la corriente liberal. En este caso ya la obra o proyecto están juzgados: son cosa suya. [Pueden haber excepciones, pero en general esto se cumple cada vez más, por el hecho además de que los enemigos de la Iglesia tienen cada vez más poder en el cine y los medios de comunicación] Porque es evidente que el Liberalismo, o el diablo que le inspira, reconocen inmediatamente cuál cosa les puede dañar y cuál favorecer, y no han de ser tan necios que ayuden a lo que les es contrario o se opongan a lo que les favorece. Tienen los partidos y sectas un instinto o intuición particular, el cual les revela a priori lo que han de mirar como suyo y lo que como enemigo. Desconfiad, pues, de todo lo que alaban y ponderan los liberales. Es claro que le han visto a la cosa o su origen o sus medios o su fin favorables al Liberalismo. No suele equivocarse en esto el claro instinto de la secta. Más fácil es que se equivoque un periódico católico, alabando y recomendando por buena una cosa que en sí tal vez no lo sea mucho, que no un periódico liberal alabando por suya una obra de las varias sobre que se entable discusión. Más fiamos, a la verdad, del olfato de nuestros enemigos que del de nuestros propios hermanos. Al bueno, ciertos escrúpulos de caridad y de natural costumbre de pensar bien le ciegan a veces hasta el punto de que vea por lo menos sanas intenciones donde, por desgracia, no las hay.[Esto es lo que, a mi parecer, ocurrió con algunos católicos y “Gran Torino”] No así los malos. Éstos disparan desde luego, bala rasa contra lo que no se aviene con su modo de pensar, y tocan incansables el bombo de todos los reclamos a favor de lo que por un lado u otro ayuda a su maléfica propaganda. Desconfiad, pues, de cuanto os alaben por bueno vuestros enemigos.
Se nos figura que con estas dos reglas de sentido común, que más bien podríamos llamar de buen sentido cristiano, hay bastante, si no para dar fallo decisivo a toda cuestión, al menos para no tropezar fácilmente en las escabrosidades de este tan accidentado terreno en que andamos y luchamos los católicos de hoy. No se le olvide sobre todo al católico de nuestro siglo, que la tierra que pisa está minada por todas partes por las sectas secretas, que son las que dan voz y tono a la polémica anticatólica, y a las que inconscientemente se sirve muchísimas veces aun por los mismos que más detestan su trabajo infernal. La lucha de hoy es principalmente subterránea y contra un enemigo invisible, que rara vez se presenta con su verdadera divisa. Hay pues, que olerle, más que verle; hay que adivinarle con el instinto, más que señalarle con el dedo. Buen olfato, pues, y sentido práctico son necesarios más que sutiles cavilaciones y laboriosas teorías. El anteojo que les recomendamos a nuestros amigos no nos ha engañado a nosotros jamás.“Suelen a veces periódicos malos tener algo bueno. ¿Qué ha de pensarse de esto bueno que tienen alguna vez los periódicos malos? Ha de pensarse que no les hace dejar de ser malos, si es mala su intrínseca naturaleza o doctrina. Antes esto bueno puede, y suele ser, añagaza satánica para que se les recomiende, o por lo menos se les disimule, lo malo esencial que traen en sí. No le quitan a un ser malo su natural maldad ciertas cualidades accidentalmente buenas. No son buenos un ladrón o asesino, por más que recen cualquier día un Avemaría o le den a un pobre una limosna. Malos son a pesar de estas obras buenas, porque es malo el conjunto esencial de sus actos, es mala la tendencia ordinaria en ellos. Y si de lo bueno que hacen se sirven para más autorizar su maldad, viene a hacerse malo por su fin, hasta aquello mismo que en sí sería ordinariamente bueno”.
La prensa buena es la prensa íntegramente buena, es decir, la que defiende lo bueno en sus principios buenos y en sus aplicaciones buenas. La más opuesta a lo reconocidamente malo, oposita per diametrum, como dice San Ignacio en el libro de oro de sus Ejercicios. La que está al lado opuesto de las fronteras del error, la que mira siempre frente a frente al enemigo; no la que a ratos vivaquea con él, o no se opone más que a determinadas evoluciones suyas. La que es enemiga de lo malo en todo, ya que lo malo es malo en todo, aun en aquello bueno que por casualidad puede consigo traer alguna vez.



Del libro “X Y Z... DEL CINE” de Carlos A. Duhourq, S.J., Ediciones Paulinas, 1965.

PROBLEMAS MORALES DEL ESPECTADOR

1.El católico frente a la cultura cinematográfica.
“La posición actual positiva de la Iglesia frente al cine (televisión) no descarta la prevención contra sus peligros. Teniendo en cuenta la diferente formación de sus hijos y las diversas circunstancias de lugares y personas, ante el impacto de la imagen, brinda sus observaciones.
Constantemente, los católicos –por diversión, estudio o cualquier otra razón- se encuentran ante el hecho de ver un film. En conciencia ¿pueden verlo? Sí, si en conciencia pueden verlo...
El modo de formarse esa conciencia lo ofrece la Iglesia a través de sus calificaciones morales, como uno de los medios más seguros [esto ha quedado en el olvido]. En esto como en todo problema que afecta al individuo, es necesario que obremos movidos por un convencimiento personal, y no siguiendo un automatismo cómodo”.

2.Calificación moral de la Iglesia.
Pío XII en su encíclica “Miranda Prorsus” aclara en este punto:”...uno de los fines principales de la calificación moral, es el de ilustrar la opinión pública y educarla para que respete y aprecie los valores morales, sin los cuales no podría existir ni verdadera cultura, ni civilización...”
“Los juicios morales al indicar claramente qué películas se permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente malas, darán a cada uno la posibilidad de escoger los espectáculos de los cuales habrá de salir “más alegre, más libre y en su interior mucho mejor que cuando entró”; y harán que evite los que podrían ser dañosos para su alma...”

Criterios.O sea que la calificación moral, atiende a dos planos simultáneamente: el de la moral objetiva de la obra y el efecto que puede producir la misma sobre el público.
El primero es la referencia a unos valores inmutables; en cambio el segundo presenta mayores dificultades.
Por este segundo aspecto no es práctica la unidad de calificación con alcance mundial. A veces, dentro de un mismo país hay diferencias notables (la situación del público de Buenos Aires es diferente a la de Catamarca o Santa Cruz).
Pero, además, no solo entre jóvenes y adultos, sino también entre estos últimos habría que matizar.
(...)
Las mismas características del cine exigen que se tenga en cuenta lo propio del mismo en la apreciación de la obra bajo aspectos morales”.

Críticos.
“El crítico católico debe ante todo ser un verdadero crítico que sepa penetrar el misterio que el film revela mediante el mensaje de la imagen, y que sepa interpretarlo a la luz del mensaje evangélico sin violar en el juicio moral, el valor artístico”
(Franz Weyergans)


Hay muchos que van camino del peligro tonta y alegremente a ciegas, sin recordar que milicia es la vida del cristiano en este mundo, y que el enemigo suyo no descansa.

Obligación de informarse.
Sin embargo es necesario reconocer que el peligro que entraña la asistencia indiscriminada a cualquier cine, para un fiel común, puede ser muy grande.En ese sentido sería totalmente aceptable el enunciado de Haering, cuando una persona no tiene ninguna referencia para guiarse acerca del posible peligro de un film: “Es indudablemente pecado grave asistir a cualquier película que se proyecte sin informarse previamente acerca de su calidad, consultando la censura eclesiástica de las películas”(B. Haering: Ley de Cristo, I, pág. 626).

Hay muchos indicios actualmente que permiten un acercamiento previo a la moralidad previsible de la película: los actores, la propaganda, los comentarios, los juicios de críticos, ofrecen pistas a una persona que actualmente asiste con cierta periodicidad al cine.

El cristiano que sin necesidad, asiste sin informarse de la calidad moral del espectáculo, obra en forma imprudente.

Posible escándalo.
Se ha perdido, un tanto, el sentido verdadero del escándalo. Con la excusa de que “todos van” o “Fulano que es de la Acción Católica la vio”, la consulta a la calificación moral, parece cosa de timoratos retrógrados.
Conviene recordar que aun en el caso de que para mí, tal película no signifique peligro de ningún tipo, el concurrir a ella, puede ser ocasión de escándalo para otros.

Aunque a nosotros no nos afecte, en determinadas circunstancias tendremos que abstenernos “de carnes ofrendadas a los ídolos”.

Educación cinematográfica.
Hay que sacudir a los cristianos que conscientemente se entregan a este estado hipnótico con toda conciencia (o inconciencia). Voluntariamente se sumergen en un mundo onírico, en el que un instructor les dicta procedimientos y criterios, según su propio punto de vista.
Este es uno de los puntos más serios de la difusión actual del cine. Mientras que el espectador traslada su “yo” al actor, absorbe la personalidad y mentalidad de la pantalla.

Naturalismo.Aunque la carga erótica fuera menor, permanece en pie un peligro constante para la conciencia cristiana. El ateísmo o naturalismo del cine.
Se construye un mundo del que ha sido erradicado Dios y en el que no se lo necesita. Los valores religiosos se ignoran y en muchos casos no salen bien parados. El cine-comercio ha contribuido en gran parte a este enfoque. Un tipo de vida en el que no falta nada. Plenamente satisfecho de sí mismo. Con todas las ventajas materiales que se pueden desear y en el que todo sale bien o al menos termina bien.
El sufrimiento desaparece o está encubierto por un barniz rosado; eso explica que (el cine) aparezca como un paraíso a donde escapar para todos los que sienten el peso –a veces abrumador- de la realidad de cada día.
Los valores espirituales han de presentarse en toda la amplitud de que el realizador sea capaz en su arte. No hay que buscar emociones fáciles en los espectadores, sino contacto con un espíritu fuerte y auténtico; transmitir una fe vivida, hacerlo de acuerdo a los cánones artísticos del cine, respetando a un público que no quiere engaños o apariencias (“lavado de cerebro”) “sino el anuncio sin trampa de la verdad que libera” (A. Ayfré: o.c. pág. 150; Pío XII: Film ideal). En este campo hemos de ser más exigentes, enseñando a distinguir entre lo que es verdadero arte cinematográfico-religioso y lo que pretende ser o venderse como tal.

12. Integración cultural cristiana.
Educando el sentido estético de los espectadores superaremos problemas de impacto moral. Hay una gran solidaridad entre ambos campos: el de la formación cultural y moral.
Si es capaz, el cristiano espectador, de leer educadamente este nuevo lenguaje de las imágenes, penetrará mejor en la sicología de los personajes, admirará el arte de una presentación técnica impecable y podrá gozar de la combinación de un buen montaje, sin enredarse tanto en el golpe más superficial de una escena objetable.
No se trata de detenerse únicamente en perfecciones técnicas formales, sino a través de la comprensión de las mismas, llegar a calar en lo hondo de los problemas humanos que nos llegan en los modismos de una expresión moderna.El cine adquiere todo su valor de medio de comunicación, cuando podemos llegar hasta la fuente de donde brota como lenguaje. Cuando superamos la relativa oscuridad que presentan sus símbolos y entramos en comunión con el hombre que piensa, habla, sufre, vive, atrás de ellos.
Es evidente, por otra parte, que nuestra insistencia en la educación cinematográfica de los fieles no significa una mayor licencia y amplitud para asistir a espectáculos inmorales.
Se trata de disminuir el número de éstos y de llegar a capacitarse para realizar una mejor selección de los mismos, que realmente nos dejen, como decía Pío XII “más alegres, más libres y mucho mejores que cuando entramos”.
Para el cristiano es cuestión de conciencia valorar como corresponde estos medios y actuar frente a ellos de acuerdo a su vocación. Una vez, los cristianos salvaron la cultura al abrigo de los monasterios; esta civilización de la imagen espera también ser rescatada y no abandonada a la pendiente fácil.Más efectiva y cristiana será nuestra actitud si en lugar de contentarnos o lamentarnos en posiciones meramente moralistas externas, suscitamos y preparamos al cristiano de hoy y mañana, para animar esta creatura y darle el sentido de alabanza al creador junto con todas las demás.
Toda la creación espera la manifestación de la gloria de los hijos de Dios (Rom. 8,15).


Jaime Balmes: La Religión demostrada
P.: ¿Qué entiende usted por malos libros?
R.: Los que extravían el entendimiento o corrompen el corazón.
P.:¿Es muy peligroso el que los malos libros nos acarreen semejante daño?
R.: Sí, señor; son peores que las malas compañías, porque los tenemos a todas horas; el autor, cuya capacidad es, por lo común, muy superior a la nuestra, adquiere sobre nuestro espíritu mucho ascendiente, y acaba por arrastrarnos a sus errores, por más que al principiar la lectura nos hayamos prevenido contra su influencia.
P.:Pero entonces,¿no quedaremos sin ilustrarnos en muchas materias?
R.:No, señor; porque todo lo necesario para la verdadera ilustración se halla también en los libros buenos.
P.:¿Es verdad que la ilustración está reñida con la religión?
R.:Es un gravísimo error; la historia entera lo contradice: los hombres más sabios han sido religiosos; si ha habido alguna excepción, ésta no destruye la regla.



Mons. De Castro Mayer: Problemas del apostolado moderno.
“Ante el bien, se encuentre donde se encuentre, nuestra actitud sólo puede ser la que aconseja el Apóstol: probadas todas las cosas, tomad lo que es bueno. Frente al mal debemos igualmente obedecer el consejo del Apóstol: “no queráis conformaros con este siglo” (Rom. 12,2).
Sin embargo, conviene aplicar con inteligencia los dos consejos. Es excelente analizar todas las cosas y quedarse con lo bueno. Pero debemos tener presente que lo bueno es lo que está conforme, no sólo con la letra, sino también con el espíritu. Bueno no es aquello que favorece a un tiempo a la virtud y al vicio sino lo que favorece siempre y únicamente a la virtud. Así, cuando una costumbre no es reprobable en sí misma pero crea una atmósfera favorable al mal, la prudencia manda rechazarla”.

INVITACION

La Legio Macabea Christi lo invita al Ciclo de Conferencias 2009 dedicado a:
“La Familia cristiana, sus fundamentos y sus ataques”


“LA MORALIDAD DE LA DONACIÓN DE ÓRGANOS”

Paternidad responsable.
Distinciones en boga: Vitales-No vitales.
Las enseñanzas del Papa Pío XII.


R.P. Ricardo Félix Olmedo

Viernes 23 de Octubre, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)

Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.

HABLAN LOS MAESTROS



“Misericordia y firmeza doctrinal no pueden subsistir más que unidas; separadas una de la otra ambas mueren y no dejan más que dos cadáveres: el liberalismo humanitario con su falsa serenidad y el fanatismo con su falso celo.
Se ha dicho: “La Iglesia es intransigente por principio, porque cree, pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes por principio porque ellos no creen, e intransigentes en la práctica porque no aman”.

R. P. Reginald Garrigou-Lagrange, O.P. – Dieu, son existence et sa nature, Paris, 1923.



“No puede afirmarse que poseemos plenamente una verdad, si no la comunicamos a los otros, si no hacemos a nuestros prójimos participantes de nuestra contemplación. Ni tampoco cabe decir que estimamos de veras una virtud, si no queremos que sea igualmente estimada de los otros; ni que amamos sinceramente a Dios si no procuramos que sea amado de los demás. Es indudable que pierde el dinero quien lo da a otros; pero no se pierde a Dios al darlo a nuestros hermanos, sino que se le posee de una manera más perfecta.
Encierra una verdad muy profunda y luminosa esta sentencia de San Agustín, sencilla a la vez que sublime: Si los bienes materiales dividen a los hombres mientras más los buscan para sí mismos, los bienes espirituales los unen tanto más firmemente cuanto más de veras los aprecian”.

R. P. Garrigou-Lagrange, O.P. – “Las tres vías y las tres conversiones”, Ed. Políglota, 1936.



“El arte ha sido siempre uno de los medios de decir la verdad; y es por cierto actualmente uno de los pocos que van quedando. Pero el arte puede ser también un medio de buscar la verdad, aunque no el más directo y seguro”.

R. P. Leonardo Castellani – “El arte sacro de Víctor Delhez. Crítica literaria”. Ediciones Dictio,1974.



“Tan cierto es que la verdad no es asunto solamente de la cabeza sino también del corazón, que Jesucristo llegó a decir:“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
Así como necesitamos tener limpios los ojos del cuerpo para ver las cosas sensibles, necesitamos tener limpio el corazón para barruntar las verdades invisibles. La verdad, la belleza y la pureza, se compenetran”.

R. P. Virgilio Filippo – “Habla el padre Filippo”, Editorial Tor, 1941.


NOTA - LA MADRE EN EL CINE ARGENTINO

LA MADRE
en el cine argentino



El pasado domingo 11 de octubre la Iglesia celebró la fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen María. Esa oportunidad en que se festeja –y no este último domingo- el día de la madre, nos permite el recuerdo de una figura arquetípica del cine, en sus diferentes tiempos y modelos. Preferimos acercarnos en la evocación –por una cuestión práctica y de identidad- a un cine argentino clásico que se ha destacado por encontrar en sus fábulas el lugar destacado de la madre, ya sea en la familia o en una sociedad de un tiempo ya vencido y olvidado. Decimos de un tiempo, no de un arquetipo perenne y de urgente valoración y reivindicación para que puedan volver a surgir las familias que el día de mañana restauren una sociedad hoy corrompida casi por completo.

Suele destacarse más intensamente la figura materna en situaciones de crisis, soledad, marginación o disputas maritales. Pero, téngase en cuenta, no se caía por entonces en el usufructo de una función para traficar la idea ilícita del divorcio, el erotismo o la “independencia” de la mujer, cosas que hoy son del común. Donde había una madre había una familia, y también, la posibilidad de que los hijos se formaran fuertes y buenos entre el complejo marco de la miseria, el delito y los malos ejemplos. No escatimaba el bulto aquel cine sobre el sufrimiento inherente a ese sacrificio gozoso de la mujer, en la lucha diaria por un camino de felicidad para sus hijos; ni hacía lugar al resentimiento enfermizo que trajo consigo la ideología a partir de los años ’70, con la consiguiente usurpación política y comercialización del nombre de “Madres”. Todavía podía entenderse, por aquellos años, antes de la revolución cultural de los ’60, aquello que decía bien don Ángel Luis Miguel Salvat: “La dignidad más alta de la mujer se funda en su maternidad. Causan verdadera lástima las mujeres que, en aras de una ilusoria “liberación”, reniegan de tan excelso destino y se rebajan a la miserable condición de integrantes de una “pareja” ”.

Rescatamos –en soledad, lamentablemente- algunos ejemplos de aquel buen cine, de la mejor vertiente del cine argentino, y de actrices características de ese papel, figuras secundarias y, como tales, nunca reconocidas en su real valía:

· Surcos de sangre (Hugo del Carril, 1949): Ana Arneodo es la sufrida madre del joven voluntarioso y honesto (del Carril) que ama la tierra y la trabaja, contra el afán de enriquecimiento fácil y fraudulento de su padre. Una mujer aguantadora y fiel, en una época en que en las casas no había televisores. Una labor generosa y sacrificada a la que del Carril le canta en la película en una bella canción titulada “Por si duerme mi madre”.

· El pájaro cantor vuelve al hogar (episodio de “No abras nunca esa puerta”, Carlos Hugo Christensen, 1951): Ilde Pirovano es la viejita ciega que recibe a su hijo delincuente (Roberto Escalada) en esta estupenda adaptación de un cuento de William Irish. Demuestra su valentía y logra, finalmente, hacer cambiar a su hijo y reconquistar su amor.

· Una luz en la ventana (Manuel Romero, 1942): Personaje inédito en el cine de Romero, esta vez en el género de la comedia de terror, según el modelo de los films de la Universal, María Ester Buschiazzo encarna a la madre del monstruoso acromegálico Narciso Ibañez Menta, que se propone recomponer su rostro mediante una criminal y clandestina operación, a expensas de una joven mujer. La madre, finalmente, logra que las cosas sean como deben ser, aun al costo de perder a su hijo.

· Barrio gris (Mario Sóffici, 1954): Ana Arneodo reincide en similar papel al de “Surcos de sangre”, el de la madre cariñosa y sufrida –y además viuda- que se desvive por sus hijos en medio de una oprimente pobreza. No le falta, como a la otra, la fe católica que la sostiene.

· Se abre el abismo (Pierre Chenal, 1945): Elsa O’Connor lleva la peor parte, porque además de aguantar pacientemente a un marido violento y borracho (Guillermo Battaglia, de antología), se va quedando ciega y, además, sufre por el trágico desenlace de la pelea de su hijo con el padre. Finalmente, será la fe católica la única consolación de los atribulados, y la madre quien lleve al hijo a tal demorada salida.

· Pasó en mi barrio (Mario Sóffici, 1951): Tita Merello es una madre decidida, fuerte, inteligente, que debe llevar adelante el negocio familiar, la casa y la educación de sus hijos, con un marido que va a la cárcel y el mal ejemplo que tienta en la calle a sus hijos. Lejos del costumbrismo o la moralina, el drama escrito por la dupla Pondal Ríos-Olivari plantea el drama en torno de la lucha de esta madre que se casó “para tener hijos” y en el decurso de su vida aprende que debe ser dura con ellos para que no se descarríen. Rigor amoroso del director para llevar adelante la película con sencillez y atención al detalle.

· Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1951): Gloria Ferrandiz, habitué con del Carril, de criada o ama de llaves, lleva esta vez un lugar parecido pero entre similares, pues, habiendo perdido a su hijo en el infierno de los yerbatales, es ahora la madre de todos los explotados y escarnecidos trabajadores, recibiendo su ayuda o su consuelo.


Cerramos este pequeño homenaje a las madres con este soneto escrito por Baldomero Fernández Moreno en 1929:

Resumen
Si el destino te dio mujer virtuosa,
hijos innumerables y lozanos,
piensa, mortal, que tienes en las manos
la parte de la vida más sabrosa.

Trabaja, vuelve a trabajar, reposa,
para ti será el sol de los veranos,
el dulce fuego en los inviernos canos,
el valle verde y la ribera rosa.

Gózate largamente en su presencia,
su picardía gusta o su inocencia,
mira que todo como nube pasa.

Juega con ellos de los leves talles.
No se encuentra la dicha por las calles:
si en algún lado está, será en tu casa.

HUMOR

25 películas democráticas
by Pánfilo Democracio

Acaso aún quede alguien en este “Mundo democrático” que no conozca a Pánfilo Democracio, t.d. y o.p.a., el más encorsetado paladín y adlátere de la “Democracia”. Este joven distinguido por su creencia irresistible en el juego de las urnas y la soberanía popular, es el Director del “Instituto Superior de Ciencias Democráticas”, y propulsor ad nauseam del Boletín de la “Asociación Amigos del Instituto Superior, etc.”
Pánfilo Democracio, retratado en pleno acto eleccionario.

Desde uno de estos boletines, más precisamente el número 6, Pánfilo nos ofrece una selección de las mejores 25 películas democráticas, de las que él haya visto, desde luego. Aunque en realidad, Pánfilo es reacio a usar la palabra “mejores” o “peores”, ya que en Democracia debe haber igualdad y, como dice un viejo tango, “lo mismo un burro que un gran profesor”.
Reproducimos a continuación, en forma totalmente laica y gratuita, con la autorización escrita y sellada del “Instituto Superior de Ciencias Democráticas”, el mencionado artículo, para la difusión de un “cine para todos” y para “celebrar la diversidad”.
En definitiva, para que haiga más Democracia.





"El cine argentino fue uno de los puntales de este bendito sistema. No es casualidad que las mejores películas se hayan filmado en los últimos 25 años. Pero, aclaremos, no sólo ocurre entre nosotros. Por eso, para estimular la cultura entusiasmática de nuestros lectores (para que no sean abandónicos, como expresó recientemente el Cardenal Jorge Mario Bergoglio), les ofrezco a continuación un listado con las 25 mejores películas democráticas, progresistas y políticamente correctas. Mis favoritas: ¡LIBERTAD! ¡LIBERTAD! ¡LIBERTAD! "


1.La historia oficial.1984 El Óscar para la mejor película celebratoria del regreso a la libertad, la igualdad y la fraternidad.”And the winner is...¡The Oficial Story!” recordaré alborozado esa frase mientras el azar me mantenga con vida.

2.Camila.1985. Estremecedor romance en la época de la tiranía rosista. No apta para chupacirios.

3.Tango feroz 1989. La vida de los jóvenes idealistas y los militares represores que no querían rock.

4. Caballos salvajes.1990 Un canto a la libertad, palabra sagrada. Hay que romper con todo y fugarse hacia la nada donde habiten los cabayos salvajes.

5.Operación Rosa Rosa, 1972. A veces uno tiene derecho a ver la vida color de rosa, ¿o no?

6.La noche de los lápices 1986. Unos pobres chicos idealistas que lo único que querían era un boleto estudiantil, masacrados por los nazis argentinos. Una jolla.

7.Hasta la victoria siempre 1997. El periplo americano del joven idealista Ernesto Guevara, hasta su triunfo en Cuba. Ejemplarizador. Sólo en democracia disfrutamos de tales cintas.

8.Adiós Roberto 1985. Dos hombres se aman y quieren ser pareja. Otro de los logros democráticos. Su director murió de Sida.

9.Por quién doblan las campanas. Gari Cúper se enfrenta a las fuerzas oscuras del franquismo en la Guerra civil española. También hay un romance, desde luego. Inolvidable (el año me lo olvidé)

10.Casablanca 1941. Rick Bogart encarna el héroe americano en tiempos de la segunda guerra. ¡No pasarán!

11.Cayo largo 1943 Otra de Bogart y la guerra. Los nazis están en todos lados, pero el hombre americano no dejará de vencerlos.

12. Carne trémula Almodóvar muestra con entera libertad el advenimiento de la libertad en España, tras la larga dictadura fachista. Con escenas de sexo, ¿y qué?

13.Forja de hombres Espencer Traici es un cura que saca los niños de la calle y los lleva a la Ciudad de los Niños, donde cada uno puede creer en lo que quiera, inclusive se puede no tener religión. ¡Eso es libertad religiosa!

14.El exilio de Gardel 1985 Otra película de la democracia. Humo y papelitos, una obra de arte.

15.2001 odisea espacial. 1968 Se explica con meridiana claridad cómo se produjo la evolución del mono al hombre.

16. El Cardenal Un cura norteamericano que llega a cardenal, progresista y libertario, anti-nazi. Eccelente.

17. Million Dollar baby Las mujeres ya no son discriminadas, ya no son amas de casa. Ahora pueden ser boxeadoras. También se toca el tema eutanasia, sin prejuicios religiosos. Oscarizada.

18. Un lugar en el mundo Anarquismo libertario de la mano de Pepe Sacristán. ¡Qué película valiente e inteligente!

19.La República perdida I y II Formidable documental que muestra la lucha entre golpistas y democráticos a lo largo de nuestra historia. Están Perón, Balbín, Illia, Frondizi y otros fetiches de la Democracia.

20.Titanic 1998 Qué linda parejita, pérfido iceberg que no los dejó seguir juntos. Menos mal que antes pudieron hacer el amor.

21.Superman Mi superhéroe favorito. 100 x 100 democrático.

22.E.T. Otra que me encanta. Qué tierno marcianito, si los humanos fuéramos así.

23.Thelma y Louise Dos mujeres que se emancipan de los hombres, para correr por las rutas haciendo lo que les da la gana. Eso es libertad.

24.Dead man walking Contra la pena de muerte. Alegato estremecedor.

25. Hombre mirando al sudeste 1985 No entendí un carajo, pero es linda y se hizo en democracia.

lunes, 12 de octubre de 2009

domingo, 11 de octubre de 2009

EXTRA CINEMATOGRAFICAS


30 SETIEMBRE 2009-10 DE OCTUBRE 2009
LA VIRGEN DE LUJÁN EN MALVINAS
¡¡¡ALLÁ VAS, MARÍA...!!!"
Tomado del blog FE Y TRADICION RADIO

Allá vas, María de Luján, Virgencita Gaucha, Patrona de LA ARGENTINA, a tomar Posesión Soberana de las lejanas Islas que manos piratas te robaran.
Allá vas, María, te están esperando quienes las estuvieran custodiando para entregártelas, así, vestidos de gala, con alamares de espuma, con escudos de turba, con rosarios de estrellas...así, sin grados ni oropeles. SOLDADOS.
Allá vas, María, la más Bella entre las Bellas, portando en tu vestido, la bandera por la que ellos murieron, como ofrenda gloriosa a su valor y que ningún poder arrebatará, ya jamás.
Allá vas, María y en tu cortejo celestial, MARÍA STELLA MARIS,con perfume de sal y canto de sirenas.
Allá vas, María, te sigue MARÍA DE LORETO, rompiendo los vientos con las alas desplegadas de la muerte que no muere.
Allá vas, María, escoltando TU Grandeza con el paso marcial de sus Ejércitos, MARÍA DE LA MERCED.Y María del ROSARIO, que en aquella noche tenebrosa de Abril calmara la tempestad para que sangre argentina redimiera el oprobio.
Allá vas, María, te espera,envuelta su cabeza en el rebozo de su rústico poncho tejido en las heladas tardes del pasado por las manos de María Vernet, en una mano el laurel de los Vencedores y con la otra, mostrándote la tierra que te entrega, MARÍA DE MALVINAS.
Y a lo lejos, allí donde se funden el cielo y la tierra y el mar, la sombra del centauro que galopa sus sueños salvajes de LIBERTAD, el GAUCHO RIVEROS...
Nunca ojo hereje vio, tal magnificencia de "PARADA" atravesando la turba inhóspita, empapada de guerra.
Legiones de Ángeles y Arcángeles, Serafines y Querubines, al son de trompetas anunciando tu llegada.
Y... en la retaguardia, saliendo de la Historia, San Martín , Belgrano, Güemes,Brown, Rosas, los hombres de Obligado, los guerreros de la Independencia, la PATRIA toda, cantando tu VICTORIA.
Ya llegaste MARÍA DE LUJÁN. Te recibió el saludo criollo:
"AVE MARÍA PURÍSIMA",
que resonó en los confines de la tierra, porque salió desde el fondo del mar, de entre las nubes amenazantes, de las entrañas de esa tierra huraña y preciosa.
Y en ofrenda, ese cofre de orgullo, de dolor, de ausencia, de Amor,tesoro de lágrimas que ya no lloraremos más, porque Vos estás ahí...Ya quedaste sola María con tus 649 hijos.
Ya tomaste Posesión Soberana de tus Islas Malvinas.
Ya la Patria se pinta en tu vestido y las Cruces se cubren de GLORIA y la muerte se convierte en vida."¡
¡¡ALLÁ VAS, MARÍA... !!!" Llévame con VOS.
MALVINAS ¡YA VOLVIMOS!
MARIA DELICIA REARTE DE GIACHINO

EXTRA CINEMATOGRAFICAS

Tomado del blog Catapulta
En una época tan supuestamente racional y equilibrada como la nuestra, en la que la ciencia hace las funciones de la nueva religión, existen multitud de palabras “tótem” que son adoradas sin discusión y que presentan la capacidad de bloquear esa capacidad de análisis de la que nuestra época tanto blasona. Así, cualquier organización deberá tener un carácter “democrático”, sin que a nadie se le pase por la cabeza qué es exactamente eso. ¿Significa que las decisiones se toman por votación o bien significa que se presume -como en las “democracias populares” donde veraneaban nuestros socialistas de hoy- que una determinada oligarquía representa al “pueblo” y toma las decisiones unilateralmente? En el caso de que se vote hasta la decisión más primaria, ¿la elección se realiza a por mayoría simple o cualificada? ¿a una o dos vueltas? ¿valen los mismo todos los votos? ¿todos los votantes están igualmente motivados por el célebre “interés general”?
Las preguntas se agolpan pero el hecho es que bajo la cobertura de la “democracia”, nuestro gobierno está llevando a cabo una labor de ingeniería social de las que hacen época, en plena coherencia con la más rancia tradición de la izquierda planetaria. Su inspirador, el proyecto “emancipatorio” que saliera de la Ilustración, no es otra cosa que el intento de adaptar la realidad a los devaneos de ideólogos que destilaban su bilis de unos trescientos años a esta parte. Si la realidad no se aviene a “razones”, las cosas serán doblegadas si es preciso con la fuerza coercitiva del Estado. Existen multitud de ejemplos y quizás, el más descollante sea el ideal igualitario que hoy ya se da por cierto en todo el Occidente. Lejos de suponer, como se pretende, una igualdad “ante la ley”, el ideal igualitario hace de la igualdad un valor intrínsecamente positivo, capaz de polarizar a la sociedad entera en pos de la utopía. No hay nadie mejor ni peor y cualquier distinción hacia la excelencia es contemplada bajo el prisma del rencor social. Así, el hecho de que gente sin escrúpulos haya utilizado su falta de ética para encumbrarse hace sospechosa de entrada cualquier diferencia social. Por supuesto, la mismísima naturaleza no queda al margen del proyecto “emancipador” e igualitario y debe ser sometida mediante la técnica. De ahí, por ejemplo, el fundamento teórico que subyace a la moral sexual “progresista”: el hombre debe “emanciparse” no solo del dominio de Dios sino también de la mismísima naturaleza. Para el ideal Ilustrado solo el hombre crea valores y gracias a la técnica puede decidir si tener o no tener hijos o si estos deben vivir y cuando.
Llevado al extremo este discurso -y no hay razón para no llevarlo- el hombre puede incluso decidir si desea ser hombre o mujer. De ahí que para los más “avanzados”, el “cambio de sexo” se plantee como un “derecho”, lo mismo que el aborto en todas sus formas, desde el troceamiento quirúrgico del niño o su envenenamiento químico, hasta la célebre “píldora del día después”. Naturalmente, la “emancipación” no se circunscribe a las limitaciones impuestas por la naturaleza -tales como la protección debida a los hijos o la determinación biológica del sexo- sino al orden natural mismo. Una expresión a menudo empleada por los economistas modernos -como los “recursos naturales”- evidencia que la modernidad entiende la naturaleza como un mero recurso a su servicio, como una herramienta más que debe ser preservada en favor del proyecto emancipador del presente y del futuro.
Esta, y no otra, es la razón por la que todos los “avances” de la modernidad se presentan bajo los ropajes del “derecho”. Uno tiene “derecho” a abortar, a cambiar de sexo, a tener diecisiete amantes o a castrarse para no tener niños, puede tener “derecho” a la “educación” -signifique esto lo que signifique como sucede con las hijas del presidente- o al trabajo -aunque su actividad sea lesiva socialmente, como en el caso de la telebasura- o a “estar informado” -aunque Prisa, Almodóvar o Cuéntame produzcan todos los días toneladas de estiércol mental en nombre de la “libertad de expresión”. Todos son “derechos”, sencillamente, porque Dios, la idea central de la humanidad, está siendo expulsada de nuestras vidas bajo mil excusas. Pero esta cuestión ni es baladí ni está ausente de consecuencias aunque los “ateos de guardia” esgriman argumentos supuestamente eruditos pero ridículamente fundados en defensa de lo que no es sino una mera construcción ideológica “emancipatoria”. El ateísmo no existe más que como anécdota entre los pueblos no occidentales y a nosotros nos corresponde el dudosísimo honor de haber elevado una anécdota histórica al nivel de piedra angular de nuestra civilización. No es una casualidad que la ideología más extrema en este sentido -el marxismo y sus derivados- haya sido la más cruel de la historia, con cientos de millones de muertos en su haber, aunque ahora se recicle en forma de “progresismo” o simplemente silenciando los desmanes con leyes de “memoria histórica”. La razón es que su discordancia con la realidad del mundo y de los hombres es tan radical que ha hecho falta mucha sangre para intentar cuadrar realidad e ideología.
Sin Dios, extrémense un poco los “derechos” que cada uno puede exigir y nos encontraremos que todo aquello que concebimos intuitivamente como un comportamiento “bueno” o “civilizado” desaparece como por ensalmo. La idea de Dios resulta fundamental para anclar cualquier “derecho” porque en el fondo todo “derecho” no es otra cosa que una exigencia a un tercero. De ahí que por la geografía de este Occidente enfermo proliferen las manifestaciones reclamando “derechos” no concedidos contra terceros que no ceden a tales exigencias, una actitud que cuadra perfectamente con el individualismo patológico del liberalismo, si bien muchas de esas exigencias puedan estar justificadas.
Para curar tanto dislate, mucho mejor sería considerar en vez de una sociedad de derechos una sociedad de deberes. La ventaja de los deberes es que el deber recae sobre uno mismo antes que sobre cualquier otro. El deber impele a uno a cumplir con una red de obligaciones en las que está inserto, en vez de ir exigiendo al de al lado lo que uno mismo decide que otro “debe” cumplir. Así, por ejemplo, un niño no tiene derecho a tener un buen padre sino que el deber del padre es ser efectivamente bueno, como el deber del patrón es ser justo con sus trabajadores y el deber del trabajador es ser diligente y honesto.
De modo análogo, la idea de “deber” transforma a la Naturaleza en interlocutora y no en una entidad explotada al servicio de nuestro supuesto “derecho” a la emancipación. Uno tiene el deber de comprender que la Naturaleza no es cualquier cosa, algo que es un mero “recurso” para que la máquina de producción capitalista produzca mayores beneficios. Sentada esta referencia, la relación de hombre y Naturaleza cambia automáticamente cuando el hombre siente que debe proteger la Naturaleza que es don de Dios.
Sin embargo, tampoco los deberes son comprensibles sin el anclaje fundamental en lo divino. La idea kantiana del imperativo categórico ha sido quizás el intento más serio en este sentido. Kant creía que cualquier comportamiento que no pudiera ser elevado a legislación universal jamás podría ser considerado norma social. Por desgracia para él, el tiempo no le ha dado la razón. Según Kant, si todos mintieran desaparecería el mismo hecho del decir e incluso de la comunicación entre personas. Pero en la época de la manipulación de masas, de la “prensa rosa” y de la “educación para la ciudadanía”, Kant sirve de poco cuando son millones los que hacen de la mentira una “legislación universal”.
¿Qué nos queda entonces? Hay poca elección. Entre los “derechos” que justifican y fundamentan genocidios y los deberes puros, cuya vaciedad sirve de poco ante el embate del nihilismo generalizado, solo el deber para con Dios puede fundamentar el hacer y el comportamiento de los hombres. ¿Cómo implementarlo? Pues es quizás lo más sencillo de todo porque al exigirse primero que a nadie a nosotros mismos, cada uno puede empezar dando un vuelco a su propia vida y exigiéndose a cada uno lo que el soplo del Espíritu lleva siglos exigiendo a los hombres. Un hombre así renovado contempla un mundo de deberes para con todo lo que le rodea -sus padres, su país, el mundo, sus hijos- y para con todos busca dar lo mejor de sí mismo. El resto no es sino decadencia y corrupción intelectual, que es la que está en el origen mismo de todas las demás corrupciones.
Eduardo Arroyo
El Semanal Digital,02/10/09
Nota catapúltica: objeto naturalmente la valoración que hace Arroyo del imperativo categórico kantiano, aunque no es asunto para discutir aquí. Pero lo que resulta verdaderamente “imperioso” es la lectura de tan brillante artículo. Que le aproveche, lector amigo.