lunes, 28 de octubre de 2013
martes, 22 de octubre de 2013
ENSAYO - EL CINE Y LA MORAL
“El arte tiene como objeto
esencial, y como su misma razón de ser,
el de perfeccionar la
personalidad moral que es el hombre,
por lo cual debe ser él mismo moral”
S. S. Pío XI 1
Un
tema que no se puede soslayar, pero que da lugar a equívocos, es este de la
moral en el cine. En un tiempo donde la desvergüenza o la hipocresía se
establecen para sostener la idea de que la moral cristiana es retrógrada u
obsoleta y que, como todo cambia y evoluciona, la moral también lo hace, el
cine refleja fielmente estos postulados del mundo moderno, muy sutilmente y
casi desde sus comienzos (desde luego, con las excepciones del caso, como las que
ya dejamos asentadas en nuestros ensayos y críticas de películas).
Si el cine
tiene connotaciones peligrosas para nuestro comportamiento moral ello se debe a
que la moral ha sido desligada de la Verdad, y nosotros, receptores cuya oscura
mirada necesita ser iluminada por la fe, nos dejamos influenciar por aquello
que vemos y nos atrae sin el debido discernimiento. Si no amamos lo suficiente
la verdad, poco a poco nos dejamos arrastrar por aquello que se le opone. Las
mentes han sido hechas para la verdad, la cual y sólo la cual las hará libres.
La inteligencia, sin embargo, sin la gracia, camina ciega hacia el error, y el
error afecta al penetrar nuestra inteligencia nuestros actos. Se va formando
así, poco a poco, una visión del mundo contraria a aquella que creemos sostener
o sostenemos de palabra. De allí lo que Kierkegaard no se cansaba de fustigar:
un cristianismo sin cristianos.
LA CONVERSIÓN DE JOHN WAYNE EN EL LECHO DE MUERTE
La conversión de John Wayne en el lecho
de muerte
El 11 de
junio de 1979 (dentro de pocos días será su aniversario) murió el legendario
John Wayne, una de las más grandes estrellas de Hollywood. A los pocos días, se
supo que había abrazado el catolicismo en su lecho de muerte.
Muchos quisieron desautorizar esa noticia, y la duda permaneció durante algunos
años. Tiempo después, cuando las aguas volvieron a su cauce, dos personas muy
cercanas al actor contaron lo sucedido: Su nieto, el sacerdote Matthew
Muñoz, y su hijo, el también actor Patrick Wayne.
En una entrevista concedida a la prensa, Fr. Matthew Muñoz contaba: “Cuando éramos pequeños íbamos a su casa y sencillamente pasábamos el rato con el abuelo, jugábamos y nos divertíamos. Una imagen muy diferente de la que tenía la mayoría de la gente de él”.
En una entrevista concedida a la prensa, Fr. Matthew Muñoz contaba: “Cuando éramos pequeños íbamos a su casa y sencillamente pasábamos el rato con el abuelo, jugábamos y nos divertíamos. Una imagen muy diferente de la que tenía la mayoría de la gente de él”.
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El Padre Matthew Muñoz, nieto de John Wayne. |
El sacerdote, que vive actualmente en California, recordó que la primera esposa del actor –y su abuela- Josefina Wayne Sáez fue el principal instrumento que Dios utilizó para evangelizar a la estrella del cine. De origen dominicano, Josefina “tuvo una maravillosa influencia sobre la vida de mi abuelo, y lo introdujo en el mundo católico”.
John Wayne se casó con Josefina Sáez en el año 1933. Tuvieron cuatro hijos; el menor de ellos, Melinda, es la madre del Padre Muñoz. John se divorció de Josefina años más tarde. Por su fe católica, la joven decidió no volver a casarse hasta la muerte de su ex marido, por cuya conversión rezó siempre a Dios.
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Wayne y su hijo Patrick. |
Fr. Matthew Muñoz
tenía 14 años cuando su abuelo murió de cáncer. Siempre recuerda que Wayne tuvo
un gran aprecio por las enseñanzas cristianas. “Desde temprana edad, mi
abuelo tuvo un gran sentido de lo que era moralmente correcto. Se crió
en un mundo regido por principios cristianos y una especie de ‘fe
bíblica’ que, creo, tuvo un fuerte impacto sobre él”. También recuerda que
“pasado el tiempo, mi abuelo fue involucrándose en la recaudación de fondos
para los pobres y para las labores sociales de la Iglesia que organizaba
siempre mi abuela, y después de un tiempo, notó que la visión caricaturesca
que le habían infundido sobre los católicos no se correspondía con la realidad”.
De hecho, sus siete hijos y sus 21 nietos fueron bautizados en la Iglesia católica. Y su amistad con el director católico John Ford, que le lanzó a la fama con la película La diligencia (1939) se notó con el paso del tiempo.
De hecho, sus siete hijos y sus 21 nietos fueron bautizados en la Iglesia católica. Y su amistad con el director católico John Ford, que le lanzó a la fama con la película La diligencia (1939) se notó con el paso del tiempo.
ENSAYO - EL CINE Y EL HAPPY END
Carente de una tradición verdadera que lo fertilizara,
Estados Unidos de América, el “paraíso” que ocuparon los puritanos y al cual
dieron forma los masones, hubo de inventarse una. ¿Cuál es aquella cultura que
acudió en salvaguarda de América como nación? No hay unicidad en sus
manifestaciones, pues si bien América dio (y mató) a un Edgar Allan Poe o luego
a un Pound, también acunó el famoso “american way of life”, con su rock’n’roll,
sus jeans y su Coca-Cola, que muchos alrededor del mundo critican pero disfrutan
negándose a saber lo que representan.
¿Cómo entra el cine en esta trascendental cuestión de
cuya suerte ha dependido el destino de los EEUU como nación imperial
hegemónica? Si el cine se propuso como universal o ecuménico –que no católico-,
y si alimentó ese designio mediante la apropiación de cuanto talento anduviera
dando vueltas por el mundo, ese afán de lo grande o titánico (piense el lector
en los emblemas de las productoras de cine y lo entenderá mejor), debemos decir
que la habilidad técnica de sus hacedores se dio de la mano con una
característica explotada como nadie. Nos referimos a la exposición de los mitos
en el cine.
Sabemos que el hombre es por naturaleza religioso, por
ello su sed de lo simbólico que lo conecte con lo sagrado que intuye en lo
profundo del ser manifestado a su alrededor. Esta característica que bien ha
sabido encauzar la Religión (nos referimos a la única verdadera) y el Arte (que
nace siendo religioso), cuando éstos decaen o se oscurecen, no se llevan
consigo la apetencia y necesidad que hay en el hombre, pues está arraigada en
lo más profundo de éste la capacidad simbólica. Surgen entonces como sucedáneos
las pseudo-religiones o las religiones de la ideología política (movimientos de
masas gnósticos), la idolatría de las “estrellas” del cine, la política o el
deporte, más todas las variantes que puedan ocurrírsele al hombre en su
desvarío. La capacidad simbólica del hombre entonces puede ser bien o mal
encauzada, y el símbolo volverse hojarasca y devenir en alegoría.
El hombre en su esencia religiosa experimenta algo que
puede o no trascender a ese mundo que vive y que ve. Lo sagrado se manifiesta
entre otras cosas por medio de los símbolos, de allí que cuando no se
manifiesta o exterioriza lo sagrado se “sacraliza” lo profano (véase las
experiencias extremas del nazismo, el comunismo y hoy el democratismo liberal).
El cine, específicamente el cine americano, restauró a
través de Griffith la alianza con un modo simbólico de ver (y mostrar) las
cosas, fundamentalmente a través de la puesta en escena, el fuera de campo y la
identificación de los protagonistas del film como paradigmas. Justamente el
mito instala un comportamiento paradigmático o ejemplar que nos incita a
imitarlo. En referencia a esta relación de identificación-proyección del
espectador con los actores, Ángel Faretta decía que el cine no busca actores
sino arquetipos. ¿Acaso es difícil encontrar allí el presupuesto religioso que
moviliza a América, la encarnación de determinados arquetipos para consumo de
todo el mundo? “Al representarnos de inmediato una cualidad física que se
convertía en emblema moral, el espectador cree asistir a un universo que
deviene perfectamente estructurado de antemano”[i].
Esta “fotogenia” como relación moral que establece el espectador de inmediato
con el héroe de la pantalla es uno de los puntos más importantes que han hecho
que aquel cine triunfara en el mundo. Si los héroes son, como dijo alguien,
símbolos de la potencialidad que hay en el hombre de elevarse a lo sagrado, cabe
preguntarnos qué es lo sagrado que el cine nos propone, y no cabe una respuesta
unívoca al problema planteado, pero sí en cuanto a la tendencia u orientación
que mayoritariamente ha sostenido un cine que no se cansa de agonizar. La clave
está en esa “cualidad física” que se nos propone como aduana conducente a la
virtud.
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