“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

lunes, 30 de mayo de 2011

MICROCRITICAS


MICROCRÍTICAS




LA LLAMA SAGRADA (Keeper the flame, George Cukor, 1942)


Bajo el disfraz de un film de misterio melodramático (o melodrama misterioso) se esconde un notorio film propagandístico de los que tanto se manufacturaron en Hollywood para ayudar a ganar la Segunda Guerra.

Spencer Tracy interpreta a un periodista y escritor de prestigio que investiga la muerte accidental de un patriota y héroe norteamericano, un arquetipo de los valores democráticos, un titán del americanismo, un semidios que es llorado por niños y grandes de un país sumido en la mayor consternación. En medio de ese clima de desgracia nacional, Tracy encuentra en la misteriosa y joven esposa del héroe, Katherine Hepburn, sentimientos contradictorios. Hay cosas que se ocultan, puertas que se cierran, evasivas y negativas a hablar, primos sospechosos y sirvientes extraños. Al fin, Tracy termina descubriendo la verdad: el gran patriota era en realidad un agente fascista que escondía en una cabaña documentos reveladores de sus planes para socavar la democracia de América, atacando a los judíos, combatiendo a los cristianos y sembrando cizaña entre los buenos americanos. La esposa, conociendo todo esto, dejó que su esposo atravesara un puente roto pudiendo evitarlo. El periodista dará a conocer la verdad, colocando a la sufrida mujer que provocó tal muerte en el papel de la heroína sacrificada que ha de continuar con la llama de la libertad que su esposo traicionara.

La película está armada en torno a la revelación de los últimos diez minutos y al discurso patriotero y demócrata que se emite para adoctrinar a los norteamericanos en plena guerra mundial. No alcanza ni siquiera la dupla protagónica Tracy-Hepburn para salvar lo que no deja de ser una excusa para convencer a los espectadores de que, a pesar de los enemigos infiltrados, igualmente viven en el mejor país del mundo, que, por serlo, sabrá generar los anticuerpos necesarios para mantenerse siempre como el campeón de la libertad.




EXTRAÑO CARGAMENTO (Strange Cargo, Frank Borzage, 1940)


Extraña película que empieza co0mo un film de aventuras en un lugar exótico y vira hacia un film fantástico metafísico.

Clark Gable es un presidiario irreductible que cumple pena en una isla tropical. Allí recala una mujer de mala vida, Joan Crawford, nada menos. Entre ambos se producen chispas. Pero, en mitad de la película, aparece un presidiario nuevo que nadie sabe ni quién es ni de dónde viene ni cómo llegó hasta allí. Entra a la cárcel reemplazando a uno que se escapó, sin que los guardias se anoticien. El tipo aparece en circunstancias increíbles y se mueve con total despreocupación y soltura, logrando solucionar diversas situaciones. Finalmente, todo nos lo hace comprender, hasta el evidente razonamiento de Gable: el tipo ese es Dios, que interviene en las vidas de todos para hacer que la mujer se corrija, el hombre se regenere y todos contentos.

Como se verá, se trata de una nueva lección de “teología” de la fábrica de los sueños llamada Hollywood. El hombre no es un santo, no es un hombre de Dios en quien opera la gracia. No señor. Es el mismo Dios, aunque no se llama Jesucristo. A diferencia de los peregrinos de Emaús, que reconocieron a Jesús cuando éste partió el pan, aquí lo reconocen cuando los incita a hacer el bien en circunstancias extremas. Notable diferencia. Porque entonces cualquiera podría ser Dios actuando de esa manera. Porque una cosa es decir que Dios está en uno, y otra cosa que uno es Dios. Esta es la gran diferencia y el gran problema de esta película extraña, larga, atrapante y tediosa por momentos. En el fondo, Hollywood lo que hace es no asumir el arquetipo del santo, sino, conservando el arquetipo del hombre orgulloso como Clark Gable, darle una legitimidad y apoyo a través de un “superhombre” al que nunca podremos imitar.




BASTARDOS SIN GLORIA (Unglorious Basterd, Quentin Tarantino, 2009)


Nos encontramos recientemente con una crítica de esta película, aparecida hace poco más de un año en una revista “políticamente incorrecta” y por parte de una doctora “profunda conocedora del tema” del cine, según informa la susodicha revista. Pero al leer la breve crítica descubrimos algo muy políticamente correcto y superficial, que no da cuenta al lector de la gravedad de que existan películas como esta. O como “Avatar”, a quien en la misma página se liquida en menos líneas como si fuera una película más. De la cual ya hemos dado nuestro análisis al lector sobre todas las implicancias de la misma, como para que se entienda que es más que una película pasatista que “no aporta ninguna complejidad ni novedad” (según la crítica de la revista dice). Nuestra crítica de “Avatar”, por cierto, puede encontrarse en el margen derecho de nuestro blog. Ahora sigamos con esta penosa tarea de tener que ocuparnos de este vómito tarantinesco.

Debe decirse sin dilaciones que ver “Bastardos sin gloria” es una experiencia nauseabunda, revulsiva y escandalosa. Porque se trata nada menos que de una exaltación espectacular y bien explícita de los crímenes y las torturas que un grupo de judíos norteamericanos realizan contra alemanes indefensos, sean o no nazis. Torturas y corte de cabelleras incluidas que remiten a los indios apache, en un inhumano modo de condenar la “barbarie” nazi por ser “inhumana”. Pues ésta es la lógica de la película: hay crímenes buenos y hay crímenes malos. Los crímenes que cometen los nazis son malos, porque los nazis son malos y además sus víctimas son los judíos. Los crímenes que cometen los judíos son buenos, porque los que los cometen son judíos y sus víctimas son nazis. Si tenemos en cuenta la reiterada e interminable secuencia de films acerca de los nazis, que fueron definitivamente vencidos hace sesenta años, no es descabellado pensar que pareciera en el fondo que la cuestión nazi fuera sólo una excusa para demostrar al mundo de forma desmesurada lo que puede llegar a ocurrirles a todos aquellos que osen meterse con los judíos. Por eso esta apología del odio, la venganza y el delito tampoco pretende dejar bien parados a los católicos, ya que en la primera escena de la película se muestra cómo un católico francés entrega cobardemente a un grupo de refugiados judíos a los nazis, que los exterminan.

Visualmente es un engendro que por momentos parece un drama y de repente se convierte en una película de Mel Brooks (como supo decir un crítico que no obstante esto la defiende). Lleno de cosas idiotas, de planos sin sentido, planos detalle o travellings circulares que están para nada, música de rock para realzar matanzas y muchas cosas más. Por otra parte, no es cierto el lugar común que repite la doctora crítica de que Tarantino tiene influencia de Hitchcock (¡por Dios!) ni que el comando terrorista judío resulta a pesar de todo “simpático” (¡!): más bien es patético e insufrible. Tampoco es cierto que Tarantino “confía en el poder del arte para cambiar la historia” –como dice la crítica de marras- ya que es sólo un imbécil desaforado y degenerado al que sólo le importa la “guita” y el morbo, como puede verse por las basuras que filma.

A pesar de lo dicho, o mejor dicho a raíz de todo ello, este bodrio producido por los enfermos productores judíos Weinstein y Bender y dirigido por uno de sus criados predilectos, no sólo recibió críticas muy favorables sino que fue candidata a ocho nominaciones a los Oscar. Lógicamente, deberíamos decir, teniendo en cuenta quiénes mandan en el mundo del espectáculo. La prepotencia que antes fustigara ferozmente a “La Pasión de Cristo” por su “crueldad”, impone al mundo hipócrita esta provocación inaudita que nadie se atreve a condenar.

Los judíos de buena voluntad deberían repudiar con todas sus fuerzas esta película, que tan mal los hace quedar, porque en definitiva los termina mostrando peor que a los nazis, en una autocomplacencia degradante. Los católicos, condenarla enérgicamente, sin tibiezas ni componendas con el error. Si viene al caso, decir con todas las letras –con perdón del lector-, que “Bastardos sin gloria” es una auténtica mierda.




AL BORDE DEL SUICIDIO (The Sunset Limited, Tommy Lee Jones, 2010)


Es una obra de teatro con dos protagonistas, trasladada al telefilm por el solvente actor Tommy Lee Jones, que a su vez la coprotagoniza junto a otro buen actor, Samuel Jackson. Se trata de un diálogo entre un cristiano (Jackson) que lleva a su departamento al hombre al que salvó del suicidio en la estación de tren (Jones). Uno es un ex recluso convertido en la cárcel, con una fe más sentimental que otra cosa, aunque de vez en cuando logra hacer razonar al otro hombre sobre los absurdos del ateísmo. El ateo es un profesor que ha visto perderse su mundo de hecho libros e intereses intelectuales en un mundo que se cae a pedazos. Un nihilista desesperado y un cristiano entusiasta sin muchas armas a pesar de su buena voluntad permanecen una noche contrastando sus ideas. Contaremos el final, claro está, porque lo que determina el sentido todo del film –y por lo tanto también su valoración- está allí. A pesar de los esfuerzos y la aparente victoria del negro cristiano para dejar sin sostén la posición desesperada del profesor blanco, y evitar así que éste vuelva a intentar matarse, éste sin embargo termina dando vuelta la situación y, sin argumentos convincentes pero con la sola fuerza de una ofensiva dramática y pesimista in extremis, hunde al otro en la tristeza y logra, finalmente, salir de ese departamento del que ha estado intentando evadirse a lo largo de toda la noche. Se va hacia un futuro oscuro, probablemente hacia la nada final que cree encontrará junto con la muerte.

El debate filosófico intenso y dramático no ha llegado al fondo de todo, y creemos que el problema fundamental está en el personaje de Jackson, que no es católico, sino acristianado a los ponchazos en la cárcel, con mucho empuje pero grandes confusiones (dice no creer en el pecado original, por ejemplo). Un católico con su catecismo básico y alguna lectura adicional –además de la caridad, por supuesto, antes que nada y uniéndolo todo- podría haber hecho reflexionar mejor al nihilista. El lector dirá: “No puede pedirle algo que no tiene, el personaje es un negro ex convicto sin otra formación”. Bien, la pregunta a hacer ahora es: ¿por qué el autor de la obra elige a un personaje así para defender la postura cristiana? ¿Acaso para que ineluctablemente pierda la partida? ¿Y qué es lo que Jones vio en la obra teatral para llevarla a la pantalla, si en definitiva el final es oscuro y negativo? Desde luego, no esperaríamos un típico “happy end”, hasta podría ser que el profesor no depusiera su actitud suicida, pero no por ello debería verse lesionada la posición del cristiano, que es en definitiva la única verdaderamente racional de las dos. El autor de la obra, por lo tanto, debería habernos dado una formulación más responsable y lúcida de los problemas planteados y su resolución. Esto en cuanto al debate verbal que la obra propone. No otra cosa podemos pedirle a esto que no deja de ser una obra de teatro en apariencia didáctica, pero en el fondo turbia e inconducente.




JUAN MANUEL DE ROSAS (Manuel Antín, 1972)


Haga el lector la prueba de escuchar la película sin mirar a la pantalla, y se dará cuenta que la misma puede entenderse perfectamente. Se trata, pues, de un digno retrato oral del prócer mayor que ha dado nuestra patria. Una historia apasionante que lamentablemente fue a parar a las manos torpes de un inepto total como Antín (a pesar de lo cual dirige una importante escuela de cine), que ni siquiera sospecha de algo llamado puesta en escena. Así puede verse a lo largo de la película que no sabe qué hacer con la cámara, cayendo reiteradamente en los zooms de acercamiento a cualquier parte, como a un charco de barro sin que esto signifique nada (a propósito, ya puede advertirse esto desde los títulos iniciales: sobre un charco de barro aparece la firma autógrafa de Juan Manuel, por donde luego cruzan los caballos de los federales; ¿por qué hace esto Antín, porque queda bonito, porque Rosas se “embarró” o algún otro motivo? No, solamente porque esta película es informe como ese barro donde chapotean los caballos).

Una lástima que José María Rosa –autor del guión-, no se haya asociado con Hugo del Carril, por ejemplo, que poco después haría una buena película sobre Quiroga llamada “Yo maté a Facundo”. De todos modos un escolar interesado en atisbar quién fue Rosas puede verla para así despertar su interés por nuestra historia. Eso si no lo sobresaltan las pelucas de Pozzi y las tinturas de Coty que adornan la historia mayor de la patria con su repostería.

Rodolfo Bebán hace lo que puede, y no lo hace mal. Se destacan Alberto Argibay como Dorrego y Tito Alonso como Pedro de Ángelis.

EXTRA CINEMATOGRAFICAS - OPTIMISMO SUB 30

Optimismo sub 30


Tomado del Blog The Wanderer




El comentario del sub-30 que “quiere seguir a Cristo” despertó, con razón, una serie de respuestas, todas ellas valiosas.


Me permito entonces, responder también al amigo desanimado, insistiendo con algunas ideas recogidas de Bouyer.


Creo yo que el problema está en pretender que el mundo debe ser convertido a Cristo, y nuestro empeño descomunal para lograrlo. Nos olvidamos de las palabras del mismo Maestro: “Mi Reino no es de este mundo. Si fuera de este mundo, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de este mundo”. Nosotros, como Pilatos, también nos empeñamos en convertir a este mundo, y a este país, en el Reino de Cristo. Y si eso quisiera Él, ya habría hecho lo suficiente para que así fuera.


También San Pablo ardía en deseos de implantar el evangelio en todo el mundo conocido. Sin embargo, su idea de la evangelización del mundo no abarcaba la idea de que todo el mundo podía adherir al evangelio. En ninguna parte San Pablo parece adherir a la esperanza o al sueño de las adhesiones masivas. Y lo que no espera para su tiempo, mucho menos lo espera para el futuro mediato. Está lejos de creer que la hostilidad del mundo hacia el evangelio que percibe en su tiempo se fundiría como hielo bajo el sol, cuando fuera proclamada la Buena Nueva.


Los Sinópticos nos reportan la parábola de la cizaña, aquella que es sembrada con el trigo, y cuyo desarrollo está ligado al del trigo, hasta la cosecha final que asegurará, al fin, la separación de ambos, y no la conversión in extremis de la cizaña en trigo, sino su destrucción en el fuego. Esta parábola nos muestra un desarrollo del evangelio en el mundo o, mejor todavía, un desarrollo del evangelio insertado en el mundo. Pero no muestra en absoluto una fusión progresiva del evangelio en el mundo. Lejos de una tendencia a unirse, vemos que el mundo crece para ahogar al evangelio, y éste, por su parte, crece para subsistir victorioso hasta la cosecha, pero sin ninguna esperanza de un triunfo previo.


El progreso del Evangelio en el mundo, tal como parece entenderlo el Nuevo Testamento, no es una seducción, ni una asunción progresiva ni tampoco una pacificación de toda realidad humana. El evangelio debe despertar en el mundo una hostilidad que estaba latente, y que será llevada a su paroxismo. No se trata de negar que el evangelio deba fructificar en las almas, ni que su fruto se manifieste a través de toda clase de obras por las que los hombres glorifiquen al Padre. Pero será una obediencia necesariamente dolorosa la que hará nacer ese fruto y, finalmente, deberá sufrir la prueba del fuego.


Los primeros cristianos, contrariamente a nuestra sensación, se sentían invencibles, porque estaban seguros de haber descubierto la salvación del mundo, o más exactamente, de haber sido ellos mismos encontrados por el Salvador del mundo. Su fe no necesitaba la aprobación del mundo. Ella era, precisamente, la victoria sobre el mundo. Y lo era porque esa misma fe les aseguraba que había Alguien que era más grande que el mundo. Y esto era lo que los hacía indemnes a toda falsa modestia y a todo respeto humano en su testimonio. Como todos los verdaderos humildes, no tenían escrúpulos en que se los creyera orgullosos. Ellos se sabían arrancados del poder de las tinieblas y transportados al reino de la luz por una fuerza que no era la suya. Esta seguridad estaba estrechamente ligada a su convicción de la intervención divina en su propia historia como así también en la historia del mundo.


Estos cristianos antecesores nuestros estaban convencidos que “El Hijo de Dios vino al mundo para salvar al mundo”, y el mundo lo crucificó, pero Dios lo resucitó. Y que lo que había sucedido con Cristo, sucedería con ellos. Es verdad que iban al mundo para llevar a los hombres la palabra de salvación y de reconciliación, el evangelio del ágape, pero sabían que lo único que podían esperar del mundo era la cruz. Pero como la cruz de Cristo los había arrancado del mundo, así arrancarían a muchos hermanos completando en ellos lo que faltaba a la pasión de Cristo. Y como Dios había intervenido para transformar, después de su muerte, la aparente derrota de Cristo con el triunfo de su resurrección, así esperaban ellos para el fin de los tiempos la misma intervención. No esperaban una victoria que suprimiera la cruz, sino una victoria por la cruz. No una victoria alcanzada por el esfuerzo humano, ni siquiera el esfuerzo del Hijo de Dios hecho hombre, sino una victoria dada por la intervención del Padre, que resucitó a su Hijo sólo después de haber permitido el sufrimiento en Él. En una palabra, esperaban la victoria de la parusía.


¿Por qué nos cuesta tanto aceptar estas concepciones tradicionales? ¿Por qué nos inclinamos tan rápidamente a pensar que seremos capaces de lograr, si prolongamos suficientemente la historia, la conversión del mundo y de la Argentina, todo aquello que sólo Dios podrá hacer únicamente poniendo fin a este eon y arrancándonos de él por un acto soberano? Quizás la razón sea que no nos tomamos en serio la libertad que el Creador concedió a la creatura. Los dos elementos están estrechamente ligados: la terca persuasión de que seremos capaces de cumplir una tarea totalmente divina y el rechazo obstinado a creer que el hombre pueda rechazar de un modo definitivo la salvación. Y es porque no creemos en la inmensidad de la libertad, don de Dios al hombre, que nos complacemos en vano en obtener lo que sólo corresponde a Dios. Aún más, Dios nunca nos prometió ni siquiera que Él mismo obtendría una conversión total del universo. Lo único que nos prometió es que en la maraña inextricable de las voluntades obedientes y rebeldes, el Evangelio tendrá por efecto el fijar un mundo flotante entre el bien y el mal, y entonces Él intervendrá en su momento para obrar el acto que imposible a cualquier otro.


La historia es una progresiva, y muy real y muy autónoma maduración. Pero esta maduración tiende hacia una dualidad; no hacia la unidad. La Encarnación no tiene como finalidad el polarizar a todos hacia el Bien, sino la de hacer posible que no todos se polaricen hacia el Mal. Ella no suprime, sino que restaura la libertad de la criatura.


Tal como aparece claro en los Sinópticos, en San Juan y en San Pablo, la Encarnación supone siempre el mismo dato: el mundo ha perdido su libertad y se trata de que la recobre. El mundo, creado libre por Dios, cayó en la esclavitud. El mal, o más exactamente el Maligno, es el príncipe de este mundo, es decir, un tirano quiere que permanezca en el pecado y en la muerte. Es para romper esta fatalidad que el Verbo se hizo carne, que el Hijo tomó la condición de esclavo. No fue para “sustituir” una tiranía mala por una buena, sino para suprimir la tiranía.


La obra de división que el Verbo, tal como una espada de doble filo, ha comenzado a realizar, no es más que preparatoria. Tal como su muerte en la cruz fue el preludio necesario a la resurrección, la división es el preludio de una reunión y de una reconciliación eterna. Pero esta reunión es esencialmente obra de la libertad, porque esta reconciliación es obra del amor, y el amor esclavo es un contra-sentido.


Y de esto resulta que la historia humana, luego de la Encarnación, desde un punto de vista se convierte en la historia de la libre unión de aquellos que se abrieron a la posibilidad recreadora del amor y, desde otro, en la historia de la unión no menos libre de aquellos que la rechazaron. Sólo la fe es capaz de ver la realidad invisible de la primera unión sobre la realidad demasiado visible de la segunda. Por eso, el más grave error que podemos cometer, es confundir el plan de la fe con el plan de lo que vemos.


Entonces, amigo sub 30, no se preocupe por haberse perdido Malvinas, Tacuara y las glorias del nacionalismo. Alégrese, pero alégrese fuerte, porque el triunfo, al final, será nuestro, aunque tendremos que pasar antes por el fuego. Porque el triunfo no es “Sancho gobernador”; el triunfo es nuestra unión en el ágape divino del Cordero.



HABLAN LOS MAESTROS




“La esperanza es una de las virtudes teologales. Esto significa que un continuo estar a la expectativa del mundo eterno no es (como piensan algunas personas modernas) una forma de escapismo o ilusión, sino una de las cosas que debe hacer un cristiano. No significa que debamos dejar el mundo actual tal como está. Si leen historia, encontrarán que los cristianos que más hicieron por este mundo fueron justamente aquellos que más pensaban en el mundo que viene. Los apóstoles mismos, que iniciaron la conversión del Imperio Romano, los grandes hombres que construyeron la Edad Media, los evangélicos ingleses que abolieron la trata de esclavos, todos dejaron su marca en la tierra, precisamente porque tenían la mente ocupada con el Cielo. Es desde que los cristianos han dejado mayormente de pensar en el otro mundo que se han hecho tan ineficientes en éste. Apunta al Cielo, y tendrás la tierra “de añadidura”; apunta a la tierra, y no obtendrás nada. Parece una regla extraña, pero se puede ver que algo parecido opera en otros ámbitos. La salud es una gran bendición, pero desde el momento en que haces de la salud uno de tus principales objetivos directos, te transformas en un maniático y comienzas a imaginarte que algo malo te pasa. Podrás lograr buena salud a condición de que desees más otras cosas: alimento, juegos, trabajo, diversión, aire libre. Del mismo modo, nunca salvaremos a la civilización mientras la civilización sea nuestro principal objetivo. Debemos aprender a desear con más fuerza otra cosa”



C. S. Lewis, “Mero Cristianismo”.

CONTRA LA TV





















CONTRA LA TV


martes, 10 de mayo de 2011

EXTRA CINEMATOGRAFICAS - COMENTARIOS ELEISON



COMENTARIOS ELEISON 198 (30-IV-2011):


¿VERDADERO PAPA? I



Por Mons. Richard Williamson



Debido a que comenté hace tres semanas (CE 195, 9 de abril) que la próxima "beatificación" de Juan Pablo II únicamente lo hará un Nuevobeato de la Nueviglesia, con toda razón me han preguntado si soy un "sedevacantista". Después de todo, si virtualmente declaro a Benedicto XVI como un Nuevopapa, ¿cómo puedo aún creer que sea un Papa verdadero? Actualmente, creo que es ambos, Nuevo Papa de la Iglesia Conciliar y Papa verdadero de la Iglesia Católica, porque los dos no son todavía completamente excluyentes uno del otro, por lo tanto no soy lo que llaman un sedevacantista. He aquí la primera parte de mi razonamiento:


Por un lado considero que Benedicto XVI es un Papa válido, porque fue válidamente elegido como Obispo de Roma por los curas de Roma, es decir por los Cardenales, en el cónclave del 2005, y si por alguna falla oculta la elección per se no fue válida, ésta fue convalidada, como lo enseña la Iglesia, cuando él fue subsecuentemente aceptado como Papa por la Iglesia mundial. Como tal, hacia Benedicto XVI quiero mostrar todo el respeto, reverencia y apoyo que se deben al Vicario de Cristo.


Por el otro lado es obvio, partiendo de las palabras y acciones del Pontífice, que él es un Papa "Conciliar" y cabeza de la Iglesia Conciliar. Simplemente las últimas pruebas claras de esto son la próxima Nuevabeatificacion de Juan Pablo II, gran promotor del Vaticano II, y la próxima conmemoración en Octubre del evento desastroso de Juan Pablo II en Asís en 1986, en donde se violó el Primer Mandamiento de Dios en nombre del ecumenismo Conciliar del hombre. Porque así como ese Mandamiento excluye todas las falsas religiones (Deut. V, 7-9), así el Vaticano II virtualmente las abraza (Unitatis Redintegratio, Nostra Aetate). Por lo tanto, además de que Benedicto XVI es el Vicario de Cristo, también pienso que está traicionando su sagrada función de confirmar a sus hermanos en la Fe (Luc. XXII, 32), así es que además de respetarlo debidamente como Pedro, también no pienso seguirlo u obedecerlo (Hechos V, 29) cuando no se comporte como Pedro. Esta fue la distinción del Arzobispo Lefebvre.


Pero dense cuenta de que aun cuando esté traicionando - por lo menos objetivamente - la religión verdadera, ¡Benedicto XVI también se aferra a ella! Por ejemplo, al intentar prevenir que Asís III sea acusada de mezclar religiones como en Asís I, está programando que la procesión pública de todas las religiones juntas se lleve a cabo en silencio. En otras palabras, aun cuando Benedicto XVI promueve el error, ¡no tiene la intención de abandonar la verdad! Y en este sentido él se asemeja constantemente a un matemático que dice que 2 y 2 pueden ser 4 ¡o 5! Viniendo de un Papa, esta es la receta para la confusión desde la cabeza hasta los pies de la Iglesia, porque si cualquiera sigue al Papa en esta "aritmética" de 4 ó 5, ¡tendrá en su cabeza pura contradicción y confusión!


Además sepan que Benedicto XVI, como aritmético, absolutamente declara que cree que 2 y 2 son 4. Y mientras que su declaración sea sincera, y yo diría que parece ser sincera - sólo Dios sabe a ciencia cierta - Benedicto XVI no está deliberadamente negando las verdades que él sabe que son artículos definidos de la Fe Católica. Por el contrario parece convencido, como muestra el Obispo Tissier, ¡que él los está "regenerando" con la ayuda del pensamiento moderno! Esto hace muy difícil el probar en su caso la acusación de una adhesión formal a la herejía, razón por la cual aún su amor y promoción del 2+2=5 no me torna todavía personalmente en un sedevacantista.



Madre de Dios, Trono de Sabiduría, ¡protégenos de la confusión!



Kyrie eleison.





COMENTARIOS ELEISON 199 (7-V-2011):


¿VERDADERO PAPA? II



Por Mons. Richard Williamson




De ninguna manera todos están de acuerdo con la opinión que se presentó aquí hace una semana (EC 198) según la cual la buena fe subjetiva o la buena voluntad de parte de los Papas Conciliares previene que sus escalofriantes herejías objetivas los invalide como Papas (ver Profesor Doermann en referencia a las enseñanzas de Salvación Universal de Juan Pablo II, ver al Obispo Tissier en referencia al vaciamiento de la Cruz por Benedicto XVI). Según la opinión opuesta estas herejías son tan escalofriantes que #1, no pueden haber sido pronunciadas por verdaderos Vicarios de Cristo, o #2, ninguna cantidad de buena fe subjetiva puede neutralizar su veneno objetivo, o #3, la buena fe subjetiva se excluye en el caso de Papas Conciliares educados en la antigua teología. Revisemos con tranquilidad estos argumentos de uno en uno:


Primeramente, ¿hasta qué punto puede el Señor Dios permitir que sus Vicarios lo traicionen (objetivamente)?, solo Dios sabe exactamente. Sin embargo, sabemos de la Escritura (Lucas XVIII, 8) que cuando Cristo regrese, difícilmente encontrará la Fe en la tierra. Pero la Fe, en el 2011, ¿está ya reducida a ese punto? Uno puede pensar que no. En ese caso Dios puede permitir que sus Vicarios Conciliares hagan aún cosas peores, sin que estos dejen de ser sus Vicarios. ¿Acaso las Escrituras no declaran exactamente en el mismo momento en que Caifás estaba conspirando el crimen de crímenes en contra de Dios, concretamente la muerte judicial de Cristo, que era el Sumo Pontífice (Juan XI, 50-51)?


En segundo lugar, es verdad que la herejía objetiva de herejes bien intencionados es mucho más importante para la Iglesia Universal que sus buenas intenciones subjetivas, y también es cierto que muchos herejes objetivos están convencidos subjetivamente de su propia inocencia. Por ambas razones cuando la Madre Iglesia se encuentra sana, tiene un mecanismo para forzar a esos herejes materiales ya sea a renunciar a sus herejías o a convertirse en herejes formales en toda la extensión de la palabra. Este mecanismo es sus Inquisidores a quien dota de su autoridad otorgada por Dios para definir y condenar la herejía, para mantener la pureza de la doctrina. Pero, ¿qué pasa si es la autoridad más alta en la Iglesia la que está nadando en herejías objetivas? ¿Quién está por encima de los Papas que tenga la autoridad para corregirlos? ¡Nadie! Entonces, ¿acaso Dios ha abandonado a su Iglesia? De ninguna manera, pero la está sometiendo a un juicio severo, muy merecido por la gran cantidad de Católicos tibios de hoy en día - e incluso, ¿de Tradicionalistas?


En tercer lugar, es cierto que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI recibieron una educación pre-Conciliar en filosofía y teología. Pero para su tiempo los gusanos del subjetivismo Kantiano y del evolucionismo Hegeliano ya se habían comido, por más de un siglo, la coraza del concepto de verdad objetiva e inmutable, sin la cual el concepto de dogma Católico inmutable no tiene ningún sentido. Ahora, uno puede ciertamente argumentar que ambos Papas son moralmente culpables - digamos, por amor a la popularidad, por orgullo intelectual - de su caída en herejía material, pero las fallas morales no pueden reemplazar la condenación doctrinal autoritativa para convertirlos de herejes materiales en herejes formales.


Por lo tanto, ya que solamente los herejes formales son excluidos de la Iglesia, y ya que la única manera segura de probar que alguien es formalmente un hereje no está disponible en el caso de los Papas, una gama de opiniones acerca del problema de los Papas Conciliares debe permanecer abierta.


"Sedevacantista" no merece ser la palabra sucia que los "Tradicionalistas" liberales hacen de ella, pero por el otro lado los argumentos de los sedevacantistas no son tan concluyentes como desearían o pretenden. En conclusión, los sedevacantistas aún pueden ser Católicos, pero ningún católico está obligado aún a ser sedevacantista. Por mi parte pienso que los Papas Conciliares son Papas válidos.



Kyrie eleison.





EXTRA CINEMATOGRAFICAS - BEATIFICACION DE PELICULA


BEATIFICACIÓN DE PELÍCULA (3D)



Aunque no puede sorprendernos, no deja de entristecernos esta cuestión por la cual la Iglesia atraviesa tan penoso momento con aires triunfales, en una remozada escenificación de su triunfo precisamente cuando es aceptada por el mundo, una crisis de cuya responsabilidad debemos hacernos cargo, cada uno en su medida. Es ineludible mirar hacia el Vaticano II, claro está, esa Revolución Francesa dentro de la Iglesia, pero la tendencia apóstata está en nosotros como que somos hijos de Adán y por lo tanto tendemos a buscar en el mundo lo que hemos perdido por alejarnos de Dios. No podemos ni debemos culpar a los de afuera. Nuestro peor enemigo acecha dentro de nosotros.



No deja de dolernos el ver tamaña manifestación de entusiasmo multitudinario ante lo que significa una catástrofe. Una invisible catástrofe de las almas. ¿Por qué muchos católicos alrededor del mundo celebran a Juan Pablo II y se suman alborozadamente a su "beatificación"? ¿Por qué muchos jóvenes le rinden un culto casi idólatra? ¿Por qué esa manifestación de afectividad imberbe y adhesión pasional para con quien ha causado tanto daño a la Iglesia a la que dicen pertenecer? ¿Puede culparse sólo a la influencia mediática publicitaria, omnipresente y sofocante con sus loas para con quien llaman "el Papa del Pueblo", el "Papa del Mundo", "el Santo de todos", etcétera?



Tal vez debamos mencionar como causa fundamental a la ignorancia en materia religiosa por parte de los católicos, y como motivo de ésta al subjetivismo que se ha convertido en la forma en que nos vinculamos con la vida y el mundo que nos rodea. El sentimentalismo termina por ajustar las actitudes del culto en un desvío de la reverencia que le debemos a la verdad, fuera de la cual erramos "con la mejor intención".



Nada nuevo hay al respecto; ya lo dijo Nuestro Señor:


"Erráis por no entender las Escrituras" (Mt. 22, 29)



No las entendemos y ni siquiera las frecuentamos, ¿cómo entonces conocer la Palabra de Dios, que la Iglesia recibió como depósito y que debía enseñar?



"Erráis por no entender las escrituras".


"¿No es éste un reproche que hemos de recoger todos nosotros? Pocos son, en efecto, los que hoy conocen la Biblia. No puede extrañar que caiga en el error el que no estudia la Escritura de la Verdad como tantas veces lo enseña Jesús" (Mons. Straubinger).



“Permanezcan en vuestros corazones y con abundancia las palabras de Cristo” (Col. 3, 16).



"Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo", afirmó San Jerónimo.



Lógicamente, así será muy fácil apartarse del verdadero Evangelio de Cristo, de su mandato, para aceptar con toda la liviandad de lo que es fácil y cómodo una nueva enseñanza, aun con los ropajes de la unción sacral vaticana.



Cuántas veces nos lo avisó San Pablo:



"Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo [o un Papa carismático] os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo. Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema. ¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si aún tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo" (Gálatas I, 6-10)



El mundo globalizado con sus infinitas redes de comunicación mass-mediáticas, su interconexión instantánea que todo lo repercute, lo publicita y lo condena o exalta, ha ido carcomiendo no sólo el accionar de los hombres de la Iglesia que quieren "agradar al mundo" (¿pero acaso el mismo San Pedro no pecó gravemente cuando negó a Nuestro Señor tres veces, por miedo al mundo? ¿Y lo que aceptamos del primer Papa no podemos aceptarlo en uno de ahora, sólo porque este es de nuestro tiempo y aceptar esa verdad significaría que las cosas no están tan bien como nos las presentan y nos gusta pretender?), sino que ha instalado fácilmente su influencia en todos aquellos que trabajados por largos años de prédica y ambiente eclesial liberal, aceptan que un mundo anticristiano celebre a un Papa como uno de los suyos. Esto puede ocurrir siempre y cuando no se tengan presentes las palabras de Nuestro Señor que con tanta frecuencia y culpablemente olvidamos (porque no conocemos la Palabra de Dios ni la frecuentamos debidamente predispuestos), como aquellas que dicen: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí, antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como vosotros no sois del mundo -porque Yo os he entresacado del mundo- el mundo os odia" (Jn. 15, 18-19). De acuerdo a lo cual el mundo pecador, ateo, hereje, blasfemo, infiel, materialista, en suma, anticristiano, ha de odiar a Cristo y a los que son de Cristo.



Por supuesto, ha ocurrido también que esta verdad se ha trastocado y la comodidad de los católicos lo ha aceptado mansamente. Pero, como advirtió Mons. Straubinger: "El Evangelio no debe ser acomodado al siglo so pretexto de adaptación. La verdad no es condescendiente sino intransigente. El mismo Señor nos previene contra los falsos Cristos (Mat. 24, 24), los lobos con piel de oveja (Mt. 15, etc)". El culto de la verdad ha sido reemplazado por esta papolatría o más bien juanpablolatría que en el fondo no es sino una forma de autoexculpación que funciona a la manera de las ideologías; precisamente las ideologías -a través del liberalismo desde la Iglesia pero también desde los medios masivos de comunicación y los sistemas educativos- han generado una "unanimidad asfixiante" (como diría Gómez Dávila) no difiriendo hoy día la forma de pensar del mundano del cristiano.



Una vez más, el abandono, el desinterés y la desidia -en definitiva, la tibieza- por parte de los católicos con respecto a la Palabra de Dios (y ese conocer a Cristo), y por consiguiente con respecto a la doctrina, han llevado a esto.



"Si perseverareis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn. 8, 30). Esa perseverancia en la Palabra que mantuvo la Santísima Virgen (“conservaba todas estas palabras en su corazón”, Luc. 2, 51) y que la Iglesia conciliar no ha enseñado en las últimas décadas a sus hijos porque ella misma no ha perseverado. Por eso "Nuestro ojo verá bien, y servirá para iluminar todo nuestro ser, esto es para guiar toda nuestra conducta, si él a su vez está iluminado por esa "luz de la sabiduría" divina, que no está hecha para esconderse. Esa sabiduría es la que está contenida en la Palabra de Dios, a la cual la misma Escritura llama antorcha para nuestros pies" (Mons. Straubinger, coment. a Luc. 11, 34)



Un entusiasmo más deportivo que piadoso, carnal que espiritual, se aposenta en todos aquellos quienes desean agradar a un mundo que aplaude complacido lo que no conlleva para él ningún peligro. San Pablo dice nuevamente: "Mirad con qué grandes letras os escribo de mi propia mano: Todos los que buscan agradar según la carne, os obligan a circuncidaros, nada más que para no ser ellos perseguidos a causa de la cruz de Cristo (...) Mas en cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo para mí ha sido crucificado y yo para el mundo" (Gal. VI, 11.14.)



“La ignorancia consiste en no saber; pero no saber es algo sumamente funesto para los cristianos”, decía el Padre Emmanuel, y continuaba: “En efecto: a nosotros, los cristianos, no nos basta conocer los términos propios de una verdad dada; tenemos que conocerla a través de la fe; tenemos que saber y creer, saber como creyentes y creer sabiendo lo que creemos”. La crisis de la fe, la falta de la fe, trae esta ignorancia que nos degrada y nos hace formar parte del mundo infiel a Dios, de manera tal que, con gritos de júbilo ante el error consumado se represente para todo el mundo lo que San Gregorio Magno (Com. In Job) definiera así: “En la ceguera que sufren, se gozan como si estuvieran en la claridad de la luz”.



De tal modo que esta corrupción de la fe ha de ir junto a la ignorancia y ambas sumergidas en un mundo de ilusiones: “Aquel que se forja su propia verdad, vive en la ilusión, en el mundo imaginario; crea en su espíritu una película de pensamientos que no tiene más que las apariencias de la realidad. Vivir en lo irreal y, sobre todo, esforzarse en poner en práctica concepciones creadas en su totalidad por un espíritu imaginativo es, ¡desgraciadamente!, la fuente de todos los males de la humanidad. La corrupción de los pensamientos es mucho peor que la de las costumbres…el escándalo de las costumbres es más limitado que el escándalo de los errores. Ellos se difunden más rápidamente y corrompen pueblos enteros” (Mons. Marcel Lefebvre, Carta Pastoral, Dakar, 26 de marzo de 1961). He ahí expresado tempranamente todo un diagnóstico, que no dejamos de ver confirmado catastróficamente. Contra esto hay sólo un antídoto: la integridad de la Fe sobrenatural (que es objetiva y revelada, no evolucionada y subjetiva). Dice el Padre Emmanuel, en relación a la educación cristiana de los niños: “Se los ha hecho sapientes [hoy más bien informados] pero no creyentes. Por consiguiente, al no haber arraigado con fuerza la fe en las almas, el niño se ve librado a las pasiones que despiertan, o se vuelve víctima del medio en el que actúa. La fe le habría dado el vigor necesario para resistir al peligro interior o al peligro exterior, según acabamos de señalar. Pero sin la fe el hombre queda a merced de su debilidad y cae. “Estáis de pie por la fe”, dice el Apóstol, “fide statis” (II Cor. 1, 23)”. Y termina su escrito el venerable sacerdote: “Por lo tanto, para trabajar eficazmente en combatir la ignorancia, necesitamos hombres muy sabios y muy creyentes; necesitaríamos santos que fueran sabios, y sabios que fueran santos”.



En definitiva, en un marco de una “adulteración sutil de la religión” (en palabras de Castellani), que se esclerotiza (y acaso se habrá puesto en escena a la vista de todos en la imagen final de un Papa enfermo y débil), en una exteriorización y tibieza que “se va en follaje”, no quede otro camino que “velar y orar” como les pidió Nuestro Señor a sus apóstoles y nos lo pide a nosotros: velar, es decir, estar despiertos, vivir en la verdad; orar pidiendo esos hombres santos de la restauración; conocer a Dios porque “las ovejas le siguen porque conocen su voz” (Jn X, 5), y como dice Mons. Straubinger: “Las almas fieles no pueden desviarse: Jesús las va conduciendo y se hace oír de ellas en el Evangelio y por su espíritu. El es la puerta abierta que nadie puede cerrar para aquellos que custodian su palabra y no niegan su Nombre”. Tener confianza en Dios, a quien hemos de “alabar, hacer reverencia y servir” para “mediante esto” salvar nuestras almas, como bien lo ha enseñado San Ignacio de Loyola. Quieran Dios y Ntra. Señora Mediadora de todas las Gracias que seamos de aquellos que sigamos siempre al “Buen Pastor”.