POESIA DE CASTELLANI
Tuvimos la fortuna de encontrar recientemente una valiosísima y antigua nota sobre la poesía del Padre Castellani, la cual nos complacemos en reproducir debajo porque Castellani merece que se le haga justicia, y porque además el aporte de Soler Cañas apunta y dispara contra la ceguera y la mezquindad (cuando no el silencio) de los “críticos” de su época, que no faltan el día de hoy, a veces transfigurados en “biógrafos”.
En el “mamotreto” (así lo califica su mismo autor) que dio a conocer hace unos años Sebastián Randle titulado “Castellani – 1899-
Si ya por entonces Luis Soler Cañas ponía las cosas en su lugar, nosotros nos sumamos para agregar algo que a esta altura es de Perogrullo, aunque el semi-biógrafo de Castellani no lo vea: Castellani como escritor tenía un talento descomunal, mayor al del resto de los escritores argentinos que por entonces gozaban del prestigio y reconocimiento oficial. Por momentos esta riqueza de estilo puede atisbarse en sus “Camperas”, trabajo de sus comienzos. Pero hete aquí el meollo del asunto: Castellani, teniendo un inmenso talento, gran capacidad de intelección literaria, profundidad de pensamiento, notable imaginación, comprensión psicológica, conocimientos lingüísticos, acerbo cultural y sustento teológico y filosófico sobresalientes, además de una vida esforzada y viril, Castellani, decimos, no quiso nunca ser un literato, un escritor o poeta profesional. Eludió de continuo esta tentación porque lo suyo era ser un sacerdote, y como tal, un profeta. Usó su arte poética y literaria para iluminar, no para deslumbrar. Sirvió a
Los versos de Castellani que recoge Soler Cañas en su nota van aplicados también a la incomprensión (de esta y muchas otras cosas) de su semi-biógrafo. Soler Cañas fue capaz de ver mejor –y lo dice en apenas dos páginas sustanciosas- el talento y el alma del Padre Castellani, a través de su poesía.
Por sobre la crítica del merengue
Por Luis Soler Cañas.
Revista Histonium Nº 155, abril 1952.
Existe bastante gente en
Decimos todo esto no por falsa modestia ni por menospreciar una actividad como la del gacetillero literario, en cierto modo útil si se la desempeña con honestidad, sino porque la carencia de una verdadera crítica se evidencia en la pasmosa tranquilidad con que los usufructuadores del papel impreso, las secciones bibliográficas y las revistas especializadas dejan pasar, sin reparar en ellos, o reparando con ojos miopes y astigmáticos, libros que en otras partes, apenas publicados, provocarían una de dos cosas: o tempestades de admiración o tempestades de negación, de repudio. Pero en todo caso, una actitud crítica, verdaderamente crítica.
Así las cosas, el autor siente muchísimo no ser más que un cronista, lamenta mucho no ser un crítico. Y lo siente porque un librazo estupendo como el “Libro de las Oraciones”, que acaba de publicar silenciosamente un gran poeta nuestro, el padre Castellani, merece la atención de una lectura muy despaciosa y el interés de una crítica que lo sea de veras y que abarque su contenido en toda su rica y profunda variedad. Lamentamos muchísimo no estar a la altura de esta obra que nos redime de tantos volúmenes onerosamente largados a la circulación, sin gracia ni provecho, por nuestros generosos editores de bodrios. El padre Castellani, para empezar, ha tenido que publicar el libro por su cuenta, o poco menos. Eso se advierte en seguida. Si fuera colombiano, inglés o español, las cosas serían de otro modo. Pero el padre Castellani, que honra a toda la cultura argentina y que la representa con una autenticidad de que carecen muchos de nuestros más distinguidos tinterillos literarios, es solamente un humildísimo cura argentino, que escribe con médula y raíz argentina, que escribe
Leamos, sin embargo, el “Libro de las Oraciones”. Este estupendo “Libro de las Oraciones”, libro de verso y de poesía (no como los de Gonzáles Lanuza o Silvina Ocampo, pongo por ejemplo, que son de verso solo y a veces ni siquiera de eso), libro de un alma excepcional, y de una humanidad asimismo excepcional. Libro de un gran espíritu acosado por los males terrestres y que, agobiado por el dolor y la miseria de lo humano (y de los humanos), arrastrado mismamente a veces hasta los límites de la desesperación, no llega jamás a perder la fe en Dios y en lo sobrenatural. Junto a oraciones que son un clamor inmenso del alma desgarrada, leemos oraciones angélicas, de una inocencia y de una gracia que conmueven cuando se formula el paralelo, no buscado, con las otras. ¿Versos defectuosos? Puede ser que los haya. Pero sepa la retórica exigente y la pedantería de los preceptistas que, defectos, si los hay, de métrica o de estilo, o de lo que sea, no son de los que se escapan al autor sino de esos que el autor deja, o pone, a propósito.
Imaginamos las “críticas”. Las de siempre:
-¡Qué mal escribe Castellani!
-No pule, no corrige...Es muy atravesado para decir ciertas cosas...
-Y tiene sus zafadurías el cura...
-Sí. Se le escapan palabras un poco fuertes...
-Esto no es poesía. Es prosa, y no de la mejor...
-¡Qué versos inacadémicos!...
Etc., etc., etc. Los comentarios pueden seguir indefinidamente. Sí, es cierto. Castellani escribe mal. Hace unos años se lo decíamos a Fernando García Della Costa:
-La gente no entiende al padre Castellani ni a Ramón Doll. No se da cuenta de que escriben mal a propósito. De que usan un lenguaje vivo, vital, lleno de humanidad y de fortaleza, sin melindres, sin afectaciones, sin rositas rococó...
-Tienes razón. No se dan cuenta de que son dos clásicos de nuestro tiempo.
Y tenía razón él. Porque el padre Castellani, como Doll, escribe mal, como escribían mal Quevedo y Cervantes y Gracián y tantos otros de esa estupenda galería de españoles gracias a cuya audacia, a cuya falta de melindres, de puntillosidades, se fue renovando, se fue haciendo y se fue enriqueciendo el idioma que hoy usamos. Si les hubieran hecho caso a los gramáticos o a los literatuelos adocenados ¡aviados estaban y estábamos! Sí, Castellani usa un lenguaje que es como un torrente cálido y fresco a la vez de vida, un lenguaje que conmueve directamente nuestra sensibilidad, que alcanza hasta lo más profundo de ella, pero lo interesante es que, además, ese lenguaje dice, expresa, transmite algo. Castellani no sólo nos enriquece con ese estilo suyo, que a veces semeja travesura, fuertemente personal, más allá de todas las preceptivas y todas las retóricas del merengue, sino que además nos enriquece el alma. Estas “Oraciones” de su libro no son, en el fondo, más que su diario lírico. El diario lírico de un momento excepcionalmente doloroso de su vida. ¡Pero qué diario! Este es un libro sobrecogedor. Lo deja a uno pasmado. ¡Qué expresiones, qué aciertos, qué hondura, qué fe, y por sobre todo eso, cuánta poesía fuerte, vital, vitalizadora, cuánta de esa poesía que ineludiblemente necesita el hombre para no perecer de hambre espiritual y de desesperación moral en un mundo corroído por espantosas miserias de toda laya! ¡Qué libro de fe, de optimismo, de sabiduría, qué manantiales de vida renovada y esperanzada en Dios va sacando este hombre del horrible pozo de su angustia! ¡Y cómo nos enriquece! ¡Y cómo nos alimenta! Libros como ése son necesarios para la sed de amor y de fe de nuestro tiempo.
Repito que no soy un crítico ni lo pretendo. Pero siento mucho no serlo y me limito a señalar que en
Gente como ésa cree que la poesía es labradora de encajes y puntillas, adorno de cremas y dulzura de caramelo. Para rematar al disparate añadía que todo lo objetado por él “empaña la sonoridad de una voz que parece nacida de nobles afanes”.
Le parece, nada más. A nosotros nos parece que el gacetillero paseó la mirada por el libro sin ver nada. No vio césped inglés cuidadosamente recortado, no vio rosas graciosamente decoradas y perfumadas, no vio las tersuras habituales en tanto versificador sin poesía, no vio, en una palabra, elegancias, artificios, y se dijo: “¡Cátate, qué será esto?”. Pero como tenía que escribir algo, dijo lo que mañana o pasado, cuando todos estemos ya en nuestro lugar de sombra, pueda ser el hazmerreír de las generaciones que ubiquen a Castellani y a su poesía en el sitio que por justicia le corresponde.
No soy un crítico y sólo puedo aconsejar que se lea este libro. Es UN LIBRO. Nada más y nada menos que un LIBRO, expresión de un ALMA, de una FE y de una POESÍA humanamente expresadas, demasiado humanamente expresadas, quizá...Por eso no lo entenderán ni lo gustarán los devotos del alambicamiento, los partidarios de la retórica por la retórica misma, los inefables admiradores del purismo y la vaciedad sonorificadas...Los “inteligentes”, en una palabra. O, mejor dicho, los que en nuestro país usurpan, alevosamente, el lugar de la “intelligentsia”.
Anticipándose a toda esa pobreza de espíritu, Castellani ya cantó genialmente en “Arte Poética” (número 13 de “Poesía Argentina”):
Reniega una vez más tu fortuna,
da de mano las frases bellas
y cual los perros a la luna
dí tu verdad a las estrellas.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Acosado en brete fiero
por
¿oh Jeromio, compra un acero
aunque debas vender la túnica!
Haz sonar tu rudo montante
en vez de fina lira de oro
contra la estupidez campante
¡la estupidez testuz de oro!
Y armó su retórica viril de esa manera:
¡Ah! crén que yo soy un artista
¡ah! crén que soy un literato.
Me dan consejos, que me vista,
que me presente hecho un retrato...
¡Ah! No es un cisne nacarado
con tornasoles en el ala,
es un carancho aprisionado
mi alma que Dios acorrala.
Sea tu verso un gesto viril
y no una actitud escultórica,
de alma y carne, no de marfil...
Y todo lo demás es retórica.
Retórica. Es decir, literatura. En su inadmisible, en su peor acepción: falsedad, pose, esnobismo, elegancia de afectados. La poesía del “Libro de las Oraciones” está hecha de alma y de carne, no de marfil. No de fantasías, no de pobrecitos juguetes de la moda, estériles y perecederos. ¡Ah, qué bien conoce Castellani a sus críticos! Para ellos escribió su “Arte Poética”. Pero...¿aprovecharán la lección? Lo dudamos.