“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

miércoles, 16 de junio de 2010

CRITICA


VIÑAS DE IRA
Director: John Ford – 1940

UN MAL FORD

Película falaz como pocas, “artística” en el sentido chapucero de esa palabra. Y duele decir esto, siendo su director John Ford, pero es evidente que el viejo maestro tuerto se dejó embaucar por entonces con el liberalismo de izquierdas que todo lo contaminaba ya desde aquellos tiempos en la sociedad norteamericana.

Se trata de –típico artilugio zurdo para justificar sus tropelías- la glorificación de los pobres por el solo hecho de serlo. Hablamos de pobreza material, no espiritual. No se trata del espíritu de pobreza, aunque tampoco de tenerles lástima –eso es propio del cine argentino o de Chaplín-; Ford hace que Gregg Toland los embellezca con su fotografía y sus encuadres, es decir, a pesar de la suciedad de las ropas viejas y gastadas, no es la virtud la que embellece a las personas, sino esa especie de roussoniana fotografía, esa evidente densidad novelística –está basada en la novela de Steinbeck, que suponemos ha de ser soporífera y ha sido publicitada por ser “progresista”- con que dota Ford a su película. Las excelentes caracterizaciones lo ayudan, pero, al fin, es una película a la deriva que termina con un discurso tras otro, teñidos de soberbia y resentimiento, tonto orgullo de clase.

Por supuesto, acaparó elogios y hasta hoy goza de un prestigio que reconcilia a despistados y progresistas con un director de cine al que odiaban por “reaccionario” y “patriotero”. El crítico de izquierda uruguayo Homero Alsina Thevenet refería una paradoja para él inexplicable: “En la historia del cine norteamericano, “Viñas de ira” constituyó en 1940 una notable paradoja. Un tema de ambiente proletario y campesino, con una fuerte crítica a los bancos y a la sociedad capitalista, fue filmado por una poderosa empresa de Hollywood, con respaldo del Chase Manhattan Bank, y se impuso poco después como una de las películas más importantes de la industria, comenzando por sus premios en la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Habría sido fácil entender en ella un mensaje revolucionario y comunista, con una carga de protesta social muy superior a lo que el propio cine soviético filmaba en la época, pero ese mensaje era sin embargo muy ajeno a la ideología personal de sus autores. El productor Darryl F. Zanuck, el adaptador Nunnaly Johnson, el director John Ford, eran hombres de inclinación política conservadora, que no incurrieron ni antes ni después en otra obra de intención socio-política similar”.

O el susodicho crítico no estaba debidamente informado o no quería saber que la banca judeo-norteamericana financió la revolución comunista rusa, o que el Chase Manhattan Bank de los Rockefeller mantuvo durante todo el régimen bolchevique su sucursal en Moscú, muy significativamente en la calle Karl Marx. Desde luego que esta película no fue más tarde perseguida por el ”macartismo”, como bien señala Thevenet, precisamente porque el “macartismo” fue una reacción a todas luces burda y que terminaría favoreciendo a la subversión comunista con toda la propaganda a su favor. Películas como “Viñas de ira”, que no muestra abiertamente su comunismo, filmada por un maestro del cine y encima “conservador” –en realidad, liberal- podía tener una mayor influencia en la sociedad norteamericana, cosa que hasta hoy se la sigue glorificando. De hecho es significativo que un reciente documental sobre John Ford, dirigido por Peter Bogdanovich, que recoge imágenes de un viejo film suyo sobre Ford y lo amplía con nuevos testimonios, no habla en sus dos horas de duración ni de la ideología política ni del costado religioso de Ford –ambos complicados y enmarañados en el liberalismo-, y, a pesar de recorrer ampliamente su vastísima (y muy despareja) trayectoria, omite imágenes de una de sus películas más destacadas y autoconfesionales, cual es “El fugitivo”, que era una de las favoritas de Ford, donde el protagonista es un sacerdote católico perseguido, y sí se hace hincapié, entre tantas otras, en esta “Viñas de ira”, entre comentarios fútiles y sentimentales de Eastwood, Scorsese y Spielberg. Tal vez Ford haya contribuido con su persistente parquedad y sus equívocos a este tipo de cosas.

En fin, un film como éste basta para mostrarnos que Hollywood no fue tan asimilable a presuntas leyendas negras o rosadas, sino una contradicción permanente, como lo fue ( y lo es) los Estados Unidos de América.