“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

martes, 30 de agosto de 2011

EL NOMBRE EQUIVOCADO


EL NOMBRE EQUIVOCADO


La película de De la Iglesia contra la Iglesia.


Si es cierto que “el nombre es arquetipo de la cosa”, también lo es que, entre nosotros, el nombre no hace a la persona y, por eso, Dios no hace acepción de nombres. Si puede un nominado con sendos nombres de las letrinas revolucionarias, transfigurar los nombres con la limpieza del agua y la sangre del bautismo, pueden a la vez nombres sagrados ser llevados como estigmas por criaturas serpentinas que reniegan de la identidad por ellos otorgada.

El nombre no hace a la persona, puede decirse, salvo en materia de religiosa elección definidora. Hay nombres que se deciden y se nombran y se bendicen, pero no se limpian tras la primer empuercada pecadora, y se abandonan a las piaras incontinentes para revolcarse sin descanso entre los basurales del mundo que es muerte. De ellos estamos rodeados.

Uno se entera, por ejemplo, de que una mujer llamada MARÍA JOSÉ Lubertino persigue las imágenes religiosas en lugares públicos (imágenes que no son otras que las de JESÚS, MARÍA y JOSÉ), y se pone a pensar en el odio libertino que reniega de la propia vida pero no llega a manifestarse con la pretendida racionabilidad que se postula para apoyar medidas descabelladas y al fin inútiles, como todo lo que emprende el espíritu diabólico. De haber coherencia en el reclamo debería la susodicha cambiarse de nombres.

El odio llevado al extremo persecutorio se encuentra también, por ejemplo, en una especie de mujer llamada MARÍA DE LA CRUZ Rachid, lesbiabortista que lleva la cruz sin Cristo y el más excelso nombre de mujer manchado en la figura podrida de la pecadora homicida que en su inaguantable existencia combate lo que no puede quitarse  de encima. Bestialidad renegada que no puede ni podrá manchar la pureza de un nombre que como al mal ladrón la crucifica.

Y un majadero llamado Gonzalo DEMARÍA vomita una obra de teatro que es, según un  pasquinoso diario centenario, “una historia que pone en jaque la religiosidad y la trascendencia”, nada menos (“El cordero de ojos azules”). Cuestionar la religiosidad y llamarse Demaría: vaya trabajo inútil se proponen algunos. Pero a otros les reditúa en lo económico, entonces insisten, como un director de cine español que se llama Alex DE LA IGLESIA, pero que filma porque odia a la Iglesia (¿y a sí mismo?) una película llamada “Balada triste de trompeta” y que un incorregible zurdo y ciego de la sábana matutina llamado Minghetti (no confundir con el buen Minguito), encomia pues le parece excelente una película donde “todo es excesivo (la violencia, la sangre, la humillación, la locura) … Cada personaje tiene su momento. El tonto cuando abusa de todos y el triste cuando deviene salvaje y finalmente esclavo doméstico de un militar franquista, y así convertido en animal se atreve a morder la mano del Generalísimo antes de alucinar con el patético lamento de Raphael en un cine de barrio”. Además, los personajes de la película, según informa el periodista de marras, “enfrentados a muerte se convierten en monstruos que se desfiguran y llevan su duelo hasta la cruz del Valle de los Caídos, encima de los restos de un pasado que sangra todavía y donde todos pueden caer y morir” etcétera.

Fascinación del vértigo abismal que se encuentra en estos cuatro monstruos, tal vez por una especie de proyección teratológica de sí mismos en aquello que odian. Un monstruo es aquello que pudo haber sido grande, bueno y hermoso, y en cambio sólo le queda una grande y mala deformidad, con un nombre hermoso e incómodo, como una cruz inaguantable que, al parecer, por repugnancia hacia aquello que el nombre designa, se hará más terrible de llevar, en una caída permanente hacia el horrible hoyo final.