“Se comprueba entre los hombres de nuestro siglo una nerviosidad casi enfermiza, provocada por una actividad de los sentidos desproporcionada con las fuerzas físicas que Dios nos ha dado. La radio, el cine y, en general, las invenciones modernas son en buena medida la causa de ello.
Pero ellas serían un mal menor si uno supiera usarlas con moderación. Ahora bien ¿no vemos, al contrario, la precipitación y la avidez con la cual se persiguen estas sensaciones y estas impresiones violentas? Las consecuencias se hacen sentir muy netamente en la inteligencia, que depende en su actividad de nuestro sistema nervioso.
Es así que los chicos y los jóvenes muestran una gran dificultad para mantener una atención sostenida en clase, que la gente madura muestra repugnancia a un trabajo intelectual sostenido, a un esfuerzo de atención prolongado.
¿Qué será entonces cuando se trate de cuestiones religiosas, en las que los sentidos no tienen más que una parte reducida, donde será necesario desde las cosas sensibles elevarse hacia las realidades espirituales?
Sin embargo quién negará, dice el Papa Pío XI:”¡...que los hombres creados por Dios a su imagen y semejanza, teniendo su destino en Él, perfección infinita, y encontrándose en el seno de la abundancia, gracias a los progresos materiales actuales, se dan cuenta hoy más que nunca de la insuficiencia de los bienes terrenales para procurar la verdadera felicidad de los individuos y de los pueblos! Así sienten más vivamente en ellos esta aspiración hacia una perfección más elevada, que el Creador ha puesto en el fondo de la naturaleza razonable”.
Para satisfacer esta aspiración generosa hacia Dios y las realidades eternas, y remediar esta ignorancia de Dios y de los misterios divinos, ¿qué debemos hacer?
Primero, tener el deseo de adquirir la verdadera sabiduría, la inteligencia de las cosas de Dios.
Además, extraer esta ciencia de su verdadera fuente, que es
Por fin, y sobre todo, entregarnos a la oración”.
Monseñor Marcel Lefebvre – Carta pastoral, Dakar, 25 de enero de 1948
“En este período de confusión, (...) evitemos adoptar posturas extremas que no corresponden a la realidad sino a prejuicios que inquietan inútilmente a las conciencias sin esclarecerlas. Evitemos el celo amargo que condena San Pío X en su primera encíclica: “Para que el trabajo y los desvelos de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en todos se forme Cristo (...) nada es más eficaz que la caridad. Pues el Señor “no está en la agitación” (3 Rey. 19,11). Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Es verdad que el Apóstol exhortaba a Timoteo: “Arguye, exige, increpa”, pero añadía, “con toda paciencia” (2 Tim. 4, 2). También en esto Cristo nos dio ejemplo: “Venid” –así leemos que Él dijo-, “venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados y Yo os aliviaré” (Mat. 11,28). Entendía por los que trabajaban y estaban cargados no a otros sino a quienes están dominados por el pecado y por el error. ¡Cuánta mansedumbre en aquel divino Maestro! ¡Qué suavidad y qué misericordia con los atormentados!”
Por esto nos resulta imposible aprobar la actitud de los que sólo tienen palabras amargas sobre su prójimo, al que juzgan temerariamente, sembrando así la división entre los que sostienen el mismo combate.
También es cierto que no podemos comprender a los que debilitan y disgregan las energías morales y espirituales, disminuyendo la importancia de la oración y de la verdadera devoción a
¡Cómo desearía que
Monseñor Lefebvre – “Carta a los miembros de
“Estáis viviendo en una época en la que hay que ser o héroes o nada. Podéis elegir: o abandonar el combate o combatir como héroes. Os hacen falta, pues, virtudes de héroes. No podéis tergiversar, o en tal caso caeréis en los primeros combates y no resistiréis a los múltiples ataques del demonio. Ved cómo el demonio, incluso en el interior de
Monseñor Lefebvre – Homilía, Écône, 27 de marzo de 1986.
“Os conjuro a permanecer unidos a
Monseñor Lefebvre – “Carta a los futuros obispos, 29 de agosto de 1987.