GOING MY WAY
Director: Leo McCarey – 1944
NO SOMOS ÁNGELES
(NI TAMPOCO SACERDOTES)
(O el sacerdocio usado como excusa para vender canciones pueriles y, de paso, banalizar la religión)
Leo McCarey, te hubieses quedado con los queridos “el gordo y el flaco” o con los Hnos. Marx, cuánto talento tuyo (y acá puede verse) mal usado. ¡Marche un Oscar para la película más falaz e idiota sobre la “religión”! (No fue uno, fueron dos).
Durante y luego de la Segunda Guerra Mundial, se puso de moda –la guerra suscita estas cosas- en Hollywood hacer toda una serie de films de tema religioso (alguno excelente, es cierto, como “La canción de Bernadette”, pero es excepción), protagonizados por curas o monjas, caracterizados por las estrellas del momento y actores cara-de-bueno, algunos de gran talento. Estos films hacían foco en los personajes no como lo que son o representan sino como los que aquella sociedad (o aquel Hollywood) quería que fueran: simples administradores de la “beneficencia”, simpáticos agentes de “Cáritas”. Por cierto que Hollywood –que fue la industria que más hizo por vender la guerra no sólo a los norteamericanos, sino a todo el mundo- buscó complacer a la gran e influyente comunidad católica estadounidense, en momentos en que las fuerzas norteamericanas se aprestaban a la “barbarie civilizada” en el viejo continente, de la cual la destrucción de Monte Cassino fue la obra cumbre. O sea que más que moda se trató de una táctica deliberada. “Los católicos somos nosotros”, parecían decir.
Así es que siempre se los ve a estos sacerdotes americanos sacando a los chicos de la calle y llevándolos a hogares-asilo. ¿Para hacer de ellos buenos cristianos? No, nada de eso, sino para hacerlos buenos ciudadanos de la “Democracy”. Había que mostrar –con un poco de susto- que el catolicismo no era “fachista” sino “democrático”, y que coincidía con el ideal (norte)americano. Así puede verse un bodrio muy exitoso llamado “Forja de hombres”, dirigida por un director muy menor como Norman Taurog y con Spencer Tracy interpretando al Padre Flannagan, un cura que creaba una “Ciudad de los niños” donde cada niño tiene la religión que quiere o hasta puede decidir –muy adulta y racionalmente- no tener religión (sic). Porque, claro, allí manda la “Libertad”, qué tanto.
En ésta, Bing Crosby (imaginamos que Carlitos Gardel podría haber protagonizado esta clase de películas que, gracias a Dios, no se hicieron en estas pampas; tal vez porque ya estaban hechas en la realidad) es un cura simpático, canchero, jovial, entrador, emprendedor, vivo, que, ¿acaso celebra Misa, recibe confesiones, da extremaunciones, imparte sermones, visita a los enfermos, dedica largas horas a rezar, enseñar el catecismo, estudiar? No, señor. Jamás. Es todo un administrador que arregla las cuentas de una parroquia cantando jazz (o canciones pueriles) y se la pasa de farra, jugando al golf y “engañando bonachonamente” al viejo párroco que es un inútil y un llorón, una imagen de lo que ya no va más de la vieja Iglesia (según los magnates judíos que dirigen los estudios de Hollywood).
El título del film es toda una definición: “Siguiendo mi camino” (en Argentina “El buen pastor” ¡!), un camino fácil (con alguna piedra, es cierto, cuando se quema la iglesia, pero, ¿alguien puede pensar en la acción de los demonios? No el buen intencionado de Crosby, claro), no el camino de Cristo, que es el de la Cruz. Como bien dice Amédée Ayfre en su libro “Dios en el cine”: “El espectador tiene ideas hechas sobre los personajes, y el film se las va a confirmar. Esta eliminación radical de todo cuanto suponga búsqueda e inquietud, también explica los famosos Happy end”. Se elimina todo misterio y toda perspectiva de vida sobrenatural, toda visión histórica de resolución fuera de nuestra voluntad. Se hace del voluntarismo optimista de los personajes el motor de todo. Recordemos al salmista:
“Aparta mis ojos para que no miren la vanidad;
dame la vida en tu camino”.
Salmo 118, 37.
La vida en el camino de Dios, ese que Cristo nos trazó en su vida, su pasión y su Cruz. No en el camino que a mí se me antoje. Hay un solo camino, aunque haya muchas formas distintas de seguir ese camino. Y no es el camino del mundo.
Y respecto de esa inquietud que se desea aquietar, es como decía tan bien Kierkegaard: “Lo que el hombre desea es la quietud-para gozar. Lo que Dios desea en vez es que los hombres justamente no tengan quietud: el espíritu es inquietud. Ya: el inconveniente en el Protestantismo es de tener por mira solamente el tranquilizar”. Por eso vemos que el catolicismo que siempre nos propone Hollywood (que, atención, no se define solamente por esto, es un fenómeno más complejo, pero, mayormente y siendo este tema el más importante, suscita nuestra condena en cuanto al daño hecho y por hacer aún) este catolicismo, decimos, está adulterado, inficionado de protestantismo y se anticipa a la versión que nos irradiará el Vaticano II. ¿O será que el cine y los medios de comunicación siempre preparan el terreno, lo abonan bien para lanzar después sin mayores resistencias el veneno en el ambiente?
Vergonzantes dos horas seis minutos de película, falsificación del catolicismo, beatería dulzona y “american way of life”. Recomendable para estultos que busquen un cristianismo cómodo y adormecedor, un cristianismo pochoclero, un cristianismo valium.
Será por eso que la premiaron.
P. S.: La película tuvo una continuación llamada “Las campanas de Santa María”, donde al personaje de Crosby se le suma Ingrid Bergman que funge de monja aficionada al pugilismo. Es más sutilmente mundana y, podría decirse, hasta pérfida. Especialmente por el final, donde uno de estos personajes rehúsa llevar la cruz.