“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

lunes, 1 de marzo de 2010

CRITICA



AL FILO DE LA OSCURIDAD
Director: Martin Campbell – 2010

UNA AGUACHENTA SOPA CAMPBELL

Penoso es tener que escribir sobre esta película, porque eso significa tener que volver a ella, cuando no quisiéramos sino olvidarla de inmediato. Ni siquiera tenemos el acicate de un sueldo o jornal para empujarnos a acometer tal empresa. En fin, que parece no queremos sino dar rodeos para evitar encontrarnos de frente con esta obra maestra de la mediocridad, el lugar común y la falta de imaginación. Y si no fuera porque la protagoniza Mel Gibson, ni siquiera estaríamos hablando de ella, como tampoco la habríamos ido a ver. *

Nos confirma este film nuestra sospecha previa, pues evidencia que la caída estrepitosa en el terreno personal de Gibson trajo consigo la caída en el artístico. Un hombre que se entrega a Dios y obtiene su gracia puede concebir y dirigir “La Pasión de Cristo” o “Apocalypto”; pero ese mismo hombre alejado de Dios y perdida la gracia puede protagonizar esta insufriblemente vulgar y previsible película. Es claro a quién tenemos que glorificar, como es claro que nada somos ni podemos sin la gracia de Dios.

Está bien: puede ser que Mel Gibson necesite dinero para su productora y futuros proyectos independientes, y varios millones de dólares a cambio de aparecer en una peliculita no es algo a despreciar. Pero la peliculita –además de ser no mala, sino malísima- tiene inquietantes detalles que son contrarios a la moral y las prácticas católicas, que no se pueden soslayar.

No basta que el policía que interpreta Gibson tenga una crucecita colgando del cuello o un cuadro de San José con el Niño Jesús en su cocina, para aceptar luego que haga cremar el cuerpo de su hija para arrojarlo al mar (así se ahorra de ir al cementerio, ¡lugar terrible que nos recuerda la muerte!) o que tenga deseos de venganza y odio los cuales concreta ferozmente contra los malos de la película. Inclusive: que este policía se mande una perorata en defensa de la moral laica y la corrección ciudadana frente a otro policía que lo va a traicionar, ¡y que encima se llama -¡obvio!- Whitehouse! Por no hablar del dulcificado y vulgar final, con la chica hija del policía mostrando su generoso trasero a cámara -¡enfundado en un ajustado pantalón, por supuesto, es lo que se usa!- y, de paso, confirmando la clase de película que acaba de terminar.

“Al filo de la oscuridad”, título insulso como la película, es presentado como un film de género suspenso, policial y drama. Suspenso no hay (es decir, no provoca) ya que la película carece de emoción, perdida en la maraña intrincada de explicaciones acerca de un argumento que intenta él solo hacer avanzar la acción, más allá de los personajes. Como policial es pobre y aburrido, porque la intriga se ve explicitada siempre a través de diálogos y personajes convencionales y previsibles. Como drama se ve truncado porque, si su comienzo es auspicioso, luego el personaje de Gibson se ve sumergido y desdibujado en una trama que no sirve para revelar su alma y su vida, en la cual sólo parece haber existido su hija (¿y su esposa se murió, se divorció, lo dejó? Nada sabemos).

Versión clase B –de algún modo- de ese mal film de Eastwood llamado “Poder absoluto”, Gibson hace aquí un papel más propio de Eastwood –vean qué bajo cayó-, aunque de haberla dirigido Clint esta película no habría sido tan aburrida, desde luego. Por lo menos no habría abundado en tantos clisés que el espectador avezado va adivinando escena tras escena: cuando el policía encargado del caso es presentado como “Bill Whitehouse”, o sea, Casablanca, sabemos que se las trae (el otro malo, el empresario, aparece obviamente en fotografías rodeado de los distintos presidentes de USA, algo ya muy usado). Cuando este policía aparece en la puerta de la casa de Craven, sabemos de inmediato que va ahí para un propósito nada bueno, cosa que se confirma (¡y qué forma vulgar de actuar esta escena, con el actor cubriéndose la cara para demostrar que siente vergüenza!). Cuando Gibson se mete en el auto del empresario y le mete la pistola en la cabeza, sabemos, estamos cien por ciento seguros de que a decirle esta línea de diálogo: “¿Qué se siente?”. Cuando el director muestra a Craven en su casa en un plano donde a la izquierda se ve destacada la campana que cubre su placa y su pistola, sabemos que en el plano siguiente Craven va a dirigirse hacia allí y las va a tomar. En la segunda o tercera escena en que aparece el asesino profesional con aires melancólicos y entre citas de Diógenes o en latín, y tomando una pastillita o bebiendo vino tinto, sabemos que no va a cumplir su misión y va a traicionar a sus mandantes, los malos de la película. Y así ocurre todo en esta película, a través del clisé, las escenas ya vistas incansablemente y el correspondiente final feliz, donde al fin –sin que Dios intervenga para nada, claro- la verdad es dada a conocer ¡a través de la prensa! ¡Cuán políticamente correcto! ¡Y qué miedo a correr riesgos tiene su director!

Para colmo, Mel Gibson pasea incómodamente su figura por toda la película, con una gravedad que parece ajena y conspira contra toda posibilidad de esperanza, en una amargura que es consecuente con lo que es la película, cuya total ausencia del humor es un dato más de la mirada pobre, carente de imaginación y very comercial de sus hacedores, que habrán pensado: actor taquillero que vuelve, historia de venganza, algunos disparos, fórmula de éxito. Todo esto va de la mano, en especial la ausencia del sentido del humor, con la incapacidad para dar una buena –es decir, verdadera- imagen del mal y los malvados (pienso en el maestro Hitchcock que era todo lo contrario en su cine). Los malos –un empresario con contactos gubernamentales; un senador en ropas de jogging; un policía corrupto (no pidamos un banquero usurero o un sionista, eso jamás)- son malísimos de entrada, bueno, el policía no, pero hay indicios que lo muestran rarito. Y, otra cosa muy obvia, son todos muy altos de estatura, cosa de que, en las escenas junto a Gibson, éste quede debajo de ellos, disminuido, de forma de mostrar que este policía que se enfrenta solo a una corporación y a los políticos, es más débil que ellos. ¡Obvio!

Basta. La insulsez de la película, y de las “críticas” de los diarios, que sin decir nada a favor (porque es imposible) la califican de “buena”, lo dicen todo. Esperemos que Gibson se levante de esta su caída en la oscuridad, y, si tiene que facturar actuando, que mejore la puntería en su elección, como antes sabía hacerlo. Mientras tanto nosotros nos daremos con fruición al sanante olvido de esta nada memorable película. El lector está sobre aviso.


* Argumento según el diario La Nación: “Thomas Craven (Mel Gibson), un veterano policía de homicidios de Boston, recibe la visita de su hija después de mucho tiempo, dispuesta a pasar unos días con él. El problema es que ella parece algo enferma. Al salir rumbo al hospital, dos hombres encapuchados los sorprenden en la puerta de su casa y asesinan a la chica a sangre fría. Con esa tragedia a cuestas, Craven comenzará a investigar el crimen, creyendo que tras el asesinato de su hija se esconde un ajuste de cuentas y que el blanco debió haber sido él. Sin embargo, una intrincada madeja política se desatará por sorpresa, conduciendo a su investigación a niveles de peligro que ni siquiera sospecha.”