domingo, 3 de mayo de 2009
ENSAYO - EL CINE COMO EVASIÓN
El hombre citadino, solitario él, desgajado de todo estamento social o comunitario que lo ampare, atribulado por la vida frenética y fútil que se le impone, segregado de su alma por la corriente del mundo que lo arrastra para convertirlo en segundón de sí mismo, necesita distraerse, evadirse de esa realidad que lo abruma y lo aliena. Para esto busca salir de sí mismo y derramarse en los otros, en otras vidas. Puede buscar la compañía de otros como él, para embarullarse mutuamente buscando el olvido de esa pesadilla llamada “vida”, o puede buscar la salida hacia otro mundo distinto, donde la gente es un poco más interesante, porque es distinta, allí donde puede agenciarse de emociones prestadas. Este último es el que toma y lee un libro o, más frecuentemente, entra a esa “cueva platónica” que es el cine con el deseo de evadirse y de vivir en sí mismo otras vidas. Como escribió Chandler:“Todos los que leen se escapan de algo hacia lo que hay detrás de la página impresa; puede discutirse la calidad del sueño, pero la liberación que él ofrece se ha convertido en una necesidad funcional. Todos los hombres tienen que escapar en ocasiones del mortífero ritmo de sus pensamientos íntimos.”[i] En ese escape hay inconscientemente una búsqueda, como en todo escape. Pero en esa búsqueda abjurar de la vida interior es descender a un abismo de muy dificultosa salida. Vivir una vida “virtual” o en un simulador, en definitiva, alienarse de la realidad. Esa sed no reconocida de la verdad siempre crea tensión en el hombre. Pero también es sabido que los intereses más altos, las tareas más nobles, deben tomarse un breve descanso.
Dos aspectos justifican, entonces, esta legítima evasión:
Primero: “No le es dado al hombre vivir perpetuamente sumergido en preocupaciones trascendentales. Su espíritu es como el arco. Hay que soltarle la cuerda de tiempo en tiempo, hasta para que vuelva con más vigor a sus tareas habituales.
Por este motivo los juegos, las distracciones, entre ellas la lectura, contribuyen indirectamente a más altos propósitos”[ii]
Esta primera solución parcial es la que acreditan en su diégesis, v.gr., films como “Sullivan’s travels” (Preston Sturges) o “The crowd” (King Vidor), aunque no aciertan a darnos elementos de mayor sustancia para trascender ese primer patrimonio del cine. Allí el cine es una débil terapéutica para el drama de vivir que se proclama, que no contribuye “indirectamente a más altos propósitos”. No obstante, es el cine quien cumple tal vez más acabadamente –más eficazmente, por decirlo así- con ese primer aspecto.
Segundo: el cine es capaz de recordarnos un don esencial de los hombres, esto es, el de la metamorfosis, aquel que significa “vivir experiencias ajenas desde dentro” (en palabras de Canetti), forma de acceso real de un ser humano al otro, también llamado empatía. Esta segunda propiedad es la que involucra la necesidad no confesada de conocimiento del espectador. Es la evasión del mundo cotidiano para conocer la realidad más allá de ese mundo pero que a la vez lo integra a éste. Esta metamorfosis o identificación con los personajes es el elemento capaz de suscitarnos emociones, ya sean aquellas que nos sobresaltan para vencer nuestra autocomplacencia desnudándonos de toda ilusión, recreándonos y llegándose a nosotros para, desde el lugar en que estamos, elevarnos mediante el encanto de lo estético. No hay otro modo de acceder a la esfera religiosa desde la estética sino desde la genuina emoción que no consiente en dejar al espectador “entretenido”, sino que le recuerda que es más que un simple espectador de la vida, ante lo cual se entiende, en lo inmediato, una forma de vida ética.
Evasión, entonces, del mundo atroz que lo rodea, a través de una fantasía (palabra que define bien al cine).Este propósito de evasión del mundo cotidiano, que no de la verdad, no es comprendido por quienes –a sabiendas o no- caen en dos errores simétricos: Por un lado, aquellos para quienes el espectador es alguien que sólo disfruta de la pirotecnia visual efectista e inconducente, como un impaciente turista que no desea sino embriagarse de paisajes de artificio para olvidarse hasta de sí mismo. El cine de Hollywood –o lo que hoy se conoce como tal- viene ofreciendo hace tiempo esta especie de droga donde la simplificación del hombre lo convierte en monigote inerme plantado en un carrousel. Por otro lado, están aquellos, el cine argentino más que ninguno, que creen que el espectador quiere verse a sí mismo tal cual es, con toda su mediocridad, en la pantalla, porque al fin y al cabo la imaginación estéril de estos cineastas no los capacita para elaborar ningún feliz argumento, por no decir ninguna forma estética con la cual pensar. Como decía Borges: “Entrar en un cinematógrafo de la calle Lavalle y encontrarme (no sin sorpresa) en el Golfo de Bengala o en Wabash Avenue me parece muy preferible a entrar en ese mismo cinematógrafo y encontrarme (no sin sorpresa) en la calle Lavalle” [iii]
Por otra parte, estas dos tendencias tienen dos fines que están lejos del sano propósito manifestado en las palabras de Hugo Wast. Los segundos mencionados, tediosos propaladores de “idealismos libertarios”, no realizan sino, torpemente, propaganda, evacuando además su vanidad con el generoso dinero del Estado. Los primeros, la industria mundial del espectáculo con sede en Hollywood –pero, atención, un Hollywood que no es sinónimo de Estados Unidos solamente-, aliena al espectador con su “american way of life”, sugiriéndole al espectador que se trata de un hombre libre e independiente cuando en realidad le están dando todo servido, masticado y digerido previamente. Por ambos lados se intenta manipular al espectador, en algunos casos muy inteligentemente. Por eso, salvo las excepciones que nos permiten hacer uso de nuestra capacidad de reflexión, el resto puede verse reflejado en estas palabras del siempre actual Chesterton:”En nuestra civilización mecánica urbana...los hombres no son capaces de encontrar el gozo por sí mismos, y entonces deben ser divertidos por otros. No encuentran el gozo por sí mismos, como tampoco se gobiernan a sí mismos, porque no son libres y no se poseen a sí mismos. Tienen que alegrarse de algo que no viene de su interior sino que le es proporcionado por una clase de hombres más ricos, más astutos o más científicos que el hombre común. Lo mismo sucedía en la decadencia de Roma, cuando el populacho semiesclavo reclamaba al Emperador pan y circo”. [iv]
Entonces, si hicimos mención en primer lugar de una evasión legítima y necesaria, está claro –nos parece- que lo que predomina, hoy más que nunca, es una evasión suicida y confortable de la propia vida. El cine está volviendo –ha vuelto- al cinematógrafo y al kinetoscopio, hoy en aparatos sofisticados y portátiles; los films se venden como caramelos en trenes y colectivos, igual que el veneno se distribuye en radios y revistas. Si el cine en sus comienzos fue inquilino de parques de diversiones, hoy la ciudad entera es convertida en gigantesco parque de diversiones, y el cine, las películas, entre la frivolidad y la propaganda, ambas a designio, se propalan hasta por medio del teléfono celular. Ya lo pensó Pascal: “La sola cosa que nos consuela de nuestras miserias es la diversión, y, sin embargo, ésta es la mayor de nuestras miserias. Porque es ella principalmente la que nos impide pensar en nosotros. Sin ella caeríamos en el fastidio, y este fastidio nos conduciría a buscar el medio más sólido para salir de él. Pero la diversión nos distrae, y nos hace llegar insensiblemente a la muerte.” [v] Para ello es necesario que, propiciadas las miserias de la vida cotidiana, se haga creer que la decisión está en manos del propio hombre (que se sabe casi inevitable cuál será, el éxito de tales diversiones lo manifiesta), la elección “libre” de tales evasiones, para evitar en realidad toda decisión respecto a sí mismo en relación a la Verdad. De tal manera lo expresaba Sören Kierkegaard: “El hombre en su interioridad utiliza la inteligencia de modo deplorable con el propósito de mantenerse lejos de toda decisión. La inteligencia puede ser mal utilizada de mil formas diversas, pero para no extendernos en lo que aumenta su importancia y, por ende, en aquello que aparta la atención de lo que interesa, nos limitaremos a señalar este abuso con una sola expresión: búsqueda de la evasión.”[vi] El cine, y posteriormente la televisión, se cuentan entre los medios más eficaces para lograr esa evasión que nos impide pensar en nosotros y en esa decisión que sólo nosotros podemos –y debemos- tomar, aquella sobre la cual seremos juzgados el postrer día.
[i] “El simple arte de matar”, Editorial Tiempo Contemporáneo, 1970. Mucho antes, Ernest Hello nos entregaba estas muy lúcidas observaciones: “Mirar siempre de cerca, es convertirse en miope. Los ojos fatigados tienen necesidad de vistas amplias. Los grandes horizontes descansan las miradas. Esto es perfectamente verdadero en el orden físico y perfectamente verdadero en el orden moral. La miopía física, tan frecuente en las ciudades, es muy rara en la campaña, porque el campo extiende el dominio de la mirada. En cuanto a la miopía moral, es frecuente en todas partes.” (El siglo, Editorial Difusión, 1943) Se debe entender que el cine no funciona como reemplazo de esa experiencia, porque no se va a él para “descansar la mirada”, en todo caso aunque tal sea el propósito no se logrará nunca, a lo más se podrá “descansar el cerebro” a través de una despreocupada evasión.
[ii] Hugo Wast – “Vocación de escritor”, Biblioteca Dictio, 1976.
[iii] Sobre “La fuga” de Luis Saslavsky. “Borges en/y/sobre cine”, Ed. Fundamentos, 1981.
[iv] “Objections to the cinema”, en The Ilustrated London News, 19-vii-1920, cit. en Castellani, “Domingueras prédicas”, nota pág. 128, Ediciones Jauja, 1997.
[v] “Pensamientos”, XXI –5,Ediciones Losada, 1977.
[vi] “La pureza de corazón es querer una sola cosa”, Ediciones La Aurora, 1979.