“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

domingo, 1 de noviembre de 2009

EXTRA CINEMATOGRAFICAS


SOBRE LIBROS Y LECTURAS



LA LECTURA PROVECHOSA.
INUTILIDAD DE LAS SUTILEZAS DIALÉCTICAS.

Séneca. Epístolas morales a Lucilio. Libro V, Epíst. 45.


La penuria de libros que hay ahí motiva tus quejas. No importa cual sea su número, sino la buena calidad de los que tienes. La lectura que no se dispersa, aprovecha; la variada, deleita. Quien pretende llegar al lugar de destino, debe seguir un mismo camino, no corretear por muchos; que esto no es andar sino extraviarse.

“Preferiría”, replicas, “antes que consejos, que me dieses libros”. En cuanto a mí estoy dispuesto a enviarte cuantos libros poseo y a revolver todo mi repuesto. Hasta yo mismo si pudiese me trasladaría a ese lugar y, de no esperar que tú vas a conseguir en breve el cese de tu cargo, hubiera decidido en mi vejez ese viaje, sin que Caribdis ni Escila ni aquel legendario estrecho hubiesen podido atemorizarme. Tales parajes los hubiera recorrido a nado, no sólo atravesándolos, con tal de poder abrazarte y apreciar personalmente los progresos de tu espíritu.

Con todo, por el hecho de pedirme que te envíe mis libros no me considero más erudito que hermoso me consideraría si pidieras mi retrato. Sé que ello es indicio de tu benevolencia, no de tu reflexión, y, aun cuando sea fruto de tu reflexión, lo es porque te lo ha impuesto la benevolencia.

Mas, cualquiera que sea su calidad, debes leerlos como si yo investigara aún la verdad sin haber llegado a conocerla, y la investigara con tenacidad. Pues no me he sometido a ninguna autoridad, ni llevo el nombre de maestro alguno. A la opinión de los grandes genios otorgo gran crédito; un poco lo reivindico también para la mía. Porque tampoco ellos nos legaron verdades definitivas, sino verdades que descubrir, y quizá hubieran hallado las necesarias, de no haber buscado también las superfluas.

Les hicieron perder mucho tiempo las sutilezas verbales, las discusiones capciosas que ejercitan en vano la agudeza. Anudamos dificultades, atribuimos un significado ambiguo a los términos que luego aclaramos. ¿Tanto tiempo libre nos queda? ¿Ya hemos aprendido a vivir y a morir? Con todo empeño debemos encaminarnos hacia este objetivo, para lo cual hemos de evitar que las cosas, y no las palabras, nos confundan.


LOS VIAJES Y LAS LECTURAS

Séneca. Epístolas morales a Lucilio. Libro I, Epíst. 2.

Por las nuevas que me das y las que escucho de otros, concibo buena esperanza de ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar de lugar, agitación ésta propia de alma enfermiza: considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí.

Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad. Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores, si queremos obtener algún fruto que permanezca firmemente en el alma. No está en ningún lugar quien está en todas partes. A los que pasan la vida en viajes les acontece esto: que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es necesario que acaezca otro tanto a aquellos que no se aplican al trato familiar de ingenio alguno, sino que los manejan todos al vuelo y con precipitación.

El cuerpo no aprovecha ni asimila el alimento que expulsa tan pronto como lo ingiere; nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios; no llega a cicatrizar la herida en la que se ensayan las medicinas; no arraiga la planta que a menudo es trasladada de sitio; nada hay tan útil que pueda aprovechar con el cambio. Disipa la multitud de libros; por ello, si no puedes leer cuantos tuvieres a mano, basta con tener cuantos puedas leer.

“Pero”, argüirás, “es que ahora quiero ojear este libro, luego aquel otro”. Es propio de estómago hastiado degustar muchos manjares, que cuando son variados y diversos indigestan y no alimentan. Así, pues, lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros. Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos que frente a las restantes calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo aquel día.



EL QUE TIENE MUCHOS LIBROS

Francesco Petrarca, “Remedios contra la buena y la mala suerte”.




Gozo. Tengo gran cantidad de libros.
Razón. Bien está que hablemos ahora de este asunto. Unos buscan los libros para saber, y otros por deleite y por vanagloria. Son para adornar el alma, y hay quien con libros decora las habitaciones, como si se tratase de vasos corintios, pinturas, estatuas o cosa semejante. Los peores son aquellos que con los libros satisfacen su avaricia y que no los valoran por lo que son, sino que los tienen por una mercancía. Es esta una peste muy reciente que está infectando el deseo de los ricos, de modo que la avaricia ya tiene un nuevo instrumento y una nueva artimaña.
Gozo. Tengo gran cantidad de libros.
Razón. Una pesada carga, aunque sea deleitosa, y una alegre distracción del espíritu.
Gozo. Es enorme el número de mis libros.
Razón. También es grande la abundancia de trabajos y la privación de reposo, pues tendrás que conducir la mente hacia aquí o hacia allá, y abrumarás tu memoria con un asunto o con otro. ¿Qué quieres que te diga? Los libros han hecho sabios a unos y locos a otros que tomaron de ellos más de lo que podían digerir. A nuestra mente, como al estómago, le hace más daño la hartura que el hambre, y el uso de los libros, igual que con la comida, se debe limitar a las necesidades de nuestra complexión. Como en todo, lo que es poco para uno es mucho para otro. En consecuencia, el hombre sabio no desea lo excesivo, sino lo necesario, pues aquello a menudo es perjudicial y esto es provechoso siempre.
Gozo. El número de mis libros es inmenso.
Razón. Llamamos inmenso a lo que crece de medida. Juzga tú mismo si en las cosas humanas puede haber algo que, no teniendo mesura, resulte armonioso y proporcionado. En todas las cosas vemos que deben evitarse el exceso y la desmesura, teniendo siempre ante los ojos aquello del poeta cómico: “Nada en demasía”.
Gozo. El número de mis libros es incalculable.
Razón. ¿Tienes acaso más que Tolomeo Filadelfo, rey de Egipto, quien, como se sabe, reunió en la biblioteca de Alejandría cuarenta mil libros, todos ellos conseguidos con enorme y prolongado esfuerzo en diversos lugares, y que ardieron en un solo día? Livio dice que fue el excelente resultado del buen gusto y el esmero de los reyes, pero Séneca lo contradice y opina que no se debe a esmero alguno, sino a una muy solícita extravagancia, y aún peor, a la mera ostentación de los tesoros hallados. Las palabras de Livio y los hechos de Tolomeo pueden justificarse de algún modo con la riquezas propias de un rey, su intención de favorecer el público provecho también es loable, si reparamos en que con gran cuidado y con mucho gasto consiguió que las Sagradas Escrituras, tan provechosas como necesarias, fuesen traducidas de las fuentes hebreas al griego por sabios muy escogidos. Pero ¿qué dirás si son los ciudadanos privados los que igualan y aún exceden la suntuosidad de los reyes? Sereno Samónico, que fue un hombre inmensamente instruido y codicioso de nuevos saberes, tuvo, según leemos, más de sesenta y dos mil volúmenes, y a su muerte los dejó a Gordiano el joven, cuyo padre había sido uno de sus mejores amigos. Gran herencia, sin duda, y suficiente para un tropel de ingenios; pero a uno solo, ¿quién negará que lo ahogaría? Dime, te ruego: si este hombre no hiciese nada más en toda su vida, si no se ocupase en escribir nada, si no procurase leer o entender lo que tantos libros encerraban, ¿no tendría ya bastante trabajo en conocerlos, y en saber sus títulos, y los nombres de sus autores, y el tamaño y el número de los volúmenes? ¡Oh qué hermoso menester, que convierte al filósofo en bibliotecario! Créeme si digo que esto no es alimentar el espíritu con escritos, sino anularlo y ahogarlo con su mucho peso, o atormentarlo y embotarlo con el exceso de cosas, como al sediento Tántalo rodeado de agua.
Gozo. Poseo innumerables libros.
Razón. E innumerables errores, porque unos los cometen los malos y otros los ignorantes. Los del primer tipo son contrarios a la fe, a la piedad y a las Sagradas Escrituras; y los demás son contrarios a la naturaleza, a la justicia, a las costumbres, a las artes liberales y a la historia de las cosas pasadas. Unos y otros errores son al cabo contrarios a la verdad. Distinguirlos es difícil y peligroso, particularmente con los del primer tipo, pues se tratan cosas de mayor gravedad y la verdad está entreverada con la falsedad. Y aun dejando bien asentada la integridad de los autores, ¿quién podrá remediar la negligencia y la ignorancia de los copistas, que todo lo corrompen y confunden? Pienso que por temor a esto muchos ingenios han renunciado a grandes obras. Triste desgracia de nuestro tiempo, negligente en las letras y solícito en la cocina, y que pone más interés en examinar a los cocineros que a los escribas. Cualquiera que haya aprendido a garabatear sobre el pergamino o a blandir la pluma, aunque carezca de conocimiento, ingenio y arte, es tenido por escribano. No me quejo de la ortografía: ya hace tiempo que está difunta. Si los copistas escribiesen tan solo lo que se les manda, mostrarían lo poco que saben sin oscurecer la sustancia de las cosas. (...)
Gozo. Tengo una enorme cantidad de libros.
Razón. ¿De qué sirve si no caben en la mente? ¿Te acuerdas de aquel Sabino de quien Séneca cuanta que presumía del talento de sus esclavos? ¿Qué diferencia hay entre él y tú, salvo que tú eres aún más necio, pues él se gloriaba de sus siervos, que al fin y al cabo eran suyos, y tú presumes de la sabiduría de tus libros, en los que nada tuyo hay? Algunos piensan que saben y entienden todo lo que está escrito en sus libros porque los tienen en casa, y cuando se trata de cualquier asunto, dicen: “Ese libro está en mi anaquel”, creyendo que esto basta para indicar que lo tienen en su mente. ¡Oh qué gentes tan ridículas, que después de confundir su biblioteca con su inteligencia callan y miran con aires de superioridad!
Gozo. Tengo gran abundancia de libros.
Razón. Preferiría que abundases en ingenio, en elocuencia, en doctrina y sobre todo en rectitud y en honestidad. Pero estas cosas no están a la venta como los libros, y en el caso de que las estuviesen, no sé si tendrían tantos compradores. Es que los libros adornan las paredes, y aquellas otras cosas adornan las almas, que, como no se ven, se descuidan. Si la abundancia de libros pudiese hacer a los hombres sabios y buenos, entonces los más ricos serían los más letrados y los más virtuosos. Pero lo que vemos cada día es lo contrario.
Gozo. Tengo libros que son de gran ayuda para el estudio.
Razón. Asegúrate de que no sean impedimentos. Igual que un número excesivo de soldados impidió a algunos la victoria, así los demasiados libros fueron para muchos un estorbo en su aprendizaje. Es frecuente que de la abundancia nazca la escasez. Si de todos modos consigues muchos libros, no deben ser menospreciados: guárdalos, usa los mejores y ten a mano los que con el tiempo te pueden aprovechar, evitando que te perjudiquen si no es el mejor momento para leerlos.
Gozo. Tengo muchos y muy diversos libros.
Razón. Los muchos caminos a menudo engañan al caminante, y el que iba seguro por un sendero, dudará ante un desvío, y mucho más si topa con tres o con cuatro. Del mismo modo, quien leyendo un solo libro pueda hallar gran provecho, quizá revuelva muchos sin obtener ningún fruto. La diversidad estorba a los que estudian; a los que ya saben les basta con poco, y el exceso no es bueno ni para unos ni para otros. Verdad es que los hombros más recios soportan mejor la carga.
Gozo. He reunido gran número de libros excelentes.
Razón. Que yo sepa, nadie alcanzó la excelencia por el número de sus libros, salvo aquel rey de Egipto de quien ya he hablado, y aun este no debe tanto su fama a la riqueza de su biblioteca cuanto a la célebre traducción: fue sin duda un logro maravilloso de muchos ingenios, si después la de uno solo no fuera mayor milagro. Si quieres vanagloriarte de tus libros, sigue otra vía: no te precies de tenerlos, sino de entenderlos; no los guardes en tus anaqueles, sino en tu memoria; no en tu biblioteca, sino en tu entendimiento. De otro modo, nadie merecería más la fama que el librero que los vende o el armario que los contiene.
Gozo. Guardo muchos libros excelentes.
Razón. Tienes muchos prisioneros. Si pudiesen liberarse y hablar, te llevarían a juicio por haber construido una cárcel privada. Pero así, callados, lloran por muchas cosas, y especialmente por el hecho de que un avariento indolente posea en tanta abundancia aquello de lo que carecen muchos estudiosos esforzados.



“SE PUEDE tener una buena biblioteca y estar en la miseria”
(Castellani – La resurrección de Don Quijote).


“En Egipto, a las bibliotecas se las denominaba “tesoro de los remedios del alma”. En efecto, curábase en ellas la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y origen de todas las demás.” (Bossuet)

“Alguien dijo que los libros son el opio de Occidente; me parece más verdad que son (entre otras cosas) las aspirinas del mundo. La aspirina no puede quitar los grandes dolores pero los alivia todos y elimina los pequeños. De donde otro poeta francés se atrevió a compararlas ¡con la Eucaristía! Creo que debe ser un pecado haber leído tantos libros, algunos muy malos; pero Dios me perdonará por mi gran necesidad de aspirinas.”
(Castellani. “La imagen de una niñez feliz”, prólogo a “La ciudad de mi infancia” de Magda Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez”).

“Otro dicho que no creo verdad es el de que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. Hay libros del todo malos. No digo los enteramente canallas como La pucelle de Voltaire, Lourdes de Zola, The fair Haven de Samuel Butler, y otros que ni nombrar se debe. Hablo de libros honrados, pero malos.”
(Castellani, Ibidem)


Kempis, “Imitación de Cristo”



“Todo hombre, naturalmente, desea saber. Mas, ¿qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios? Por cierto mejor es el rústico humilde que sirve a Dios que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo.

No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo y engaño.

Los letrados huelgan de ser vistos y tenidos por tales. Por eso, muchas cosas hay, que saberlas, poco o nada aprovecha al alma, y es muy ignorante el que en otras cosas entiende, salvo en las que tocan a su salud.

Las muchas palabras no hartan el alma, mas la buena vida le da refrigerio y la pura conciencia causa gran confianza en Dios.

¿Qué aprovecha la curiosidad por saber cosas oscuras; pues que del no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos?

No es de culpar la ciencia u otro cualquier conocimiento de la cosa, aunque sea pequeño; porque la tal ciencia en sí considerada, buena es y de Dios es ordenada; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Pero como muchos estudian más saber que bien vivir, por eso yerran muchas veces y poco o ningún fruto hacen.

Ciertamente el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente vivimos.

De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los profundos. No te cuides de mirar si el que escribe es de grande o pequeña ciencia, mas convidete a leer el amor de la pura verdad. No cuides quién lo ha dicho, mas mira qué tal es el dicho.

Si quieres aprovechar, lee llanamente, con humildad, fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado; pregunta de buena voluntad y oye callado las palabras de los santos y no te desagraden las doctrinas de los viejos: porque no las dicen sin causa”.

L.I, Cap. II,III,V.