COLUMBO
Serie con Peter Falk Episodio “The Lady in Waiting” 1971.
EL HINCHA
(O de cómo la esposa de Columbo resolvió el caso más simple, el de una mujer enojada, distraída y vanidosa)
¿Televisión aquí? No se nos escapa lo que es este medio, por lo que lo que comentamos deriva de nuestra visión de un producto grabado y visto sin la infame publicidad, única manera de acceder a una obra de cierto interés sin escándalo. Recordamos lo que decía el Padre Joseph Coutu: “En las actuales circunstancias, el uso de la televisión es tan deteriorado, que puede conducirnos al mal. Puede decirse verdaderamente que la televisión, de hecho, ataca a las personas a través del mundo, de la carne y del demonio. Así sin más, se ha convertido en un instrumento de control de la mente, manipulador del comportamiento humano, presentando una filosofía de vida muy materialista” (Michael Journal, mayo-junio 2004).
Acometemos entonces este comentario apartados de lo que la TV significa y en relación a una serie muy antigua, de tiempos idos. Porque resulta interesante este personaje, que abreva en una tradición de relato detectivesco ajeno al medio televisivo.
Columbo el detallista pregunta y pregunta; visita a la homicida en el salón de belleza; hace “experimentos” en su casa; aparece tras una reunión de directorio; consulta “oportuna e inoportunamente”, hincha con sus preguntas la paciencia de los sospechosos, pero siempre respetuoso y humilde. Sí, el suyo es el método de la humildad, o, si ustedes quieren, de la sencillez, por eso es capaz de ver, y por eso se granjea la simpatía de los buenos (las víctimas o posibles víctimas) y el odio de los criminales (éstos casi siempre hombres o mujeres en buena posición económica, no se olvide). Columbo acosa a los culpables como si fuera la voz de la conciencia que se materializara en ese personaje. A lo mejor si Columbo fuera menos personaje la idea que mencionamos podría ubicarse en un plano significativo de manera tal que, alguna vez, el lado católico de Columbo –que, no olvidemos, es ítalo-americano- saliera a la luz. Pero esto sería pedirle demasiado.
Por los detalles se conoce al hombre, podría decirse. Columbo husmea la atmósfera de un lugar (en esto lo sigue a Maigret), las costumbres de su sospechoso, sus hábitos, etc. Columbo nunca se enoja, siempre aparece controlado, pero respetuoso y agradecido. Lleva la gabardina a manera de sotana y su desaliño hace que lo confundan, subestimen o despiste de entrada. Por eso de movida empieza a vencer a sus adversarios, infatuados y vanidosos, soberbios y desesperados, codiciosos y ciegos. ¿Es contradictorio el hecho de que Columbo sea tan desatento en su aspecto exterior pero tan observador y detallista en lo que ocurre a su alrededor? No, es veraz, porque precisamente ese descuido de sí –descuido que no es abandono- le permite poner el foco en las cosas y en las personas que lo rodean. Los vanidosos y ególatras, de tanto mirarse a sí mismos –en lo exterior- pierden de vista lo que ocurre con las cosas, por eso caen. La avaricia y la soberbia son vencidas pacientemente por la inteligencia y sagacidad que devienen de la sencillez.
Ahora bien, si Columbo se mostrase católico –a la manera del padre Brown- no estaría siempre casi auto-parodiándose, pero es que la serie está construida en base a una oposición de caracteres antes que de almas. Por eso el tono tiende a lo lúdico –como debe ser- pero sin llegar a la idea trascendente de pecado, culpa y salvación, interés predominante del curita chestertoniano.
Este caso que comentamos lo precipita el personaje de Leslie Nielsen, testigo inesperado (bien resuelto fuera de campo, al final) del engaño de su prometida al cometer el crimen. Lo inesperado se le aparece a ésta, se descontrola y mata. Pero no es la única clase de crímenes que debe resolver Columbo, que, por cierto, siempre los resuelve. Su beneficio: siempre da con el sospechoso de inmediato. El gancho: que nosotros conocemos siempre al asesino. Lo que nos divierte (y enseña) es ver cómo de a poco nuestro querido detective los va desenmascarando hasta volverlos locos y hacerlos caer en su trampa.
Al fin: el mal siempre paga, porque el bien no odia a las personas que lo cometen: Columbo ama la verdad.