lunes, 18 de noviembre de 2013
EL CINE, por el Padre Castellani
Artículo reproducido en la
antología Pluma en ristre editada en España en 2010, sin fecha
original del escrito de Castellani. Menciona allí Castellani ciertas películas
de Chaplin y una de Hitchcock (Murder), por lo que parece escrito a principios
de los años ’40 como mucho. El cine alcanzaría su madurez y daría sus mejores
obras recién en los años ’50, con algunas contadas obras maestras en años
posteriores. Y cumbres como La pasión de Cristo ya más cercano
a nosotros. Agregamos al texto algunos comentarios nuestros, en color rojo.
“Ha hecho muy bien el Arzobispo de
Buenos Aires prohibiendo que los sacerdotes vayan al cine. ¿Qué puede aprender
un sacerdote en un cine? No se niega que sea un pasatiempo lícito e inevitable
para muchos, pero no es diversión para sacerdotes. Exacto.
Si se toma al cine sólo como diversión. Mas, tomado como medio de conocimiento,
vale la misma conclusión: el sacerdote no necesita en absoluto el cine. Aunque
puede y debe conocer la tónica general del mismo, para saber guiar a sus fieles
en el sentido de que debe guardarlos sobre todo porque el cine es una
herramienta muy hábil para difundir el liberalismo y, hoy en día, el
gnosticismo. Y en las ciudades modernas los fieles –sobre todos los jóvenes-
buscan el pasatiempo del cine. Si un fiel viene a preguntar al sacerdote –ojalá
lo hicieran- si puede leer tal o cual novela, o ver tal o cual película, antes
la Iglesia contaba con un índex, Hoy, obviamente no, por lo tanto debe poder
prevenirles al fin. Dar una respuesta absoluta (Ud. no debe leer novelas ni
mirar películas) puede ir muy bien con ciertas personas ya formadas y
adelantadas en la vida espiritual. En otras hay que saber llevarlas poco a
poco, e incluso ciertas cuestiones bien tratadas en el cine podrían ayudarlas a
hacerlas reflexionar más fácilmente que dándoles un tratado de psicología o
teología. Todo depende del caso. Mucho más barato y divertido para un
«sátwico» es, por ejemplo, el trabajo manual. Si los curas encuadernaran,
miniaran, cocinaran, o hicieran relojes, guitarras o tisanas como antaño, andarían
más sanos y hasta mejor preparados para con el comunismo.
Tiene razón Su Eminencia. Si algo se
puede discutir es la exageración del castigo impuesto a los transgresores;
pero en fin, él sabe. Es una mala seña que haya que espantar a los sacerdotes
de esas grandes catedrales de las masas modernas ¿Hoy
qué podemos decir, ante la difusión íntima y doméstica del cine por medios
electrónicos y digitales, como el DVD o el teléfono celular, incluso en los
medios de transporte? Hay que redoblar el cuidado; a ese efecto debería
bastar automáticamente el buen gusto y una buena educación. Por una vista
pasable hay diez imbéciles; por una vista eximia hay cien de las otras. Cierto lo que dice. Por una eximia, cien de las otras, hoy
muchas más. Lo que quiere decir es que hay películas eximias y buenas, por
ende, el cine no es malo per se. Veremos luego si es correcto el modo de
analizar el medio cinematográfico por el P. Castellani.
De esta frase (que supone «hay» vistas
eximias, pero son pocas) sale la solución al problema teológico planteado por
Daniel, Ezequiel y Joel (tres jóvenes argentinos miembros de la Acción
Católica) y en Francia por Stanislas Fumet. Estos moralistas sostienen que el
cine es intrínsecamente malo, y escriben sobre él a la manera del terrible
libro de Tertuliano «contra los espectáculos». Parece increíble que en nuestros
días haya gente para creer que el cine lo inventó el diablo, como nuestras
abuelas creían de la bicicleta; pero hay que notar que propiamente no
sostienen que lo inventó sino que lo «posee» —en el sentido de la «posesión»
diabólica, en la cual también creía mi abuela y aun mi abuelo un poco.
Los argumentos que dan estos teólogos
de Acción Católica son principalmente tres:
1. La técnica en sí misma no es mala, y
por tanto, la hizo Dios; pero la «tecnocracia» moderna («hombres y
engranajes») nació torcida, de una rebelión de la «ciencia de dominio» contra
la «ciencia de salvación»; y se ha ido torciendo más y más en forma que ahora
está imposible, y es contra naturam y contradiós ineluctablemente.
2. Aun las cintas buenas son malas,
porque desenfrenan una facultad del alma que es inferior, la imaginación, y su
correlato necesario, la emoción, a expensas de las facultades superiores. El
cine nos da una orgía de imágenes; y por ende, cuanto más logradas sean, peor.
Sería bueno que estas afirmaciones fueran puestas en
ejemplos para entender lo que quieren decir, Pues hablando en general, hay
películas de esas y de las otras. Con esto se quiere decir que el cine verdadero
no es un lenguaje que recibimos pasivamente, sino que son signos puestos en
escena mediante el montaje que nosotros mismos debemos decodificar. El
hombre que actualmente posee la mejor imaginación del mundo, Paul Claudel,
sostiene que el hombre moderno carece de imaginación por culpa del cine; el
cine atora y empacha a esa facultad tan importante, atracándola de alimento
excesivo e indigerible: abortan y no maduran las imágenes, no sirviendo así a
su función natural, que es sostener y alimentar la operación intelectual. Muy probable.
En suma, el cine deprava esencialmente
el equilibrio de las facultades humanas.
3. El «cinematógrafo» es una bella
arte inclasificable, lo cual es de entrada sospechoso: es una mezcla de teatro
y novela, con injertos de música, escultura, pintura y arquitectura; una mezcla
indeterminada de todas las artes. Bellas artes no puede haber más que cinco
—dijo Hegel— ¿Y por qué no puede haber más que cinco?
¿Es un dogma?. El cine es inclasificable, es decir, informe; y todo lo que
es indeterminado es malo, decía la filosofía griega. Dirán que pertenece al
teatro, poesía, dramática, género, pantomima... Eso fue el cine mudo; pero dicen
los yanquis que ahora el porvenir es del cine sonoro, y además perfumado,
tocado y olido; el cual por lo demás ya está realizado aquí en algunas «salas»
de la Boca; sin desdoro para los yanquis.
En suma, el cine es una pseudoestética
servida por una técnica prodigiosa para uso de la plebe de las grandes
ciudades. Hasta aquí mis amigos los ermitaños urbanos.
Contra ellos no hay nada que responder,
sino que los que creen que van a moderar o suprimir al cine con argumentos
filosóficos están «fritos». Exacto.
La verdad es que el cine no es
inclasificable, pues pertenece en efecto a la pantomima, que es una especie de
género dramático, no la más alta pero sí la más poderosa; porque el gesto que
es su medio, es la forma de expresión más natural y anterior a la palabra
hablada —que es también gesto—laringobucal. Error: el
cine mudo en gran parte, era pantomima. Pero lo que inventó Griffith es otro
lenguaje. Hitchcock demostró prácticamente, esto es, visualmente, cómo se
contruye el significado prescindiendo de la pantomima: un mismo gesto del
actor, según diferentes montajes, le otorga diferentes sentidos. La pantomima
es el arte del actor, el cine es el arte del director. Quien crea el sentido es
la cámara, no el actor. Género artístico, pues, inferior en la
profundidad, pero superior en cuanto a la inmediatez y accesibilidad: uno ve
las mejores vistas que hay, Luces de la ciudad, El circo, Murder, El
ángel azul, La tragedia de la mina, La ópera de 0.05, Nativity, Cuatro
pasos en las nubes-, y recibe una impresión formidable; pero al otro día la
impresión se disipó y a la semana no recuerda ni el argumento está hablando de cine de los años ’30, muy lejos del gran
nivel alcanzado por el cine, y de verdaderas impresiones perdurables.;
en tanto que si lee una tragedia de Shakespeare o siquiera una comedia de
Bretón de los Herreros, la recuerda quince días, trozos enteros se le imprimen
en la memoria, y no lo olvida del todo jamás Hoy
olvidamos más fácilmente y de hecho la palabra se olvida más fácilmente que la imagen.
Alguien dijo que si Shakespeare viviera hoy, haría cine. Cierto. Miseria
y grandeza de la pantomima; grandeza de la palabra rítmica.
Lo que objetan, pues, los huraños
absolutos es verdad circunstancial; el cine de «hoy» es más o menos así como
lo pintan, porque forma parte del mundo de hoy, de la época capitalista en
crisis; pero no que no pueda ser de otra manera, y servir con sus fantasmas
fútiles y su cachiporra de goma al bien moral y social en vez de la disolución
y la confusión Muy cierto. Posteriormente Pío XI y Pio
XII escribieron encíclicas al respecto. En suma, de las innúmeras cintas malas no tienen la culpa la técnica ni el
arte, sino el lucro y la falta de intelecto agente. Resaltado por nosotros La producción cineástica actual es una cosa
de comercio y no de inteligencia o de educación; el intelecto no la penetra ni
la gobierna en general sino que la sirve; de lo
cual no tenemos la culpa ni yo, ni el Papa, ni mis lectores.
El problema del cine depende, pues, de muchos otros problemas particulares
y generales, y todos dependen del soñado restaure de la civilización occidental; destacado nuestro o sea, de «la conversión de Europa»,
como decía Belloc; porque hoy día los problemas están tan intrincados y unificados
que parecería no se puede arreglar nada sin arreglarlo todo; y el hombre no
puede arreglarlo todo, porque no puede ni comprenderlo todo. En suma, como
decía mi tío el cura, si el cine ha de
ser el instrumento del Anticristo o un servidor del Cristo, depende de si
Cristo vuelve o el Anticristo está a las puertas, cosa que nadie sabe ahora. Destacado nuestro. Muy
bien dicho. Con “La Pasión de Cristo” se demostró que el cine puede ser un
instrumento servidor de Cristo. En estos días, la corriente general del cine
sirve al Anticristo.
«Se fosse grato al
Re del Universo...», decía mi tío; pero el «Rey del Universo» es uno de
los «Nombres de Cristo»; y también el nombre que llevará por tres años y medio
el Anticristo —si no mienten mis amigos Daniel, Ezequiel y Joel.
Pero aquí, entre nosotros (porque esto
ya es irse muy lejos), nuestros cineastas nacionales bien podrían hacer películas
«mejorcitas»; en los años cincuenta mejoraron bastante y
así poco a poco el Arzobispo nos autorizaría a ver por lo menos El cura
gaucho o Caballito criollo que pasó y se fue.
Pero a mí las que me gustan son esas cintas de «convoys» en que «salen» unos
jinetes bárbaros y unos caballos árabes estupendos; quiero decir, me gustaban
cuando era chico.