Director: Jacques Tati - 1947
¡POSTMAN, POSTMAN!
(O de cómo no hay que hacer el reparto “a la americana” cuando se es europeo)
Tatischeff lo mira todo con alegría, es decir, vitalidad, aún lo que parece destinado a la nostalgia. Al contrario de Bresson, que construye un artificio de sonidos que se notan agregados, Tati se complace en no privarnos de la intimidad que nos deparan el canto de los pájaros, los cacareos de las gallinas, los lejanos ladridos de los perros, el zumbido de una abeja molesta, la campanita de una bicicleta, el murmullo que sale de la boca de los personajes, que no se encierran en sí mismos. La mirada de Tati es un poco la del pintor que visita este pueblo, que parece estar en todas partes, sólo observando calmadamente, para alejarse finalmente con su pintura a otra parte. Pero su pintura no es naturalista.
Todo tiene vida en este film, todo es parte de lo que pasa; una vida sencilla, pueril, que con elegancia, simpatía y cierta ironía, nos la muestra el director y protagonista. Pienso en Robert Walser al registrar esta mirada de lo pequeño e insignificante. Es un respeto por las cosas, residuo de una tradición –de una mirada trascendente- que supo tener Europa debido al Cristianismo, claro está. Es esa deliberada atención a lo insignificante que el cine argentino quiso y quiere imitar inútilmente, porque lo hace sin amor y sin dolor, sin talento y sin tradición, cayendo siempre en el nihilismo de las ideologías. Tati retrata también el final de una época y de una mirada.
Hay una idea de soledad en el personaje, su personaje, un cartero, que sin embargo no es opuesto a los otros. Nunca dejamos de tener la visión de conjunto. La torpeza del personaje es discreta, no ampulosa. La escena nocturna, después de la fiesta, es tan buena como su opuesta, la vertiginosa del cartero trabajando “a la americana” (pensemos cómo se refracta esto en el estilo de Jerry Lewis, ese ir más allá que los europeos no pueden comprender o asimilar, con sus pros y sus contras, desde luego).
Contra el apuro, Tati se complace en la demora gozosa, los gags limpios e inocentes, visualmente exactos, bien ejecutados, bellamente encuadrados. Como Bresson o cualquier europeo, no puede soslayar el exterior. Sólo los norteamericanos, no abrumados por esa carga de la historia detrás, pueden hacer verdadera psicología, verdadero suspenso y darnos personajes que luchan y que vencen. Tati no conquista, aunque haya por allí mujeres. Su personaje está al margen, pero no como decisión, sino como imposibilidad.
El blanco y negro y la hermosa música contribuyen a hacer que el film parezca un sueño; está hecho con la realidad, pero nada se le parece en la realidad. Nada se le parece, es cine.