Director: James Cameron – 1997
Dice en su infatuado estilo el crítico y teórico del cine Ángel Faretta, que “Titanic” de James Cameron sería “una máquina de significación tradicional”. Veremos a qué “tradición” se hace la referencia, y en el sentido en que la interpreta Faretta.
Siguiendo con las argumentaciones farettianas, las asociaciones que puedan hacerse entre este barco, el Titanic, y la Iglesia católica o entre Rose y la Virgen María (¡nada menos!) son absurdas. Si esta nave es la Iglesia, ¿cómo se muestra por allí un oficio religioso de los protestantes? ¿O es un anticipo del Novus Ordo? ¿Y acaso la Iglesia se hunde del todo a la manera del Titanic? ¿Cuál es entonces la tradición católica? ¿Y cuál es esa manera de estar en la Iglesia de nuestros personajes? ¿Acaso la nave no es llevada adelante por su destino mesiánico, fomentado por Leviatán? En su libro “El concepto del cine”, Faretta menciona la nave de “Apocalipse Now” como la Iglesia, tomándose de, entre otras cosas, esta frase de uno de los personajes: “Nunca abandones el maldito barco (como le indicará luego Jack a Rose en Titanic)”. El “maldito barco” sería la Iglesia (¡!) donde todos han enloquecido. ¿Basta poner un barco, entonces, para suponer a la Iglesia? Dice bien luego Faretta que “es en la nave donde se alcanzará la salvación, pero no abandonándola”. Bien, pero ¿qué tiene que ver esto con el Titanic? ¿Algún católico puede pensar que debe recibir esas señales secretas –esotéricas, sólo advertidas por Faretta y su círculo íntimo de iniciados- para entender cómo debe vivir católicamente, cuando le basta abrir su Biblia o su Catecismo? Lo del capitán del Titanic diciendo “llamen a un carpintero” parece más bien un chiste o una burla y no una muestra de la supuesta fe de Cameron. *
Sigamos. ¿Es “Titanic” una “máquina de significación tradicional”? ¿Cuál sería esa tradición? Hay en lucha dos tradiciones que son antagonistas. Una transmite la religión del verdadero Dios, la Tradición apostólica donde la tradición primordial está totalmente incluida, en custodia de la Iglesia Católica. La otra, que los gnósticos llaman “Tradición primordial o gnóstica-cabalística”, transmite la oscuridad que quiere ocupar el lugar de Dios. Como dice el Padre Meinvielle en su excelente libro “De la Cábala al progresismo”: “La Tradición auténtica, la judeo-católica, no mira propiamente al Pasado, sino que mira a Cristo. Por ello, todas las verdades, todos los símbolos y figuras con que estas verdades son propuestas se refieren definitivamente como a su Ejemplar Divino, a Cristo, al Logos hecho Hombre”.
¿Qué diremos de las “bodas alquímicas” o de la “operación alquímica” o transmutación, también aludida, posiblemente operada en relación al diamante simbólico y su realización como obra de arte (el dibujo que hace Jack), concepto de origen gnóstico? Veamos: “La alquimia operativa y la especulativa tienen en común una misma mentalidad: la de la transmutación. La mentalidad alquímica tiende a sublimar la naturaleza (física o humana) utilizando las formas de sublimación incluidas en la propia naturaleza. Por ello, la literatura esotérica moderna, que adopta notablemente este estado de espíritu alquímico, se llena de alusiones a la transfiguración y a la asunción. Todo el hombre y todo el mundo deben ser “transfigurados” y “asumidos”. Se nos presenta la operación como inminente y como ya iniciada. Pero observemos que la mutación alquímica del universo no llama a la intervención divina. Es una autosublimación que queda en el orden de la naturaleza y que el alquimista debe sólo ayudar a acelerar por medios mágicos” (Jean Vaquié – Ocultismo y fe católica, Los principales temas gnósticos- revista Roma Aeterna 122). Uno de esos medios utilizados para ese “conocimiento de lo oculto” es el sexo. Esto nos lleva a esta escena tan comentada, aquella en que los jóvenes protagonistas de la película fornican en el asiento trasero de un automóvil depositado en la bodega del barco. Escena que Faretta comentara con el entusiasmo de quien realizara la hermenéutica de un pasaje de los Evangelios.
¿Puede decirse que Jack se cansa porque por tal acto le acaba de entregar su Alma o la vida o algo parecido a Rose, como asegura Faretta? Él mismo afirma que se puede utilizar lo bajo para simbolizar lo alto, y es cierto. Pero no siempre. Usar de un acto pecaminoso de los personajes –que tal es, ¿o el sexto mandamiento no es para todos?- para simbolizar lo alto, trascendente y espiritual, es un absurdo.** Es más, con tal escena lo único que Cameron ha hecho es mostrar su liberalismo y rendir tributo a la sociedad actual permisiva, además de arruinar una situación simbólica perfecta: cuando Jack dibuja a Rose desnuda sobre el sofá, en ese preciso acto la estaba poseyendo y, mediante el dibujo, le estaba dando la trascendencia que no iba a darle después. Lo otro es la unión carnal de dos adolescentes urgidos que no creen en Dios, y punto. Las jovencitas que deliran por Di Caprio, agradecidas. Como dice el Padre Loring: “Tanto ama un hombre cuanto es capaz de vencerse en bien de la mujer que ama. El hombre que quiere a una mujer, se sacrifica a sí mismo para respetarla, dignificarla y ennoblecerla. Cuando un hombre ama a una mujer la respeta. Le apetecen muchas cosas. Como a cualquiera. Pero aunque le apetezcan, se domina. Comprende que no puede hacer todo lo que le apetece. Les falta el sacramento del matrimonio que les dará derecho a expresarse mutuamente el amor sin limitaciones. Comprende que el cuerpo de una chica soltera es intocable. Cuando se case tendrá derecho a todo. Pero mientras no se case, una chica tiene que defender su cuerpo. Y él, que lo sabe, se sacrifica. ¡Le apetece muchísimo!, pero se sacrifica. Para no mancharla. Para no marchitarla. Se sacrifica él. Y no la degrada a ella. ¡Eso es amor! ” *** El “héroe” de Cameron, en cambio, lleva a la mujer al asiento trasero de un auto, rebajándola como si se tratara de una prostituta.(De Palma, en su película “Vestida para matar”, tiene una escena similar, insoportable pero que por lo menos no nos hace pasar como “romántica”, sino que la muestra como lo que es). Tal el sentido “tradicional” de James Cameron, muy de estos tiempos enfermizos y decadentes. Por eso encaja bien en el trayecto señalado por el Padre Meinvielle en el título de su mencionado libro. Porque si la tendencia gnóstica ensalza el espíritu y considera la materia una prisión ilusoria, las consecuencias que se traen son este uso instrumental de los seres humanos, que en definitiva cumple con la tendencia judaica que ensalza la materia en detrimento del espíritu.
No discutimos la certeza respecto de algunos de los usos instrumentales simbólicos de Cameron, que es muy hábil en la materia, sólo sostenemos que con todo eso no se llega a ninguna verdadera trascendencia, sino al error. Desbrozamos las contradicciones y la influencia modernista que hay en todo el film. Por ejemplo: Jack salva a Rose, “de todas las maneras posibles”, como ella dice. La salvará, ¿para qué? Para ser actriz, aviadora y montar a caballo. Esa es la vida para ella (o para Cameron): disfrutar lo más que se pueda, pensar sólo en sí mismo. Eso es ser “libre”. ¿De la vida espiritual? Bien, gracias. Liberalismo para jóvenes eternos, sentirse libres sin ataduras, sin deberes ni responsabilidades ni culpas. El paraíso prometido estaba en Yanquilandia, y no lo sabíamos.
Muchas veces, al pensar en el Titanic, damos en pensar en Jünger y su esclarecedor pensamiento. Veamos lo que dice en “Sobre la línea”, texto que examina el nihilismo (y que conocimos, nobleza obliga, gracias a Faretta, el cual parece haberlo olvidado): “Si se consiguiera derribar al Leviatán, tendría que ser rellenado el espacio así liberado. Pero el vacío interior, el estado sin fe, es incapaz de semejante postura. Por ese motivo, allí donde vemos caer una copia del Leviatán, crecen nuevas imágenes semejantes a cabezas de la Hidra. El vacío las exige”. Piénsese que hoy día se han hecho buques cruceros más inmensos y fastuosos que el propio Titanic; o que el espacio dejado vacante por las Torres Gemelas de Nueva York será ocupado por torres aún más gigantescas.
“El segundo poder fundamental –dice más adelante Jünger- (donde Leviatán no tiene acceso) es Eros; allí donde dos personas se aman, se sustraen al ámbito del Leviatán, crean un espacio no controlado por él. Eros triunfará siempre como verdadero mensajero de los dioses sobre todas las invenciones titánicas. Nunca fallará cuando se pongan a su lado. En ese contexto sean mencionadas las novelas de Henry Miller, en ellas se aduce el sexo contra la técnica. Libera de la férrea coacción del tiempo; se aniquila el mundo de las máquinas dedicándose a él. La conclusión errónea consiste en que esa aniquilación es puntual y siempre tiene que ser aumentada. El sexo no contradice sino que corresponde en lo orgánico a los procesos técnicos. En ese nivel está tan próximo a lo titánico como al insensato derramamiento de sangre, pues los impulsos sólo son contradictorios allí donde desborden ya sea hacia el amor, ya sea hacia el sacrificio. Esto nos hace libres”.
No haber hecho ese sacrificio –el del sexo- habiendo caído en el automatismo del impulso, y nada menos que en el asiento trasero de un auto, una máquina moderna símbolo de esa mecanización, muestra a las claras que Leviatán ha vencido sobre Eros. Justo luego de que ellos tienen esta relación, el iceberg choca contra el barco. ¿Estamos autorizados a pensar en un castigo divino? ¿Serían acaso Jack y Rose como Adán y Eva, y Cal el tentador? De ninguna manera; elucubrar todo ese tipo de asociaciones sería traer todo de los pelos para que coincida con algo preconcebido, no con lo que Cameron quiere contarnos.
Por otra parte, se cae también en el clisé que siempre nos impone el cine de que amar equivale a mostrar largos y apasionados besos y luego acostarse –donde sea. Parece ser la única forma posible del amor. Conocerse e irse a la cama es la ecuación que el cine nos vende. De ahí “hacer el amor”. Luego, sí, mostrará el sacrificio de Jack, pero antes obtuvo su premio, por lo tanto no es lo mismo su valor, como cualquiera puede inferir.
No obstante todo esto, la película no deja de ser asombrosa, especialmente a partir del choque del iceberg, es decir, su segunda mitad, cuando Cameron hace lo que más sabe, lo que nos remite por ejemplo a “Aliens”. La primera parte, en cambio, nos deja en claro que Cameron no es ni Griffith ni Cóppola, los cuales no tenían empacho en contratar un buen guionista o dramaturgo para no caer en el fatal trazo grueso en que incurre un guionista mediocre como Cameron. Los arquetipos son evidentes: el malo es malísimo y desagradable –Billy Zane- casi una caricatura; el bueno –Di Caprio- es el “artista libre” que hace lo que le da la gana “como hoja al viento” (sic). La escena en que lo invitan a cenar con la clase alta es muy obvia con respecto a lo que Cameron quiere que pensemos. Pero, además, Cameron pareciera que para no caer en un vacuo romanticismo, derrapa y cae en la vulgaridad supuestamente cómica, cuando los jóvenes protagonistas la emprenden a escupitajos, para mostrarse “diferentes” de los encorsetados miembros de la clase alta. Una tontera.
Veamos ahora algunas de las cosas de que no trata este “Titanic” (evidentemente dejadas a un lado o ni siquiera sugeridas) y que ocurrieron con el verdadero naufragio. El film debe hacer uso de estas cosas de acuerdo a su conveniencia, claro está, pero, cae de maduro que si se hace una historia basada en un barco verdadero, cuyos significados son conocidos, deben tenerse en cuenta, porque ese barco llevaba esa marca “de fábrica”, es decir, su maldición, encima. Veamos algunas de las “casualidades” y “coincidencias” del mismo. Tomamos el texto de “Donde no hay casualidad (la historia del “Titanic”)” por P. Carlos Biestro, Revista Gladius N° 7:
-“En 1910 comenzó el trabajo en los astilleros, y no se realizó por cierto en un clima de paz. Como dijimos, Belfast es la plaza fuerte del protestantismo irlandés, violentamente “antipapista”. La minoría católica vivía (y las cosas no han cambiado) sometida a un régimen de humillación y rigor. Para exasperar a los trabajadores católicos, los reformados comenzaron a pintar en el casco del buque inscripciones que hacían burla de la Iglesia y el Papa. Con gran regocijo, ateos y anarquistas entraron en el juego y extendieron a Dios y a Cristo el alcance de las blasfemias. Poco tiempo después los flancos del gigante insumergible lucían, de uno a otro extremo, leyendas como “Ni el mismo Cristo lo hunde”, “Ni la tierra ni el mar pueden engullirlo”, “Ni Dios ni patrón”, y en caracteres gigantescos, sobre la línea de flotación, “Ni Dios ni Papa”. Como se ve, variaciones sobre un mismo tema.
-“Cuando en el momento de decidir el plan de construcción, los ingenieros eligieron no emplear el sistema de doble espesor para el casco, aunque la seguridad exigía la prolongación del doble fondo a los laterales: tanto confiaban en la estanqueidad de los compartimientos que consideraron el doble espesor un gasto innecesario.
-“Otro error decisivo fue el del navegante del buque. Equivocadamente había calculado la velocidad en veintiún nudos y así durante mucho tiempo el radiotelegrafista estuvo proporcionando una posición falsa. Producido el impacto varios buques se dirigieron a toda máquina al sitio indicado y, por supuesto, no dieron con la nave en peligro. Poco después de la medianoche, el Titanic y el Californian llegaron a avistar cada uno las luces del otro. Si este último hubiese acudido, todos se habrían salvado, pero como la distancia entre ambos era, según la información errónea, demasiado grande como para que pudieran verse, en cada buque se pensó que el otro era un “navío misterioso” y el Californian siguió su curso. Más tarde, cuando el Titanic lanzó bengalas, el otro buque no reconoció la señal como un pedido de auxilio.
-“Sí, las adversidades constituían un verdadero batallón y nadie tenía muy en claro cómo salir del atolladero. La orquesta, dirigida por el maestro William Hartley, hacía cuanto podía para mantener en alto los espíritus, y con irrealidad delirante dejaba oír alegres y bulliciosos rags. Si bien les sobraba empeño, los músicos no conseguían su propósito porque el pasaje en absoluto hacía caso de ellos; al contrario, se multiplicaban las escenas de locura y horror.
-“Cuando se hizo evidente que el fin se acercaba, la orquesta abandonó el repertorio bullicioso y pasó a ejecutar los acordes del himno “Más cerca, oh Dios, de Ti”. A las 2:20 de la madrugada se produjo un estruendo formidable; por un momento la popa se alzó a una altura fantástica, e inmediatamente después el gigante insumergible se clavó de proa en el abismo arrastrando consigo 1.522 víctimas.
-“Misericordiosamente la Providencia castigó al buque blasfemo para plantarnos delante de los ojos que la ciega confianza en las propias fuerzas vuelve al hombre ciego, y el ciego por fuerza va a parar al pozo.”
Bien. Si no se tienen en cuenta todas estas cosas difícilmente se comprenderá el desastre del Titanic, y Cameron no las ha tenido en cuenta, como es evidente. El carácter blasfemo de la empresa ha sido ocultado. Más bien se ha hecho hincapié en el enojoso e inútil de Cal y los otros villanos de a bordo, que por cierto los había. En definitiva, el sentido tradicional que nos dice que el hombre no puede desafiar a Dios sin ser castigado, Cameron lo quiere travestir en una supuesta tradición esotérica o sincretista donde cada escena o acto de los personajes tendría un sentido que sólo unos pocos escogidos comprenden, aquellos que por lo visto sabrían insertarse en esa “tradición” gnóstica secreta que, finalmente, termina asimilando todo en un pastiche modernista, como este film bien lo muestra: moderno es Cameron y por eso obtiene del mundo su racimo de premios Oscar. Tradicional es “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson y por eso no obtuvo nada de la “Academy”, excepto una victoriosa conspiración de silencio. Deo Gratias.
* Con el tiempo, Cameron fue mostrando más claramente de qué paño está hecho. Primero con la serie “Dark Angel” (izquierdismo bobo mezclado con la tolerancia o apología de la homosexualidad y una especie de mesianismo confuso, no exento de “guevarismo”, pseudocatolicismo impotente, políticamente correcto). Luego, más recientemente, a través de un embustero documental que produjo para la TV, dirigido por el judío Simcha Jacobovici, acerca de un “sepulcro olvidado de Jesús”, documental que todos los expertos denunciaron como un fraude que explota la misma idea de “El Código Da Vinci” de Dan Brown. En definitiva, otro ataque más contra la Iglesia. Ese pseudo-documental viene a confirmar, entonces, que propone en “Titanic” una forma de gnosticismo, que aplaude en su crítica Faretta.
** “Aunque todos los actos honestos realizados con recta intención sean meritorios delante de Dios, las relaciones sexuales, en el presente orden histórico de la naturaleza caída, están de tal manera unidas a la concupiscencia desarreglada que moralmente no pueden constituir objeto que despierte o eleve la piedad.” (Mons. de Castro Mayer, “Problemas del apostolado moderno”, Librería Católica Acción, 1959). “Uno de los grandes inconvenientes de esa literatura (místico-sensual) es que se presta fácilmente a expresiones que conducen a un misticismo panteísta. Pretender alimentar la piedad con consideraciones místico-sensuales es contra la tradición de la Iglesia, que siempre procuró inculcar a los fieles, de cualquier estado de vida, el espíritu de pureza con el cual el hombre se prepara para la Mansión Celestial, donde “neque nubent, neque nubentur”” (Pío XI, instrucción del 3 de mayo de 1927).
***Otra aclaración importante: “No es posible distinguir en Dios su esencia de su santidad, por consiguiente, es falsa cualquier concepción que pretenda afirmar formal o implícitamente una unión con la esencia divina sin que haya al mismo tiempo unión con la santidad de Dios. Por tanto, es falsa también la separación que se quiere hacer entre la unión ontológica y la unión moral, mediante la obediencia a los mandamientos, porque ambas resultan de la gracia santificante, de las virtudes infusas y de las gracias actuales. La gracia y sus operaciones escapan por sí del campo de la experiencia” (Mons. de Castro Mayer, ob. cit.)