CONTACTO EN FRANCIA
Director: William Friedkin – 1971
MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES
Esta película nos servirá para referirnos brevemente al cine de William Friedkin, uno de los más talentosos directores de cine de todos los tiempos, infravalorado por casi todos, pero también sobrevalorado por unos pocos. No nos parece un gran autor o un gran artista, pero sí un gran e inteligente hacedor, aunque deficiente pensador. En todo caso, no se propone en sus films como un maestro de moral, aunque sus films no están exentos de una mirada crítica hacia lo que cuenta. Debemos agradecerle por lo primero, lamentamos que en lo segundo se ubique casi siempre dentro de la corriente de la época, el pesimismo fatalista que nos muestra hasta el detalle el mal enseñoreado del mundo sin atisbar un mínimo de esperanza que lo contrarreste (ejemplares a este respecto son “Jade”, “Vivir y morir en Los Ángeles” o “Cruising”). Este espacio servirá para aclarar malentendidos respecto de este extraordinario pero malogrado director.
Hasta el más obtuso podrá advertir su talento con una sola visión de “El exorcista”, excelente película, casi una obra maestra (compárese con un film muy interesante –un buen film- como “El exorcismo de Emily Rose”, para entender lo que decimos). “El exorcista”, como “Contacto en Francia” y toda su obra, llevan claramente su sello: personajes que, al borde del abismo, haciendo equilibrio consigo mismos, están dispuestos a ir más allá de los límites de la legalidad o lo esperado para conseguir lo que se han propuesto y cumplir su misión. Personajes que no emplean medios ortodoxos para alcanzar su meta. Sin duda personajes que reflejan al propio Friedkin y sus famosos métodos de trabajo, exigiendo a sus dirigidos ya sea mediante disparos de revólver en el set de filmación o cachetazos (como el que le propinó al sacerdote que interpreta al Padre Dyer en la escena tras la caída del Padre Karras por la escalera, contado esto por el mismo cura modernista que hace de idem en la película).
Sus thrillers abundan en persecuciones insuperables, una forma de exteriorizar esa búsqueda: “Sorcerer”, “Vivir y morir en L. A.”, “Jade”, “Reglas de combate”, “La cacería”, etc., son todos films de una intensidad expositiva, de una rigurosa confección personal, de una intensidad combinada con el rigor documental, y de una despreocupación absoluta por el “qué dirán” –a pesar de ser provocativos-, que confirman ese estirar de la soga que significa la superación como director en cada film. Sus personajes son ajenos a nosotros, imposibles de seguir con empatía en sus peripecias, a veces nos resultan hasta insoportables. No podemos identificarnos con ellos, pero los seguimos en sus peripecias a través del vértigo en que los sumerge el director.
Ahora bien, como pensador o como artista, ¿puede decirse que Friedkin es igual de diestro?
Si “El exorcista” es su mejor obra, también la misma es obra de William Peter Blatty, en sus aciertos y en sus errores en cuanto a la mirada religiosa. Porque Friedkin bien pudo servirse de aquella historia para abroquelarla a su mirada, pero su mirada no es religiosa (en el sentido en que lo es la mirada de Hitchcock, en Friedkin no existe el concepto de pecado original o caída, como tampoco la gracia). De allí que nunca volviera en su cine a allegarse a aquella cima ni a aquella preocupación por lo religioso, aunque formalmente alguien pudiera pensar que sí. Blatty, escritor y director católico –más bien liberal-, que investigó y plasmó en su novela lo que Friedkin llevaría magistralmente al cine, fue quien buscó a Friedkin –gran acierto el suyo-, y lo buscó, vaya paradoja, porque no era católico, según sus palabras, o, a pesar de no serlo, debido a su talento. Tal vez temiendo que algún santulón de buenas intenciones pero mano insegura estropease lo que su obra pedía: un tratamiento casi documental, riguroso y fiel a lo escrito. Friedkin venía de “Contacto en Francia”, un extraordinario thriller, y nada más. Recibió el Oscar porque no había ningún film aparatoso que le hiciera sombra, pero ya se veía entonces su mano rigurosa y sin concesiones.
Se evidencia que Friedkin no es católico cuando comparamos su versión –la original- con la de Blatty, aquella estrenada a principios de los años 2000 y con el final cambiado, el cual preferimos. Se deshace el equívoco de algunos –por si hacía falta- que pretendían ver a Friedkin como director religioso*: él mismo al ser interrogado con motivo de la presentación de la nueva versión, a la pregunta de si era religioso contestó: “Diría que sí. No creo en ninguna religión específica que tenga una respuesta (sic). Creo que todas tienen cosas maravillosas para ofrecer pero no estoy convencido de que haya una respuesta final que lleve a la exclusión de todas las demás” (Diario Clarín, 08-03-2001). Tras lo cual uno se pregunta cómo alguien sin convicciones religiosas puede lograr aquella obra (que, no obstante, deja entrever muy bien esa falta de convicción religiosa en varios momentos). Sencillamente, fue una obra de colaboración,
Desde luego, “El exorcista” molestó mucho a las fuerzas del mal en este mundo (incluso durante su filmación), porque descubrió la actividad demoníaca en un mundo paganizado y mostró quién es el único enemigo que puede vencerlo: el sacerdote católico. Por eso –como fue un éxito imparable- se orquestaron luego varias secuelas o, como le llaman ahora, “pre-cuelas”, una peor que otra (tal vez exceptuando la dirigida por el propio Blatty), por no hablar de las parodias, una de las cuales incluyó a su protagonista femenina. Los “críticos”, por su lado, no le perdonaron nunca a Friedkin “El exorcista”, de allí que se hayan ensañado con él, sin siquiera reconocerle su inmenso talento. Lo que más les molesta, claro está, ya lo dijimos, es que se muestra allí que el diablo existe y que sólo Dios a través de sus hombres puede vencerlo. El error de Friedkin fue no entender esto que cuenta y no ahondar en esa mirada, como la que tiene la niña Regan sobre el final cuando sus ojos reparan en el atuendo del sacerdote: su carrera, sin dudas, hubiera sido más brillante. Pero que “El exorcista” sigue molestando podemos dar fe: en estos días en que escribimos estas líneas, un diario saca este suelto en su sección “Espectáculos”: “La nenita poseída, campeona del terror: Parece que El exorcista es “la” película de terror de todos los tiempos. Al menos, eso es lo que se concluye de la encuesta anual realizada por un sitio de Internet que vende DVD”. Etc. (Clarín, 04-11-2007) Nótese el sarcasmo, la burla y el desdén del título de la nota. El mismo público que la elige tiene la misma mirada perdida, sobrevolando en su frivolidad la realidad que la película muestra. Hacer aparecer lo que se cuenta como irreal: he allí la función de los medios y el defecto de los directores que no se toman en serio la vida misma y la responsabilidad de lo que cuentan con respecto a sus espectadores.
El cine de Friedkin parece haber caído en la pendiente definitivamente. Pero, por los servicios prestados, deseamos que algún día Friedkin se refugie en el único lugar donde el mal es vencido. En todo caso su cine debería sucumbir o cambiar radicalmente, cosa que estimamos muy improbable en el mundo de hoy. Pero, ¿quién sabe?
Por lo demás, no tenemos gran cosa que decir sobre “Contacto en Francia”, y todo aquello que dijéramos sería darle vueltas con aires de “crítico profesional” a algo que no lo merece. Los méritos formales de la misma son los que Friedkin llevó hasta sus últimas consecuencias en “El exorcista”. No habría luego el asombro o la profundización intelectual de una filosofía de vida. Uno prefiere en cambio films como “Reglas de combate”, “Sorcerer”, “Doce hombres en pugna” o la ya mencionada “El exorcista”, films de mayor sustancia que el resto y políticamente incorrectos, que confunden a los necios –irritados o aplaudiendo-, porque Friedkin en su obra no hace concesiones. Si nos hace o no algún bien, eso va en nosotros y las decisiones que hemos tomado. No estaría mal ahora que el lector recuerde las palabras de Chesterton, citadas en ocasión de comentar “El ángel azul”.
* Se trata de aquellos que encuentran “esoterismo” o símbolos religiosos en todas partes...por tomar al cine como un ersatz del culto religioso católico que no profesan, tal vez por temor a verse confrontados con la verdad quizá nada amable de sí mismos: es más cómodo decirse católico que practicarlo; es más fácil el juego intelectual o devaneo sin compromisos que la toma de decisión conformada a los mandatos divinos, preceptos y consejos evangélicos que dan la libertad de los hijos de Dios; es menos doloroso y más redituable papanatear sobre películas con ínfulas de entomólogo que dedicarse a la simple y fructuosa lectura espiritual de los santos; es más placentero adaptarse al mundo posando de disidente que resistirlo en serio combatiendo la propia autocomplacencia; es subjetivismo desquiciante encontrar teólogos donde hay indiferencia religiosa y no donde en verdad los hay y en serio, ocultos a la mirada de los mundanos que le hacen trampa a Dios y luego se sientan a teorizar para sentirse al fin justificados.