Consultado una vez Antonio Caponnetto sobre la tendencia de su filosofía, éste contestó: “Una vez le preguntaron a Chesterton si él era un escritor católico. Dijo: “no; soy católico, cuando escribo se me nota”. Parafraseando a Chesterton yo diría: soy católico, cuando filosofo se me nota; y si no se me nota me voy al infierno, por no dar testimonio de la Verdad”.
Del mismo modo sostenemos que este no es un blog de cine católico, sino un blog católico de cine y otros temas de interés, tal como hay sitios y blogs católicos de doctrina, blogs católicos de noticias, blog católicos de exégesis bíblica, blogs católicos sobre política, blogs católicos sobre espiritualidad, etc.
Se engaña a sí mismo quien, desconociendo el dogma de la religión católica, las verdades de nuestra fe, encuentra en este “dogmatismo” una limitación a la hora de analizar los films por nosotros considerados. El dogmatismo sólo oscurece u obnubila cuando es un dogmatismo equivocado. Quien ve las cosas desde afuera piensa que el dogma oprime al pensamiento, al ponerle límites, cuando lo que hace (cuando es el dogma de la única verdadera fe) es precisamente iluminar y encaminar al pensamiento para que éste no se extravíe. Como ya dejamos asentado en la presentación de este espacio de reflexión, es posible que se vea en tal cobijo en el dogma católico un “encerrarse” en un determinado esquema mental excluyente. Pues bien, lo importante es establecer primero si ese dogma o ese credo es verdadero, y en segundo lugar cómo y de qué manera se relaciona con la realidad en sus diversas manifestaciones, en este caso, artística.
Citemos a alguien que sabía mucho sobre estas cosas:
“Y cuando abandona doctrina tras doctrina, dominado por su refinado escepticismo, cuando rechaza atarse a un sistema, cuando asegura haber superado las definiciones, cuando dice que no cree en la finalidad, cuando, en su propia imaginación, se erige en Dios sin abrazar ninguna forma ni credo, sino contemplándolos a todos, entonces lo que hace es retroceder hacia la vaguedad de los animales errantes, hacia la inconsciencia de la hierba. Los árboles carecen de dogmas. Los nabos son excepcionalmente amplios de miras. Si, insisto, ha de existir el avance mental, entonces debe tratarse de un avance mental que se dé en la construcción de una filosofía de vida cierta. Y esa filosofía de vida ha de estar en lo cierto, y las demás filosofías han de equivocarse. Y el caso es que, de todos –o casi todos- los dotados escritores modernos a los que he estudiado brevemente en este libro, resulta especialmente cierto, afortunadamente, que todos ellos poseen una visión del mundo constructiva y afirmativa, y que se la toman en serio y nos piden que la tomemos en serio nosotros también.
“No hay nada meramente escéptico en el progresismo de Rudyard Kipling. No hay nada amplio de miras en Bernard Shaw. El paganismo de Lowes Dickinson resulta más serio que cualquier forma de cristianismo. Incluso el oportunismo de H. G. Wells es más dogmático que cualquier idealismo. Creo que alguien recriminó a Matthew Arnold que estuviera volviéndose tan dogmático como Carlyle, y él respondió: “Tal vez sea cierto, pero usted ha pasado por alto una diferencia obvia: yo soy dogmático y tengo razón, mientras que Carlyle es dogmático y se equivoca”. Lo humorístico del comentario no debe llevarnos a perder de vista su indudable seriedad y sentido común. Nadie debería escribir nada, ni siquiera decir nada, a menos que creyera que está en posesión de la verdad y los demás hombres, equivocados.
De manera análoga, yo defiendo que soy dogmático y tengo razón, mientras que Shaw es dogmático y se equivoca” (G. K. Chesterton, Conclusiones sobre la importancia de la Ortodoxia, “Herejes”).
Un ateo materialista –lo mismo si es liberal o socialista- cree que el dogma católico es algo limitado porque ellos sienten que éste los limita. Y tienen razón en pensar así, lo que no entienden es que esos límites son necesarios como lo son los límites que nos impone la naturaleza o la biología. ¿Necesarios para qué? Necesarios para ser hombres con la capacidad de elevarnos por sobre nuestra condición caída con la gracia sobrenatural, y de esa manera conocer la Verdad. De lo contrario, al “liberarnos” de esos límites o restricciones caeremos en una verdadera prisión, la de los dogmas falsos.
A pesar de que la naturaleza le demuestra que no es libre de hacer lo que quiera, el ateo se cree libre de pensar lo que quiera. Sin embargo, yo no soy libre de pensar que el pasto es azul o que las ballenas no existen. La verdad se impone a mi pensamiento, y a partir de esta verdad puedo pensar. Cuando el asunto tratado excede la simple observación empírica, en el orden de lo trascendente, debo aceptar la verdad revelada que no contradice a la razón. La mirada, entonces, estará iluminada, esclarecida, cuando se somete a la verdad, a partir de la cual podrá libremente comprender. Sin el dogma que contiene las verdades que se deben creer y que forman la propia filosofía de vida, el hombre falible creerá ser libre cuando su libertad será algo sin firmeza, maleable por las corrientes de la opinión y el error. El ateo llamará dogmática a toda aquella afirmación absoluta que no lo conforme, pues, según él, no hay verdad absoluta. Pero si todo es relativo, ¿no lo es también la afirmación de que “no hay verdad absoluta”? Contrariamente a lo que piensa el ateo, la afirmación absoluta del dogma cristiano no se cierra al misterio que rodea nuestra vida, sino que más bien lo afirma. No oscurece sino que ilumina los misterios que no por ello dejan de ser misterios. Quien no cree en este dogma se cierra a cualquier misterio, o lo tecnifica y falsifica, en una cárcel que pretende explicarlo todo por la vía natural o pretende que nada tiene explicación. En ese encierro, desde ese pequeño lugar confortable, desde su pequeña ventana, en la seguridad de escuchar siempre las mismas voces halagüeñas, el ateo teme que un dogma lo limite porque, en definitiva, eso sería llevarlo a pensar que se rige por un dogma que no es verdadero, y en tal situación debería abrir la puerta de su cárcel y tendría que salir a un mundo hostil. En definitiva, el “libre pensador” teme ser liberado porque ser de verdad libre implica lucha, dolor y renunciamientos, es decir, límites. Y el primer renunciamiento será tal vez el más difícil: el renunciar al “propio” pensamiento que se cree libre pero en verdad está hecho de prejuicios, vanidades y errores.