DESEO
Director: Frank Borzage – 1936
ENCENDER Y APAGAR
(O de cómo la intervención “americana” en los asuntos de “
Estamos ante una comedia fina y brillante que en nada nos sorprende. Es evidente que eso que se ha dado en llamar “el toque Lubitsch” existe, y que cualquiera que haya visto algunas de sus comedias comprenderá. Aquí él la produce, y bien vemos que ese buen director que era Borzage lleva a cabo una comedia muy de aquellos años ’30, que podrían haber firmado –con leves matices- Capra, Hawks, King Vidor o más tarde Preston Sturges.
El título de por sí, “Desire”, no nos dice nada, o más bien nos alienta a presenciar un melodrama y no una comedia perfectamente orquestada y de un ritmo increíble (ritmo y construcción que también hemos visto –no tan logrados, desde ya- en nuestro cine, por caso recientemente en “Yo quiero morir contigo” de Mario Soffici). Pero, más allá de la felicidad de la construcción y los aciertos del montaje, hay una facilidad en la resolución, hay un tomar la vida bastante a la ligera, hay una confianza exorbitante en las propias fuerzas, un deseo de hacer creer que el bien (representado por el estadounidense, acá Gary Cooper) que es ingenuo, audaz, emprendedor, entusiasta, fuerte, apuesto, que ese bien que representa a los Estados Unidos, o tal vez a “lo americano”, finalmente triunfa con el consabido happy-end. Y lo hace sin la intervención de Dios, porque ese es el mayor problema de esta película (y de casi todo el cine).
Está muy bien que Marlene Dietrich se corrija y deje de robar por amor, pero esas conversiones súbitas...Acaso ella esté más en lo cierto que el personaje de Cooper, que se ha enamorado en definitiva de una bella imagen, de un icono, de una hembra. Y ya quisiéramos ver a esa pareja unos pocos años después (sino meses), ya quisiéramos ver a ella ama de casa, quisiéramos ver esa familia. No. Probablemente todo se resolvería pronto con un divorcio “a la americana”. En todo caso, cuando la película termina debería empezar la segunda parte, la más interesante, después del “casamiento”, esa parte de la historia que los yanquis casi siempre ignoran.
Está claro que Europa por aquellos años atravesaba un período de crisis, decadencia, inmoralidad, debilidad. Por su propia culpa, y no de los norteamericanos. Una Europa que estaba a punto de ser conquistada y devastada por esos sus “salvadores”. El personaje de Cooper admite al villano europeo que “cuando los americanos son arrastrados a intervenir deben hacerlo”. Y así lo hace, facilongamente. La propia película es una forma –inteligente- de justificar la intervención norteamericana.
Nos deja esta comedia, entonces, el mérito de mostrar el perdón del hombre para la ladrona enamorada, por supuesto en función del final feliz; un ritmo intrépido, una primera escena magistral, y un sabor azucarado de lo fácil y ramplonamente optimista o tranquilizador. Una pompa de jabón que enseguida se rompió, la ilusión idiota de los americanos de encender y apagar la luna cuando querían, en unos estudios de cine, a la manera de Dios. Pero sin Dios.