“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

miércoles, 28 de julio de 2010

APUNTES

PENSAMIENTOS BREVES DE UN DESACREDITADO


Tener paz en el corazón no implica vivir en paz.


El moderno quiere que lo dejen en paz. ¿Para gozar de qué, de sí mismo? Qué tontería.


El moderno no vivirá en paz pero tampoco tendrá paz en sí mismo. Eso no existe si no se está en paz con Dios.


“Cambia, todo cambia”, dice el progresista. Sin embargo, su imbecilidad permanece inalterable, siempre igual a sí misma, imperturbable.


El progresista abusa del lenguaje porque le teme al silencio. Es claro: el silencio no cambia nunca, las palabras en cambio dan la ilusión de que pueden ser manipuladas impunemente. Muestra de que desconoce el valor de la palabra, que le será retirada a su debido tiempo.


La mujer hermosa no le perdona al hombre que no la haga sentir hermosa. La fea tampoco. Las mujeres son democráticas.


Las mujeres con pañuelo en la cabeza son charlatanas. Menos las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. A falta de urbanidad y educación, éstas son insultantes. Usan el pañuelo en la cabeza como lo usa el asaltante en la cara para que no lo descubran; lo usan como los revolucionarios usan de la barba. El criminal busca siempre disimularse tras un disfraz.


Las ancianas que nos dan conversación en los medios de transporte nos recuerdan que vivimos cabe el prójimo. Son la última muestra de una humanidad bien educada que llega a su fin.


La simpatía en las mujeres es una forma de la inteligencia. Simpatía, no sonrisa boba o deseos de agradar.


Una mujer sin compasión, ¿puede haber algo más inhumano?
Y sin embargo las hay.


“Ya es tarde para hablar”, frase dicha por mujeres.


Mujeres: nos enseñan a dar. O mejor: nos enseñan que tenemos que dar.


La mujer es una ayuda o una distracción, sin términos medios. Hoy esta última es más bien un lastre que impide elevar el corazón a Dios.


Se percibe a diario, y hasta un ciego lo ve, la orgullosa avanzada de la sexualidad femenina presentada a través de voluptuosas y previsibles formas, señalando su genitalidad y su vulgar pedantería. De seguir así, el carácter femenino será una perla: será difícil encontrar una mujer entre tantas hembras.


¿Por qué el hombre olvida tan fácilmente sus obligaciones para con la mujer? Es el hombre quien ayuda a la mujer a conocerse a sí misma.


Es en lo femenino donde vive lo concreto, lo inmediato, lo cercano, lo terreno. Tal vez por eso decimos LA mañana, LA tarde, LA noche. En cambio, lo masculino se pierde y mira más allá: EL día, EL mes, EL año, EL mañana, EL pasado, El futuro.


El deseo de poder en la mujer es concreto: se corporiza en un hombre o en lo que éste puede proporcionarle. En el hombre, en cambio, es abstracto: de allí su sed de poder por el poder mismo.


Por lo mismo, las mujeres son más aptas para la administración de la casa, de lo temporal, y lo son menos para consideraciones generales del gobierno.


La bobería pasa de la euforia a la furia y de allí a la depresión con suma facilidad. Se es más bobo cuanto más se cree en sí mismo sin tener la menor razón para ello, y en el fondo no queriéndolo admitir.
Nadie tiene razones por las que deba creer en sí mismo.


La alegría siempre es recompensada.


El hombre nace impaciente: debe volverse paciente.


Lo primero que hace falta para vivir en este mundo es paciencia.


Lo que demuestra realmente si lo nuestro es amor o no es el sacrificio.


El aprendizaje comienza cuando uno se da cuenta de que otro tiene razón.


Todo, absolutamente todo en la vida nos enseña algo.


La realidad del sufrimiento es la realidad del amor, la medida del amor. Donde hay sufrimiento hay capacidad de amar. Y allí todavía se esconde Dios.


La alegría es concentración, no dispersión. Es serenidad, no alboroto. Es alabanza, no depreciación.


Conocemos el espejo para el cuerpo, pero, ¿cuál es el espejo para el alma?
El espejo para el alma es Jesucristo.


No hay peor peligro que aquel que se acerca silencioso y nos acecha como una sombra. Cuando toma nuestra forma ya es tarde: su poder es implacable. Su vehículo: la dulce costumbre que se acepta “porque el mundo lo hace”.


Palabras inexactas revoloteando como polillas alrededor: hoy abrí el diario.


Para esto se ha de escribir: descubrir en todas partes la verdad, desbrozar lo verdadero de lo falso, distinguir, discriminar, definir, enjuiciar, comprender, exaltar, establecer, defender.


“Aquellos que han prescindido de la poesía en esta tierra, lo han ignorado todo”, dijo Claudel.
Tierra de muertos, muertos que lo ignoran todo porque prescinden de Dios, y sin Dios no hay sentido de la poesía, ni vida alguna que merezca vivirse –es decir, deseable de vivirse.


Arte: Enaltecer los pensamientos y sentimientos de los hombres, elevarlos a la consideración de verdades que los involucran, revelarles la belleza escondida en las cosas y la armonía de las formas, hacerles descubrir los peligros que los circundan y la oscuridad que llevan en sí mismos. Y esto a cada uno en forma personal.


Los verdaderos bienes son espirituales. Los verdaderos bienes vienen disfrazados a veces de males.


Como esos árboles que soportan toda la violencia del viento flexionando grácilmente sus ramas, pero que al cabo vuelven a su posición original sin haberse quebrado, pues todo lo que no les sirve lo dejan pasar. Así debe uno dejarse abatir pacientemente por la oleada de opiniones que intentan forzarlo, hasta que el viento se produzca dentro de uno mismo con la fuerza que es capaz de provocar una convicción elocuente sostenida por el conocimiento.


La interioridad del hombre no es algo cerrado, sino abierto. A ello apunta el arte (y debe, también, el cine). A esa interioridad que busca perfeccionar la vida, por lo que el hombre, mediante la palabra o la imagen, se pone en relación con las cosas y con los otros hombres.


“¡Que una cosa tan visible como la vanidad del mundo esté tan oculta! ¡Que sea algo extraño y sorprendente decir que es una necedad buscar las grandezas! ¡Esto es admirable!” (Pascal)
Es admirable, también, que haya católicos que no se sientan desterrados en este mundo y que disfruten tanto de él. Las pequeñas –o grandes- cosas que nos alegran deben ser vistas como anticipos lejanos de la gloria futura, como obras de la mano de un Padre generoso, misericordioso y sabio.


En el silencio pareciera que hay más tiempo, o que el tiempo no corre, sino camina a un sabio ritmo vital. Hay un silencio que esconde la vida, y hay otro que acoge ruidoso la muerte.


En el silencio se esconde Dios; detrás del ruido acecha el diablo.


Dios nos habla en el silencio. El dolor es también una forma del mismo, es inefable como el silencio del que nuestra naturaleza tiende a huir, pero nuestra alma anhelante de amor desea abrazar.


El problema es que no se sabe amar.
Por no saber a quién amar no se sabe amar. Se ama mal y lo que no se debe, y se es indiferente a lo que hay que amar.


Por el dolor somos probados en el amor.


El dolor es lo único que puede producir la conciencia de nosotros mismos, de lo que somos.


¿Cómo alguien que no sufre puede pretender que se lo llame cristiano?
Si somos cristianos, somos miembros del “Varón de dolores” e hijos de la “Madre dolorosa”.


Se aprende a amar sufriendo.
Se aprende a morir amando.
Se aprende a gozar muriendo.


Aunque no maten, no roben o no forniquen, si no cumplen el primer mandamiento –sabiendo que deben hacerlo-, matan en su corazón a Dios, roban sus propias vidas para dársela a criaturas infinitamente insignificantes ante su Creador, y fornican con los placeres mundanos, puesto que quien no ama a Dios por sobre todas las cosas ama al mundo caído y fornica con él.


Dios nos quiere para sí. Lo que nos da es para que lo amemos más. Saber reconocerlo en lo que elegimos.


El gran pecado es el que más se oculta: hacer de uno mismo o de otra criatura el centro de nuestra vida. No hacer de Dios el centro y el todo de nuestra vida. Creer que tenemos “nuestra” vida.


A veces leemos obituarios elogiosos que gustan de enumerar títulos, logros, cargos, estudios, cátedras, actos, premios obtenidos, etc. En realidad, mucho o poco, todo debería reducirse a esto:
“Amó a Dios, e hizo lo que pudo para que los otros lo amaran”.
En definitiva, dio testimonio.


La verdadera renovación de la Iglesia (supuestamente buscada por el Vaticano II) vino con Monseñor Lefebvre, y consistió en una vuelta atrás, al más acendrado catolicismo que nos legó la tradición apostólica y que nada tiene que ver con el mundo.
Para eso sirvió indirectamente el Vaticano II, para que surgiera este movimiento tradicional y renovador.


Como dice Kierkegaard: “El individuo, con esta categoría la causa del Cristianismo se mantiene o se cae. Sin esta categoría, el panteísmo ha triunfado absolutamente”.
Individuo: una forma personal y única de vivir la religión, la relación de amor con Dios, aunque exteriormente se compartan las fórmulas y rutinas en común.


La relación con Dios ha de ser en tanto es relación individual, de individuo a su Creador, Padre, Salvador, Redentor, Maestro, Médico, etc. En tanto uno no es individuo, se vuelve multitud, así esa multitud se llame católica. Y ese es el primer paso para dejar de ser, efectivamente, católico.


El amor procede de Dios. Si no van a Él, si no lo piden, ¿cómo han de saber amar? Si sólo viven para sí o para el mundo, ¿cómo tendrán amor para dar? No será amor verdadero.


La única relación fructífera que puede haber entre los hombres es el amor. Para ello, dada su naturaleza, deben pasar más tiempo en contacto con Dios que entre sí mismos.


Porque amo a los hombres, precisamente por eso me alejo de ellos.


Ustedes saben: de noche se ve más lejos. Miren sino al cielo una noche despejada.
En la noche del alma hay que mirar hacia arriba, no hacia adelante ni hacia atrás ni hacia abajo. Hacia el cielo mediante la oración.


Las mejores cosas tardan en descubrirse.
Contra este mundo que nos ofrece lo instantáneo (la sopa, el café, el amor y el saber) pero sin vivir el instante, sostenerse en la paciencia de la larga espera. Pero esperar en la sombra del mundo, bajo ese sol secreto que es María.


Las máquinas alejan al hombre de Dios, porque lo desacostumbran a esperar. Dios maneja otros tiempos. Creo que Soloviev refirió que el progreso tecnológico acelerado marca la cercanía del fin de una época o el fin de los tiempos.


Un justificación del cine:
“Cuando se nos exponen con claridad, comprendemos mucho mejor los estados del alma ajena que los de la nuestra propia. La misma situación clara y fácil cuando se trata de los demás, viene a resultar oscura y complicada cuando se trata de nosotros mismos” (R. P. Mestre, “Catecismo de la vida interior”).
El cine, como la literatura, puede ser ese auxiliar que nos enfrente a nosotros mismos, escarmentando en cabeza ajena. Cuando pienso en cine pienso en Hitchcock. Cuando pienso en un espectador pienso en alguien despierto porque tiene fe.


El cine debe: mostrar la diferencia entre ser y parecer, entre lo que es y no parece, y lo que parece y no es.


Enseñar a ver el cine, ¿no es acaso un medio para enseñar a ver la vida?


Debemos ver la vida a través de la firmeza de la fe y la doctrina católica, si acaso nos llamamos católicos. Y no a través de una teoría que se propone como la panacea de la exégesis sobre el mundo moderno para a partir de allí justificar nuestros desvaríos en base al cine, siendo que tal teoría es producto de los errores insuflados por el mundo moderno. En tal caso no se trataría de ver la verdad en los films, sino de encajar éstos dentro del corsé de la respectiva teoría.


La crítica debe sacar a la luz lo que no todos pueden ver. Se trata de demostraciones evidentes y concluyentes asentadas en relaciones determinadas por y en la obra. La subjetividad debe ser dejada de lado a la salida del cine.


¿Por qué Dios crea la belleza sino para que lo alabemos? ¿Quién puede comparársele? Por eso, el mal uso de la belleza, la perversión de la belleza es un pecado atroz que arrastra a otros a caer en el pecado.


Un hombre no es hombre sino hasta que descubre que forma parte de una tradición. Porque entonces deja de mirarse a sí mismo y conoce lo que es la gratitud, la responsabilidad, y la riqueza que debe a su vez ser entregada, en esa continuidad de la que forma parte. A partir de entonces le espera un rudo combate.


Principal característica del hombre de hoy: la DESATENCIÓN.


Don Quijote es un vencido. Todo cristiano lo es.
Pero don Quijote es un vencido en la novela, luego la trasciende y sigue vivo, es eterno. La posteridad es su Cielo. Nosotros testimoniamos su triunfo final. No los miles de imbéciles que hablan a su pesar de él, sino los que formamos esa posteridad, “una superposición de minorías”, que decía Castellani.
Don Quijote vence tras la muerte, no puede vencer sin ella. “Post tenebras spero lucem”.


“Todos tenían en común el rasgo esencial de tomarse el cristianismo en serio”.
Esos amigos quiero.


La indiferencia y el olvido para con los muertos es pasmosa, abominable. ¿Cómo dejar de querer al que se quiso? ¿Acaso porque nunca se lo quiso?


Tan importante es no sentirse apenado por un maltrato como no sentirse satisfecho y envanecido por un trato amable.


Hoy nadie quiere ser convencido; sólo seducido.


Vencerse mediante una reflexión. Que alguien me obligue a pensar.


Ningún papel nos sale tan bien como el de víctima de las circunstancias.


La única brújula que puede hacernos rectificar el rumbo es la fe. Lo demás son luminosas tómbolas de bingo que ha usurpado un cine.


Desde que se ha decretado que la verdad es algo relativo, se hace imposible ponerse de acuerdo con nadie, siendo uno un reaccionario.
La verdad relativa crea el desprecio absoluto.


Dísticos democráticos:

“¡Con la democracia se come, se cura y se educa!”
Dijeron el rufián, el banquero y la puta.

“Con la democracia se come, se cura y se educa!”
Eructaron un mamarracho y una mariuca.

“¡Con la democracia se come, se cura y se educa!”
Vomitó un periodista que no piensa nunca.


La sociedad actual no educa ni instruye. Televisa.


El arma más eficaz para la eutanasia: el control remoto.


Entre el control remoto y el teléfono celular, entre el “mouse” y el gatillo del revólver, los dedos lo deciden todo. Poder de perdición. Monos que encajan cubos y aprietan botones, el hombre se empecina en hacer realidad la fantochada de Darwin, pero al revés.


Televisión: la Omnipresencia Degradante.


Hoy toda casa, toda oficina, toda estación, todo comercio, toda sala de espera, toda habitación de hospital, todo tugurio, tiene una ventana que da al inframundo: por esa ventana que es el televisor penetra el mundo que manipulan los demonios.


Por la televisión se puede viajar miles de kilómetros para ver en directo lo que pasa en el otro lado del planeta. Esa distancia es infinitamente más pequeña de aquella que el telespectador recorre para alejarse de su propia alma.


El hombre de campo tiene televisor. Ergo: ya no tiene campo.


La televisión debería llamarse en realidad “monovisión”. En todos los sentidos de la palabra “mono”.


“Dime quién te divierte y te diré quién te domina”, dijo si no me equivoco Castellani. Lo cual no se limita a la televisión, claro está. Hay imbéciles que no miran la “tele” porque se creen superiores, y después se envilecen con otros vicios más “prestigiosos”.
El diablo no es con ellos “discriminador”. Sabe cómo divertir a todo el mundo, menos a las almas que a Dios le pertenecen.


“Cuando desaparecen los santos, aparecen los afeminados” escribió Anzoátegui.
Por lo tanto, para que desaparezcan los afeminados, deben aparecer santos.
Para que haya santos, antes debe haber hombres y mujeres.
Ese es hoy nuestro deber: que los hombres sean hombres, y las mujeres sean mujeres.
Y que Dios nos dé el deseo de llegar a ser santos cuyo altar sea la cruz, única esperanza nuestra.


Al fin, todo se reduce a una palabra, que debe encarnarse en actos: caridad. Las palabras inmortales de San Pablo en la primera carta a los corintios deberían resonar en nosotros para pedir a Dios que mantenga encendida esa lámpara en nuestros corazones. Para no oscurecerla debemos negarnos a nosotros mismos. Sólo podemos hacerlo imitando a Jesucristo.