jueves, 4 de febrero de 2010
CRITICA
THE CURSE OF FRANKENSTEIN
Director: Terence Fisher – 1967
EL HOMBRE Y LA BESTIA
(O de cómo el hombre que se hace Dios por las suyas acaba siendo menos que un hombre, una bestia, haciendo una criatura a imagen y semejanza de su alma caída)
Corresponde al cine desde siempre el acierto de haber colocado al científico en el lugar del malvado, del frenético que enloquece con su obsesión ilimitada de saber y sus enajenantes y peligrosos experimentos. Pensamos en casos paradigmáticos, como el científico de “The thing” (la primera), luego repetido en su vertiente de Alien y sus secuelas, y, por supuesto, el más ejemplar, este Frankenstein que finalmente terminó dándole su nombre a un monstruo que siempre está vigente.
Lo interesante de esta película es que está centrada más en el creador que en la criatura, resultando una especie de reflejo especular de la historia de Stevenson del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, al que algunos llamaron –aquí entre nosotros en una atinada versión fílmica de Soffici- “el hombre y la bestia”. Esta bestia, ese monstruo horroroso, mixtura de diversos cuerpos robados en la noche (interpretado aquí por Christopher Lee, brillante recreador también de un misterioso Drácula en otros films de la Hammer ), esa befa que es un sub-humano, esa criatura sin alma es también el reflejo especular del Barón Víctor Frankenstein (Peter Cushing), la imagen de su monstruosa alma. Viene bien recordar estas palabras de Giuseppe Vattuone, laureado médico neuropsiquiatra: “Como apóstata que es, el hombre moderno es consciente de su propia infinitud en Dios por la revelación de Cristo, dolorosamente penetrado por la omnisciencia de Dios, mientras más avanza en la conquista del conocimiento de la materia limitada y determinada, más ignorante se descubre y su deseo infinito de conocimientos se convierte en su tormento y su condena. Nunca más tendrá alegría. Como si él tuviera que crear, no teniendo sino que descubrir las leyes de lo creado”.
Un ambiente de ateísmo claustrofóbico se esparce ante nuestros ojos, centrada la historia en la casa y el laboratorio de Frankenstein. El conocimiento desenfrenado, la ambición, obsesionan al Barón, y son las que hacen de nosotros, como diría Jünger, “unos bárbaros y unos caníbales”, que es lo que en este film se verifica. En este sentido puede decirse que este es un film de horror, no tanto por lo que sea capaz de hacer el monstruo ni por recursos de truculencia que acechan a los protagonistas, sino por los razonamientos y métodos empleados por Frankenstein para llevar a cabo su “obra”.
También se ve un desdoblamiento entre lo escabroso del laboratorio y las prácticas del doctor con la pulcritud incólume de su hogar y su atuendo; entre sus modales bruscos y lascivos con la sirvienta que es su amante y la corrección y frialdad con que trata a su prima y prometida Elizabeth. Por cierto, bien se muestra el carácter femenino, los intereses que las mueven y la credulidad y ceguera de las mujeres (que es a la vez su fortaleza y su debilidad, como en los niños). Acá podría hablarse también de “La bella y la bestia”, en esas dos incursiones femeninas al laboratorio en que Fisher maneja muy bien el suspenso. Pero la lección de “La bella y la bestia” es: “una cosa debe ser amada antes de ser amable”, en cambio acá, podríamos decir: “no podemos amar una cosa que está hecha contra-natura”.
Al final de la historia, el Barón recurre, como nunca antes lo hizo, a un sacerdote, pero no para dar su confesión y pedir los últimos sacramentos, sino para que evite que lo ajusticien. Pero el intento es inútil y está bien que así sea (al menos en esta primera parte Frankenstein tiene el final que merece, ya veremos que la saga, esto es cine y no podía ser de otra manera, debe continuar. Pero esa es otra historia, no tan buena como ésta).
Por supuesto, tiene entonces el film un final feliz complicado, y me temo que en la vida real las cosas son más complicadas, y habrá que esperar más tiempo (y mayores desastres) hasta que al fin se arregle todo esto. Porque, como sabemos, al fin todo se arreglará y ya no habrá films ni historias de horror.