“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

miércoles, 28 de julio de 2010

NOTA - LOS NACIONALISTAS Y LA CULTURA


LOS NACIONALISTAS Y LA CULTURA
A propósito del Molière de Ponferrada

Revista Cabildo 2ª Época Nº 129, Noviembre 1989

Los nacionalistas son algunas cosas que se presentan de modo tajante o rudo o urticante o polémico y, sin embargo, se los ataca por lo que no son: nazis, oligarcas, clasistas, conservadores, estatistas. Uno de esos agravios despistados, aparentemente tan merecido que hasta se lo supone aceptado por ellos mismos, es el que los identifica con cierto patrioterismo apegado a las formas pintorescas de la nación y opuesto a “lo foráneo”, alerta para emprenderla contra ideas, hombres y cosas que provengan del extranjero. Parece que se sobreentendiera que no puede afirmarse la nación sin negar lo mundial. Y así se elude el procedimiento usual de acompañar la acusación con la prueba.

Si se atiende a los hechos, esos cargos carecen de respaldo y lo que se ve de manera inequívoca es, precisamente, lo contrario.

Leopoldo Lugones es tenido por el padre o promotor del Nacionalismo. Por lo menos, sus discípulos integraron los primeros grupos identificados con ese nombre y él fue jefe de la Guardia Argentina, una tentativa de unión de los que ya en los comienzos iban dispersándose. En su poesía expresó a la Argentina como nadie en el pormenor cotidiano y en el rapto heroico del dominio militar y rural, a lo Virgilio; pero pudo alternar, sin inmutarse, la apología del Martín Fierro con la traducción de Homero o la redacción de versos franceses que parecían de su propia lengua.

Manuel Gálvez hizo andar por el mundo los temas locales de la Argentina. Fue, junto con Hugo Wast, nuestro novelista más traducido. La Academia Española, seguida por las hispanoamericanas, lo propuso para el premio Nobel. Además de interesar afuera, se interesó por lo de afuera: hizo las biografías de Miranda, García Moreno, Aparicio Saravia; escribió dos libros sobre hombres y cosas de España; tradujo a Romain Rolland.

La de Ernesto Palacio era “la mejor pluma polémica que hoy escribe en castellano” según dijo quien podía optar a ese elogio: Ramiro de Maeztu. Y, por otra parte, era traductor del latín de Dante, del italiano de Ungaretti, del francés de Bossuet, del inglés de Chesterton, del alemán de Alejandro Korn (y esto, en versos eximios). Después de publicar dos libros de ensayos con los temas más universales que se pudiera pedir, dio un campanazo con una revisión de Catilina, a dos mil años vista, que él hacía para proyectar en perspectiva clásica un tema local pero con una audacia tan certera que algunos, como el conde de Keyserling, sintieron cierto estupor y lo confesaron. También está en tonalidad clásica su impecable Teoría del Estado.

Julio Irazusta vivió en Inglaterra y Francia. Su primer libro, editado por Victoria Ocampo, estuvo dedicado a personalidades europeas.

En su larga búsqueda de las leyes del arte política, dedicó un denso volumen a Tito Livio y otro, más voluminoso, a la política de los primeros ministros británicos. Tradujo, entre otros, a Maurras del francés y a Burke del inglés.

Leonardo Castellani estudió a Santo Tomás, cuya Suma Teológica tradujo en parte. También lo hizo con grandes autores, desde diversos idiomas y, en verso, con Henri Gheon y a Chesterton. Estudió, tradujo y comentó el texto griego del Apocalipsis. Escribió sobre los Evangelios. Explicó a Joseph Maréchal, a Freud y a Kirkegord.

Julio Meinvielle mantuvo resonantes polémicas sobre los candentes conflictos de nuestro tiempo, que repercutieron más allá de las fronteras. Escribió dos libros sobre el marxismo, dos sobre Teilhard de Chardin, tres o cuatro sobre Maritain, uno sobre la Kábala hebrea, otro sobre la teología del judaísmo, fuera de innumerables trabajos de política mundial en relación con la Argentina. Cuando tuvo el Instituto de Estudios Universitarios, organizó cursos y debates de orden filosófico y científico. Allí, el doctor Karsberger dictó clases de sánscrito, hebreo, arameo, asirio-caldeo y hubiera seguido con otras lenguas muertas si a Perón no se le daba por apagar ese foco de curiosidades sospechosas.

Juan Alfonso Carrizo alcanzó fama internacional con su colección folclórica y fue él mismo quien hizo la evaluación de ese aporte excepcional al consignar, en amplio estudio, las supervivencias medievales en el cancionero viviente de nuestro país.

Fray Mario Pinto O. P. más que escribir, enseñó el tomismo y expuso sus investigaciones sobre los reaccionarios franceses del siglo XVIII al XX. Introdujo en Buenos Aires la literatura de René Guénon, cuya correspondencia con Martínez Espinosa conservaba.

Pocas traducciones se habrán hecho tan fieles al tono original como la de Fr. Antonio Vallejo OFM al libro de Gardeil sobre la Iglesia. Además, Vallejo escribía en puro verso francés y buena prosa latina.

“De Monroe a la buena vecindad” es una de las grandes inculpaciones que se hayan hecho al imperialismo yanqui en América, no superada por la diatriba bullanguera de los comunistas. Su autor, Carlos Ibarguren (h), es un especialista en sociología criolla.

Guido Soaje Ramos, maestro de filósofos, dirige una revista internacional que se publica en los idiomas de los colaboradores.

Bruno Jacovella es reciente autor de un libro de garbo spengleriano, “El hombre, la cultura, la historia”, en el que se desarrollan esos temas magnos teniendo a la vista la última bibliografía especializada, que se cita en cuatro o cinco idiomas.

Rubén Calderón Bouchet dedicó varios tomos al proceso de formación y crisis de nuestra cultura, con tanta agudeza como los Gonzague de Reynolds, Belloc, Dawson y los mayores historiadores del siglo.

La nómina puede seguir interminablemente –ya que se va renovando- con traducciones insignes (como p. ej. las de Aristóteles por José María de Estrada, la de Virgilio por Mayer, la de Poe por Obligado, la de Péguy por Sánchez Sorondo, la de Claudel por Marechal, la de Ungaretti por Vignale, la de Bouillon por Genta y De Maistre por Rafaelli, que hizo conocer en castellano algunos de sus títulos después de dos siglos de fama); estudios tan valiosos como el de Sánchez Abelenda sobre Donoso Cortés, el de Zuleta Alvarez sobre Maurrás –que hubo de servir como introducción a las obras completas cuando se pensó publicarlas en Francia o el que este mismo autor escribió sobre Henríquez Ureña y que obtuvo un premio internacional; o la brillante sistematización de Spengler que lograron Massot y Cagni o el estudio, notable en el mundo, de Marcelo Sánchez Sorondo (h) sobre la fuente aristotélica del pensamiento de Hegel, en el que indaga las particularidades de la traducción del tratado “Del alma” del griego al alemán, o los ensayos sobre literatura española de Anzoátegui o las conferencias sobre Saint Exupery de Bernardino Montejano o las precisiones sobre el evolucionismo de Díaz Araujo o las del totalitarismo de César Pico...y se puede seguir por la política, la economía, el arte en tal medida que se corra el riesgo de revertir el reproche y en vez de aparecer el Nacionalismo como enemigo mortal del extranjero resulte acusado de extranjerizante.

Mas ahora aparece Juan Oscar Ponferrada agregando un libro argentino a la biblioteca que a lo largo de tres siglos se ha ido formando sobre Molière. Haciendo, sin querer, gala de erudición en la materia, formula su propia idea, que no es enteramente nueva pero que redondea en rango de tesis las observaciones de su experiencia teatral: el fondo oscuro de la vida aparece tomando formas de personajes o situaciones en las obras. Es la aplicación de la idea psicoanalítica de sublimación, pero hecha en forma poética, libre de esa insoportable jerga que quiere darle aspecto de ciencia. Una gran familiaridad con el tema, que redunda del estudio y del amor, hace que la persona de Molière conquiste al lector como si él mismo –Molière- constituyera una realidad ficticia. Desde la cual, en cambio, adquieren fundamento histórico las creaciones de su espíritu.

En verdad, no puede decirse que recién ahora haga este autor su aporte al decoro de las letras argentinas, después de sus dramas regionales y universales y sus cantos de amor mariano y amor humano. Pero ahora descarga una catapulta sobre la reticencia oscura con que aquí se soslaya la obra de los malditos de la política y conquista para otro libro argentino un lugar en la bibliografía mundial.