“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

domingo, 3 de mayo de 2009

PRESENTACION


“Concédeme, Señor, saber amar lo que se debe amar, y alabar lo que a Ti es agradable, y estimar lo que te parece precioso, y aborrecer lo que en tus ojos es feo”.

Kempis, Imitación de Cristo, L. III Cap. LV



Estoy cansado del cine. Lo encuentro cada vez menos necesario y provechoso. Salvo unas pocas y contadas películas, podría prescindir del resto. No vale tanto la pena. Es perder el tiempo.

-Perdón, ¿pero esto no es un blog de cine? ¿En qué quedamos?

-Mire. Cuando mento al maestro Hitchcock con aquello de “Reduco” (lo remito a “Lifeboat”, si todavía no la vio), hago analogía con esa broma porque busco una manera de “reducirme” de tanto cine, así como don Alfred se redujo de su abundante adiposidad (por lo menos en el afiche del periódico del film). Con esa intención empecé a escribir el voluminoso “Videoteca Reduco” del que aquí incluiré algunas cosas, e, indirectamente, con esa intención invito al lector a que, a medida que aprenda a mirar –o, si usted quiere, a prestar atención- aprenda a discriminar, a decantar y a prescindir de mucho cine inútil cuando no perjudicial. Hay cosas mejores para hacer. Recuerde la enseñanza evangélica: “Donde esté tu tesoro, estará tu corazón”.

-Oiga, ¿no será que porque usted está “empachado”, quiere prescribir una “curación” que no es para todo el mundo? Por ejemplo, ¿en qué puede ser perjudicial el cine?

-Hay que ser muy ingenuo, por no decir ignorante, para pensar que una simple película no puede influir en nuestra forma de pensar. La Verdad y el error están en continua oposición, y lo estarán hasta el fin de los tiempos. Pero no siempre se disciernen claramente, y muchas veces andan mezclados. El liberalismo que hoy domina en todos los ambientes, se sirve y ha servido muy bien de los medios culturales, del cine en gran medida, para fomentar ese “vértigo en que vive una cabeza moderna”, como diría un sacerdote cercano a nosotros, para influir sutilmente en corromper conciencias y pervertir las costumbres. “El mundo nos domina –escribió el Cardenal Newman- no solamente por atraer a nuestra razón, o por excitar nuestras pasiones, sino por imponerse sobre nuestra imaginación”. ¿Es que acaso no se ve?

-Pero, digo, pregunto, ¿usted no se está encerrando en una actitud sectaria, excluyente, elitista, en lo que un crítico suele llamar “diferencia tecnificada” al disponer que lo que escribe sea desde “una mirada católica”? En síntesis, ¿no deja afuera a casi todo el mundo? ¿No es poco ecuménico?

-Vea, ese argumento lo escuché –y no a manera de pregunta, sino de grosera acusación- por parte de alguien que, por creerse astuto, por adaptarse al mundo sin querer parecer “demasiado católico”, terminó viviendo y pensando como el mundo, con los criterios del mundo, sin dejar de llamarse “católico” a sí mismo. Yo mido mis fuerzas y no quiero engañarme ni que me engañen. Usted habla de “exclusivismo”, pero en realidad no hay nada más inclusivo que el catolicismo (ahora que se habla mucho de “políticas de inclusión”, pero, ¿adónde nos quieren incluir?). Revise su historia. Es exclusivo e intolerante con el error, no con todo lo demás, incluyendo a los adversarios, a quienes va a buscar con misericordia y verdad, sin engaños. Los anticristianos y los católicos liberales son tolerantes (ecuménicos) con todo, menos con la verdad, y por lo tanto terminan excluyendo también la ley natural y el sentido común. Es decir, que bajo la máscara de la apertura son impenetrables y sectarios. Yo no excluyo al no católico, sino que éste, en todo caso, se excluiría solo. Incluidos en el catolicismo, no estamos afuera de nada, sino dentro y en el centro de todo. El católico es absolutamente realista porque acepta el misterio, y al no apartarse de la ortodoxia, evita caer en el misticismo o en otras lacras que se dan la mano, como el gnosticismo y el progresismo. Ser católico no es encadenarse, sino liberarse. Como dijo Chesterton: “Solamente desde que conocí la ortodoxia conocí la emancipación mental”.En definitiva, escribo para todo el mundo, pero no para el mundo. Recuerde que católico es “universal”. Piense en esto que escribió Gustavo CorÇao: “El católico es el único hombre que tiene, no sólo el derecho, sino la posibilidad de determinar los desvíos del mundo, porque posee un criterio, un centro, un absoluto, una verdad. Y de esa condición singular resulta que el simple derecho se convierte en un deber”. Parece arrogante, como arrogante puede parecer la luz del sol al que tiene los ojos lastimados y en tinieblas.

-Está bien. Pero, ¿el cine no se hace para todos?

-Pero es que el blog pretende ser “una mirada católica” y no “la mirada católica”. No es sólo para católicos, aunque en principio apunte a ellos. Es bueno avisar de entrada al lector con lo que se va a encontrar.

-Pero también se “diferencia”, hace rancho aparte, como quiso hacer Pedro en el monte Hermón.

-Fíjese en esto: en un mundo mayoritariamente católico, el católico pasa desapercibido. En un mundo casi enteramente pagano y anti-católico, el católico pasa a destacarse. En ambos casos es el mismo, cree en lo mismo, es igual. Cambió lo que está a su alrededor. No necesita hacer nada. Si es de veras católico habrá de revelarse por lo que escribe y hace, por su vida entera. El mundo tiene sus anticuerpos para él. Desde luego, uno se dirige en primer lugar a los católicos porque la caridad bien entendida empieza por casa. Pero lo más importante en este tiempo de confusiones es procurar aclarar las cosas o por lo menos no confundir más. En definitiva, se trata de que el católico es por naturaleza un apóstol, y ha de hacer, desde el lugar en el que esté y como pueda, obra de apostolado. Recuerde lo que enseñó Jesucristo, que la boca habla de lo que nos desborda del corazón.

-¿Usted sabe que corre el riesgo de ser llamado “fanático”, “integrista”, “retrógrado”, “puritano”, “negativo”, “ultramontano” y otras cosas de grueso calibre?

-Perdonemé si me apoyo seguido en los maestros, pero es propio del discípulo hacerlo. Decía el Padre Castellani que el fanatismo consiste en poner arriba de todo los valores religiosos –lo cual está bien- y después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está mal. Ciertamente, se trata de no caer en esa tentación -¡en ninguna!- manteniendo el equilibrio. Pero ese deleite proporcionado por los otros valores –a los que buscamos comprender- no tiene que hacer perder lo que es más importante, para que el conocer sea verdadero y no ilusorio. Los valores de la base –lo natural- están en función de aspirar a la cúspide –lo sobrenatural-, porque el hombre vive para conocer a Dios, y todo lo demás, desde lo más pequeño a lo más grande, debe ayudarnos a eso, si así lo queremos y podemos ver. Por lo demás, si llamaron “loco”, “impostor”, “blasfemo” entre otras cosas a Nuestro Señor, ¿qué voy a pretender, obsequios del mundo o de los católicos liberales? De ellos, de los católicos, me han venido hasta ahora los mayores golpes. Y no crea que no duelen. Pero así ha de ser. Además, como enseña San Isidoro de Sevilla: “Vano es y completamente equivocado el ánimo que pone su cuidado en desear fama y anda ocupado en adquirir terrenas alabanzas. ¡Oh, hombre! Mírate, remírate, y no te atribuyas nada de cuanto hay en ti, como no sea el pecado”.

-De todos modos no me queda clara la justificación de armar lo que se ha dado en llamar un blog, siendo que usted, como me dijo en otra oportunidad, es reacio a este medio, donde miles de voces se suman cada día a un interminable y casi siempre frívolo e importuno coro de opiniones y juicios temerarios o prejuicios. “Se habla y se escribe demasiado...”

-A veces, las más de las veces, no hay motivación más poderosa, incitación más punzante, que la del error. Y así, viendo que gruesos errores –algunos de ellos errores a designio- llevan la confusión a todas partes, en especial a los ambientes católicos y por parte de lenguajes o miradas que se postulan y asumen como católicos, veo un deber a cumplir, en la medida de mis posibilidades –bastante limitadas, por cierto- y mientras no haya alguien más que lo haga, el de desnudar los errores y, a la vez, destacar lo que debe ser visto. La insistencia de algunos amigos hicieron el resto. Piense, también, que si al comienzo de nuestro diálogo me mostré más bien desganado con respecto al cine, esa actitud se da hacia lo general, no hacia lo particular, pues nada de esto puede llevarse a cabo lícitamente sin entusiasmo. “El entusiasmo da valor –escribió Ernest Hello- y el valor tiene dos acentos. Admira lo que es bello y abate lo que no lo es”. La verdadera crítica no está reñida con el disfrute...

-De eso justamente le iba a hablar. Mire lo que dice acá Emile Cioran sobre la crítica y los críticos, ¿puedo leérselo?

-Hágalo.

-Aunque no habla del cine creo que se aplica igual: “Leer un libro por el placer y leerlo para hacer una reseña son dos operaciones radicalmente opuestas. En el primer caso, nos enriquecemos, hacemos pasar dentro de nosotros la sustancia de lo que leemos; es un trabajo de asimilación; en el segundo, permanecemos exteriores, por no decir hostiles (¡aun cuando lo admiremos!) al libro, pues no debemos perderlo de vista un solo momento, sino que, al contrario, debemos pensar en ello sin cesar y trasponer todo lo que decimos en un lenguaje que nada tiene que ver con el del autor. El crítico no puede permitirse el lujo de olvidarse, debe ser consciente en todo momento; ahora bien, ese grado de conciencia exacerbada resulta al final empobrecedor. Mata lo que analiza. Seguramente el crítico se alimenta, pero con cadáveres. No puede comprender una obra, ni aprovecharla, hasta después de haberle extirpado el principio vital. Considero una maldición tener que contemplar alguna cosa, sea lo que fuere, para hablar de ella. Mirar sin saber que miramos, leer sin sopesar lo que leemos: ése es el secreto. Todo lo que es demasiado consciente es funesto para el acto, para cualquier acto. No se puede hacer el amor con un tratado de erotismo al lado. Sin embargo, eso es lo que ocurre prácticamente por doquier hoy. La enorme importancia que ha adquirido la crítica corresponde al mismo fenómeno”. Perdone la extensión pero creo valía la pena. ¿Qué opina?

-Como suele suceder con este escritor, hay cosas con las que estoy de acuerdo, y otras en las que estoy muy en desacuerdo. En todo caso, lo que dice sirve para pensar varias cosas. En primer lugar, creo que hay una crítica inválida y hay una crítica válida. La primera es la que juzga la obra como una cosa que no demanda la colaboración del espectador, su participación, haciendo de la obra una cosa muerta o en sí acabada, es la que no ama al arte que juzga, y esa es creo a la que apunta el escritor rumano. La que toma a la crítica como una profesión o forma de ganarse la vida, y no como un servicio para ganarse el alma. Es, además, la que no tiene en cuenta lo emotivo, que es una forma del conocer. Es la que no indaga más allá de la obra: en un época, en un autor, en las ideas. No penetra en la obra ni le saca todo el fruto que tiene. La crítica válida es la que entiende que la obra puede mejorar o empobrecer la vida, como cosa viva que es, y por lo tanto tiene en cuenta la forma, y busca leer en ésta el modo de comunicar una emoción que conduce a la verdad y el bien, en tanto yo me haga partícipe de la experiencia estética y sepa trascenderla. Dialoga con el artista. Evita hacer de la obra un ídolo, peligro siempre real, pero también evita retraerse ante ella, sabiendo que la simpatía es un componente fundamental para la comprensión de otra alma, y en la obra de arte se despliega amable o se oculta procelosa un alma, luminosa u oscura, sana o enferma. Esto puede sintetizarse así: El arte es para la vida, y no la vida para el arte. Y la vida es para Dios. En cuanto a “leer un libro por placer”: Hay distintas clases de placer. Cioran termina haciendo analogía con el placer del cuerpo. Eso es no saber que el placer de una obra artística no es un placer “natural”. Si yo miro un bello paisaje de inmediato me siento complacido y hasta, si cabe, conmovido. Si yo miro un film debo entender lo que se me dice –es decir, muestra- y para entender lo que se me dice debo entender además cómo se me dice, en el momento en que se me está diciendo. Hay variantes, claro está. Una comedia del cine mudo no pretende lo mismo que un film de tema religioso. O, también, un film de tema religioso pero mediocre no me exige tal vez lo mismo que un riguroso film policial, por eso es posible sentir más placer –prefiero decir, goce- con el segundo que con el primero. Pero tiene razón Cioran en que primero debemos entregarnos sencillamente a la obra, honestamente, creyendo en ella, (en la medida, claro, en que la obra con su probidad sepa atraparnos e interesarnos). Pero no es esa la sola condición para disfrutar verdaderamente de la obra, si ésta lo amerita. Un crítico le dijo a Hitchcock que éste esperaba mucho del público, a lo que el maestro inglés asintió diciendo: “De quienes quieren. No creo que baste ver una película una vez. Creo que van demasiado rápido. Aunque los críticos se sientan a las diez y media de la mañana y ven el filme entero una sola vez. Eso les parece suficiente. Pero yo no creo que sea así en realidad”. Debemos, entonces, dejar que la película nos lleve adonde quiera, pero a la vez, y he ahí lo difícil, sin dejar de lado el sentido reflexivo, para que no nos lleve a un lugar al que no nos conviene ir. Porque si el cine no es “espontáneo” o “improvisado” (bueno, no hablo acá de “cine argentino”), desde que el cine se ha vuelto autoconsciente y no deja de mirarse a sí mismo, obliga al espectador a una mirada que ya no puede ser tan “literal” como la que había sobre el cine clásico, porque el cine de suyo nos dice que es un artificio, lo cual es una incitación a la interpretación, y en esa forma de lectura se corre el riesgo de “ver lo que no hay”, error muy común en nuestros días. Entonces, las imágenes son creadoras de sentido, en la medida en que sepamos “leerlas”, o, mejor, intuirlas, relacionándolas unas con otras, y una situación con otra, y una forma de contar con lo que se cuenta, y lo que se cuenta en relación con lo bello, lo bueno y lo verdadero. Tenga en cuenta, además, que no ejerzo –ni nunca lo hice- como crítico profesional, por lo tanto, nada me obliga a ver un film, y, en todo caso, ninguno de mis errores puede serme achacado a una “deformación profesional”, sino a defectos de otra índole. Más bien le digo que me recreo en revisar la mirada que había en mí antes y después de mi conversión al catolicismo. Cargado de ciertas herramientas propias del observador frecuente y atento, voy más allá en la mirada que ahora propongo. Ahora bien, hay algo que dice Cioran que mis detractores –por cierto, en este caso mirones desatentos, lo que es una doble autocondenación- me aplicarían a mí (ya lo han hecho) sin dudas porque no les gusta ser contrariados, al decir “ese grado de conciencia exacerbada resulta al final empobrecedor”. Sin dudas, al hacer una lectura global de los escritos aquí presentados deberían comprender que se trata de buscar los valores parciales de un cine no católico y apreciar los valores sublimes de films que, en definitiva, son acreedores de una belleza y una verdad que provienen sólo de Dios, del “Dios que alegra mi juventud”, como así también destacar ese “humo de Satanás” que es el Liberalismo, introducido sutilmente por todas partes, con la evidente intención de colocar al hombre en el lugar de Dios. Eso es lo que quiero dejar absolutamente en claro: nadie debe quitarle su gloria a Dios. Por eso, así como Chesterton decía que el católico a la entrada de la Iglesia debía sacarse el sombrero, pero no la cabeza, yo digo que el católico, al entrar al cine, no debe dejar su catolicismo afuera, sino más bien, en la oscuridad de la sala, tenerlo muy presente. Nuestra vocación no es mundana. Y para terminar, querido amigo y lector, este diálogo, le digo con nuestro amigo el ya citado Hello: “Cuando el relámpago pasa sobre el Arte, es la crítica que despierta. Es necesario vengar a la palabra crítica del sentido negativo y restrictivo que se le atribuye. Significa discernimiento. El discernimiento, pues, es una obra de luz”.


AGRADECIMIENTOS:
A la familia Pérez Agüero, en especial a Carlos y a Liliana (Dios la tenga en su gloria), por su amistad verdaderamente cristiana.
A Guillermo Van Kooten, por su amistad de siempre, y por facilitarme su computadora para mis escritos.
A los maestros Antonio Caponnetto y Aníbal D’Ángelo Rodríguez, por su apoyo, sus buenos consejos y, sobre todo, porque en su humildad demuestran el verdadero sentido de la palabra maestro.
A Marcelo Quarchioni y José Luis González, porque discutiendo con ellos de cine he pensado mejor muchas cosas, café de por medio.
A Javier Limay por su apoyo.
A todos ellos y a todos encomiendo en mis oraciones, especialmente por medio de San José, San Agustín, San Ignacio de Loyola y Santa Teresita de Lisieux, a quienes pongo por protectores y pido guíen nuestras obras al cumplimiento del fin último para el que fuimos creados.
“Verdadera es aquella amistad que pega el engrudo de Cristo, que no se funda en un interés, ni sólo la presencia corporal, ni en lisonjas taimadas y engañosas, sino en el temor de Dios y en el estudio de las Divinas Escrituras...” (San Jerónimo, Carta a Paulino de Nola).