“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

lunes, 3 de agosto de 2009

EXTRA CINEMATOGRAFICAS

BOLIVIA: VERDADERO ECUMENISMO


La pequeña población de Copacabana, cuyo nombre en el dulce lenguaje de los incas significa “lugar donde se mira la piedra azul”, situada en una isla cercana a la costa del Lago de Titicaca, el más alto del mundo (3814 mts. sobre el nivel del mar), se enorgullece de poseer el magnífico santuario donde, desde hace siglos, se venera la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, patrona de la nación y centro del culto religioso de Bolivia.

Durante los primeros años de la conquista, casi la totalidad de los habitantes se convirtió a la fe católica, sobre todo en las poblaciones situadas en torno al lago, donde los misioneros franciscanos predicaban el Evangelio y construían las primeras iglesias y capillas. Fue por entonces cuando un descendiente de los incas, llamado Tupac Yupanqui y bautizado con el nombre cristiano de Francisco, tuvo la idea de esculpir una estatua de la Madre de Dios, con la apariencia y la vestimenta de una “ñusta”, es decir de una princesa incaica. Francisco Yupanqui puso toda su habilidad y su devoción al servicio de su obra y obtuvo una imagen primorosa, de un metro de altura. El rostro de la Virgen y el del Niño Jesús que lleva en brazos, tienen una encantadora expresión de dulzura que inspira devoción. Sin embargo, cuando el indio presentó la imagen al obispo, fue mal acogido. Las autoridades eclesiásticas no creían que la Virgen hubiese escogido a un indígena para promover su culto en las nuevas tierras. Yupanqui no se desalentó: estofó la imagen con laminilla de oro, le pintó con esmalte elegantes dibujos en el manto y se dirigió al obispo de Charcas. Este dio plena satisfacción a los piadosos deseos del inca y se propuso difundir el culto a la hermosa estatua de la Virgen María.

Desde un principio y gracias al empeño del propio Francisco Yupanqui, así como a la colaboración del obispo, se erigió en la isla de Copacabana una iglesia para la Virgen María y, muy pronto, en torno al templo creció un pueblo. La veneración de indígenas, españoles, criollos y mestizos, se propagó de tal manera que su fama traspasó las fronteras, y sus templos y capillas se multiplicaron. Al ver aquello, el virrey del Perú, conde de Lemos, mandó que se edificara un suntuoso santuario en Copacabana, cuya primera piedra fue colocada a principios de 1608. Setenta años más tarde, la suntuosa construcción fue destruida por un incendio, pero aun no comenzaba el siglo XVIII, cuando las autoridades eclesiásticas y civiles, con la colaboración efectiva del rey de España y el Sumo Pontífice, emprendieron una activa campaña que dio por resultado el actual santuario de Copacabana. Es una enorme construcción que semeja una fortaleza medieval; tiene 75 metros de largo y sus torres alcanzan una altura de 35 metros. Pero lo más notable es la decoración interior del templo, su lujo exuberante en plata, oro y joyas riquísimas.

Muchas otras advocaciones de la Virgen María son veneradas en Bolivia, pero Nuestra Señora de Copacabana es la que siempre ha concentrado la más amorosa devoción del pueblo, como lo demuestran las constantes peticiones para que se coronara a la imagen como reina del país. Las solicitudes fueron escuchadas por fin y, por un breve pontificio, el 2 de Agosto de 1925, en acto solemne que presenciaron las autoridades nacionales y eclesiásticas, Nuestra Señora de Copacabana fue coronada Reina de Bolivia y proclamada patrona de la República. Su fiesta se celebra el 2 de Agosto y, además de su santuario de Copacabana, tiene otros muy famosos en la ciudad de Lima y Potosí, Perú; en Río de Janeiro, Brasil; en Panamá, en Quito, en Roma y en Madrid.

(Vidas de los Santos de Butler, volumen III).