Director: Alfonso Cuarón – 2006
EL MAÑANA DE LOS PROGRES
Tenía casi todo para ser una gran película, tal vez una obra maestra. ¿Qué le faltó para ello? La comprensión de todo el problema, la cual sólo puede ser dada por una mirada trascendente y sobrenatural de las cosas, es decir, por la Fe. Aceptando el misterio todo se hace luminoso. Luego entonces, la esperanza es verdadera.
Basada en una novela de la inglesa P. D. James, el film describe un mundo del futuro próximo (2027) donde desde hace 18 años no nacen niños, debido a la infertilidad que un día se apareció y nadie pudo combatir exitosamente. En ese mundo muy parecido al de nuestros días, pero sin niños, cunde la desesperanza, la violencia, los suicidios, el sálvese quien pueda, la guerra social. Los refugiados acuden de todo el mundo a Inglaterra, donde parece aun queda un pequeño orden. Pero una vez allí son confinados en guettos o campos de refugiados. El protagonista, llamado Theo, que en la novela es un doctor en filosofía y profesor, es acá un don nadie que trabaja en un ministerio, separado hace años de su mujer con quien perdió un hijo. Antaño activista o “joven idealista” –como suele decirse hoy-, se cansó de ello y se resignó a una vida gris y monótona. Por esas vueltas de la vida, se verá metido en una trama que será trascendente para el mundo entero y, según parece, lo hará retomar sus antiguos ideales: deberá custodiar a la primera mujer embarazada desde hace 18 años, una refugiada ilegal. Así, el film es la historia de un viaje en medio de enemigos donde debe proteger a esa madre y al niño que lleva adentro. Pero, si ese mundo está devastado, es cruel y desesperado, ¿es un viaje hacia dónde? Acá nos encontramos con una de las imposturas de la película: un planteamiento aceptable del problema con una tibia resolución que no convence nada.
Porque si van en busca de un barco que pertenece a un grupo llamado “Proyecto Humano”, algo así como científicos que trabajan a favor de la vida, esa esperanza puesta en algo abstracto –porque nadie sabe bien qué es ni si existe en realidad- representado por “La Ciencia”, eso, decimos, no puede despertar la esperanza del mundo. Precisamente la “Ciencia” no ha sabido explicar el porqué de la infertilidad en el mundo. Hay en el periplo del protagonista por la ciudad un cruce con un grupo religioso o seudo-religioso que hace mención a que ésta y otras calamidades son castigos de Dios al hombre por sus pecados. Esto desde luego el protagonista no lo cree ni lo piensa, y el director lo pasa por alto porque para él tampoco es importante. Pero está claro que si todo depende de Dios, entonces también la solución a estos problemas depende de su Misericordia. En cambio, si la apuesta de la película es la “casualidad”, ¿para qué y cómo tener esperanza? De manera que el protagonista opta por hacer un bien porque debe hacerlo, sin darse cuenta que ese bien que hace y que persigue es un atributo de Dios. El problema mayor, entonces, no está dado en la infertilidad sino en la desesperación al no tener una mirada trascendente sobre la vida. Esta visión inmanente de la vida es la que no le permite al director hacer una obra mayor y de carácter simbólico, teniendo entre manos un material favorable a ello. Ese barco que se busca y que aparece al final, no es precisamente la Iglesia, sino una parodia, porque además se llama “Tomorrow”, es decir, “Mañana”, con lo que se nos quiere decir que el mañana es esperanzador, será mejor, lo que se realza con el tema musical alegre y fácil que se introduce a continuación con los títulos finales. Esperanza chirle porque esperanza sólo en el hombre.
Da pena porque la película cuenta con escenas memorables y una realización estupenda. Excelente escena aquella en que la madre con su bebé, acompañadas por el protagonista (muy bien llevado por Clive Owen) salen de un edificio en ruinas y logran que la guerra se detenga a su paso. Pocas veces se verán escenas logradas como esa, o como aquella del ataque a los protagonistas dentro de un auto, logro formal sin precedentes (algo parecido quiso hacer Spielberg en La guerra de los mundos, y no le salió debido a su torpeza). La crudeza con que se muestra el mundo y el seguimiento cámara en mano (steady-cam) hace que nos sintamos en el mismo lugar que el protagonista, pero también es inevitable que escenas donde se juegan tantas cosas deberían pugnar por encarnar una relación con lo que trasciende ese mero transcurrir.
Por otra parte, el mundo opresivo e irrespirable donde no hay lugar para los niños lo encuentro mejor encarnado, v.gr., en los nocturnos films de Jean-Pierre Melville que en este en particular, donde, debido al clima general de catástrofe y caos, ese tema se pierde entre varios más. El ámbito de lo cotidiano se presta mejor para ese tipo de problema, aunque en el francés es algo no premeditado, sino producto de su particular visión del mundo y forma de vivir.
El joven director mexicano Alfonso Cuarón está dotado para el cine, no hay dudas, pero su confusión es mayúscula. No por nada cierra su film, en los títulos del final, con estas palabras:”Shanti, Shanti, Shanti”. No por nada dirigió un film de los de “Harry Potter” y produjo la bestialidad de “El laberinto del fauno” del anti-católico mexicano Guillermo del Toro.
Pero además, digamos que esa falta de visión de altura del tema que plantea se ve bien en los personajes que pone como modelos o arquetipos de aquellos máximos luchadores de los últimos tiempos: la mujer seudo-religiosa hindú de peinado rasta; el John Lennon anciano que encarna Michael Caine, con sus explicaciones metafísicas incoherentes, su bonhomía de hippie que fuma porros, se tira gases y es contestatario, que pone una canción de los Rolling Stones mientras mata a su mujer y perro ante la llegada de unos malhechores a su casa, sin resistir, para morir luego como un “mártir” (sin saber testigo de qué es). En fin, Cuarón no deja de ser políticamente correcto, bienintencionado seguramente, pero confundido. Inevitablemente todos buscan una esperanza en el “mañana”, pero cada vez más tibias e inconsistentes son las esperanzas puestas en el hombre, y no en el retorno de Cristo.
No quiero dejar de mencionar el detalle de que el hombre más joven del mundo es un argentino, Diego Ricardo o “Baby Diego”, y de que éste es asesinado por negarse a firmar un autógrafo, en Buenos Aires. En la novela moría en una gresca callejera. Me pregunto si los extranjeros son capaces de ver mejor que nosotros la idolatría que se ha apoderado de las masas argentinas. En todo caso, el hecho de llamarlo “Diego”, y la forma en que a ese personaje se le rinde pleitesía –en todas partes lo lloran, y eso que, como dice el protagonista, era “un imbécil”- nos está diciendo mucho sobre una actitud que está dominando cada vez más a los hombres. Desde luego, se trata de la última herejía, la adoración del hombre.