“El diablo patrocina el arte abstracto, porque representar es someterse”.
Nicolás Gómez Dávila
Hay en al artista verdadero un sometimiento libre, voluntario; sometimiento que se realiza en función de la ansiada libertad creadora, libertad que vive dentro del artista pero que necesita de ese sometimiento a la verdad, al ser de las cosas, para dar buen fruto.
Tras ese someterse, debe surgir la libertad del artista, una libertad que es tal porque está anclada en la verdad, ser y misterio de las cosas.
Quien se somete a unas normas, a unas formas y a unos límites precisos, sólo con el fin de “copiar” sin que eso pase “a través” de sí mismo, se engaña y engaña lastimosamente. Ése se somete, pero para ser tiranizado por la naturaleza. Podrá tener talento, pero lo que hace no tendrá vida.
El artista accede al misterio de las cosas sólo a través de la libertad. Y es capaz de ejercer la verdadera libertad sólo cuando se ha sometido a la verdad que hay en las cosas, una verdad que es objetiva, y que se da en la medida en que sus exigencias son aceptadas.
El pintor se somete al rigor de la forma, y a ese rigor de la forma le impone lo que su libertad recrea en su espíritu: una emoción, un recuerdo, el secreto desvelado de lo más grandioso o lo más pequeño, la intimidad de las cosas que habla en su corazón a través de su mirada. Lo que está más allá de lo evidente y sólo él –el artista- puede descubrir. Lo invisible que se expresa a través de la materia. Lo que un materialista no puede ni podrá percibir nunca.
“El poeta –escribió en algún lugar el padre Castellani- es herido por una emoción intensa que le viene de las cosas sensibles, le llega al fondo del alma; se produce en consecuencia en el fondo del alma una especie de vacío inefable donde flotan las imágenes que provocaron la emoción, así como un chisporroteo de imágenes y palabras sueltas. El poeta quiere expresar ese conocimiento cálido que tiene, transmitirlo a otros, no como él es, porque es imposible, sino fabricando una especie de artefacto o maquinaria de palabras que sirva para descargar en los oyentes una emoción y un conocimiento semejantes”.
Cuando volvíamos de la exposición de las obras de Fortunato Lacámera, pudimos leer en una pared de Buenos Aires una pintada firmada por anarquistas, que decía así: “OBEDECER NO ES VIVIR”. Precisamente lo que ocurrió con el pintor boquense Lacámera fue el camino inverso.
Hijo de inmigrantes criado en un ambiente de portuarios anarquistas, su obra empezó a ser buena –y a vivir- cuando dejó de lado la influencia anarquista y libertaria de sus comienzos, y sus ensayos de paisajes casi impresionistas. Cuando Lacámera se encerró y se sometió a las cosas -y no a las ideas sobre las cosas que le habían insuflado-, pudo entonces crecer como artista, y la belleza se le sometió a él. Le bastó con abrir los ventanales de su estudio y dejar entrar la luz del sol, para atisbar que el misterio, no por ser incomprensible, deja de ser simple. Y simplificando ahondó en solitaria búsqueda, en el silencio en que las cosas hablan.
Irrecuperable para el progresismo, que desde sus revistas culturales publicita –para estar al día, como corresponde a todo imbécil- el llamado “arte moderno”, el arte de Lacámera provoca que el periodista de “Ñ” que informa de la muestra –reconociendo el talento del maestro pintor- termine diciendo cosas como ésta:”Deja entrever, detrás de una profunda soledad, la inclinación por Thanatos que estaba debajo del optimismo de una época que ahora a la distancia miramos con incrédula nostalgia. Por otro lado, pinta un contexto en el que no tenían cabida las rupturas de la abstracción y las inquietudes vanguardistas de la pintura europea. Sin embargo, aunque él no lo supiese, lo que pintaba era un mundo en el que no había salida para tipos como él, donde sus habitantes estaban atrapados en los estrictos límites de la historia. La sucesión de proyectos fracasados, la decrepitud de un capitalismo periférico, que el pesimismo posmoderno ha amasado, cancelando hasta la idea misma de progreso social, están latentes en la atmósfera de esos cuadros deslumbrantes”.(Revista Ñ, 24 de octubre de 2009).
No, periodista de Ñ Eduardo Iglesias Brickles, ni “la sucesión de proyectos fracasados”, ni “la decrepitud de un capitalismo periférico” ni nada de lo que usted menciona están “latentes en la atmósfera de esos cuadros deslumbrantes”, esas son cosas que pone usted en su discurso para no tener que confesar lastimosamente que no hay fracaso en aquello que no se somete a la corriente progresista de la historia, como la revista donde escribe. Son precisamente los progres como usted los que están “atrapados en los estrictos límites de la historia” porque surcan sin brújula ni timón el proceloso mar de los cambiante. La fijeza y la quietud, cuando lo bello y lo misterioso se asientan en ellas, están por encima de la historia. Y el arte, por si no lo sabía, está por encima de lo que llaman “Progreso”.
Interior,1950
Interior,1929
El pintor en su estudio junto al escultor Julio César Vergottini, hermano del gran dibujante e ilustrador Carlos Vergottini (Marius).
“Tengo por norma no pintar lo que no siento. Las cosas que reproduzco, están generalmente asociadas a algún recuerdo: son objetos que pertenecieron a familiares o amigos; por ejemplo es la copa en que suele beber mi hijo.
Y si no son “recuerdos”, deben por lo menos ser cosas a las que me he acostumbrado. No pinto nunca lo que veo por primera vez; dejo venir viejas las cosas para interpretarlas.
Siendo mi temperamento esencial intimista, son los tonos bajos, los ocres, mis preferidos. Afronto las dificultades que su empleo ofrece para conseguir plenamente la expresión de mis sentimientos. No sería sincero si empleara una paleta brillante, efectista, pues no me preocupa en absoluto el agradar, mi obra es simplemente una confidencia.
El dominio del oficio logrado en 40 años de plantearme y resolver problemas (el pintar es siempre un aprendizaje) me permite conocer cuanto recurso sirve para deslumbrar al profano, pero juzgo que el arte genuino nada tiene que ver con lo bonito convencional. Si algo caracteriza a mi obra es precisamente la prescindencia absoluta del fácil y provechoso recurso”.
Fortunato Lacámera
“Es en el ámbito recogido de su taller de Pedro de Mendoza, en ese caserón que suministra estudio a otro grande de la pintura argentina, Miguel Victorica, donde Lacámera va a consagrarse al examen de la luz y, a través de una muy íntima percepción del fenómeno físico, a la construcción de los climas que multiplicarán las posibilidades comunicativas de sus obras, insuflándoles ese aire denso y a la vez penetrable por su lirismo.
Todo recibe un tratamiento claro, riguroso. No hay lugar para los desbordes temperamentales ni soluciones encontradas al azar, y predomina en todos los casos aquel profundo entendimiento con los sujetos escogidos, tomados del diario contexto.
Refiriéndome a ese acuerdo hablé una vez de un sentimiento que nunca se manifestó en forma blanda ni mucho menos, condescendiente, “de un sentimiento estable, no estático, que revela una sólida relación y no sólo con el mundo de las cosas inanimadas”, para concluir luego que fue esa relación la que permitió al autor “dar su síntesis de la realidad, tanto de la realidad aparente como oculta, escondida detrás del muro que suelen levantar el hábito y la indiferencia”.
Hugo Monzón
De mi estudio
“...una atmósfera de paz, silencio, de recatada quietud, se desprende (...) de sus obras. Surge este espíritu, claro está, de las particularidades definidoras de su arte. Líneas rectoras horizontales y verticales rigen la composición de muchos de sus cuadros, las formas –rigurosamente figurativas- han sido sometidas a una simplificación severamente estilizadora que torna limpios e impecables sus perfiles”.
Cayetano Córdova Iturburu
Interior
FORTUNATO LACAMERA.
ITINERARIO HACIA LA ESENCIALIDAD PLASTICA (1887-1951).
Museo de Bellas Artes de La Boca “Benito Quinquela Martín”
Av. Pedro de Mendoza 1835 – Martes a Viernes de 10 a 18 – Sábados y Domingos de 11 18.
Hasta el 29 de Noviembre.