“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

lunes, 20 de diciembre de 2010

MICROCRITICAS

MICROCRÍTICAS


ARMA MORTAL (Richard Donner, 1987)

Es una película de acción simpática, muy entretenida, hecha de fórmulas que tan buen resultado le han dado al cine yanqui: la pareja de policías conformada por dos protagonistas antagónicos y carismáticos, generalmente un negro y un blanco (Mel Gibson y Danny Glover); bastante humor; algo de drama; villanos impiadosos y más poderosos que los héroes; una familia; alguna mujer bonita; peleas a lo “Rambo”, “Rocky” y “Duro de matar”; tiroteos y explosiones. Todo con su correspondiente final feliz.
La película transcurre durante el tiempo de Navidad, aunque nadie se acuerde de Dios, excepto para decir que está todo mal con Él. La resolución final positiva (el personaje de Mel Gibson, con ánimos suicidas durante toda la película, decide al final que es mejor vivir) está muy bien, pero en el marco de una Navidad laica. Al fin y al cabo, los dos protagonistas han llegado sanos y salvos al final merced a la fuerza de sus puños y sus armas. La pelea final entre Riggs (Gibson) y el archimalvado, al estilo “Duro de matar” (bueno, el primer elegido para protagonizar este film era Bruce Willis), pelea ya innecesaria, viene a demostrar cómo los yanquis creen ciegamente que todo debe arreglarse a puño y patada limpia, por las propias fuerzas (increíbles fuerzas, ya que Riggs acababa de ser torturado salvajemente).
Según el cine yanqui, el bien siempre le da una paliza al mal. El bien –sin recurrir a Dios- siempre triunfa en este mundo. Ah, la soberbia gringa...
Afortunadamente, Mel Gibson descubriría años más tarde que sin Dios nada es posible. Lamentablemente, ahora parece habérsele olvidado un poco.

PAJARITO GÓMEZ (Rodolfo Kuhn, 1965)

Hace muchos años atrás, nos habían hecho creer que la película “La bomba del rock’n’roll” (The Girl Can’t Help It, Frank Tashlin, 1956) era una gran película irónica que desnudaba la forma en que se gestaba la creación y por lo tanto el gran negocio de una estrella de rock. En realidad lo que la película desnudaba era a Jayne Mansfield y sus generosas carnes, publicitando indirecta y simpáticamente la música de rock’n’roll. El viejo truco yanqui de, a través de eficacísimas comedias, vendernos lo que simulan criticar.
Pero no debíamos buscar afuera, lo que teníamos acá. Como esta “Pajarito Gómez”, talentosa descripción de cómo con un perejil cualquiera hábiles empresarios, ejecutivos de ventas, publicistas, managers, periodistas, etc., logran crear un idiotizante fenómeno de masas, una rebeldía controlada por el mercado.
El director se vale de recursos semidocumentales y de escenas perfectamente concebidas para darnos a conocer, a través de una feroz y seria ironía, lo que al final deja conocerse como una historia de horror.
Se plantea bien, además, el hecho de que se desplaza artificialmente la música popular (aunque alguno niegue esta categoría, la música lo es cuando surge desde el arraigo tradicional, como las coplas que se han ido transmitiendo desde antiguo, ya perdidas), decimos un desplazamiento por una cultura de masas que sólo sirve para desarraigar al pueblo de su tierra y volverlo un ser anómalo, falso, robotizado.
Realizada en el auge de la “nueva ola”, del “twist” y otras barbaries, podemos comprender –sin todas las implicancias anexas- el por qué del fenómeno masivo del rock que se da hoy. Un fenómeno que se ve reflejado en esta crónica del diario de la fecha: “A diferencia de cualquier show que uno puede ver en su ciudad, a pocos minutos de su hogar, éste de La Renga en Rosario empezó en el instante que cada “creyente” tomó la decisión de viajar. La aparición de los elegidos en escena fue sólo una parte más de ese ritual pagano que se empecina en seguir sumando capítulos. Como dicen ellos, tal vez vivir cueste pecado. Y vale la pena vivir antes que morirse por dentro” (La Nación, 20-12-2010).
La película podría haberse titulado “El show debe continuar”. Pero algún día, Dios mediante, terminará. Y para siempre.

DESDE MI CIELO (Peter Jackson, 2009)

Es una pavada sentimental dirigida por alguien muy amigo de los efectos especiales y nada amigo de la inteligencia. Ya lo dijimos en otra crítica: hoy se pone el foco en la “imaginación” pero en desmedro de la “inteligencia”. Todo puede ser mostrado como “verdad”, a través de los efectos especiales, pero no todo es “verdad”. Jackson (el de la perversa “King Kong” y la muy fácil, pero agradable espectáculo “El Señor de los Anillos”), pone a una chica de 14 años asesinada, en un lugar que no es el Cielo todavía, pero tampoco el Purgatorio. Es un lugar bello y “mágico” que inventa Jackson, donde no está Dios Creador de todas las cosas, Jesucristo, la Virgen María, los Santos ni los Ángeles. Recurre a hermosas imágenes, a juntar pobres chicas víctimas de un asesino serial, en un lugar que vendría a ser un cielo sin Dios. Es el cielo de los ateos. Jackson ha asimilado a Tolkien (de quien hace una breve referencia en la película) pero sin su cristianismo. Es decir, que toma la cáscara y deja el germen.
Muy bien filmada –nos referimos sobre todo a las escenas de suspenso-, con la excelente interpretación de Stanley Tucci como el asesino, y con la insufrible (como siempre) Susan Sarandon, protagonista de una especie de videoclip intolerable. Está producida por Steven Spielberg.

LA TEMPESTAD (Sam Taylor, 1928)

Intensísimo drama, muy bien escrito y dirigido, acerca del difícil romance entre un oficial del ejército del Zar (la historia transcurre en Rusia entre 1914 y 1917) y la princesa hija de éste. Diferencias entre este oficial anómalo, surgido de la clase campesina, y la sociedad aristocrática que no lo acepta –especialmente la bella princesa, que en secreto lo ama.
La película no es maniquea, y hace lo que puede para mostrar el terror de los revolucionarios. No sabemos si la historia de amor tan bien lograda es una excusa para hablar de la revolución comunista, o si la revolución es una excusa para que un contexto hostil dificulte la historia de amor. Lo cierto es que no se llega al fondo del asunto, pero hasta donde llega está bien.
Se destaca John Barrymore, gran actor. El sentido del “espectáculo”, sin embargo, típico del cine hecho con “estrellas” sin un director de genio detrás, resiente por momentos la autenticidad del film.