“Y es que aquel disfraz no le disfrazaba: le revelaba” (Chesterton, El hombre que fue Jueves).
La leyenda del tesoro perdido, este film verdaderamente mediocre –no diré inepto porque logra su primer cometido, entretener- se disfraza de film de aventuras, de film inocente para espectadores infantiles e incautos, de film mezcla de Indiana Jones y Código Da Vinci, pero todos estos ropajes no hacen otra cosa que revelar lo que al final del mismo se muestra sin trucos ni ambages: el “idealismo patriótico” liberal no lleva sino a un craso materialismo, la adoración del becerro de oro y, en el fondo, la adoración del hombre. Un tufo rancio, una desesperada maquinación para imprimir dinamismo a ideas que están reñidas con la vida verdadera, un último y malavenido intento por hacer deseables y apetecibles ideas nocivas, el coletazo vistoso de un herido de muerte, todo esto encontramos en esta película. Pero vamos a resumir la historia que cuenta el film:
El aventurero Benjamín Franklin Gates (se entiende lo de B. Franklin, acérrimo y destacado masón, uno de los “padres fundadores” de EE.UU. ¿Lo de Gates será por Bill Gates, el mayor adinerado del mundo, y quién sabe qué más?) es signado desde pequeño por su abuelo masón para que busque un tesoro fabuloso, el más grande del mundo, uno que viene siendo buscado y escondido desde la época del rey Salomón, pasando por los caballeros templarios y los masones independentistas norteamericanos, que lo escondieron en algún lugar de Yanquilandia donde aún permanece oculto. Empezando en el Ártico y siguiendo pistas hasta Washington y Wall Street, Ben Gates con su socio (el típico segundón cómico del héroe) deben robar el manuscrito original de la “Declaración de Independencia”, para evitar que otra banda lo robe y destruya. Detrás de este documento se encuentra la pista definitiva para hallar el tesoro. Se les une en la expedición una mujer rubia y atractiva, una actriz alemana que hace de la típica mujer yanqui, es decir, entre decente, audaz, juvenil y “sexy”.
Dirigida por un tal Jon Turteltaub (parece la combinación de tres apellidos, ¿serán tres hermanos tres puntos?), es una co-producción del judío auto-promocionado Jerry Bruckheimer y de la Disney. Las producciones del primero (Pearl Harbor, Con Air, 60 segundos) se caracterizan por estar muy publicitadas y ofrecer un gran despliegue de producción, pero son films inanes, impersonales, mediocres, hechos adrede para recaudar billetes –J.B. es, a mucha mayor escala, el Suar de Norteamérica-. De hecho en esta película nos hace un plano detalle del billete de “one dollar”, para que no nos quepan dudas, y el final del film lo reafirma plenamente. El “concepto” Disney, por su lado, se caracteriza por una fingida inocencia y un almibaramiento de todo lo que muestra y toca, casi como si convirtiera en muñecos de Disneylandia a los actores de la película. Compárese este Nicolas Cage (en realidad llamado Cóppola) con el de hace diez años en Ojos de serpiente. Pero, en fin, actor éste que ya se ha entregado, al parecer, a ser usado como la nueva encarnación del héroe de acción, ese que el cine de Hollywood siempre necesitó para dar la espalda a Dios. Los malos del film, por otra parte, son caricaturas irredimibles, pero, así y todo, no son crueles, porque este es un film “familiar” y entonces todos están recubiertos de azúcar quemada. Tal el concepto de familia que allí se concibe. Tiene el film, eso sí, un ritmo ágil y seguible, pero a la vez está surtido de diálogos convencionales, música mal usada, actuaciones deplorables y todo lo necesario –explosiones, por supuesto- para que uno se dé cuenta de que está hecho no por artistas, sino por tenderos muy urgidos, quienes ahora van por la segunda. Parece que reditúa.
Visto y considerando todo lo dicho, ¿qué tiene en común esta película con Apocalypto, además de similitud en los afiches? Los dos son films, a primera vista, de aventuras y acción; los dos toman datos históricos de la realidad; en los dos hay una persecución de un grupo hacia el protagonista, que a su vez busca algo que está escondido bajo tierra –uno, el gran tesoro, el otro, su mujer e hijos; en los dos hay un rescate y, finalmente, en los dos hay un tesoro. ¿En los dos? Sí, pero estos tesoros difieren, y cómo.
El Evangelio nos dice que “Donde esté tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt. 6,21), y advierte dos posibles sentidos sobre el mismo:
1) “No amontonéis tesoros para vosotros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen, y donde los ladrones los desentierran y roban. Atesorad más bien para vosotros tesoros en el cielo, donde no hay orín, ni polilla que los consuma, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben” (Mt. 6, 19-21)
2) “Es también semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo, que si lo halla un hombre, lo encubre, y gozoso del hallazgo, va, vende todo cuanto tiene y compra aquel campo” (Mt. 13, 44)
En la película de Bruckheimer se busca frenéticamente, y con fines “humanitarios”, un tesoro. El protagonista es un aventurero, pero la aventura al fin se fundamenta en lo crematístico. Los personajes buscan la añadidura sin el Reino y sin Dios, y lo consiguen gracias a sí mismos y a la “Libertad” que les da el sistema que los Padres Fundadores masones asentaron en esa tierra de promisión.
En el film de Gibson, el protagonista no busca un tesoro y no lo sabe, pero un tesoro le traen en esos barcos. No es un tesoro de oro, plata ni joyas, pero vale más que todo el oro del mundo. Ese tesoro “es la fe y la gracia que vienen del Evangelio, como lo dice Benedicto XV” (Mons. Straubinger). La aventura abre el camino de Garra de Jaguar hacia la Fe. El personaje de Cage, Ben Gates, en cambio, emprende la aventura para repantigarse cómodamente dentro de su mansión o “disfrutar” de los autos, el sexo y los placeres del mundo, aquietantes del alma en un lodazal de lujo. La aventura en Apocalypto, en cambio, es un camino hacia lo trascendente, no hacia lo que ata al mundo.
En La leyenda del tesoro perdido los personajes rinden culto y veneración –literalmente- a ese pedazo de papel que simboliza la “Independencia”, y el protagonista juzga apropiado –interpretando derechamente lo que esa Declaración señala- que es posible suspender y secuestrar momentáneamente la “Libertad” para poder salvarla y restituirla al lugar que le corresponde. Sin embargo, los personajes y los hacedores del film son esclavos todos –sin saberlo- de las cosas perecederas de este mundo. Naturalismo puro. En Apocalypto, Garra de Jaguar es esclavizado con su pueblo y su lucha en todo el film es por alcanzar la libertad. Esa libertad verdadera no va a dársela un papelito que lo declara independiente, ni un libro simplemente, sino la filiación divina mediante el Bautismo. En Dios uno y trino, autor de la libertad, se encuentra precisamente ésta, y en someterse a Él, la ansiada independencia del mundo.
En La leyenda del tesoro perdido un pedazo de papel vale más que la vida de una persona: en un momento en que el “héroe” y la “heroína” están suspendidos de una plataforma de madera a punto de caer al abismo, el “héroe”, con el consentimiento de la “heroína”, suelta la mano de ésta arriesgándose a que ella caiga a la muerte, sólo para salvar ese bien más precioso, la “Declaración de Independencia” de los Estados Unidos. En Apocalypto, el héroe escapa y arriesga su vida con el fin de salvar la vida de su familia, y su esfuerzo será recompensado con creces. Su vida estuvo a punto de ser entregada para rendir culto a lo malvado. Liberalismo y Paganismo coinciden: la vida humana no vale nada, es decir, la vida del prójimo, que ya no es tal. Unos principios abstractos o la manutención del poder y las riquezas son lo más importante.
Paréntesis: algunos que critican Apocalypto desde el lado católico traen a la palestra un film de Gibson de hace 17 años atrás, cuando aquel hacía sus primeras armas y estaba en proceso de su conversión profunda a la verdadera fe. Nos referimos a Corazón valiente. Los críticos trazan un puente –demasiado largo y temerario- e infieren que aquel Mel Gibson que sobre el final gritaba “¡Libertad!” es un liberal agazapado que ahora hace lo mismo. Parecen obviar que en el medio está La Pasión de Cristo. Pero diremos dos cosas al respecto: 1. Que los liberales hayan robado la palabra libertad no los hace dejar de ser esclavos. Pero la libertad, ¿qué es? “La verdadera libertad es un estado de obediencia. El hombre se liberta de la corrupción de la carne obedeciendo a la razón, se liberta de la materia sujetándose al perfil diamantino de una forma, se liberta de lo efímero atándose a un estilo, de lo caprichoso adaptándose a los usos; se liberta de la infecundidad solitaria obedeciendo a la vida, y de su misma vida caduca y mortal se liberta, a veces, perdiéndola en obediencia a Aquel que dijo: “Yo soy la vida” (Castellani, “Liberalismo”, 14-06-1944). Una aproximación a esto se dio en Corazón valiente, donde Gibson empezaba a comprender que esa libertad pretendida –incluso la suya de Hollywood- tenía un precio para pagar. Algunos pretenden que Gibson debió gritar, en vez de libertad, “¡Patria!”. ¡Pero la Patria ya la tenía consigo! El anhelo de todo hombre es la libertad. Tengamos además en cuenta lo que sufrieron los escoceses y los irlandeses y todos los que supieron del yugo inglés. Esa liberación –no una libertad abstracta- es la que Wallace buscó y la que Gibson certifica en su film. 2. Que los liberales se hayan apropiado de la “Liberty” con estatua y todo no significa que no pensemos en ella. La palabra libertad es, como afirmaba el Padre Castellani, “por obra del Liberalismo, la más asquerosamente ambigua que existe”. Bien, pero si no somos libres no podemos cumplir con la obra de Dios. Por lo tanto, la libertad no nos es ajena, y ese anhelo auténtico de todo hombre debe ser considerado –de la manera que ya vimos- por todo cristiano. En Apocalypto Gibson acierta mucho más, porque ese salvaje que al final no está convencido de someterse a la Iglesia –porque aún no sabe de qué se trata- sólo será libre sometiéndosele , en tanto allí está ese Dios que lo ha salvado. Gibson aprendió a no ser obvio, y ya no le hace falta gritar “¡Libertad!”. Él mismo se ha sometido, por eso su film alcanza la belleza: “El buen poeta multiplica las ataduras de su materia, para hacer más visible el triunfo de la forma, en lo cual consiste la belleza” (Castellani, idem). Fin del paréntesis.
“Bienaventurados aquellos que creen, sin haber visto” (Jn. 20, 29).
En National Treasure los personajes son “recompensados” al final de su búsqueda con la visión del tesoro más fabuloso de todos los tiempos, iluminado por ríos de fuego. Lloran emocionados, como si hubieran entrevisto la salud de la Humanidad entera. La imagen del tesoro les llena los ojos. Luego disfrutarán con sarcasmo propio de los “winners” del 1% del mismo: autos de lujo, mansiones y mujeres. En Apocalypto la magnificencia decadente y cruel de la cultura maya horroriza al protagonista. Esas pirámides hoy tan admiradas por incautos turistas han sido erigidas sobre la esclavitud y la muerte. Por eso el tesoro de la Fe será para los que crean sin haber visto, porque mientras unos se solazan con lo que parece y no es –al decir de Mons. Straubinger- otros querrán lo que quiere Cristo, lo que es y no parece.
Hablamos también de dos rescates. En “La leyenda del tesoro perdido” los personajes van a rescatar un tesoro material antes de que lo hallen los “malos” (tan malos son que no matan a nadie). En “Apocalypto” los españoles llegan al Nuevo Mundo a rescatar las almas perdidas. En ésta, como en la historia de San Jorge que vence al dragón (al cual le eran ofrecidas víctimas humanas en sacrificio), tras lo cual le dijo al rey y sus súbditos que creyeran en el verdadero Dios y el dragón moriría para siempre, nos dice Mel Gibson, con los españoles: crean en el único y verdadero Dios y todo esto será vencido. El otro film, por el contrario, le dice al sumiso espectador: crean en el dinero y sumérjanse en su búsqueda, para eso tienen la Libertad. Adoren al becerro de oro.
Volvamos ahora a considerar los afiches de ambos films. Nicolas Cage, en National Treasure, muestra su figura de pie, en penumbras, los brazos separados del cuerpo y las piernas firmes, como haciendo frente a algo, en todo caso el emblema de lo que se nos quiere decir se completa con algo que lleva en la espalda. No es una cruz, ¿podríamos decir que es su contrario? Sí, es la “libertad” que da el mundo a espaldas de Dios, porque lo que por allí asoma es el estuche donde guarda el manuscrito original de la “Declaración de Independencia” del 4 de Julio de 1776. Parece que la tuviera clavada a su espalda y parece, también, en perspectiva con el fondo, el centro del ojo de un reptil, por la curvatura inferior del cuadro. Al fondo, donde hay una luz, están inscriptas las palabras “sagradas” de la Declaración. A ambos lados del personaje, en los extremos del afiche, dos simétricas antorchas, las antorchas que en el film iluminan la cueva donde encuentran el tesoro. Hay entonces en el cuadro tres puntos de luz. Sobre el título de la película, el triángulo masónico que es también una pirámide.
En Apocalypto, el personaje central está huyendo de la noche, pero no aparece sin embargo corriendo, como en el film. Parece que jamás será alcanzado. Parece, también, casi vencido, con las espaldas cargadas y los brazos caídos por un gran peso. Detrás se ven sus perseguidores, y dos antorchas a ambos lados. Más atrás, la gran pirámide, con otras dos más pequeñas a los costados. No hay otra fuente de luz, sino que la luz, fuera de campo, está adonde Garra de Jaguar se dirige, no detrás.
Como podemos ver, nada hay dejado al azar. Y, si queremos, podemos ver otro signo provocador en el productor Bruckheimer: el logo animado que introduce sus films. Allí, en imagen subjetiva sobre un auto avanzamos velozmente por una ruta, hasta detenernos súbitamente. A un costado del camino, un árbol seco recibe de pronto un rayo del cielo por el cual se cubre al instante de follaje. Es, si mal no lo entendemos, el proceso contrario a aquel de la higuera estéril, la cual teniendo hojas no daba frutos, símbolo del pueblo de Israel, por lo cual recibió la reprobación de Jesús a manera de maldición, secándose en el acto. No sabemos bien lo que Bruckheimer nos quiere decir: si cree que como Dios todo lo puede por los efectos especiales y el dinero, o pretende ignorar aquella maldición. Lo cierto es que su higuera da muchos frutos de muy mal sabor. Ya conocen todos, por el contrario, el logo de Icon, la productora de Mel Gibson, un fragmento de un icono bizantino de Nuestra Señora, precedido por un relámpago.
Esta deliberada comparación nos da la enemistad inconciliable de dos cines que se oponen desde su misma introducción. El film de Bruckheimer no nos da sed de las realidades espirituales, como sí lo hace Apocalypto. Y si es cierto que aquel es un film mediocre e intrascendente en sus valores cinematográficos, ¿a qué reseñarlo? Para ver que el cine no es algo inocuo, y que esta no es sólo una peliculita de aventuras, una historieta. Hay una visión del mundo detrás que se impone sobre las mayorías. Para un niño o un muchacho de 14 o 15 años que está creciendo y una sed de aventuras le bulle en el cuerpo, lo que se le comunica con aires de inocencia es perverso, tal como en los films rosados inoculados por el terror de izquierdas (Diarios de motocicleta, etc.), donde un idealismo engañoso y una falsa realidad se le expende al joven deseoso de vivir un ideal que lo haga trascender la triste vida cotidiana. Se le ofrece entonces la orientación del mundo: así deben pensar, esto deben buscar con frenesí o temerariamente, no reflexionen para qué hacen lo que hacen, “just do it”, como decía una publicidad deportiva. Persigan su sueño y éste se hará realidad. Y al final, comerán perdices. Es decir: el mundo disfraza de cuento de hadas la ideología perversa de la muerte, y pervierte con esta ideología “transgresora” y “progresista” los verdaderos y necesarios cuentos de hadas. ¿Qué hacer? Reconocer el arte cristiano: “El arte cristiano quiere indicar, guiar, mover, más que definir o apaciguar en lo terreno. Es un arte vulnerada, que sangra de manos, pies y costados” (Castellani). Lo terreno es lo que quiere este mundo. Cargar la cruz mirando al cielo esperanzado, tal la tarea del héroe cristiano que sólo un director de cine se atreve –y tiene con qué- a mostrarnos.
* Artículo escrito tras el estreno del film Apocalypto