“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

jueves, 22 de julio de 2010

CRITICA


OCEANOS
Dirección: Jacques Perrin y Jacques Cluzaud - 2010

AGUA DE VIDA

Muy valioso documental, que nos presenta los mismos reparos y objeciones ya mencionados en otra ocasión, por lo que remitimos al lector a nuestra crítica sobre “La marcha de los pingüinos”(Luc Jacques, 2005), donde mencionamos al pasar el anterior trabajo de Jacques Perrin, “Tocando el cielo” (Wimged migration), no registrado, por cierto, en una nota de “La Nación diario” sobre este film (¿acaso porque el escriba no lo conoce, o no se tomó el trabajo de investigar?).

El sorprendente y maravilloso espectáculo de la naturaleza –insuperable- debería llenarnos de admiración y gratitud hacia el Creador, por lo que films como éste deberían ser excelentes vehículos para dar gloria a Dios. Pero, ¡ay!, el hombre moderno es “evolucionista”, entonces, ¿a quién le dará gracias? ¿A “la vida”, como dice la canción zurda tan difundida? Si la evolución por sí sola tiende a crear belleza, equilibrio y sabiduría, dejemos entonces actuar a la evolución que es sabia y nos conducirá a nuestro feliz destino –deberían concluir. ¿O el hombre no es también parte integrante de la gran evolución de la vida? Pero, si descubrimos leyes en la vida natural, ¿no seremos capaces de ver las leyes que rigen la vida del hombre, desde el aspecto médico-sanitario hasta el de la moral? Si esto es así, esas leyes denotan un legislador, o sino, un azar ciego que podría cambiar las cosas mañana mismo, ¿por qué no? El naturalista sabe, porque observa el comportamiento de los animales y plantas, que esto no es así. El artículo de La Nación (Revista adn, 10 de julio de 2010) sin embargo, no se muestra muy seguro de nada, ya que celebra “la exhibición permanente de un mundo que es la obra de arte más hermosa jamás imaginada” (el resaltado es nuestro), y entonces nos preguntamos: ¿una obra de arte que se hace sola a sí misma? Luego sigue el periodista, casi casi entreviendo pascalianamente lo trascendente: “Lo que el mar declara es que la vida es consecuencia de la belleza, y que de la belleza sólo se es digno si se la aprecia con la humildad del caso. El mar es imponente; el hombre, no. Pero el hombre puede ser la más alta de las creaciones si aprende a valorar aquello que lo rodea”.

Bien dicho: “la más alta de las creaciones”, pero, ¿creación de quién? Esto puede la inmensa belleza de lo creado: hacer que un periodista de hoy, en medio de su conmoción estética, vislumbre que el hombre es una criatura, un ser creado. Y si es “creado”, entonces no es “evolucionado”. La inconsistencia típica de los periodistas hará que no llegue a sacar las conclusiones que arrima en sus premisas. Sospechamos que lo mismo ha acontecido con los realizadores del film, con una sana preocupación ecológica (y dan un mensaje explícito, demasiado, tal vez porque apuntan a que lo entiendan hasta los niños, y no nos parece mal), pero con una falta de reflexión a estas alturas alarmante. Porque si el hombre no comprende qué es el hombre, ¿cómo podrá evitar que siga destruyendo la naturaleza? Primero debe evitar que se destruya la inteligencia. Además, el hombre que depreda y mata y contamina, no puede ser detenido con consideraciones puramente “ecológicas”, sino con la sanción inequívoca de un Legislador y Autor que coloque al hombre en su verdadero lugar, porque cuando el hombre no actúa como criatura, actúa entonces como un dios, y ese es precisamente el problema de fondo.

La película aborda los océanos sin su carácter simbólico, sin su carga histórica y su sustrato mítico, lo cual sería inabordable en un solo film, pero también lo es su aspecto zoológico-ecológico, que la película, a pesar de su extensión y su variedad, deja con deseos de una mayor exploración de tan vasto repertorio. Como en la anterior obra del francés, nos regocijamos ante la contemplación de criaturas grandes y pequeñas tomadas desde lugares nunca antes entrevistos, y en un ágil ensamblaje de escenas y momentos que no necesitan de comentarios adicionales. Recordamos algunos de los animales reconocibles, como el delfín, el tiburón, tiburón martillo, tiburón ballena, atún, pez espada, pez payaso, morena, orca, beluga, ballena azul, ballena franca, dugongo, narval, morsa, oso polar, pingüino emperador, cormorán, cangrejo ermitaño, tortuga, medusa, lobo marino, calamar, pulpo, víbora de coral, manta raya, anémona, el extraño pez aguja, el más extraño anfioxo, etcétera. Curiosamente no aparecen especies muy distintivas y simbólicas como el hipocampo o la estrella de mar, pero el catálogo sería así inagotable (aunque aquí el film aparece con 20 minutos menos que su original, ¡ahí nadie se queja de la censura, por supuesto!). Las criaturas más extrañas se encuentran fuera de nuestra vista: están en las profundidades de los océanos o escondidas como los insectos entre las plantas que nos rodean. No necesitamos viajar a ningún planetoide trucho (como en “Avatar” incluidas sus “medusas-espíritus”) para colmar nuestro asombro o incitar nuestro sentido de lo simbólico.

El amante de la naturaleza y el mar puede acrecentar su deleite por la obra que Dios ha puesto allí para nosotros. Quien quiera ejercer la reflexión admirativa y elevarse por encima de lo que ha visto, también puede hacerlo. Quien quiera descansar del mundo y del cine actual, sus actores y grandilocuentes efectos especiales, debería ver esta película, lamentablemente corrida de los circuitos importantes de exhibición y arrumbada en una sola, maltrecha y defectuosa sala.