miércoles, 10 de agosto de 2011
ELECCIONES. ¿VOTAR O NO VOTAR?
ELECCIONES
¿VOTAR O NO VOTAR?
Y si no, ¿para qué la democracia?
Por Edmundo Gelonch Villarino
Publicado en Patria Argentina Nº 270, Septiembre de 2010
Está visto que la democracia no es para dar algún bienestar a los votantes, ni menos para atender a los problemas populares y darles solución, aunque sí para crear y empeorar problemas para el pueblo. Está comprobado que la democracia no está para hacer la voluntad de los votantes, sino todo lo contrario: si no, miren al socialista Rodríquez Zapatero defendiendo a los trabajadores contra el capital, mediante una política que despoja al pueblo para salvar a los bancos, en un clarísimo desprecio por los votos y por la voluntad mayoritaria; y también en Grecia, en Alemania, en EE.UU., y en…todas partes.
Ya se ha visto que la democracia está para vengar los “derechos humanos” de treinta años atrás, no para los derechos humanos del presente, como no sea el derecho humano de los gobernantes a exterminar jubilados mediante las oficinas de economía y previsión social, la salud pública, etc.
Tampoco sirve esta democracia al Bien Común, que dicen los creyentes, sino principalmente al placer homosexual, como está mandado por los Amos. De modo que la democracia, ahora sí, puede exhibir logros meritorios: está al servicio de los Financistas que buscan reducir la población mundial a la mitad, parte por el exterminio –contaminación, guerras, vacunas y “medicinas”-, y sobre todo, frenando la reproducción de la especie humana.
No me enojo con la democracia, que sería como enojarse con la bosta porque huele mal, como si pudiera hacer otra cosa…Pero me hacen perder la paciencia todos los jerarcas y dignatarios católicos que siguen repitiendo que “hay que preservar las instituciones” político-jurídicas por las cuales nos gobiernan. Sobre todo me indignan los eclesiásticos que más creen en la Constitución que en las Encíclicas y en las enseñanzas del Magisterio, por no decir el Evangelio. ¿Cómo pueden confiar en el “libre juego de las instituciones republicanas”, para esperar algo justo y decente? ¿Cómo pueden todavía, pese a todas las evidencias experimentadas, creer que las multitudinarias movilizaciones son más poderosas que las órdenes de Kirchner? O transmitidas a través de Kirchner desde los verdaderos centros de poder. ¿Quién puede creer que la voluntad mayoritaria es más poderosa que la “libertad de prensa”?
¿A quién se le ocurre que las leyes sobre la familia pueden tener sustento en la Moral, o en la simple humanidad, viviendo en democracia? ¿Quién puede creer que la Soberanía Popular tenga algún límite en la Ley Natural? Si la misma Soberanía Popular es antinatural, no puede dar más frutos que contranatura. En San Mateo, 7, 17, deberían haber leído “Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se cogen racimos de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da frutos buenos y todo árbol malo da frutos malos. No puede árbol bueno dar malos frutos, ni árbol malo dar frutos buenos…” ¿Quién podía esperar frutos buenos del árbol de la soberanía popular, después de las advertencias del Magisterio?
¿Por qué los obispos no atienden a las reflexiones de Mamerto Esquiú? Cuando trataba de la sinrazón llamada “soberanía popular”, preveía su capacidad potencial para cambiar las leyes y así que “por contemporizar intereses particulares cualesquiera, fácil es prever la eterna dominación de dos monstruos en nuestro suelo: anarquía y despotismo”.
¿Cómo no sentir pena por la Senadora Liliana Negre de Alonso, tan esforzada intentando revertir la perversidad del sistema desde dentro, al ver que el sistema aplastaba sus honradísimos esfuerzos y pisoteaba cualquier vergüenza democrática? Claro es que tampoco carecen de razón quienes piensan que es imposible entender tan poco de política, como para pensar que es posible hacer algo por el bien de la Patria desde dentro del sistema Constitucional. Y ahora, ¿qué harán quienes apostaron por el sistema? En conciencia, su deber es acatar y someterse al fallo [del putimonio o mal llamado “matrimonio igualitario”], cuya validez aceptaron desde que aceptaron ir a votar. Sería una incoherencia democrática, negar su legalidad después de consentirla. Hay que acatar y festejar el triunfo de la democracia.
Hoy, la ley constitucional y democrática ha derogado a la Ley natural, como ya había abolido la Ley de Dios, y mañana pretenderá abolir quizás la ley de gravedad. En un rapto de lúcida franqueza, el cardenal Bergoglio advierte que el Congreso aprobaría “un rechazo frontal a la Ley de Dios”. Pero entonces, se sigue lógicamente que la decisión del Congreso “es la pretensión destructiva del plan de Dios”; que si la nueva ley es fruto legítimo del Congreso, antes que en la ley, el mal está en el Congreso, que ahora queda en libertad de aprobar, por ejemplo, el homicidio de nonatos, la adopción por parte de pedófilos y el derecho a todas las aberraciones y crímenes legalizados. Antes se decía, con Ivan Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”, y hoy se lo traduce: “A la Soberanía Popular todo le está permitido”. ¿No se entiende que la magia de la Soberanía Popular no tiene límites? Puede hacer de KK presidentes; de dos putos, matrimonio; de un mamarracho, ley. ¿Por qué habrá de detenerse, si es omnipotente?
Puestas en claro ¡por fin!, las relaciones entre las causas y su efecto, interrogo a nuestros Pastores: Entonces, ¿a quién han de obedecer los argentinos obedientes –por pocos que seamos? ¿A Dios y la Ley natural o a la Constitución y a los gobernantes constitucionales? ¿No seguirán pretendiendo que obedezcamos a los dos a la vez?
Por aquello de los frutos y el árbol, dejo a quien lo quiera, que se encomiende rezando a los santos producidos por la Democracia, pero yo prefiero rezar por la Patria a los santos reyes y aristócratas: a San Luis, a San Fernando, y sobre todo a Santiago, por la Santa Cruz de nuestra Santa Fe.
Sobre la democracia:
“La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente”.
George Bernard Shaw
“Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”.
Enrique Jardiel Poncela
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Groucho Marx
“El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros”.
Ambrose Bierce
“La democracia tiene por lo menos un mérito, y es que un miembro del Parlamento no puede ser más incompetente que aquellos que le han votado”.
Elbert Hubbard
“Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”.
Alberto Moravia
“Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible. Los políticos, por hacer lo posible imposible”.
Bertrand Russell
¿MAL MENOR?
Tomado del Blog Red Patriótica Argentina
Subimos esta nota publicada en Patria Argentina de julio de 2007 pues con referencia al tema electoral las cosas no han cambiado en lo más mínimo, es más, la cuestión continúa igual o peor con referencia a dicho tema. Muchos se contentan por la circunstancial derrota de la Kirchner y sus laderos en la Capital Federal pero la realidad es que el sistema se fortalece cada vez más en base al juego dialéctico falso y que las perspectivas dentro del mismo -gane quien gane - pintan un horizonte de mayor dependencia de los centros de poder internacional, así como en el orden interno y cotidiano de todos los argentinos, mayores problemas especialmente en el orden económico-social. Ya sabemos que el ciclo de parches sobre la economía capitalista va llegando a su fin y un nuevo ciclo de crudo liberalismo económico es lo que se avizora en el horizonte. Reproducimos el artículo mencionado pues puede llegar a ser una guía esclarecedora en especial para el ambiente católico donde esa tesis es seguida a pie juntillas.
Consideración moral
La doctrina católica según lo confirma el Catecismo afirma que obliga a la conciencia “practicar el bien y evitar el mal” (CEC 1706 y 1777) y que “nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien” (CEC 1789).
Sin embargo en determinadas circunstancias y bajo causales excepcionales es lícito la tolerancia del mal si se sigue prudencialmente de ello un bien mayor. De ello se desprende:
· Es lícito la tolerancia, jamás la opción o elección por el mal.
· Debe procurarse un bien mayor como requerimiento para la licitud del acto.
· Debe constituir una excepción.
· Se requiere de un juicio de la razón práctica, o sea la luz de la virtud de la prudencia.
Para ello se hacen necesarias ciertas condiciones:
· Clara conciencia de la naturaleza del mal, de forma de determinar concretamente que lo se tolera como “mal menor” efectivamente sea tal.
· Definición del fin y del bien mayor a alcanzar, pues jamás puede ser el mal un fin por más menor que este sea.
· Rectitud de la voluntad hacia el fin a alcanzar determinado por la razón práctica, libre de vicios como la pereza, el miedo, la indiferencia o algún tipo de coacción interna o externa
Consideración política
Frente al problema del “mal menor” es preciso distinguir, por un lado, la doctrina del “mal menor” y por el otro, el “mal menor” como táctica política. Táctica que consiste, si bien no en la teoría pero sí en la práctica, en la propuesta de aceptar u optar por males menores para evitar males mayores, como un modo de participación política y que, entre otras, puede revestirse de las siguientes formas:
· El “entrismo” en los grandes partidos de masas, como ser el caso del peronismo.
· La conformación de partidos o alianzas políticas para minar el sistema desde dentro o como voto testimonial frente al sistema.
· El voto útil, optando en las elecciones por el menos malo de los candidatos con reales posibilidades de triunfar.
Consideración histórica
El “mal menor” como postura política ha sido tradicionalmente defendido por el catolicismo liberal o la democracia cristiana, como intento de conciliar la Doctrina Social de la Iglesia con los principios y los métodos del sistema político vigente desde la Revolución Francesa (y ahora con el triunfo de la Masonería).
Si bien no acepta todos los principios teóricos que dan origen a la democracia moderna, no pretende una lucha frontal contra el sistema. Por el contrario procura integrarse en él, a través de los mecanismos que el mismo régimen le ofrece, conformándose para tal caso en la defensa de un programa mínimo que incluya, por ejemplo: la defensa de la vida, de la libertad religiosa y el bien material de la Iglesia.
En consonancia ya no ve la necesidad de predicar ni de obrar activamente en pro del Reinado Social de Cristo, sino de buscar canales de diálogo, de consenso, de reconciliación y de pacificación en un marco de mutua tolerancia en nombre de la sana laicidad, la Civilización del Amor o la Nueva Cristiandad. Lineamientos que ciertamente despiertan la simpatía de gran parte de la jerarquía eclesiástica a juzgar por el tenor de los últimos pronunciamientos magisteriales sobre el tema, como ser el caso del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.
Conclusión
No podemos dar razones demostrativas en contra del “mal menor” como táctica política, excepto juzgar sus nulos resultados, ni pretendemos emitir un juicio moral sobre quienes defienden tal postura. Pero sí encontramos razones de conveniencia para oponerse al mismo en la situación particular de la Argentina, y que podríamos sintetizar de la siguiente manera:
· De la obligación de participar políticamente, no se sigue el que deba hacerse dentro de los mecanismos propuestos por el mismo régimen anticristiano que se pretende derrotar.
· La abstención electoral o el voto negativo en cuanto tal, no es un bien en sí mismo; sin embargo de suyo no se sigue que sea preferible el voto positivo, cuando de ello se alimenta precisamente el sistema para aducir su legalidad y legitimidad.
· No puede juzgarse como bien mayor la preservación de la legalidad o constitucionalidad del régimen, porque precisamente, en la legalidad y constitucionalidad del régimen - esencialmente anticristiano y perverso, e intrínsecamente liberal-masónico – es donde radica el mal mayor y del que brotan los otros males que pretenden evitarse; lo que a su vez, de suyo implica una decidida opción por el mal.
· El “mal menor” como táctica política, que sólo podría ser legitimado en una circunstancia excepcional, se convierte así en cotidiano y permanente y el cual, por efecto de acumulación y retroalimentación, hace que en el devenir histórico el mal menor se convierta en mal mayor, al desembocar irremediablemente en aquellos males que se pretenden evitar.
· La táctica del “mal menor” ha demostrado su ineficacia a los fines de alcanzar el poder o reducir los males propios del sistema imperante, a juzgar por la situación actual y sin precedentes de descristianización acelerada de la sociedad nacional.
· La experiencia asimismo no sólo demuestra la ineficacia del voto testimonial o el intento de cambiar el sistema desde adentro sino que, por el contrario, cualquier intento de esas características ha sido absorbido, infiltrado o malogrado por el sistema y en beneficio del sistema.
· El voto útil señala incluso contrariedad con respecto al postulado del “mal menor” como táctica política, pues implica optar entre los candidatos con más chances para triunfar y desechar a priori mejores candidatos por el sólo hecho de que no van a vencer.
· No puede disimularse la responsabilidad que en gran parte le corresponde a la jerarquía y a laicos católicos, por la prédica y la sugerencia de la práctica rutinaria de la opción por “el mal menor” como solución política, pese a que solamente produjo reiterados fracasos, sin ningún éxito que contabilizar en beneficio de la misma.
· En síntesis, la aplicación constante, durante décadas, de la “doctrina del mal menor”, como solución u opción política, ha producido un único y exclusivo resultado: un gran mal mayor para el destino de la Nación y ha representado y representa el camino más eficaz de la cada vez más profunda decadencia Argentina.