domingo, 30 de septiembre de 2012
LA PRENSA PERIODICA
LA PRENSA PERIODICA
P. Ramón Ruiz Amado, S. J.
“Los peligros de la fe en los actuales tiempos”, Barcelona, 1905.
“El solitario de Patmos vio la maldad en la figura de una hermosa mujer que brindaba a los hombres en copa dorada sus sacrílegas abominaciones. Si Dios inspirase hoy a otro Profeta y su inspiración se acomodase a las circunstancias exteriores del tiempo presente, por ventura se le representaría la Maldad en una prensa donde confluyen todos los elementos de la naturaleza y de la cultura, para trocarse en ella en sutilísimos venenos que arroja diluidos en sus hojas voladoras. Porque la prensa es, sin duda alguna, en nuestra época, el más poderoso agente para disfrazar el error con capa de verdad, y cubrir la verdad con la vestidura afrentosa del error; para pervertir las inteligencias y corromper las costumbres, y por todos esos caminos, directa e indirectamente, demoler el edificio de la Fe.
Fácilmente pudiéramos llenar el espacio y aun de muchas conferencias, con sólo acumular los testimonios de autoridad indiscutible, que han puesto de manifiesto los daños producidos por el abuso de la prensa periódica; los cuales son tan grandes, que ponen en balanzas si el invento de Gutenberg ha sido, finalmente, provechoso o pernicioso para la Humanidad.
(…)
Tres caracteres distinguen el Periodismo de otro cualquiera género literario, y lo hacen particularmente peligroso: la condición de los escritores, la disposición de los lectores y los designios de ciertas empresas periodísticas.
Y comenzando por lo primero, basta reflexionar un instante, para comprender que el desempeño digno y sensato del oficio de periodista, exigiría, para no ser peligroso, un enorme caudal de conocimientos y un criterio solidísimo, además de una sinceridad y honradez a toda prueba.
En efecto: el periodista ha de tratar a diario las cuestiones más graves; ha de explanar los más arduos problemas que se ofrecen en la vida política, social y religiosa de las complejas y desequilibradas sociedades modernas. Ha de ejercer una especie de censura sobre los gobernantes, examinar las disposiciones de las leyes, salir siempre a la defensa de la justicia y del derecho, y delatar sus violaciones más o menos desenfadadas o arteras. Pues ¿qué conocimiento no supone esto, de la jurisprudencia y la política, de la economía y de la sociología; del derecho público y privado, civil y eclesiástico; de la moral y de la religión; y sobre todo, qué serenidad de juicio, qué firmeza de criterio? ¿Qué agudeza de ingenio para descubrir las astucias, y qué entereza de carácter para desenmascararlas? ¿Qué fuerza de dialéctica para atacar y defenderse, y qué cúmulo de noticias sobre tanta variedad de cuestiones?
Y todas estas cualidades serían tanto más indispensables al periodista, para ejercer sin peligro su ministerio, cuanto debe escribir siempre con precipitación y premura, porque el reloj corre sin detenerse, y es menester no sólo, como para los otros escritores, que el trabajo salga bien, sino que esté listo a tiempo para meterlo en prensa.
Se celebra la fecundidad de un Suárez, cuyas obras llenan 26 tomos in folio, o de un Cardenal Cayetano que escribió sobre Santo Tomás tan extendidos y concienzudos comentarios, o de un Cornelio Alápide, de quien se cuenta que podía esconderse cómodamente detrás de sus libros, o en tiempos más antiguos, la de un Plutarco y un Tito Livio. Pero al fin estos autores, trataron de cuestiones más o menos homogéneas, y tuvieron tiempo para estudiar con gran sosiego las que lo requerían; y después de haberlas estudiado, consultado y borroneado en sus cuartillas, pudieron, siguiendo el consejo de Horacio, retenerlas inéditas hasta el noveno año, y sólo entonces las dieron a luz para admiración y enseñanza de las edades.
Pero el periodista no puede, aunque quisiera, hacer nada de esto. Porque la disposición que sale esta mañana en la Gaceta, o el discurso que pronuncia esta tarde el Presidente del Gobierno, es menester que sea comentado, alabado o censurado de repente, para que el artículo entre en caja a la doce de la noche, y alcance el correo de las cinco de la mañana, que lo difunda en todas direcciones y lo derrame por todos los ángulos de la Península.
Y no penséis que se trata, en ese artículo, de cosas de poco momento. Se trata de corregir los actos del Gobierno, de calificar la conducta del Papa, de apaciguar o alborotar, en las cuestiones más trascendentales, la conciencia de millares de lectores. Quisiera yo ver qué cara hubiera puesto el P. Suárez, si una mañana se le hubiera presentado en el cuarto un Superior religioso, y dándole a leer una de aquellas intemperancias teológicas del Rey de Inglaterra, le hubiera pedido su refutación para darla a la estampa. El sabio teólogo hubiera aceptado el encargo: pero ¿cuál hubiera sido su turbación al oír que el artículo había de quedar listo para la imprenta a las dos horas? -¡Padre, hubiera expuesto sin duda; es preciso consultar la Historia, resolver los Concilios, hojear las obras de los Santos Padres…! Se necesita tiempo para meditar y exponer claramente el estado de la cuestión, el quicio de la dificultad, los antecedentes y consiguientes…!- ¡Buenas y gordas! Escriba, escriba, Padre, lo primero que se le ocurra! ¡Llene dos columnas, comenzando por las frases de ordenanza y concluyendo con las de cajón, y en medio diga que sí y que no y que qué sé yo, con tal que los amigos queden en buen lugar, y los enemigos en la picota del escarnio!
Verdaderamente es de creer que los gravísimos y doctísimos varones, cuyas obras son la gloria del ingenio humano, pero que vivieron antes que apareciera en el mundo esta gran plaga de la Literatura y de la vida social que llamamos la prensa periódica; se hubieran quedado estupefactos, y declarádose impotentes para juzgar y criticar, absolver o condenar los actos de los gobiernos, las elucubraciones de los políticos, las revoluciones de los pueblos, con la rapidez y aplomo con que lo hacen, ahora…¿quiénes? Un instante y lo diré.
Allá en los tiempos del Escolasticismo se miró como un portento, y más modernamente se ha considerado como una fanfarronada ridícula, la hazaña del famoso Pico de la Mirándola, que se ofreció a defender tesis de omni re scibili, de todas las materias cognoscibles.- Nosotros no nos sentimos con valor para maravillarnos de la audacia de Pico, hombre, al cabo, de largos estudios y triunfos literarios y de un ingenio vasto; pues en nuestros días estamos rodeados de picos que se presentan a ganar veinticinco duros mensuales en cualquiera redacción de periódico, dando por supuesto que se hallan en estado de tratar en sus columnas con magisterio indiscutible, de todas las tesis de Pico…¡y de otras muchas más!
Y sino ¿cuándo habéis leído en un periódico, que un articulista se declare incompetente para juzgar los más enrevesados asuntos? O si acaso hace semejante declaración, es por pura modestia, como se echa de ver en el aplomo y suficiencia con que a renglón seguido corta y resuelve y formula su oráculo, tan autorizado por lo menos y respetable como los de Delfos. Él aconseja al ministro, y exhorta al Gobierno, y corrige la plana al mismo Romano Pontífice, amonestándole, con una benevolencia que roba el alma, a que ponga el atento oído a esas improvisaciones suyas, que decora con los nombres pomposos de opinión pública o latidos del alma nacional”.