Por Aníbal D’Angelo Rodríguez
Tomado de Revista Cabildo Nº 86, Abril-mayo 2010
Lo que quiero comentar es algo en lo que, curiosamente, ningún cronista de la prensa comercial reparó. Como se recordará, el protagonista descubre, hacia el final del filme, que el marido de una víctima de violación y asesinato mantiene, desde hace veinticinco años, “preso” en su casa (en rigor, secuestrado) al autor del crimen, un militante de la triple A.
Debe recordarse también que el protagonista, Darín, ha sido presentado como un justiciero que se saltó algunas reglas para lograr encontrar y castigar al culpable de los delitos indicados. Pero ¡oh sorpresa! al justiciero Darín ni se le pasa por la cabeza intervenir en el delito que tiene ante sus ojos –privación ilegítima de la libertad- y obtener, por lo menos, la liberación del preso en la cárcel privatizada.
Tampoco el público (ni los que comentaron la película) reacciona ante este delito. No es que el marido de la víctima ha “hecho justicia por mano propia”. Lo que ha hecho es injusticia, porque ningún condenado a perpetua cumple en la Argentina veinticinco años de cárcel ¡en reclusión solitaria!, pena que no existe en nuestro Código Penal.
Por este detalle, la película se vuelve una metáfora de lo que hoy se entiende en nuestro país por justicia, es decir una injusticia con que se “corrige” otra injusticia. Y todavía habría que agradecer que se conserven algunos rasgos de la justicia común: un estrado y tres señores senados tras unas mesas. No es mucho más lo que queda de Themis.
Dicho de otra manera, para los monstruos* no hay justicia sino simple venganza. No hay juicio debido, ni normas procesales ni las garantías que tan numerosas fluyen en relación con los delincuentes comunes. Si un monstruo está preso, bien preso está, cualquiera sea el procedimiento para lograrlo o la cárcel que lo aloje. Para ellos sólo vale el ojo por ojo**, ¡y esto cuando los tribunales rebosan de discípulos de Kelsen, para quien la idea misma de una justicia abstracta era un mito y lo único que valía era el derecho positivo que no exigía más que reglas claras dictadas por autoridad competente!
Insisto: no es la acción que nos presenta la película –el “encarcelamiento” privado- lo que me llama la atención. Lo asombroso es la nula reacción del protagonista (que ni piensa en movilizarse para detener esa injusticia) y el silencio de las decenas de zurdos “justicieros” que vieron y comentaron la película. A ninguno, hasta donde yo sé, se le ocurrió cuestionar lo que hace el carcelero y lo que no hace Darín.
Pero me corrijo: no tiene nada de asombroso: es lo lógico en un país que ha perdido el rumbo hace muchos años, tras veintitantos de adoctrinamiento gramsciano.”
* Nota Reduco: La palabra es exacta, en términos cinematográficos: para llegar a esa aceptación de una injusticia, el director presenta como víctima alguien que ha dejado de ser humano, o, mejor dicho, que nunca lo ha sido, tal vez por eso hasta se regocija el director en mostrarlo explícitamente desnudo, sin el menor sentido del pudor. No tiene ninguna característica positiva o amable. Es un monstruo al que no se le tiene lástima, en una época donde el cine “humaniza” a los monstruos verdaderos y los trata con piedad, hasta volverlos protagonistas de sus filmes. ¿Paradójico? No, ello va de la mano con la imposibilidad de inventar héroes portadores de valores positivos, luminosos y sacrificados, o por lo menos reconocedores de sus propias culpas; hoy los “héroes” son oscuros, vengativos, malhablados y cínicos, como el Darín de esta película o de su anterior “El aura”.
** Nota Reduco: Efectivamente, hemos pasado a la defensa del ojo por ojo más descarado, siempre disfrazado de “justicia” impartida por las pobres víctimas, casi siempre progre-izquierdistas o sobrevivientes de diversos "holocaustos". Época en que los victimarios ocupan mediáticamente el rol de víctimas, para así poder perseguir con mayores libertades. Recientemente pudimos volver a ver, como ejemplo contrario a estos malos ejemplos celebrados, la película “Ocho a la deriva” (o “Náufragos”, en inglés “Lifeboat”), de Alfred Hitchcock, filmada durante la Segunda Guerra Mundial. Aun tratándose de época de gran propaganda a favor de las “Democracias”, en esta película puede observarse cómo hay una mirada severa sobre la venganza, por más malo que sea aquel sobre el que se aplique. En este caso, un marino alemán, criminal, asesinado –o “ajusticiado”- salvajemente por cinco personas –incluyendo dos mujeres- y arrojado al mar desde un bote salvavidas. Permanece al margen un negro, el único cristiano del grupo. El juicio moral –que al final de la película se torna inquietante y difícil- de Hitchcock está dado por la manera de filmar esta escena, tomando distancia de los personajes y presentándolos de espaldas a la cámara, como una jauría salvaje. Otra película interesante, “Hombre del Oeste”, dirigida por Anthony Mann, nos presenta a su protagonista renunciando a la venganza, porque eso lo convertiría en lo mismo que su enemigo. Ejemplos de un cine que todavía era salvaguardado –a pesar de los dueños de los Estudios- por los católicos de una sociedad que todavía no había caído bajo la completa influencia cultural de sus enemigos, hecho ocurrido a partir de mediados de los años ’60.
Una consolidación y profundización de la “Democracia” en su sentido absoluto, es decir, religioso, a partir de los años ’80 (y esto puede verse claramente en el cine a partir de entonces, pero en especial en los últimos diez años), han traído lo que Stan Popescu relata que ocurrió en la primer democracia, en Grecia: “La “ideología” y los “principios” o”doctrina” democráticos, con sus ideas obsesivas sobre la igualdad y la libertad, desencadenan los bajos instintos, las emociones negativas y especialmente el odio, el resentimiento y la obsesión por la venganza y el castigo de todo lo que no obedece a la “voluntad del pueblo soberano”.(...) Durante la época democrática, iniciada oficialmente por Perikles, aparecieron los más degradantes síntomas de inmoralismo, reveladas en las obras de Eurípides: el adulterio descarado, la oficialización de la prostitución y la escuela de “capacitación·” de Aspasia que se encargaba de “seleccionar” las “compañeras” o amantes de los strategoi autokrator (generales demócratas) que eran amigos de su esposo Perikles, y la entronización del odio, la furia y la sed de venganza como”sentimientos humanos” dignos de alabarse. La idea de irracionalidad como conducta normal y la práctica de la venganza como ideal de vida la describe Eurípides de una manera patética en su tragedia “Hécuba” en este breve diálogo entre Agamenón y Hécuba: “¿Qué deseas? Pregunta Agamenón, ¿pasar en libertad el resto de tus días? Cosa fácil es para ti”. Hécuba: “De ningún modo. Si puedo castigar al malvado, consiento con gusto en ser esclava durante toda mi vida” (S. Popescu, “Cultura y libertad”).