“El arte tiene como objeto
esencial, y como su misma razón de ser,
el de perfeccionar la
personalidad moral que es el hombre,
por lo cual debe ser él mismo moral”
S. S. Pío XI 1
Un
tema que no se puede soslayar, pero que da lugar a equívocos, es este de la
moral en el cine. En un tiempo donde la desvergüenza o la hipocresía se
establecen para sostener la idea de que la moral cristiana es retrógrada u
obsoleta y que, como todo cambia y evoluciona, la moral también lo hace, el
cine refleja fielmente estos postulados del mundo moderno, muy sutilmente y
casi desde sus comienzos (desde luego, con las excepciones del caso, como las que
ya dejamos asentadas en nuestros ensayos y críticas de películas).
Si el cine
tiene connotaciones peligrosas para nuestro comportamiento moral ello se debe a
que la moral ha sido desligada de la Verdad, y nosotros, receptores cuya oscura
mirada necesita ser iluminada por la fe, nos dejamos influenciar por aquello
que vemos y nos atrae sin el debido discernimiento. Si no amamos lo suficiente
la verdad, poco a poco nos dejamos arrastrar por aquello que se le opone. Las
mentes han sido hechas para la verdad, la cual y sólo la cual las hará libres.
La inteligencia, sin embargo, sin la gracia, camina ciega hacia el error, y el
error afecta al penetrar nuestra inteligencia nuestros actos. Se va formando
así, poco a poco, una visión del mundo contraria a aquella que creemos sostener
o sostenemos de palabra. De allí lo que Kierkegaard no se cansaba de fustigar:
un cristianismo sin cristianos.
“Aquel que
se forja su propia verdad vive en la ilusión, en un mundo imaginario; crea en
su espíritu una película de pensamientos que no tiene más que las apariencias
de la realidad. Vivir en lo irreal y, sobre todo, esforzarse en poner en
práctica concepciones creadas en su totalidad por un espíritu imaginativo es,
¡desgraciadamente!, la fuente de todos los males de la humanidad. La corrupción
de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres...el escándalo de
las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Ellos se
difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros”, nos dice Mons. Lefebvre. 2 Difundir rápidamente el error es una asignatura que el demonio
conoce e instrumenta haciendo uso de los medios que los hombres inventan, por
caso el cine. Quienes prescinden de estas consideraciones para ver en un film
solamente las cualidades estéticas y la coherencia formal se olvidan de un
aspecto del ser humano que el cine no olvida: la tremenda fuerza persuasiva,
por la cual el Padre Loring aconsejaba no aficionarse demasiado a ver
películas. “El cine –escribe en su reconocida obra “Para salvarte”- tiene
una tremenda fuerza persuasiva. Anula la personalidad, arrastra, emboba,
hipnotiza. Nos identifica con el protagonista y nos proyecta su psicología, su
modo de ser, su ejemplo. Es un arma psicológica fenomenal. Y cuanto más potente
es un arma tanto más peligroso es su mal uso”. ¿Podemos sorprendernos de que un reconocido
director de cine tuviera en claro estas características del llamado séptimo
arte? Veamos lo que decía Luis Buñuel: “Por actuar de una manera directa
sobre el espectador, presentándole seres y cosas concretas, por aislarlo,
gracias al silencio, a la oscuridad, de lo que pudiéramos llamar su hábitat
psíquico, el cine es capaz de arrebatarlo como ninguna otra expresión humana.
Pero como ninguna otra es capaz de embrutecerlo” 3. El director español, complicadamente,
inconforme con el cine que buscaba tranquilizar al espectador, propugnaba un
cine donde lo misterioso y lo fantástico nos devolviera una visión integral de
la realidad. Que haya tenido una visión de la realidad acertada o no –y para
nosotros no la tenía- ese es otro tema. Pero hay allí un reconocimiento del
carácter manipulador del cine y de una intención en contrario de su parte. El
director argentino Hugo Santiago también comprendió el problema: “La
extraordinaria riqueza del útil cinematográfico es la fuente de sus mayores
problemas. El espectador tiende a asumir una actitud pasiva, no a decodificar,
puesto que supone que eso que tiene adelante es una ventana y que lo que él ve
a través de esa ventana es cierto, es “realista”. Desde luego, todo lo representado es arbitrario, manipulado, y
hay hasta componentes que se juegan ya desde la elección de la cámara”4.
Desde ya que a formulaciones acertadas de determinados problemas no le halló
las adecuadas respuestas, eso si pensamos que el cine puede y debe ser un medio
(un artificio) para el conocimiento de la verdad.
Hemos de repetir que debe tenerse en cuenta este aspecto del cine, ya que “el
lenguaje de la imagen tiene un gran valor emotivo que conquista de modo casi invencible
y cambia poco a poco el fondo del psiquismo, aún contra la propia voluntad, que
no advierte lo que sucede dentro de sí”5. Y la solución, entrevemos
ahora, no es eliminar toda emoción (Santiago) o toda identificación del
espectador (Buñuel), sino hacer uso de la identificación y la emoción para,
confrontando puntos de vista, hacer aparecer el reconocimiento mediante la participación
activa del espectador (Hitchcock).
Por cierto,
no miraremos al cine norteamericano, el cine por excelencia, de un modo unívoco
con respecto a este tema, pero es claro que, habiendo estado imbricado en una
sociedad determinada (porque los estudios de Hollywood no eran ajenos ni un
cuerpo extraño a la sociedad norteamericana), y siendo sus hacedores herederos
de esa moral laxa y/o puritana, ambigua, equívoca, tal cine nos ha transmitido
en gran medida esa forma de ver el mundo, y, tras ello, tal forma de vivirlo y
aceptarlo. Se nos dirá que en Hollywood había más extranjeros que americanos
WASP, es cierto, pero también lo es que los que allí recalaron asimilaron, tal
vez más que los propios americanos nativos, el liberalismo que les fue propicio
desde un comienzo. Como afirmó Pío XII: “Se observa en efecto que aun los
films moralmente irreprensibles pueden convertirse en espiritualmente dañosos,
si ofrecen al espectador un mundo en el cual no se hace alusión a Dios y a los
hombres que creen en El y lo veneran, un mundo en el cual las personas viven y
mueren como si Dios no existiese”6, que es lo que ocurre en
casi todos los films. Y el Padre Loring nuevamente nos dice: “El cine enfoca
y resuelve muchos problemas humanos al margen de Dios, como si no existiera una
Ley Divina y un destino sobrenatural del hombre. Son películas que están hechas
con un criterio que no tiene, generalmente, nada de cristiano, y a fuerza de
verlas, va uno cambiando, sin darse cuenta, su modo de pensar cristiano para
pensar como los del cine. Son una lima para un espíritu cristiano. Tú no lo
notas, pero siempre se llevan algo. Una conducta inmoral interpretada por una
artista agradable nos inclina a la justificación. Con esto empieza a
evolucionar nuestro criterio cristiano, y al fin, arrastrado por el ejemplo del
cine, se termina poniendo por obra lo que tantas veces se vio en la pantalla
con fuerza seductora”7 Si hasta
un pagano de la antigüedad como Séneca, veía el poder corruptor de los
espectáculos públicos masivos, por entonces en el anfiteatro: “Nada resulta
tan perjudicial para las buenas costumbres como la asistencia a algún
espectáculo, ya que entonces los vicios se insinúan más fácilmente por medio
del placer”8.
El error puede ser muy sutil, y siempre se
disfraza de bien (y hasta de bien cristiano) para llegar adonde quiere. Las
películas que inculcan ideas contrarias a la moral católica son hoy prácticamente
todas. Si nos interesa pensar el cine clásico, es porque no resulta tan nocivo,
visto en la perspectiva actual, como podía serlo contemporáneamente, por lo que
vemos el mundo que ha devenido desde aquel entonces. A la par de films cuyos
valores rescatamos, muchos otros destilan delicadamente y con talento ideas
perniciosas 9. Films ecumenistas o
católicos-liberales, films donde el divorcio es una opción lícita o una
solución laica, films donde sólo se rinde cuentas ante sí mismo, films donde el
amor es sólo el atractivo sexual o la aventura del momento, o donde el
adulterio no es visto como tal, etc. Tomemos dos ejemplos de esto último, dos
brillantes ejemplos: En el film “Casablanca” (Michael Curtiz, 1941), muy
recordado por todo “cinéfilo”, el personaje que encarna Ingrid Bergman, mujer
casada ella, se le ofrece entera a su ex, el idealizado Rick (Humphrey Bogart),
un hombre que no desea compromisos y cuyo único interés resulta el Café que
regentea en la ciudad que da nombre al film. Si bien la actitud de ella está
mostrada como algo imposible, a la vez nos es presentada como una mujer buena,
sensible, bella y enamorada que se gana nuestro corazón porque se deja llevar
por el amor. Prescindencia, por supuesto, de Dios y la idea de pecado. Bogart
accede en principio a ese amor recuperado (¿adulterio? eso es cosa de curas de
antes y mojigatos...), pero luego la rechaza varonilmente más allá de que está
casada, más que nada, porque ella no
debe dejar solo a ese héroe sin tacha (el esposo de ella) que ha luchado contra
el nazismo y sigue siendo necesario para la causa de la sagrada libertad: la
cuestión política y la demonización del enemigo cuentan a la hora de tomar esta
decisión. El melodrama, la historia de amor, es una perfecta excusa para un
panfleto propagandístico sobre las ideas políticas en la etapa de la guerra.
Había que movilizar a los norteamericanos. Por eso la mujer en este caso
vendría a representar a la democracia. Y, a pesar de que el héroe es un europeo
(de Checoslovaquia, país inventado por los masones), el verdadero héroe de la
película es el americano Rick. La Libertad y la Democracia son los ideales más
altos a los cuales sacrificarles el amor. Ante muchos norteamericanos que
todavía apoyaban la neutralidad en la guerra, una historia de amor sirve para
mostrar que ese personaje que no se compromete, finalmente en un gesto de
grandeza y renunciamiento, en una dedicatoria hacia la mujer, ese hombre toma
partido por la causa de los aliados. La sociedad no estaba preparada aún para
una mayor dosis de corrupción moral. Este adulterio deseado y truncado por los
imperativos históricos se ve concretado al fin en “Los cuatro jinetes del
Apocalipsis”, brillante película del talentoso Minnelli, filmada en 1961,
veinte años después que la anterior y ya el Nuevo Orden post Segunda Guerra en
curso. Esta película viene a corregir y completar la anterior, para los nuevos
tiempos que corren. En ésta el protagonista es un argentino europeizado (Glenn
Ford), sin compromisos de ningún tipo (ídem Bogart en “Casablanca”) que
tiene en París un affaire con una mujer casada (ídem Bogart, sólo que
éste no sabía que la Bergman estaba casada) cuyo marido es un héroe que se
halla preso y torturado por los nazis en algún lugar de Francia (ídem el marido
de “Casablanca”). El idilio está mostrado como la más tierna y pura
historia de amor, con sus correspondientes violines y velas en la mesa y sin
sombra de culpa en los dos (especialmente en el hombre). Viene bien recordar
aquí la Palabra de Dios: “Quien comete adulterio con una mujer es un
insensato; quien hace tal cosa se arruina a sí mismo” (Proverbios 6, 32). Pero allí el
mundo se viene abajo y entonces hay que entregarse al amor. Si hay una culpa
que el film le adosa al protagonista, ésta es la de no comprometerse
políticamente (como ocurría con el anterior ejemplo de Bogart y en general con
los héroes de aquella época), no comprometerse con la resistencia a los alemanes,
como hace el resto de su familia. Es decir, que si por un lado se permiten los
pecados contra Dios, no son bien vistos los pecados contra la “Democracy”. El
protagonista, reacio al principio como Bogart en Casablanca –con la excusa
valedera de ser argentino y neutral- termina al final tomando heroicamente
partido por el “bien”.
Pongamos un
ejemplo que involucra la cuestión religiosa: “Sólo se vive una vez”,
dirigida en 1937 por Fritz Lang. Allí un hombre que sale de prisión, Eddie
(Henry Fonda), se casa con la secretaria de su abogado y parece que al fin se
va a reintegrar a la sociedad y a una vida de trabajo y hogar. Pero, por el
hecho de ser un ex-convicto, es maltratado y rechazado por la sociedad como si
fuera un leproso. Lo despiden del trabajo y, encima, un ex compañero de prisión
le tiende una trampa y lo involucra en un gran robo. El hombre va preso y es
condenado a muerte. La noche anterior a la ejecución toma un rehén para escapar
de la prisión, y entonces llega por cable el indulto ya que fue hallado el
verdadero culpable. Sin embargo él no les cree a los que se lo dicen, ni
siquiera al sacerdote irlandés (todo un estereotipo en el cine de entonces),
que lo trató siempre bien allí adentro, y que le dice: “Ahora eres libre,
tienes las puertas abiertas”. Resultado: mata al cura y se escapa. Lejos de
querer expiar esa culpa, el fugitivo huye junto con su mujer embarazada en
busca de la libertad. El planteo evidente de Lang es que la sociedad impiadosa
lleva a un hombre bueno a este camino sin salida, como en una especie de
tragedia inevitable. La mujer (la siempre buenísima Silvia Sydney) lo sigue sin
importarle nada, y al final son acribillados a balazos por la policía. El golpe
bajo viene ahora: porque vuelve a escucharse en off –mientras Eddie cae muerto-
la voz del cura con las mismas palabras que le dijera antes a Eddie: “Ahora
eres libre, Eddie, ahora eres libre”, con una clara connotación religiosa
acentuada por la música. Es decir que se puede delinquir o matar (¡inclusive a
un sacerdote!) sin pedir perdón a nadie (ni hablemos de confesión), ni
manifestar el propósito de enmienda, se puede transgredir las leyes, y sin
embargo ir directamente al cielo.
No faltarán,
además, films confesionales o de notable protagonismo de un sacerdote que,
observando las buenas costumbres, ofenden la fe católica y la tergiversan,
haciendo de ella una forma de altruismo que respeta todas las ideas y todas las
religiones, por muy equivocadas o tontas que éstas sean; en general en una
temprana muestra de ecumenismo con el protestantismo, mostrado de forma
respetable: al fin USA era el imperio de la libertad, como todos sabemos
gracias al cine (v. gr.: “Forja de hombres”, de Norman Taurog, “El hombre
tranquilo” de John Ford o “La mano izquierda de Dios” de Edward Dmytryk).
Todos estos
apuntes buscan sostener aquello que el cine como tal –con las excepciones que
confirman la regla- niega, cual es la
idea o concepto de pecado, pues borrando el mismo cree borrarse al mismo Dios
ante quien cometemos nuestras faltas. Tema por demás espinoso, puesto que el
cine nos muestra en sus historias una constante lucha entre el bien y el mal;
pero si ya no se sabe cuál es el bien ni cuál el mal, ¿cómo responder luego en
nuestras vidas ante tal situación decisoria? No, el cine (especialmente el
norteamericano) no dejará de ocuparse del tema de la moral, porque es algo
propio del hombre, pero lo hará confundiendo y falsificando, antes
simplificando lo que no es tan fácil de ver. Sin embargo, una buena evidencia
debería ser para nosotros el hecho de que cuanto más se aleja uno de la verdad
más se aleja de la auténtica belleza. Hablamos de una belleza de construcción
formal de la obra, antes que de una belleza física y acabada de maquillaje. Por
eso si films como los que acabamos de mencionar aún tenían su belleza y sus
valores no del todo contaminados, hoy día esto ya no es así. Precisamente en
gran parte gracias al nuevo orden de cosas que se ha impuesto en el mundo a
partir del triunfo del liberalismo, en sus diversas formas, que films como los
nombrados contribuyeron sutilmente a establecer. Falta ver si lo feo y lo
desagradable se nos aparece como tal ante nuestros ojos, y si comprendemos que
sin discernimiento o discriminación ni claridad en nuestra inteligencia, sin un
sentido objetivo de la verdad, podemos
caer sin darnos cuenta de la forma más callada y tonta, admirando y emulando
las actitudes de unos héroes de celuloide que se asientan en una falsa
realidad, ajena a nuestro vivir, a
nuestro sentir y a nuestra raíz histórico-religiosa.
Finalmente,
haremos una breve observación sobre aquella distinción que, basándose en
Bergson, realizó el Padre Castellani entre “moral cerrada y moral abierta”,
cada una de las cuales informaba dos tipos de religión equivalentes. Moral
cerrada, según el sabio argentino –siguiendo además a Kierkegaard- es la que
pone todo el peso en lo exterior y descuida lo interior, y cuyo ejemplo típico
son los fariseos; es la moral puritana en Inglaterra –que en gran parte
heredaron los yanquis-, la moral jansenista en Francia, la moral de Kant, la
moral laica, la famosa moral sin dogmas de Ingenieros. Moral cerrada que existe
también entre católicos, “cuyas normas tiran más a lo correcto, a lo
irreprochable, a los convencionalismos incluso, que a la caridad y a la verdad.
O sea, es la Moral de la Ley, que decía San Pablo”. Por el contrario, la
moral abierta es la moral de la caridad, de la pureza de corazón, la moral
cristiana. ¿Y todo esto a cuento de qué viene a parar acá?
Sucede que la disputa entre esas dos morales es uno
de los motivos que más felizmente han convocado los films que reconocemos y es
un tópico que en gran medida dio valor a un cine clásico made in Hollywood (que
no “hollywoodense”) a pesar de que estaba amañado muchas veces por hombres que
sostenían un tipo de moral basada en la obsesión por la justicia y el deber
para con una sociedad en verdad cerrada. Algunos artistas, sin embargo, han
podido convocar con fortuna este motivo, por caso los films de Wyler “Detective
Story” o de Capra “A hole in the head”, o un Ford de excepción como
“Dos cabalgan juntos”, donde se muestra en forma pesimista esa clase de
sociedad de la moral cerrada e hipócrita; o en el más cercano ejemplo de “Ojos
de serpiente” de De Palma, donde claramente se enfrentan esas dos clases de
morales encarnadas en el protagonista y el antagonista, aunque la moral abierta
que se promueve sea tan abierta que todo puede allí colarse, hasta el pecado.
Lecciones sobre moral que no se presentan como tal y que se van quedando atrás,
pero lecciones perennes que, quien desee, podrá mejor recibir toda vez que abra
el Evangelio y escuche una parábola que, al parecer, ya no será predicada por
los hombres que deben hacerlo, mucho menos por el arte del siglo XX: “Actualmente
nuestra prensa, nuestra radio, nuestras revistas y nuestro cine son
prácticamente protestantes cuando no son bazofia intelectual deletérea que va a
alimentar el clima y la mentalidad comunista. Quien enseña a todas las gentes
de nuestro país hoy día no es la Iglesia sino la Anti-Iglesia” (Castellani,
“Cristo, ¿vuelve o no vuelve?”).10
Sabiendo estas cosas nos dice Pío XII: “Culpable
sería, por tanto, toda suerte de indulgencia para con películas que, aunque
ostenten méritos técnicos, ofenden, sin embargo, el orden moral; o que,
respetando aparentemente las buenas costumbres, contienen elementos contrarios
a la fe católica”.11 Bueno sería
que el espectador empezara a prestar atención a estas palabras.
Notas:
1. “Vigilanti Cura”.
2. Carta pastoral,
Dákar, 26 de marzo de 1961
3. Conferencia
publicada en la revista Universidad de México, Vol. XIII, 4 de diciembre de
1958.
4. En Revista El
Amante Nº 26, Abril de 1994.
5. P. Jorge Loring,
“El cine y el cuidado de la pureza”, en “Para salvarte”.
6. Film ideal, cit.
en “El cine, criatura de Dios”.
7. P. Jorge
Loring, Ob. cit.
8. Séneca, “Epístolas morales a Lucilio”,
L. I Epíst. 7. Planeta-De Agostini- Gredos, 1993.
9. Dejaremos de lado al cine europeo, que
nos parece en general más perjudicial en esta materia.
10. Una de las responsabilidades eludidas
por la Iglesia conciliar o modernista es la de la calificación moral de los
films, no sólo por omisión sino por comisión. Si bien pudo advertirse una falta
de entendimiento en cuanto a lo que el cine como forma podía exponer y
comunicar desde antes del Vaticano II –la ceguera respecto a ciertas películas
de Hitchcock es evidente-, con el triunfo del modernismo el reconocimiento a
los ajenos a la Iglesia –o a los enemigos de adentro- fue escandaloso. S.S. Pío
XII ya exhortaba desde su encíclica “Miranda Prorsus”: “Recuerden, además, que
uno de los fines principales de la clasificación moral, es el de ilustrar la
opinión pública y el de educarla para que respete y aprecie los valores
morales, sin los cuales no podrían existir ni verdadera cultura, ni
civilización.” En cuanto a la hoy tan denostada -pero sin embargo ejercida
hipócritamente- censura, damos una referencia en el capítulo alusivo a
Hollywood. Sólo mencionaremos para aquellos escandalizados ante la simple
mención de la palabra algo que escribiera Albino Luciani, posteriormente papa
Juan Pablo I: “Los conductores de coches no se sienten en absoluto ofendidos
porque exista una señalización vial. Nadie protesta diciendo que él es una
persona inteligente y madura y que no necesita de nadie que le dé lecciones.
¿Por qué entonces, no aceptar también, humildemente, una señalización moral?”
(“Ilustrísimos señores”, p. 162, BAC, 1978). Pregunta cuya larga respuesta no
cabe en este lugar.
11. Encíclica “Miranda Prorsus”.