“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

sábado, 19 de noviembre de 2011

NOTA - CUADROS HOLLYWOODENSES

CUADROS HOLLYWOODENSES

"Cargador de flores", de Diego Rivera.
  
"In a lonely place", Nicholas Ray, 1950.

 
"Crime of passion", Gerd Oswald, 1957.

Hemos podido descubrir recientemente, un tanto forzados a ver –aunque sin padecer- algunas películas del cine clásico de Hollywood de los años ’50 (a nuestro entender la mejor década), una llamativa coincidencia en dos films representativos de aquel cine, a través de dos vertientes: por un lado el film noir standard, bien escrito, actuado con solvencia por grandes figuras y dirigido de manera impersonal pero profesional (Crime of passion, Gerd Oswald, 1957), y por el otro un film de autor excepcional, donde una trama criminal sirve de vehículo para desplegar el análisis psicológico de una personalidad complicada, a la vez que se vierte como segunda historia una reflexión sobre lo que es el cine clásico, en magnífica respuesta formal (In a lonely place, Nicholas Ray, 1950).

Ahora bien, no pudimos dejar de notar, tanto a través de una exposición mediocre, como de una fina puesta en escena, una coincidencia en los decorados interiores de ambos films. Se trata de la repetición de una misma pintura ubicada en lugar destacado. Tanto el coqueto departamento de una actriz en el film de Ray como la sobria casa de un policía en el de Oswald, ostentan la muy famosa pintura “El cargador de flores” del mexicano Diego Rivera. Es interesante reflexionar sobre la inclusión de la misma porque, más allá de la repetición del mismo objeto decorativo –exactamente el mismo-, la obra, con ser muy famosa, servía para difundir a un personaje nefasto para quien la pintura y la política estaban siempre indisolublemente unidas, pues su obra no era otra cosa que un vehículo de propaganda o difusión ideológica de la revolución comunista.

Diego Rivera no sólo era masón, sino agente stalinista a las órdenes de Moscú, y, a la vez, lo que no debería ser sorpresa, contaba con el apoyo de la plutocracia norteamericana como los Rockefeller, quienes le abrieron las puertas de los Estados Unidos y hasta le dieron el Rockefeller Center para que Rivera pintara allí un mural (mural que resultó tan explícitamente comunista que debió ser destruido). Es decir que este pintor que se movió cómodamente entre Moscú y Nueva York, recibía un plus de difusión a través del cine de Hollywood, en films que no se mostraban nada “revolucionarios” o “comprometidos”, como se dice ahora. No eran películas explícitamente “militantes”.


Rivera hospedó a Trotsky en su casa y se manifestó mucho tiempo trostkista, hasta que el terrorista ruso fue asesinado por orden de Stalin. Desde entonces el pintor mexicano fue un furibundo stalinista, siendo sindicado por muchos como agente previo con alguna responsabilidad en el crimen de León Bronstein alias Trotsky. Este último se refirió así acerca del pintor: "Diego es atroz. mentalmente es mucho peor que Stalin. Este último al lado de Rivera resulta casi un filántropo o un niño de ocho años".
  
Mural llamado "El hombre en una encrucijada", donde puede distinguirse claramente a Marx, Engels y Trotsky.


El espectador puede preguntarse, en primer lugar, si la notoria inclusión del susodicho cuadro, no se debe a que el decorador o director de arte colocó en la pared lo primero que encontró o le vino en gana de la copiosa utilería de la “fábrica de los sueños”. Tratándose del cine de Estudios, la respuesta es que nada se hacía por casualidad y sin el visto bueno del director o productor del film. Lo segundo que podría preguntarse es si, tratándose de un cuadro muy publicitado, no se trataría de un comentario irónico de los directores para caracterizar la falta de imaginación de sus poseedores (en el film de Ray aparecen incluso varios cuadros de Picasso, para variar, otro comunista). Pero lo más interesante del caso, es poder entender, sea cual fuere la causa de la inclusión de tal obra, que, contra la difundida leyenda acerca del “macartismo” o persecución anticomunista de aquellos años en Hollywood, este simple detalle nada menor indica lo contrario, pues se daba publicidad –y dinero-, ya sea en el cine indirectamente, o en los museos e instituciones culturales más explícitamente, a un notorio subversivo revolucionario, y por ello precisamente propagado, que llegó a escribir provocativa e infantilmente en uno de sus murales “Dios no existe” para después tener que borrarlo ante el escándalo suscitado. El senador McCarthy ni siquiera se metió con la industria del cine y si hubo algún film anticomunista fue un poco de humo para tapar la verdadera corrupción que de la mano del liberalismo ya estaba carcomiendo las estructuras de un edificio que se iba a empezar a derrumbar en la década siguiente, década en que iban a estallar revoluciones en todo el mundo.

Con todo esto no queremos indicar, claro está, que las películas que incluyen este cuadro sean “comunistas”, sino acabar con las falacias victimistas de los izquierdistas que no sirven sino para seguir enriqueciendo un “prestigio” hecho de ocultamientos y mucho dinero. Como el que amasó el renombrado pintor de cuadros comunistas y, a veces, hollywoodenses.




Otro mural explícito comunista, donde puede verse a su tercera esposa, la tan publicitada Frida Kahlo. Según el curador de la exposición "Los tesoros de la Casa Azul", que reunía y glorificaba la vida y obra en común de Rivera con esta mujer, ambos mantenían lecturas sobre la masonería y el judaísmo y Rivera consideraba que el futuro del arte estaría en manos de los judíos.
  
Detalle de un mural donde se observa a Stalin y Mao como bienhechores de la humanidad y hacedores de la Paz.