“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

viernes, 23 de octubre de 2009

IMAGENES


Way of a gaucho, dirigida por Jacques Tourneur, 1952.

El cowboy es un pistolero que quiere establecerse en un pedazo de tierra, formar un hogar, vivir de la faena del campo.
El gaucho ya posee la tierra, y sólo pelea para no perderla.
Uno conquista, el otro defiende.
El cowboy quiere tener historia, el gaucho es un heredero.
El cowboy busca lo que el gaucho ya tiene desde hace mucho tiempo: una tradición, un arraigo en la tierra, una vida pacífica, una patria. Y algo más que el gaucho tiene y el cowboy no: la religión. Por esto último –y aquí religión católica es sinónimo de patriotismo- el gaucho será perseguido, como el indio lo fue en Norteamérica: irreductibles ambos –por distintas razones- al Liberalismo protestante.
Porque el liberalismo no convierte ni convence: seduce, destruye y corrompe.
No es la avanzada del liberalismo político lo que se llega a ver en esta película, fuera de campo que apenas se sugiere. Pero lo que sí se ve es el carácter religioso del criollo, la piedad católica de la mujer argentina, la “china”. Que son, precisamente, las características que hacen al gaucho libre, y por lo tanto, capaz del propio sacrificio.
La Twenty Century Fox le encargó esta película, filmada en la Argentina en 1952 (gobierno de Perón), a Henry King, que quizá con fortuna para el film no pudo realizar. No lo sabemos, pero recordando “Capitán de Castilla” (véase nuestra crítica en este blog), suponemos el resultado menos afortunado que con quien finalmente se ocupó de la tarea, Jacques Tourneur.
No obstante, de la afortunada conjunción de varios factores –novela original, guionista, productor, director, filmación en escenarios originales, supervisión de un gobierno nacionalista- se pudo dar un film muy estimable y acaso muy superior a la versión que el propio cine argentino nos ha entregado del gaucho.
Lejos de la recitación ampulosa y afectada de un Alfredo Alcón, o de la solemnidad sentenciosa de Magaña o Muiño, el gaucho del ignoto Rory Calhoun es un joven valiente que hace culto del honor, de la libertad, de la amistad, del estoicismo, baqueano en las faenas del campo y orgulloso hombre de la tierra, un poco altanero, sí, pero sin caer en la deformación del cuchillero borgesiano.
Opuesto a su modo a un soberbio perseguido y “outlaw” como el Che Guevara, alienado por una ideología. El gaucho Martín de esta película, a pesar de tener los pies bien firmes sobre esa tierra que tanto ama, sabe como cristiano que está hecho para el cielo, y sabe ponerse de rodillas ante quien corresponde para confesar sus faltas y hacerse así más grande que nunca cuando se hace pequeño.
Alguien criticó de este film el hecho de que el gaucho protagonista es “muy consciente de su condición arquetípica”. Pero ese es un acierto, porque lo es como Martín Fierro, como quien sabe que siendo heredero de una larga tradición, tiene sus días contados. Es el reflejo del “Yo sé quién soy” de Don Quijote, un reflejo tenue, pero lúcido.
Formidable ejemplo el de este film de que el sentido común de la religión persistía por entonces aun en Hollywood y entre nosotros mismos, para entender la esencia de un arquetipo hoy sepultado, a cambio de otros espúreos como el que mencionáramos.
“Justamente la grandeza del Martín Fierro y su mensaje están en haber dado la phylogénesis de los dos tipos, haber hecho que un paisano gaucho se volviera malevo por fuerza; y santo por gracia, por decirlo así”, escribió el Padre Castellani.
Regenerado “a través de la tribulación” y, también, de la buena y piadosa mujer, le agrega la película. La cautiva que se convierte en esposa y madre, personaje menor e ignorado que no será memorable en un sistema donde sólo las “divas” tienen derecho a destacar su nombre: como esta misma Gene Tierney en “Laura”, ahora en este papelito no memorable para los cinéfilos, los estetas vacuos y la frivolidad de la prensa. Si hasta la misma actriz parece sorprendida en un papel fuera de toda parcela, ante lo cual el director sabiamente opta por mostrar la escena de la oración como lo vemos en la imagen de abajo: dejándonos a nosotros la tarea de completar la escena sin que el rostro ampuloso o la mirada intencionada de la actriz sean necesarios.