FEMME FATALE
Director: Brian De Palma - 2004
DEL BUEN Y EL MAL LADRON(O cuando un excelente director de cine puede ser, tristemente, ambas cosas a la vez)
En la ceguera, corrupción y vulgarización del sentido artístico –entre
otros frutos de nuestro tiempo - en que los católicos que son del mundo y los
medios religiosos faltos de ardor vigilante, de sentido de la tradición, y sumergidos
en un liberalismo con sus “libertades” y relajamiento de costumbres a cuestas,
han caído, en ese impedimento para discernir que se conjuga con la falta total
de imaginación, donde la injusticia puede encaramarse no ya por el desprecio de
lo bueno, sino por una indiferencia pusilánime, se malentiende o no se quiere
sospechar que no necesariamente una película debe en su fábula presentar un
tema o ambiente religioso o clerical, para ser una obra católica. No se quiere
ver que mediante parábolas habló Nuestro Señor, y que en ofrenda a un respeto
por la inteligencia recibida –y que se debe hacer crecer-, a veces el sentido
católico de una obra debemos inteligirlo obrando por nuestra parte, sin esperar
componendas ni figuritas de estampa melosamente edulcoradas. Escribió Ramón
Doll: “¿Qué es en rigor una novela católica? No es la que contenga
personajes que profesen el catolicismo; ni cuyos personajes encarnan conceptos
de la moral católica (no necesariamente, digo yo). Siendo católico aquel
que cree en la Redención de Jesucristo, novela católica es aquella cuyos
personajes son considerados constantemente por su autor, dentro de las grandes
perspectivas que la fe en Cristo abre a la conciencia y a la voluntad. No es
necesario que el personaje las conozca; es indispensable que su creador los vea
con los ojos de su fe.”
“Con los ojos de su fe.” Entonces cabe
preguntarse, tras ver esta película (y, todavía, y peor aún, después de sufrir
su último opus “La dalia negra”) ¿cuál es la fe de De Palma? ¿Podemos decir a esta altura que De Palma es
católico –incluso “furioso católico”, como alguna vez nos llevó a creer, en
nuestro torpe y juvenil entusiasmo, el crítico Ángel Faretta, quien sigue preso
de esa idea? Señalemos que a pesar de provenir de una familia de origen
católico, De Palma fue educado –por decisión paterna- en el protestantismo
presbiteriano. ¿Acaso su complicada mirada es una reacción contra el
puritanismo recibido, mezclado con los alocados años ’60 que atravesó sin
defensas –se ve en su cine de entonces-, más una influencia hitchcoquiana
asimilada sólo en lo más superficial? ¿A qué se debe su exasperación barroca
exhibicionista, tal vez a una reacción contra aquello que se le ha inculcado
contradictoriamente en su formación? Dejemos a Dios esas respuestas. Veamos lo
que tenemos ante nuestros ojos. “El
modo como se vive tiene su influjo en el modo como se piensa”, escribió
Mons. Fulton Sheen, y eso se hace extensivo al modo en que se escribe, se pinta
o se filma. De manera que la contradicción forma parte del cine de este
director, por momentos con escenas bellas y muy logradas, por momentos horrendo e inhabitable. Tras lo
cual debemos aceptar que si alguien todavía desea comparar su cine con el de
Alfred Hitchcock, es porque aún no ha visto bien la obra de este último, ni por
cierto la del primero.
Cierta vez, ese genio católico
que fue Hitchcock, generalmente reacio a explicitar lo que magníficamente
desplegaba en sus obras, habló de “la excesiva complacencia en el mundo; la
gente no es consciente de la tragedia que nos rodea a todos”. De ahí sus
“thrillers” o sobresaltos, su valoración del suspenso y el querer, involucrando
emocionalmente al espectador mediante la identificación con los personajes,
sacudirlo de su modorra mental, incitarlo a mirar para que, relacionando lo
visto, suspendiendo la credulidad, vea. La vida cotidiana no puede ser
confortable, aunque la resolución final del maestro nos facilite ese pasajero
estado.
Brian De Palma simuló o jugó a
ser un nuevo Hitchcock, pero sabiendo que no lo era. Más bien es –o fue- el lado
oscuro que Hitchcock por una cuestión de sensatez, buen gusto, educación y fe
religiosa, nunca dejó aflorar. “Eran otros tiempos”, podría argumentar alguno,
y es cierto. Pero esos otros tiempos estaban hechos por otros hombres. Los
hombres decisivos son los que –en cuanto pueden- influyen sobre su tiempo, y no
al revés. De Palma parece hitchcoquiano, pero no lo es (lo corroboró alguna vez
el mismo De Palma: “Hitchcock es de otra generación. Él es para mí un
misterio, mientras que tengo la impresión de comprender a Kubrick íntimamente.
Hitchcock es otro universo”, entrevista por Michael Henry, Positif nº 193,
Mayo 1977). En nuestro dossier sobre Hitchcock desarrollamos la identidad del
cine del maestro, y es aquello en lo que de Palma no lo sigue –lo que, desde
ya, no significa un error sino una diferencia, pero que es necesaria
establecer-. Veamos:
En Hitchcock la identificación
del espectador con el protagonista es fundamental, no sólo para el seguimiento
de las peripecias de este último, sino para la transferencia de esa
culpabilidad –el pecado original- que porta el héroe, hacia el espectador que
está contemplándolo. Hitchcock todavía confía en el espectador. Una
identificación que De Palma no busca o descuida, porque aborrece o desprecia al
espectador, tal vez tanto como a sus protagonistas. Esta falta de empatía es la
primera causa de la insatisfacción final de sus películas. En segundo lugar, y
vinculado a esto, De Palma hace pasar todo conflicto por lo sexual (y esto de
manera explícita), tratando a su espectador como a una especie de lascivo y
degenerado mirón y facilitándole –si no lo es- el recurso para que lo sea,
estampándole ante su mirada impávida escenas semi-pornográficas, incomodándolo
mediante clips arteros y molestos planos: pensemos en la larguísima e
innecesaria escena de film-porno de “Doble de cuerpo”, en el comienzo de
“Vestida para matar”, en el fingido lesbianismo de “Femme fatale” o “La dalia
negra” más un largo etcétera. De Palma colecciona escenas que resultan
revulsivas para alguien que tiene un vero sentido religioso de la vida, de allí
que parece a la vez despreciar lo mismo en que se complace, por lo que este
“hijo de Onán” será muy apreciado por otros hijos del mismo padre, incluso de
algunos que dicen y hacen creer que son católicos. Desde luego, no se trata de caer
en la mojigatería, sino de evitar todo aquello que nos pueda escandalizar y
que, además, puede ser sugerido y no mostrado brutalmente. Entonces: si primero
el espectador –el sano espectador, decimos- toma distancia respecto del protagonista del
film, luego es inducido a “bajarse” de la historia con tales escenas que,
además, no son indispensables para la comprensión del film. Además, está claro
que –casi siempre- De Palma trabaja con una materia prima deplorable, en este
film se hace más notorio al mostrar, al comienzo, una escena del clásico
“Double indemnity”: después de ver eso las comparaciones son evidentemente
favorables a Wilder y los actores de ese entonces.
Esta falta de identificación
absoluta y exclusiva del espectador con el protagonista hace que el suspenso en
De Palma no tenga el mismo efecto en nosotros que con Hitchcock, pues éste, por
medios más sencillos, nos tiene atrapados e involucrados en lo que cuenta.
Entre “La ventana indiscreta” y “Doble de cuerpo” hay un abismo, que De Palma
se propone salvar mediante el virtuosismo espectacular o la provocación sexual.
Otros dos ejemplos: La escena en que Grace Kelly se introduce en el
departamento del asesino en “La ventana indiscreta” es mucho más efectiva que
aquella de “Sisters” en que el que lo hace es un detective (Charles Durning).
Con respecto a la sorpresa, comparemos la escena del asesinato de Janet Leigh
en “Psicosis” y la –pretendidamente análoga- de Angie Dickinson en “Vestida
para matar”: en la primera seguimos los pasos de la mujer escena tras escena,
su punto de vista es casi el mismo que el nuestro, pero no hay nada perturbador
hasta el momento del asesinato en la ducha. En la película de De Palma, en
cambio, hay una larga escena de sexo –perturbadora para quien todavía tiene un
sentido de lo que es el pudor y la castidad- en un taxi, prologado en un museo,
donde los deseos de la protagonista no son nuestros deseos. Cero identificación
y, además, cero conmiseración: todo es despreciable, bajo, degradado. Es, sí,
lúcido, el hecho de que de Palma realice una escena “romántica” o “erótica”
para luego hacerla trizas con el descubrimiento de la enfermedad sexual del
hombre y el posterior asesinato. Entendemos lo que pretende De Palma, pero se
pasa de listo. Acaso tenga razón en pensar que el espectador medio de hoy es un
tarado, al que quiere “calentar” o excitar para tener atrapado, pero no debe
hacer sus films sino precisamente para los que son más inteligentes que sus
personajes, aunque sea hipotéticamente. Alguien podrá decir: eso es lo que De
Palma hace, a través de materiales degradados. Permítasenos decir con
Hitchcock: un film puede ser de horror, pero no debe ser horroroso. Por eso
“Psicosis” es una obra bellísima, en cambio “Vestida para matar” es un muy feo
pastiche.
Finalmente: lo que hacía Hitchcock en
“Vértigo” –desengañarnos-, es lo que parece buscar De Palma, con esta
diferencia: que para Hitchcock las apariencias engañan, pero encierran también
una verdad, aún belleza, por eso precisamente engañan, porque en el fondo
llevan algo de verdad, pero no toda la verdad. Para De Palma, en cambio, todo
es engañoso, feo, sucio, asqueroso y perverso. Hitchcock se esforzó en
“Psicosis” por no mostrar ninguna parte íntima de la mujer en la ducha. De
Palma –aggiornado- no tiene problemas
en mostrar –regodeándose- lo que se le antoje, no hay nada que deba ser oculto,
no hay misterio. De Palma es el exceso, por eso cae en el exhibicionismo formal
mediante escenas muy logradas (el final de “Femme fatale”; la escena de las
escaleras en “Los intocables”; la persecución en “Carlito’s way”; la fiesta en
“Carrie”, etc). Lo que Hitchcock no necesitaba mostrar, De Palma lo muestra con
fruición (¿tal vez porque a él le gusta, por ser un mirón?).
Para Hitchcock, como para De
Palma, el espectador es un mirón, con la diferencia de que para el primero no
era sólo eso. Por eso sus films estaban protagonizados por James Stewart –todo
un emblema- o Cary Grant, es decir, personajes con cualidades positivas para el
público, y, de hecho, capaces de corregir sus errores y reformar sus vidas. En
cambio, los films de De Palma los protagonizan desconocidos actores de cuarta
línea –o aún de primera pero que no son arquetipos de nada. De Palma nunca
mostraría una familia como la de “El hombre equivocado” o “El hombre que sabía
demasiado”, sencillamente porque no tiene tal sentido y no cree en ello (cuenta
con tres divorcios en su haber). De allí su permanente y enrevesado punto de vista en sus films: se termina
desconfiando de todo, excepto del hecho de poseer una mujer como objeto de
deseo.
Tal vez alguien piense que lo que
De Palma nos está diciendo es que ya no es posible ver las cosas como en aquel
entonces, como lo hacía Hitchcock o en general mucho cine clásico; pero el de
Hitchcock es un cine universal, más sutil y más profundo, porque nos desengaña
mejor al involucrarnos emotivamente, no echándonos en la cara imágenes que nos
repugnan. A lo mejor ya no quedan espectadores así, y por eso el cine ya no es
lo que era. Pero eso no es motivo para bajar la puntería y apuntar casi siempre
por debajo de la cintura. Un crítico escribió una vez que el cine de De Palma
era una nueva forma de mirar el cine, y que no iba a contarnos una historia
sino que se trataba de un dispositivo “que va a abrir la conciencia del
espectador al enfrentamiento de su propio reflejo”, ya que para él De Palma
quiere “desestabilizar la sensibilidad del espectador y mostrar la naturaleza
del voyeurismo del propio espectador”. Esto que es cierto –y que ya en su
tiempo enseñaba Faretta- nos lleva a pensar en qué medida De Palma –que, desde
luego, no es Baudelaire- desestabiliza tanto porque finalmente él mismo es
incapaz de oponerle a la falsedad de la imagen un orden inmutable o
trascendente. Esto está claro en Hitchcock, donde tras las peripecias, se
restablece finalmente un Orden (todo lo precario que se quiera por culpa de los
personajes, pero orden al fin). En casi todos los films de De Palma esto no
ocurre (sí en alguna medida en las que son sus mejores películas, Los
intocables, Ojos de serpiente, Pecados de guerra y
Obsesión, las cuales, por cierto, no están escritas por De Palma, sino por
otros guionistas). Si De Palma lo que hace, es “denunciar el artificio
permanentemente”, como decía ese crítico, lo que interesa saber es qué es lo
verdadero que se le opone a ese artificio y si el cine –desde su propia
condición- puede oponerse a ello. Es decir, el problema es que si la
descripción “fenomenológica” que hace De Palma tiende siempre a salirse de
cauce por su desproporción, tal operación es llevada a cabo a partir de la
visión del mundo de De Palma, la cual es confusamente “religiosa”,
permitiéndose un aggiornamento audaz
muy a tono con estos tiempos que corren. El mejor ejemplo de esto que decimos
está dado por su “Misión a Marte”, una mélange
de “new-age” con evolucionismo más la tontera (propia de la cienciología) de
que venimos de Marte. Espanta ver cómo un enorme talento –y no hay película en
que De Palma no lo haya mostrado- puede echarse a perder a causa del error.
“Femme Fatale”, un brillante
ejercicio de virtuosismo, segrega este exhibicionismo depalmiano y contrasta el
horror –que, justificadamente, debe ser mostrado para su comprensión- con un
final de un optimismo pueril, azucarado y bien vestido como para desfile de pasarelas.
Este es, evidentemente, un film seductor, pero seducir no es lo mismo que persuadir.
Católicos, si quieren conservar la paz del alma y librarse de fuertes
tentaciones, abstenerse de ver este film.