El saber del cine –es decir, el mirar del cine- no es un saber libresco, no es un saber de catálogo que de inmediato nos informa infaliblemente –y nos tranquiliza- acerca de lo que vemos en el momento en que lo vemos. La imagen que proponemos al lector en lo que afirmamos nos la brinda “Vértigo”, acaso una de las mejores muestras acerca de lo que el cine se trata.
No es un libro lo que nos ha enseñado lo que el cine es, sino el cine mismo. Por eso ante la comodidad o pereza crítica, el cine (entre nosotros, Hitchcock), demuele los presupuestos “culturales” que se traen encima, en cuanto éstos conforman un saber que no tiene sabor y que, por lo tanto, es inútil. Inútil, decimos, para entender lo que el cine es y nos quiere “decir” a su manera. Como el protagonista de “Vértigo” que consulta libros de historia o catálogos de museo para saber qué es lo que tiene enfrente, el mirón que no mira dentro de sí mismo se derramará vertiginosamente en las trampas múltiples que le son interpuestas no por el azar –palabra barata si las hay- sino por una inteligencia superior a la suya. Entre esas trampas posibles, desde luego, se encuentra el cine –el cine que traiciona al cine.