“A fuerza de verlo todo, se acaba por soportarlo todo, y a fuerza de soportarlo todo, se acaba por admitirlo todo”.
“A pesar de unos pocos ejemplos contrarios, el peligro, al juzgar obras de arte contemporáneo, no está en que lo bueno parezca malo, sino en que lo malo parezca bueno”.
Nicolás Gómez Dávila
“El orden y sólo el orden, causa, en definitiva, la libertad”.
Charles Péguy
“Tú eres la verdad que presides sobre todas las cosas. Yo por mi avaricia no quise perderte, pero, igualmente, quise poseer contigo la mentira –de la misma manera que nadie quiere la mentira hasta el punto de ignorar lo que es la verdad. Por eso te perdí yo, porque no toleras ser poseído con la mentira”.
San Agustín – Confesiones, X, 41.
“Ya se me había ido de la memoria el persuadirle que no malgastara su talento en su ciego entusiasmo por juegos tan fútiles. Pero tú, Señor, que presides y tienes el timón de todas las cosas que creaste, no te habías olvidado de Alipio, que entre tus hijos había de ser pastor y ministro de tus sacramentos. Y para que, sin duda alguna, su enmienda se atribuyese a ti, tú la obraste por mí, pero sin saberlo yo. Cierto día en que, como de costumbre, estaba sentado en mi lugar y tenía mis discípulos delante, vino Alipio, me saludó, se sentó y comenzó a escuchar con atención lo que yo decía. Sucedió que, para explicar el tema o lección que traía entre manos, me pareció oportuno acudir a los juegos circenses para mejor exponerla y hacerla más clara y agradable. Esto me dio pie para hacer cierta burla y sarcasmo de aquellos que eran esclavos de tan insano deporte. Tú bien sabes, Señor, que yo entonces no pensé en Alipio, ni tuve intención de curarle de tamaña locura. Pero lo que yo dije, se lo aplicó él a sí mismo y creyó que no lo había dicho sino por él. Cualquier otro lo hubiera tomado como pretexto para enfadarse conmigo, pero el joven honesto lo tomó para enojarse contra sí mismo y para prendarse aún más de mí.
Ya lo habías dicho tú mucho antes y lo habías dejado escrito en tus Escrituras: Corrige al sabio y te amará. No era yo quien le había reprendido, sino tú, que te sirves de todos, unas veces sabiéndolo ellos y otras no. Por una orden justa que tú solo sabes, te serviste de mi corazón y de mi lengua como de carbones encendidos, para abrasar las entrañas de aquel joven de tan buenas esperanzas y sanar así sus llagas”.
San Agustín – Confesiones, VI, 7.