En Macbeth aprendemos la gran equivocación que comete un hombre cuando supone que un acto malo le abrirá camino y le conducirá al éxito. Las personas estamos diseñadas para llevar a cabo una conducta coherente entre lo que pensamos y lo que hacemos, y esa deseable coherencia nos obliga a pagar un elevado precio por las incoherencias de nuestros actos. Un precio en forma de sufrimiento moral o psicológico. Cuando Macbeth se da cuenta de que no hay ningún obstáculo entre él y la corona de Escocia, salvo el cuerpo durmiente de Duncan, piensa que si realiza un solo acto inmoral podrá ser feliz para toda la vida. Pero el efecto del crimen fue desconcertante e insoportable: un solo acto contra la moral introdujo a Macbeth en un ambiente mucho más sofocante que el de la ley moral. Su tragedia nos enseña que nadie debe cometer una inmoralidad con la esperanza de salir beneficiado. Al prescindir de la moral y la conciencia, Macbeth no es más libre: al contrario, se siente atrapado en un cerco que cada vez se estrecha más. Con su asesinato ha destrozado una barrera, pero al saltarla ha caído en una trampa, y cuanto más extiende su inmoralidad, más se hunde en la trampa. Al final de su vida, Macbeth no es simplemente una bestia salvaje, es una bestia acorralada”.
Gilbert K. Chesterton – “Los Macbeth”, cit. en “La mujer y la familia”, Ed. Styria, 2006.