PREVENCIÓN ANTES DE IR AL CINE
“La vida del hombre creyente importa luchas constantes contra sus malas inclinaciones y contra las asechanzas del demonio, del mundo y de la carne. Quien no se dispone a guerrear, no espere la paz de su conciencia. La paz es una recompensa de luchas oscuras, continuas, y por momentos, terribles; no es un bombón de confitería.
Para nosotros importa más estar diez minutos de rodillas preparándonos para el combate interior, previo el examen de nuestras fuerzas y las de nuestros enemigos, que no una hora sentados en la butaca de un cine respirando el tufo de un salón perfumado. Los grandes hombres no se forjan en las delicias. La molicie es la herrumbre del honor. Predicamos sin cesar que la religión significa virtud, esfuerzo, sacrificio, trabajo personal continuo y perseverante”.
P. Virgilio Filippo
Ya referimos algunas de estas cuestiones en nuestros dos ensayos de este blog (“El cine como alimento”, “El cine como evasión”). Es aconsejable leer las consideraciones vertidas en la sección “La Iglesia y el cine”, además de los textos que volcamos a continuación, para que evitemos en lo posible las celadas tendidas por el mundo, y sepamos hacer uso de este tiempo que se nos ha dado para nuestra santificación, en este peregrinar del cual Dios no excluye las alegrías y los consuelos intelectuales de las manifestaciones artísticas, pero no como fines en sí mismos.
Referencias en torno a los libros pueden usarse sin mengua en relación a las películas, en lo textos que siguen. El método de Sardá y Salvany para distinguir las publicaciones liberales puede usarse también para el cine. Pero, como actitud preventiva y no de discernimiento absoluto, puesto que el conocimiento del lenguaje del cine también se hace necesario para que la mirada llegue a ser más penetrante en una a veces muy sutil falsificación. Si podemos, daremos en algún momento algunas pautas básicas para tener en cuenta a la hora de mirar atentamente una película. Ahora vamos a lo más urgente y posible para nosotros.
Hugo Wast: Vocación de escritor.
“Hay una regla segura –dice de Maistre- para juzgar los libros como los hombres, aun sin conocerlos: basta saber por quiénes son amados, por quiénes son odiados.
Este criterio es todavía mas seguro cuando los aplausos que se prodigan a un hombre o a un libro provienen de los enemigos de la idea que debiera tener aquel hombre o defender aquel libro.
Alármese, pues, cuando advierta que no suscita contradicción, porque es señal de que en alguna forma anduvo corto al cumplir su misión, tuvo miedo, pactó con el enemigo, enterró algún talento, se cuidó a sí mismo en vez de dejar a Dios que lo cuidara”.
R. P. Félix Sardá y Salvany: El liberalismo es pecado
[Lo que está entre corchetes es nuestro]
“La oscuridad es el gran auxiliar de la maldad. (...) De ahí el empeño constante de la herejía en envolverse entre nebulosidades. No hay gran dificultad en descubrir al enemigo que se presenta con la visera levantada, ni la hay en reconocer por liberales a los que empiezan de buenas a primeras a declarar que lo son. Mas esta franqueza no conviene ordinariamente a la secta. Así, pues, hay que adivinar al enemigo tras el disfraz, y éste es muchas veces hábil y cauteloso en gran manera. Añádese, además, que muy a menudo no es lince el ojo que lo ha de reconocer, se hace preciso, pues, un criterio fácil, llano, popular, para distinguir a cada momento lo que es obra católica de lo que es infernal añagaza del Liberalismo.
Sucede frecuentemente que se anuncia un proyecto, se da el grito de una empresa, se funda una institución, y el fiel católico no acierta a distinguir por de pronto a qué tendencia obedece aquel movimiento, y si, por consiguiente, conviene asociarse a él o más bien oponérsele con todas las fuerzas, máxime cuando el infierno harta maña se da en tomar muchas veces alguno o algunos de los colores más atractivos de nuestra bandera, y en emplear hasta, en ocasiones, nuestro usual idioma. (...)
El periódico que sale, la asociación que se establece, la pública fiesta a que se convida, la suscripción para la que se pide, [la película que se estrena] todo puede ser de Dios y puede ser del diablo, y lo peor es que puede ser del diablo presentándose, como hemos dicho, con toda la mística gravedad y compostura de las cosas de Dios. ¿Cómo guiarse, pues, en tales laberintos?
He aquí un par de reglitas de carácter muy práctico que nos parece pueden servir a todo cristiano para que en tan vidriosa materia ponga bien asentado el pie. [Dos primeros criterios muy importantes, el tercero que le agrego yo es aprender a ver cine].
1) Observar cuidadosamente qué clase de personas promueven el asunto. Es la primera regla de prudencia y de sentido común. Se funda en aquella máxima del Salvador: No puede un mal árbol dar buenos frutos. Es evidente que personas liberales han de dar de sí por lo común escritos, obras, empresas y trabajos liberales o informados de espíritu liberal, o por lo menos lamentablemente resabiados de él.[Puede haber excepciones, sí, pero eso es muy raro. En cine la cosa es más clara: Gibson en gracia de Dios y con Misa diaria realiza “La Pasión de Cristo”; Scorsese con su vida pecaminosa y fuera de la Iglesia, realiza “La última tentación de Cristo”]. Véase, pues, cuáles son los antecedentes de aquella o aquellas personas que organizan o promueven la obra de que se trata. Si son tales que no os merezcan completa confianza sus doctrinas, mirad con prevención todas sus empresas. No las reprobéis inmediatamente, pues hay un axioma de teología que dice que no todas las obras de los infieles son pecados, y lo mismo puede decirse de las de los liberales. [En cine sí se puede y se debe hacer, porque la película ya está en sí acabada]. Pero no las deis inmediatamente por buenas. Recelad de ellas, miradlas, miradlas con prevención, sujetadlas a más detenido examen, aguardad sus resultados.
2) Examinar qué clase de personas lo alaban. Es todavía regla más segura que la anterior.[En el caso de “Gran Torino”, por ej., algunas personas católicas la alabaron, pero los medios liberales y progresistas la colmaron de elogios, como siempre con este director. Dato sin duda a tener en cuenta, aunque no nos exime de nuestro examen]. Hay en el mundo actual dos corrientes, pública y perfectamente deslindadas. La corriente católica y la corriente masónica o liberal. La primera la forman, o mejor, la reflejan los periódicos católicos. La segunda la reflejan y materialmente la forman cada día los periódicos revolucionarios. La primera busca su inspiración en Roma. A la segunda la inspira la Masonería. ¿Se anuncia un libro? ¿Se publican las bases de un proyecto? [¿Se estrena una película?] Mirad si lo aprueba y recomienda y toma por su cuenta la corriente liberal. En este caso ya la obra o proyecto están juzgados: son cosa suya. [Pueden haber excepciones, pero en general esto se cumple cada vez más, por el hecho además de que los enemigos de la Iglesia tienen cada vez más poder en el cine y los medios de comunicación] Porque es evidente que el Liberalismo, o el diablo que le inspira, reconocen inmediatamente cuál cosa les puede dañar y cuál favorecer, y no han de ser tan necios que ayuden a lo que les es contrario o se opongan a lo que les favorece. Tienen los partidos y sectas un instinto o intuición particular, el cual les revela a priori lo que han de mirar como suyo y lo que como enemigo. Desconfiad, pues, de todo lo que alaban y ponderan los liberales. Es claro que le han visto a la cosa o su origen o sus medios o su fin favorables al Liberalismo. No suele equivocarse en esto el claro instinto de la secta. Más fácil es que se equivoque un periódico católico, alabando y recomendando por buena una cosa que en sí tal vez no lo sea mucho, que no un periódico liberal alabando por suya una obra de las varias sobre que se entable discusión. Más fiamos, a la verdad, del olfato de nuestros enemigos que del de nuestros propios hermanos. Al bueno, ciertos escrúpulos de caridad y de natural costumbre de pensar bien le ciegan a veces hasta el punto de que vea por lo menos sanas intenciones donde, por desgracia, no las hay.[Esto es lo que, a mi parecer, ocurrió con algunos católicos y “Gran Torino”] No así los malos. Éstos disparan desde luego, bala rasa contra lo que no se aviene con su modo de pensar, y tocan incansables el bombo de todos los reclamos a favor de lo que por un lado u otro ayuda a su maléfica propaganda. Desconfiad, pues, de cuanto os alaben por bueno vuestros enemigos.
Se nos figura que con estas dos reglas de sentido común, que más bien podríamos llamar de buen sentido cristiano, hay bastante, si no para dar fallo decisivo a toda cuestión, al menos para no tropezar fácilmente en las escabrosidades de este tan accidentado terreno en que andamos y luchamos los católicos de hoy. No se le olvide sobre todo al católico de nuestro siglo, que la tierra que pisa está minada por todas partes por las sectas secretas, que son las que dan voz y tono a la polémica anticatólica, y a las que inconscientemente se sirve muchísimas veces aun por los mismos que más detestan su trabajo infernal. La lucha de hoy es principalmente subterránea y contra un enemigo invisible, que rara vez se presenta con su verdadera divisa. Hay pues, que olerle, más que verle; hay que adivinarle con el instinto, más que señalarle con el dedo. Buen olfato, pues, y sentido práctico son necesarios más que sutiles cavilaciones y laboriosas teorías. El anteojo que les recomendamos a nuestros amigos no nos ha engañado a nosotros jamás.“Suelen a veces periódicos malos tener algo bueno. ¿Qué ha de pensarse de esto bueno que tienen alguna vez los periódicos malos? Ha de pensarse que no les hace dejar de ser malos, si es mala su intrínseca naturaleza o doctrina. Antes esto bueno puede, y suele ser, añagaza satánica para que se les recomiende, o por lo menos se les disimule, lo malo esencial que traen en sí. No le quitan a un ser malo su natural maldad ciertas cualidades accidentalmente buenas. No son buenos un ladrón o asesino, por más que recen cualquier día un Avemaría o le den a un pobre una limosna. Malos son a pesar de estas obras buenas, porque es malo el conjunto esencial de sus actos, es mala la tendencia ordinaria en ellos. Y si de lo bueno que hacen se sirven para más autorizar su maldad, viene a hacerse malo por su fin, hasta aquello mismo que en sí sería ordinariamente bueno”.
La prensa buena es la prensa íntegramente buena, es decir, la que defiende lo bueno en sus principios buenos y en sus aplicaciones buenas. La más opuesta a lo reconocidamente malo, oposita per diametrum, como dice San Ignacio en el libro de oro de sus Ejercicios. La que está al lado opuesto de las fronteras del error, la que mira siempre frente a frente al enemigo; no la que a ratos vivaquea con él, o no se opone más que a determinadas evoluciones suyas. La que es enemiga de lo malo en todo, ya que lo malo es malo en todo, aun en aquello bueno que por casualidad puede consigo traer alguna vez.
Del libro “X Y Z... DEL CINE” de Carlos A. Duhourq, S.J., Ediciones Paulinas, 1965.
PROBLEMAS MORALES DEL ESPECTADOR
1.El católico frente a la cultura cinematográfica.“La posición actual positiva de la Iglesia frente al cine (televisión) no descarta la prevención contra sus peligros. Teniendo en cuenta la diferente formación de sus hijos y las diversas circunstancias de lugares y personas, ante el impacto de la imagen, brinda sus observaciones.
Constantemente, los católicos –por diversión, estudio o cualquier otra razón- se encuentran ante el hecho de ver un film. En conciencia ¿pueden verlo? Sí, si en conciencia pueden verlo...
El modo de formarse esa conciencia lo ofrece la Iglesia a través de sus calificaciones morales, como uno de los medios más seguros [esto ha quedado en el olvido]. En esto como en todo problema que afecta al individuo, es necesario que obremos movidos por un convencimiento personal, y no siguiendo un automatismo cómodo”.
2.Calificación moral de la Iglesia.
Pío XII en su encíclica “Miranda Prorsus” aclara en este punto:”...uno de los fines principales de la calificación moral, es el de ilustrar la opinión pública y educarla para que respete y aprecie los valores morales, sin los cuales no podría existir ni verdadera cultura, ni civilización...”
“Los juicios morales al indicar claramente qué películas se permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente malas, darán a cada uno la posibilidad de escoger los espectáculos de los cuales habrá de salir “más alegre, más libre y en su interior mucho mejor que cuando entró”; y harán que evite los que podrían ser dañosos para su alma...”
Criterios.O sea que la calificación moral, atiende a dos planos simultáneamente: el de la moral objetiva de la obra y el efecto que puede producir la misma sobre el público.
El primero es la referencia a unos valores inmutables; en cambio el segundo presenta mayores dificultades.
Por este segundo aspecto no es práctica la unidad de calificación con alcance mundial. A veces, dentro de un mismo país hay diferencias notables (la situación del público de Buenos Aires es diferente a la de Catamarca o Santa Cruz).
Pero, además, no solo entre jóvenes y adultos, sino también entre estos últimos habría que matizar.
(...)
Las mismas características del cine exigen que se tenga en cuenta lo propio del mismo en la apreciación de la obra bajo aspectos morales”.
Críticos.
“El crítico católico debe ante todo ser un verdadero crítico que sepa penetrar el misterio que el film revela mediante el mensaje de la imagen, y que sepa interpretarlo a la luz del mensaje evangélico sin violar en el juicio moral, el valor artístico” (Franz Weyergans)
Obligación de informarse.
Sin embargo es necesario reconocer que el peligro que entraña la asistencia indiscriminada a cualquier cine, para un fiel común, puede ser muy grande.En ese sentido sería totalmente aceptable el enunciado de Haering, cuando una persona no tiene ninguna referencia para guiarse acerca del posible peligro de un film: “Es indudablemente pecado grave asistir a cualquier película que se proyecte sin informarse previamente acerca de su calidad, consultando la censura eclesiástica de las películas”(B. Haering: Ley de Cristo, I, pág. 626).
Hay muchos indicios actualmente que permiten un acercamiento previo a la moralidad previsible de la película: los actores, la propaganda, los comentarios, los juicios de críticos, ofrecen pistas a una persona que actualmente asiste con cierta periodicidad al cine.
El cristiano que sin necesidad, asiste sin informarse de la calidad moral del espectáculo, obra en forma imprudente.
Posible escándalo.Se ha perdido, un tanto, el sentido verdadero del escándalo. Con la excusa de que “todos van” o “Fulano que es de la Acción Católica la vio”, la consulta a la calificación moral, parece cosa de timoratos retrógrados.
Conviene recordar que aun en el caso de que para mí, tal película no signifique peligro de ningún tipo, el concurrir a ella, puede ser ocasión de escándalo para otros.
Aunque a nosotros no nos afecte, en determinadas circunstancias tendremos que abstenernos “de carnes ofrendadas a los ídolos”.
Educación cinematográfica.
Hay que sacudir a los cristianos que conscientemente se entregan a este estado hipnótico con toda conciencia (o inconciencia). Voluntariamente se sumergen en un mundo onírico, en el que un instructor les dicta procedimientos y criterios, según su propio punto de vista.
Este es uno de los puntos más serios de la difusión actual del cine. Mientras que el espectador traslada su “yo” al actor, absorbe la personalidad y mentalidad de la pantalla.
Naturalismo.Aunque la carga erótica fuera menor, permanece en pie un peligro constante para la conciencia cristiana. El ateísmo o naturalismo del cine.
Se construye un mundo del que ha sido erradicado Dios y en el que no se lo necesita. Los valores religiosos se ignoran y en muchos casos no salen bien parados. El cine-comercio ha contribuido en gran parte a este enfoque. Un tipo de vida en el que no falta nada. Plenamente satisfecho de sí mismo. Con todas las ventajas materiales que se pueden desear y en el que todo sale bien o al menos termina bien.
El sufrimiento desaparece o está encubierto por un barniz rosado; eso explica que (el cine) aparezca como un paraíso a donde escapar para todos los que sienten el peso –a veces abrumador- de la realidad de cada día.
Los valores espirituales han de presentarse en toda la amplitud de que el realizador sea capaz en su arte. No hay que buscar emociones fáciles en los espectadores, sino contacto con un espíritu fuerte y auténtico; transmitir una fe vivida, hacerlo de acuerdo a los cánones artísticos del cine, respetando a un público que no quiere engaños o apariencias (“lavado de cerebro”) “sino el anuncio sin trampa de la verdad que libera” (A. Ayfré: o.c. pág. 150; Pío XII: Film ideal). En este campo hemos de ser más exigentes, enseñando a distinguir entre lo que es verdadero arte cinematográfico-religioso y lo que pretende ser o venderse como tal.
12. Integración cultural cristiana.
Educando el sentido estético de los espectadores superaremos problemas de impacto moral. Hay una gran solidaridad entre ambos campos: el de la formación cultural y moral.Si es capaz, el cristiano espectador, de leer educadamente este nuevo lenguaje de las imágenes, penetrará mejor en la sicología de los personajes, admirará el arte de una presentación técnica impecable y podrá gozar de la combinación de un buen montaje, sin enredarse tanto en el golpe más superficial de una escena objetable.
No se trata de detenerse únicamente en perfecciones técnicas formales, sino a través de la comprensión de las mismas, llegar a calar en lo hondo de los problemas humanos que nos llegan en los modismos de una expresión moderna.El cine adquiere todo su valor de medio de comunicación, cuando podemos llegar hasta la fuente de donde brota como lenguaje. Cuando superamos la relativa oscuridad que presentan sus símbolos y entramos en comunión con el hombre que piensa, habla, sufre, vive, atrás de ellos.
Es evidente, por otra parte, que nuestra insistencia en la educación cinematográfica de los fieles no significa una mayor licencia y amplitud para asistir a espectáculos inmorales.
Se trata de disminuir el número de éstos y de llegar a capacitarse para realizar una mejor selección de los mismos, que realmente nos dejen, como decía Pío XII “más alegres, más libres y mucho mejores que cuando entramos”.
Para el cristiano es cuestión de conciencia valorar como corresponde estos medios y actuar frente a ellos de acuerdo a su vocación. Una vez, los cristianos salvaron la cultura al abrigo de los monasterios; esta civilización de la imagen espera también ser rescatada y no abandonada a la pendiente fácil.Más efectiva y cristiana será nuestra actitud si en lugar de contentarnos o lamentarnos en posiciones meramente moralistas externas, suscitamos y preparamos al cristiano de hoy y mañana, para animar esta creatura y darle el sentido de alabanza al creador junto con todas las demás.
Toda la creación espera la manifestación de la gloria de los hijos de Dios (Rom. 8,15).
Jaime Balmes: La Religión demostrada
P.: ¿Qué entiende usted por malos libros?
R.: Los que extravían el entendimiento o corrompen el corazón.
P.:¿Es muy peligroso el que los malos libros nos acarreen semejante daño?
R.: Sí, señor; son peores que las malas compañías, porque los tenemos a todas horas; el autor, cuya capacidad es, por lo común, muy superior a la nuestra, adquiere sobre nuestro espíritu mucho ascendiente, y acaba por arrastrarnos a sus errores, por más que al principiar la lectura nos hayamos prevenido contra su influencia.
P.:Pero entonces,¿no quedaremos sin ilustrarnos en muchas materias?
R.:No, señor; porque todo lo necesario para la verdadera ilustración se halla también en los libros buenos.
P.:¿Es verdad que la ilustración está reñida con la religión?
R.:Es un gravísimo error; la historia entera lo contradice: los hombres más sabios han sido religiosos; si ha habido alguna excepción, ésta no destruye la regla.
Mons. De Castro Mayer: Problemas del apostolado moderno.
“Ante el bien, se encuentre donde se encuentre, nuestra actitud sólo puede ser la que aconseja el Apóstol: probadas todas las cosas, tomad lo que es bueno. Frente al mal debemos igualmente obedecer el consejo del Apóstol: “no queráis conformaros con este siglo” (Rom. 12,2).
Sin embargo, conviene aplicar con inteligencia los dos consejos. Es excelente analizar todas las cosas y quedarse con lo bueno. Pero debemos tener presente que lo bueno es lo que está conforme, no sólo con la letra, sino también con el espíritu. Bueno no es aquello que favorece a un tiempo a la virtud y al vicio sino lo que favorece siempre y únicamente a la virtud. Así, cuando una costumbre no es reprobable en sí misma pero crea una atmósfera favorable al mal, la prudencia manda rechazarla”.