“Cruce entre el Vaticano y el cineasta Almodóvar”
jueves, 17 de septiembre de 2009
NOTA - ENTRE TINIEBLAS
ENTRE TINIEBLAS
“Cruce entre el Vaticano y el cineasta Almodóvar”
La noticia del diario (Clarín,10-8) dice así: “El Vaticano salió ayer a responder a las críticas del cineasta español Pedro Almodóvar, quien hace algunos días arremetió contra el Papa Benedicto XVI y el conservadurismo de la Iglesia Católica frente a los distintos modelos de familia”.
Lamentablemente, en vez de condenar categóricamente al director por sus degradantes películas, el Vaticano, por intermedio del presidente del Tribunal Vaticano y rector de la Universidad Lumsa, el profesor Giuseppe Dalla Torre, respondió: “Benedicto XVI no necesita salir del Vaticano para darse cuenta de la existencia de ciertos fenómenos sociales”. Y sigue el cable de EFE que transcribe el matutino: “Dalla Torre quiso “tranquilizar” según sus propias palabras, al director de cine, quien en una entrevista con el semanario alemán Die Seit la semana pasada criticó que el “Papa sólo reconozca la variante católica de la familia”.Así que este vocero del Vaticano buscó “tranquilizar” a Almodóvar, en vez de inquietarlo aun más para que reaccione y se dé cuenta de su error. Por lo que se ve que rehusar hacer uso de la autoridad se traduce en una gran falta de caridad para con el que vive entre tinieblas, amén de una sutil falsificación de lo que es el cristianismo. Ya lo decía Kierkegaard en su Diario: “No se debe traficar, no se debe alterar el cristianismo. No se debe exasperarlo con persistir en un puesto equivocado, sino vigilar sólo que siga siendo lo que era: escándalo para los judíos, locura para los griegos”.
El famoso cineasta, director de entre otras películas “Átame”, “Mujeres al borde de un ataque de nervios” “Carne trémula” y “Entre tinieblas”, afirmó que Benedicto XVI “debería salir a pasear fuera del Vaticano y mirar lo que es la familia de hoy”, y que “durante más de 20 años en el cine la familia ha estado compuesta por un grupo de personas y un ser que conforma el núcleo central al que aman y con el que interactúan independientemente de si el grupo está compuesto por travestis, padres separados o transexuales”, mientras que la nota del diario informa que “Almodóvar ha mostrado en casi todas sus películas familias que no se ciñen al modelo conservador de padre, madre e hijos. Travestis, transexuales, padres separados, amantes, personajes que escapan a los cánones de lo que la sociedad tradicional espera, suelen ser los protagonistas de los filmes de este director multipremiado”.
Supuestamente, el director “afrancesado” (eufemismo usado por un político argentino que además se confiesa masón) haría esta presentación de “familias que no se ciñen al modelo conservador” en sus películas porque es un reflejo de lo que pasa en la sociedad. Ahora resulta que Almodóvar era un neorrealista y no nos habíamos dado cuenta...
Continúa la información diciendo que al presidente del Tribunal Vaticano, al leer las afirmaciones del cineasta, le nace una duda ”¿Cierta cinematografía quiere ser un reflejo de la sociedad o, en cambio, quiere incidir en la realidad social para modificar sus valores éticos y su cultura?” Con lo cual da en el clavo pero, nos parece, debió haber ido más allá de la pregunta intencionada, para condenar todo un cine disolvente como el de Almodóvar y toda esa “movida” de donde surgió, y que han llevado a España -¡lamentablemente!- a ser un país en ruinas espiritual y culturalmente. Pero, ¿se imagina el lector el escándalo mediático, en una batalla donde la Iglesia llevaría todas las de perder, por haber querido en su momento agradar al mundo? Bien, así tratan a la Iglesia desde el mundo al que, según los liberales, “hay que amar apasionadamente”, esto es, “agradarle“ o “no contradecirlo”, en este caso, “tranquilizarlo”.
Lo peor es, no sólo que Almodóvar se equivoca, sino que no tiene la menor idea de porqué. Desde luego, era un chaval que creció en esa atmósfera post-franquista de “libertad” y “destape”, donde nunca conoció los goces superiores que la verdad concede al que se esfuerza por conocerla y vivirla. Muy ocupadito estaba para eso, dando rienda suelta a sus más bajos instintos.
Se entiende, pues, que por haber sido criado entre los prejuicios y lugares comunes que la Revolución infunde en sus hijos, diga también cosas como ésta: “Mis familias son más reales que las del Papa, porque no viven de acuerdo a algún tipo de dogma, sino de acuerdo a sus compromisos con la vida”. Frase hueca y falaz, de una profundidad abismal.
Veamos: ¿”Compromisos con la vida”? ¿Con qué vida? ¿Anticoncepción, aborto, divorcio, son compromisos con la vida? ¿Los homosexuales, incapaces de procrear, cómo se comprometen con la vida? ¿No se comprometen más bien con la no-vida, con la extinción de la vida? ¿No es más bien la vida para este publicitado manchego, una fracasada huída de la muerte? Si el compromiso con la vida es gozar hoy, entonces es un compromiso egoísta, y por lo tanto no es con “la vida”, sino consigo mismo, y ni aun enteramente con su ser, sino con su cuerpo, por no decir con una parte que no se debe nombrar.
Pongamos en cuestión la tan acostumbrada vituperación del dogma, de la “tiranía del dogma”, como suelen decir los que sólo desean la libertad para perderse. Dice Fernando Brunetiere:
“La tiranía del dogma no es tiranía si nos servimos de esta palabra en materia dogmática. Y esto significa que no se sabe que ella haya jamás estorbado ni contrariado las especulaciones del geómetra o las vivisecciones del fisiologista. Ella no ha jamás contrariado ni restringido la libertad del historiador, y no hay, que yo sepa, opinión alguna católica, impuesta, ni convenida, sobre las guerras médicas o la conquista de la Galia por los Romanos.
Pero si la tiranía no se ejerce sino en materia dogmática –por ejemplo, sobre la cuestión de la Encarnación o de la Redención-, quién no ve que la palabra no tiene más sentido, y que la afirmación perentoria y absoluta del dogma, en teología, equivale exactamente a lo que son en física y en fisiología, la enunciación de las leyes que dominan la materia. ¿Es tal vez libre el geómetra de modificar las propiedades de la circunferencia o de la elipse? ¿Es tal vez libre el químico de definir a su talante, las del cloro o del alcohol? Pero las leyes del objeto, se imponen al hombre y aunque le convengan o no, está obligado a sufrir su violencia y tiranía. ¿Quién podrá por esto sostener seriamente que nuestra libertad de pensar está aherrojada? Y a este propósito, ¿no sería el caso de hablar de la bancarrota de la ciencia? ¿Y por qué se quisiera juzgar con otro criterio en materia de religión? La pretendida tiranía del dogma no es sino una frase. El dogma para el creyente, no impone más violencia que la misma verdad. Y si se le pone afuera y como aparte de la discusión, es a la manera de esos axiomas o verdades elementales que se encuentran formando la base de todas las ciencias...”
(Cit. por P. Bernardo Gentilini, La ciencia y la fe, Ed. Difusión, 1944).
Almodóvar quiere ser libre para hacer sus caprichos allí donde la biología impone sus leyes, y se “intranquiliza” con el Papa porque es una de la pocas voces que todavía recuerdan estas inexorables leyes naturales. El dogma, como bien señala Brunetiere, es por lo tanto el que hace posible la auténtica libertad, porque un dogma está fundado en una verdad incontrovertible. En cambio, el dogmatismo que mueve a los modernos a partir de un declarado relativismo moral, es un absurdo que destruye las inteligencias, y con ello la misma existencia. Sin dudas que las “familias” de Almodóvar viven sin dogmas, pero eso no las hace más reales, como dice el cineasta, sino menos reales en tanto menos estables y prontas siempre a su descomposición y extinción. Y la familia, fruto del matrimonio, “sólo funciona sobre la idea básica de la permanencia” , como dice Chesterton, y es un compromiso con la continuidad. Si España es todavía una realidad, se debe a las generaciones anteriores a Almodóvar, que continuaron el ser de su patria a través de las familias “tradicionales”. Si España va camino a su desaparición, en primer lugar en tanto que identidad, se debe en parte a esos usos y modos de proceder fuera del orden que Almodóvar elogia y promueve. ¿Adónde irá a parar entonces este director de cine?
Ahora bien, podría pensarse que Almodóvar tendría el legítimo derecho de pedir al Papa que no le imponga a nadie un modelo determinado de familia, el católico. Sin embargo, eso sería mirar las cosas como el cineasta, con los solos ojos humanos y mundanos, y sin tener en cuenta que el matrimonio es una institución divina, como bien lo enseña la Iglesia:
“Y comenzando por esa misma carta, encaminada casi totalmente a vindicar la divina institución del matrimonio, su dignidad sacramental y su perpetua estabilidad, quede asentado, en primer lugar, como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de su restaurador, Cristo Señor Nuestro, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Esta es la doctrina de la Sagrada Escritura, ésta la constante tradición de la Iglesia Universal, ésta la definición solemne del santo Concilio de Trento, el cual, con las mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor a Dios.
“El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana. Con su gracia la convirtió en sacramento grande en Cristo y en la Iglesia...”(Pío XI Casti Connubi, 1930).
Pío XII por su parte decía:
“La familia es el principio de la sociedad. Así como el cuerpo humano se compone de células vivas, que no están solamente colocadas una junto a otra, sino que con sus íntimas y constantes relaciones constituyen un conjunto orgánico; así la sociedad está formada no por un conglomerado de individuos, seres esporádicos que aparecen un instante para luego desaparecer, sino por la comunidad económica y la solidaridad moral de las familias que, transmitiendo de generación en generación la preciosa herencia de un mismo ideal, de una misma civilización, de la misma fe religiosa, aseguran la cohesión y la continuidad de los vínculos sociales. San Agustín lo notaba quince siglos ha, cuando escribía que la familia debe ser el elemento inicial y como una célula (partícula) de la ciudad. Y puesto que toda parte está enderezada al fin y a la integridad del todo, deducía de ahí que la paz en el hogar doméstico entre quien manda y quien obedece ayuda a la concordia entre los ciudadanos”(De Civitate Dei, 19, c. 16)” (Pío XII, alocución a los nuevos esposos, 26-VI-1940).
He allí el verdadero compromiso con la vida, al cual este vulgar director de cine intenta ensuciar con sus películas y, ahora con grosera audacia, declamando contra el Papa porque “sólo reconoce la variante católica de la familia”. Y la pregunta cae sola: si este director se declara –en otro momento de la entrevista- como no creyente, ¿por qué le molesta que el Papa, el jefe de una religión que no es la suya, no reconozca otros “modelos de familias”? ¿Qué le va a él en ello? Lo diremos: hay la necesidad de un reconocimiento de esas clases de “familias” que defiende Almodóvar, por parte de una autoridad. Es un desorden que necesita de ese aval para ya no serlo. Es decir, Almodóvar busca que sus ideas de la familia reciban la legitimidad y el reconocimiento de una autoridad, y autoridad en tanto que Poder, y poder que es capaz de influir y regir la esfera humana, donde las familias se mueven. Por lo tanto, le reconoce una naturaleza social al hombre. Y una autoridad sólo tiene prestigio si es estable y sirve al orden, ese orden que todo lo gobierna. Y sólo puede ser estable si la sostiene un principio indeclinable e inmodificable. Que es lo contrario de lo que Almodóvar dice defender. Por lo cual vemos que, a pesar de sus actitudes disolventes y suicidas, el deseo innato de lo permanente persiste en el hombre, y por eso en el fondo este director filma películas. He allí el sinsentido propuesto y la incoherencia en la que se mueven aquellos que creen ser muy listos pero que terminan siendo también víctimas de un sistema y organización de la vida, el Liberalismo, que desconoce el sentido común y, en nombre de la libertad y esgrimiendo los más nobles “compromisos con la vida”, se arrastra con ramplonería detrás de los deseos más veleidosos. Por eso este director que trabaja con la luz, no aporta sino tinieblas, en un mundo donde avanza la apostasía silenciosa. Un mundo que, como dice Mons. Straubinger, “suele escandalizarse de las palabras claras más que de las acciones oscuras”. Pero es la Luz quien tiene la última y definitiva palabra.