martes, 3 de diciembre de 2013
LO QUE FALLA EN EL MUNDO
Cuentan
de G. K. Chesterton que cuando el diario The Times lo invitó, junto con otros
autores eminentes, a escribir ciertos ensayos en respuesta a la pregunta “¿Qué
es lo que falla en el mundo?” su contribución tomó forma de carta:
Dear Sirs,
I am.
Sincerely yours,
G. K. Chesterton
Que
en castellano vendría a ser más o menos:
Apreciados Señores,
Yo.
Les Saluda atentamente,
G.K. Chesterton
El
“príncipe de las paradojas” fue capaz de sintetizar de esta forma tan
particular lo que, en el fondo, es la respuesta bíblica.
¿Qué
falla en el mundo? ¿Dónde está el problema? Son preguntas a las que toda forma
de pensamiento debe dar respuesta. Todos tenemos la sensación de que ha habido
alguna clase de “fractura”, y seguro que nos hemos preguntado alguna vez porqué
las cosas en nuestro mundo no son como deberían ser.
Como
dijo Jesús, buscar fuera de nosotros mismos no nos dará la respuesta, sino que
es de nuestro corazón que proviene toda clase de injusticias (Mateo 15:19)
Sólo
el Evangelio va a la raíz del problema y produce un cambio en nuestro interior
que tiene consecuencias en el exterior. Los problemas siempre suelen ser culpa
de otros, nuestro dedo enseguida señala hacia los demás. Pero el Evangelio nos
hace realizar un duro, pero en el fondo realista, ejercicio de autocrítica. Es
verdad, somos más pecadores de lo que creíamos… pero cuando aceptamos esa
verdad Jesús nos sale al encuentro para decirnos que también somos más amados
por Dios de lo que creíamos.
(Tomado
de un blog no católico)
jueves, 28 de noviembre de 2013
VÉRTIGO: FINAL ALTERNATIVO
Debajo puede verse el final que
le hicieron filmar a Hitchcock y que se difundió originalmente en algunos pocos
países, para mostrar de esa manera que “el crimen siempre paga”. Como podrá
verse, es un final tonto y que aleja al espectador del verdadero tema y drama
de la película, el cual queda “en suspenso” en el final que ya conocemos, quedando a su vez para el espectador el trabajo de comprender lo que acaba de ver. A esa
altura a muy pocos podría pasarle por la cabeza la pregunta acerca de “¿qué
pasó con Gavin Elster?”. Pues este es el diablo, así que hasta el fin de los
tiempos, hasta que regrese Nuestro Señor seguirá haciendo de las suyas. El
asunto es qué hace Scottie con su vida, luego del golpe que la Divina Providencia le ha dado. Los censores creyeron que lo más conveniente era que volviera a los brazos de la razonable Midge, para morir desesperado en sus brazos.
DOS FIGURAS AL MARGEN: ROBERT WALSER Y JACQUES TATI
Los desadaptados de una Europa
burguesa que en su adopción de las ideas iluministas –y sus catastróficas
consecuencias progresistas- ya no toleraba héroes, pero tampoco signos de
distinción de un reposo contemplativo u ocioso, ambas figuras aquí retratadas
han querido “desaparecer” o ponerse “al margen”, y quizá por eso mismo
inevitablemente se han destacado, en contraste con quienes quieren estar en el “centro”
de una sociedad europea que ya no podía sostenerse como “central”, pues había
abjurado de su herencia cristiana y por lo tanto había firmado su decaer en
todos los aspectos. Figuras laterales y a-históricas o anacrónicas, especie de
emboscados o singulares a través del arte cultivado de la observación del
detalle que despierta una sonrisa, en quienes no se resignan a dejar de tener
un gesto humano. Coincidentes en su observación de lo “pequeño”, tal vez allí y
sólo allí encontraron lo que no era falso.
lunes, 18 de noviembre de 2013
lunes, 28 de octubre de 2013
martes, 22 de octubre de 2013
ENSAYO - EL CINE Y LA MORAL
“El arte tiene como objeto
esencial, y como su misma razón de ser,
el de perfeccionar la
personalidad moral que es el hombre,
por lo cual debe ser él mismo moral”
S. S. Pío XI 1
Un
tema que no se puede soslayar, pero que da lugar a equívocos, es este de la
moral en el cine. En un tiempo donde la desvergüenza o la hipocresía se
establecen para sostener la idea de que la moral cristiana es retrógrada u
obsoleta y que, como todo cambia y evoluciona, la moral también lo hace, el
cine refleja fielmente estos postulados del mundo moderno, muy sutilmente y
casi desde sus comienzos (desde luego, con las excepciones del caso, como las que
ya dejamos asentadas en nuestros ensayos y críticas de películas).
Si el cine
tiene connotaciones peligrosas para nuestro comportamiento moral ello se debe a
que la moral ha sido desligada de la Verdad, y nosotros, receptores cuya oscura
mirada necesita ser iluminada por la fe, nos dejamos influenciar por aquello
que vemos y nos atrae sin el debido discernimiento. Si no amamos lo suficiente
la verdad, poco a poco nos dejamos arrastrar por aquello que se le opone. Las
mentes han sido hechas para la verdad, la cual y sólo la cual las hará libres.
La inteligencia, sin embargo, sin la gracia, camina ciega hacia el error, y el
error afecta al penetrar nuestra inteligencia nuestros actos. Se va formando
así, poco a poco, una visión del mundo contraria a aquella que creemos sostener
o sostenemos de palabra. De allí lo que Kierkegaard no se cansaba de fustigar:
un cristianismo sin cristianos.
LA CONVERSIÓN DE JOHN WAYNE EN EL LECHO DE MUERTE
La conversión de John Wayne en el lecho
de muerte
El 11 de
junio de 1979 (dentro de pocos días será su aniversario) murió el legendario
John Wayne, una de las más grandes estrellas de Hollywood. A los pocos días, se
supo que había abrazado el catolicismo en su lecho de muerte.
Muchos quisieron desautorizar esa noticia, y la duda permaneció durante algunos
años. Tiempo después, cuando las aguas volvieron a su cauce, dos personas muy
cercanas al actor contaron lo sucedido: Su nieto, el sacerdote Matthew
Muñoz, y su hijo, el también actor Patrick Wayne.
En una entrevista concedida a la prensa, Fr. Matthew Muñoz contaba: “Cuando éramos pequeños íbamos a su casa y sencillamente pasábamos el rato con el abuelo, jugábamos y nos divertíamos. Una imagen muy diferente de la que tenía la mayoría de la gente de él”.
En una entrevista concedida a la prensa, Fr. Matthew Muñoz contaba: “Cuando éramos pequeños íbamos a su casa y sencillamente pasábamos el rato con el abuelo, jugábamos y nos divertíamos. Una imagen muy diferente de la que tenía la mayoría de la gente de él”.
El Padre Matthew Muñoz, nieto de John Wayne. |
El sacerdote, que vive actualmente en California, recordó que la primera esposa del actor –y su abuela- Josefina Wayne Sáez fue el principal instrumento que Dios utilizó para evangelizar a la estrella del cine. De origen dominicano, Josefina “tuvo una maravillosa influencia sobre la vida de mi abuelo, y lo introdujo en el mundo católico”.
John Wayne se casó con Josefina Sáez en el año 1933. Tuvieron cuatro hijos; el menor de ellos, Melinda, es la madre del Padre Muñoz. John se divorció de Josefina años más tarde. Por su fe católica, la joven decidió no volver a casarse hasta la muerte de su ex marido, por cuya conversión rezó siempre a Dios.
Wayne y su hijo Patrick. |
Fr. Matthew Muñoz
tenía 14 años cuando su abuelo murió de cáncer. Siempre recuerda que Wayne tuvo
un gran aprecio por las enseñanzas cristianas. “Desde temprana edad, mi
abuelo tuvo un gran sentido de lo que era moralmente correcto. Se crió
en un mundo regido por principios cristianos y una especie de ‘fe
bíblica’ que, creo, tuvo un fuerte impacto sobre él”. También recuerda que
“pasado el tiempo, mi abuelo fue involucrándose en la recaudación de fondos
para los pobres y para las labores sociales de la Iglesia que organizaba
siempre mi abuela, y después de un tiempo, notó que la visión caricaturesca
que le habían infundido sobre los católicos no se correspondía con la realidad”.
De hecho, sus siete hijos y sus 21 nietos fueron bautizados en la Iglesia católica. Y su amistad con el director católico John Ford, que le lanzó a la fama con la película La diligencia (1939) se notó con el paso del tiempo.
De hecho, sus siete hijos y sus 21 nietos fueron bautizados en la Iglesia católica. Y su amistad con el director católico John Ford, que le lanzó a la fama con la película La diligencia (1939) se notó con el paso del tiempo.
viernes, 30 de agosto de 2013
OBSESIONES HITCHCOCKIANAS
Con motivo de cumplirse recientemente
un nuevo aniversario del nacimiento de Alfred Hitchcock, un sitio reproduce una
serie de esquemas gráficos que a la manera del gran diseñador de títulos Saul Bass
diera a conocer The Guardian.
Destaca en primer lugar el que
reproducimos acerca de “la Caída”, uno de los temas recurrentes en el cine de
Hitchcock que ya habíamos destacado en nuestro trabajo especial didáctico sobre
el cine del gran maestro. Lo que no se ahonda en este trabajo gráfico que ahora
reproducimos es el porqué de tal idea, lo cual es una de las razones por las
cuales no se comprende sino muy parcial y lateralmente la mirada total del cine
de Hitchcock, que obedece a su visión católica del mundo.
Otro interesante esquema refleja el
pesonaje de “la madre”, en muchísimos films de Hitchcock y, contra lo que uno
podría creer o recordar, muchísimas veces positivo. Incluimos debajo el resto
del diseño “Saul Bass” de algunos de los temas hitchcockianos.
sábado, 3 de agosto de 2013
LA VIDA INTERIOR – G.K. CHESTERTON
La noticia de que
unos europeos han naufragado en la costa de una isla desierta es satisfactoria,
en la medida en que demuestra que todavía hay islas desiertas a las que se
puede ir a parar. Además, es también interesante porque esos hechos recientes
confirman los relatos más antiguos. Por ejemplo, los críticos superiores han
desdeñado con frecuencia los trabajos de Robinson Crusoe, alegando sobre todo
que utilizó en gran parte los recursos que contenía el barco naufragado. Pero
las personas reales que naufragaron hace unas pocas semanas dependían por
completo de sí mismas, no obstante lo cual los críticos no se interesaron por
la aventura. Hace unos años, cuando la ciencia física era tomada muy en serio,
se escribió un libro para muchachos inteligentes titulado La isla Perseverancia.
Se escribió para mostrar cómo debía haber sido escrito Robinson Crusoe. En este
relato, el náufrago no aprovechaba para nada los recursos del barco
naufragado. Lo hacía todo con los materiales brutos que encontraba en la isla.
Claro está que en
realidad es completamente injusto comparar Robinson Crusoe con libros para
muchachos como La isla Perseverancia o La familia suiza de los Robinson, no
sólo porque se trata de una literatura muy superior, sino también porque es
literatura con una finalidad completamente distinta. Compararla con las otras
porque en todas ellas la acción se desarrolla en una isla desierta no es mejor
que comparar Cumbres borrascosas con La abadía de Northanger porque ambas se
refieren a una vieja casa campesina, o La capilla de Salem con Nuestra Señora
de París porque ambas se refieren a un templo. Robinson Crusoe no es una novela
de aventuras, sino más bien una novela de la falta de aventuras; es decir, en
la primera parte, que es la mejor de la obra. Dos veces corre Crusoe al mar
desobedeciendo a sus padres y las dos veces naufraga o pasa por otros peligros.
La tercera vez tenemos la sensación de que ha sido elegido por Dios para
algún juicio extraño. Y ese juicio extraño es la idea central y poética de
Robinson Crusoe. Es un castigo del cielo n0 por medio de peligros, sino de una
seguridad terrible. El salvamento de los bienes de Crusoe, la comodidad
relativa de su vida, las riquezas naturales de la isla, sus relaciones humanas
con muchos animales…todo ello constituye un marco exquisitamente artístico para
la idea terrible de un hombre al que Dios ha arrojado de entre los hombres. Una
simple serie de aventuras sucesivas no habría dejado a Crusoe tiempo para
pensar, y toda la finalidad de la obra es hacer que Crusoe piense. Es cierto
que luego Defoe enreda al protagonista con indios y españoles, y creo que con
ello la narración pierde la nobleza pura de su idea original. Es absurdo
comparar a un libro como éste con los relatos corrientes acerca de goletas,
palmeras, alfanjes y cueros cabelludos. La condenación y maldición de Crusoe
no fue una vida aventurera, sino una vida sin aventuras.
Pero esto quizá sea
apartarnos del tema, si es que hay un tema. Tratemos de volver a la isla
desierta y a la moraleja que se puede extraer de la aventura de los afortunados
australianos. El punto principal y más importante es éste: que cuando uno lee
lo ocurrido a esas cuarenta v cinco personas arrojadas a una isla desierta del
Pacífico lo primero que siente es envidia. Luego recuerda uno que sin duda
habrá habido inconvenientes, que el sol calienta mucho, que los toldos no dan
sombra hasta que se los tiende, que los bizcochos y la carne envasada pueden
llegar a hacerse demasiado monótonos y que la persona más aventurera que ha
ido a parar a la isla comenzará antes que transcurra mucho tiempo a pensar en
el problema de salir de ella. Pero sigue siendo cierto que antes de hacerse
todas esas reflexiones el alma del hombre ha exclamado como el disparo de un
fusil: “¡Qué divertido!” Creo que el instinto del ser humano es algo interesante,
y quizá merezca la pena analizar ese deseo secreto de naufragar en la costa de
una isla.
Ese
sentimiento nace en parte de una idea que está en la raíz de todas las artes: la
idea de la separación. La novela trata
de separar a ciertas personas del montón de la humanidad, lo mismo que la
estatua se separa del montón de mármol. Leemos una buena novela no para conocer
a más personas, sino para conocer a menos. En vez del enjambre zumbador de
seres humanos, parientes, conocidos, sirvientes, carteros, visitantes
vespertinos, comerciantes desconocidos que nos dicen la hora, extraños que
nos hablan del tiempo, mendigos, camareros y mensajeros de telegramas; en vez
de ese enjambre aturdidor de seres humanos con los que nos tenemos que ver
todos los días, la novela nos pide que sigamos a una persona (digamos al
cartero) continuamente a través de sus éxtasis y angustias. Esto es lo que hace
que uno se sienta impaciente con ese tipo de rebelde pesimista que está
siempre quejándose de la estrechez de su vida y exige una esfera más amplia.
La vida es demasiado amplia para nosotros tal como es; tenemos que atender a
demasiadas cosas. Toda novela auténtica es un intento de simplificarla, de
reducirla a proporciones más sencillas y gráficas. El prosaísmo que hay en
nuestra vida nace principalmente de su rapidez; las personas pasan por nuestro
lado con demasiada rapidez para que puedan mostramos su lado interesante. Al
cabo de la semana hemos conversado con un centenar de pelmazos; en cambio, si
nos hubiéramos limitado a uno de ellos quizá nos habríamos encontrado
conversando con un amigo nuevo, o un humorista, o un asesino, o un hombre que
había visto un espectro.
No creo que haya
personas vulgares; es decir, no creo que haya personas cuya vida carezca de
interés o cuyo carácter sea realmente incoloro. Pero lo malo es que uno pueda
verlas tan rápidamente en montón, como un agrimensor, y lleve tanto tiempo el
verlas una por una como son realmente, como un gran novelista. Mirando por la
ventana veo una callejuela empinada, con una hilera de casitas presumidas que
descienden colina abajo en la fila india más decorosa. Si yo fuese propietario
de esa calle o un filántropo visitante que me dejara ver en esa calle, me sería
fácil abarcarlo todo de una mirada, hacer el cálculo y decir: “Son casas de
cuarenta libras anuales.” Pero supongamos que yo fuera el padre confesor de esa
calle: ¡qué terrible y distinta me parecería! Cada casa se separaría de la
vecina como por un terremoto y quedaría sola en un desierto del alma. Yo sabría
que en esta casa un hombre enloquece a causa de la bebida, que en aquella otro
hombre se ha separado de su mujer, en la inmediata una mujer se halla al borde
del abismo, que en la siguiente otra mujer vive una vida ignorada que en
épocas más devotas habría podido figurar en las hagiografías y convertirse en
fuente de milagros. La gente habla mucho de la disputa entre la ciencia y la religión,
pero la diferencia más honda consiste en que lo individual es mucho mayor que
lo común, en que la vida interior es mucho más amplia que la exterior.
Muchas veces, cuando
viajo con tres o cuatro desconocidos en lo alto de un ómnibus, he sentido el
impulso violento de arrojar al conductor de su asiento, llevar el ómnibus
hasta algún lugar alejado, hacerlos bajar a todos en un campo y decirles:
“Quizá no nos volvamos a ver nunca en este mundo. Vamos, entendámonos
mutuamente.” No afirmo que el experimento diese buen resultado, pero creo que
el impulso a hacer eso está en la raíz de toda la tradición poética sobre los
naufragios y las islas.
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