“Mimético elevado”, dice Northrop Frye (Anatomía de la crítica) es el “modo literario en que (...) los personajes principales están por encima de nuestro propio nivel de poder y de autoridad, aunque dentro, sí, del orden de la naturaleza y sujetos a la crítica mental” (como en las epopeyas y tragedias). En el “Mimético bajo”, “los personajes manifiestan un poder de acción que, a grandes rasgos, se sitúa a nivel nuestro, tal como en la mayoría de las comedias y en la ficción realista”.
Viendo cómo ciertos personajes públicos viles o perdidos en las tinieblas donde no penetra la verdad, caen en la parodia funcional y en la personificación caricaturesca que deviene mímesis no deliberada de personajes del cine, por nuestra parte podemos denominar tal devenir como “Mimético subterráneo”, pues el nivel alcanzado por tales personajes es el de la depravación que corre procelosa bajo la línea del sentido común y el recto discernimiento.
Así, v.gr., el criminólogo español Borja Mapelli Caffarena (foto superior), “director del Instituto de Criminología de la Universidad de Sevilla”, y “uno de los más importantes en temas penales y penitenciarios de habla hispana”, según informa el Clarín (14 de junio de 2009), aunque tal vez sea un experto –y esto no lo dice el gran diario argentino- por ser él mismo un criminal. Por lo menos “de boquilla”.
El especialista dice que “El Estado debe asumir el riesgo de dejarlos libres y minimizarlo” (habla de los violadores), pese a que, aclara, “se sabe, reinciden en un alto grado cuando terminan de cumplir una pena”. “De acuerdo a su planteo –informa el matutino- el Estado debe asumir el riesgo y minimizarlo aplicando un eficiente sistema de control policial post carcelario (no eterno) y un completo tratamiento psicológico extra muros”.
Idea brillante, sacar al violador de la cárcel para vigilarlo fuera de ella. ¿No es más fácil vigilarlo dentro de ella? Desde luego, el violador tiene derechos por encima del bien común. Por ejemplo, a transitar por las calles de nuestras ciudades modernas, donde las féminas se ofrecen candorosamente semi-desnudas, donde los puestos de diarios y revistas ofertan pornografía al por mayor, donde la televisión y la internet expelen de continuo el fácil juego del sexo, y donde los anuncios publicitarios erotizan el ambiente hasta hacerlo inaguantable para las personas normales. Magnífico ambiente para corregirlo.
Mapelli Caffarena defiende a los violadores porque “ante todo, el Derecho Penal debe respetar al ser humano, su dignidad, aunque se trate de una persona que aborrecemos, como un violador” (sic). Por si esto fuera poco, el prestigioso criminólogo anuncia satisfecho la implementación de “un novedoso sistema de control de los violadores: “Consiste en una pulsera que hasta se puede disimular como un reloj. Esta analiza los cambios químicos de la persona y, en base a eso, detecta cuando el individuo que la lleva está apunto (sic) de concretar un acto violento” (Re-sic). ¡Perfecto! Cuando el violador le ha quitado violentamente sus ropas a una señorita, entonces la policía (o tal vez Superman) llegará justo a tiempo para detener in fraganti al pobre ser humano del cual debemos respetar su dignidad. Y así hasta el próximo ataque.
Por supuesto, este “especialista” no menciona la posibilidad de la conversión religiosa, de la expiación de los pecados, única posibilidad de regresar de ese abismo. En cambio apunta el adelanto terapéutico de que en Estados Unidos “los especialistas apuntan a trabajar con las víctimas para que los agresores se pongan en el lugar de las personas que atacaron. Se trata de modificar las conductas a través de la empatía”. Desde luego, si el violador se pone “para empatizar” en el lugar de la víctima, alguien tiene que ponerse en el lugar del victimario o violador. El best-seller y firmador de autógrafos Bambino Veira diría: “¡Belleza!”.
No vamos a mentar a Lombroso, pero nos parece evidente viendo la cara del “especialista”, su sonrisa deschavetada, su “look” empastelado, que al violador y asesino que interpretó Barry Foster (foto inferior) en Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972), le han dado una nueva oportunidad. Y, tras cursar y recibirse en la cárcel, y beneficiado por buena conducta, se mudó a España, y hoy aconseja respetar los derechos humanos de la gente como él, muy digna y con todo el derecho de decir lo que quiera, aunque sea aborrecible y estúpido.
Abyssus Abyssum Invocat.