“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

domingo, 7 de agosto de 2011

HACERSE LA PELICULA


Hacerse la película

Más allá de la vida, en ciertos casos, está la fantasía.

La evasión mediante un falso misterio, encarnado en lo que parece y no es, y que el arte ayuda a aparecer en la vida cotidiana, en un presente que es gris porque no se asume la verdadera dimensión espiritual de la vida que da forma a nuestra realidad.

El Arte que puede capturar la belleza aparente, el cuerpo sin el alma. Es el riesgo de la sola imagen, de lo visible sin lo invisible. Pero como ya sabemos: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Pero nuestros ojos desean ver, porque para ello fueron hechos.

Sin embargo, ver no es conocer. La alternativa no es “ver o perecer” (como piensa Ángel Faretta siguiendo a Teilhard de Chardin), sino creer o perecer. Porque quien ve sin fe sólo mira y no ve, ni comprende, ni sabe amar como se debe.

Tal vez una de las cosas que mejor comprendemos a través del cine es que las apariencias no lo son todo, que lo que caracteriza al hombre es su alma (y por eso en “Más allá del olvido” el protagonista recupera el cuerpo de su mujer, pero no su alma, única e irrepetible).

Pero también, si el cine avisa, el cine puede ser ese vehículo para la idolatría, para una fantasía sin contactos con la realidad, para esa mirada subjetiva que invente su propia película y lleve a la perdición. “Vértigo” es el mejor (y más alto) aviso de ese peligro que siempre corre el espectador de cine o todo aquel que, apreciando lo bello, puede quedar prisionero de lo estético y conferirle un valor absoluto, dotarlo de trascendencia cuando en realidad sólo sirve para encadenarnos a este caído mundo, si no hemos elevado antes nuestro corazón a Dios.

Cuando el arte es usado para evadirse de la realidad, cuando es usado para marchar tras sueños de falsa felicidad, sólo el dolor puede traer la humillación que devuelva al hombre a la realidad de su condición. Y en esa Realidad el hombre deberá buscar a Dios, que siempre lo está llamando con paternal misericordia.

De lo contrario, volverá a cometer las mismas locuras. Y la vida será una tragedia amarga de la que nada aprenderá, pues sólo desde fuera de ella puede verse su sentido, cuando la mirada elevada reconoce que de este laberinto “sólo por arriba se sale”.


Laura (Otto Preminger, 1944). Enamorarse de oídas y luego caer en la trampa de una vida "feliz" junto a una mujer sofisticada: fuera de campo la conclusión le corresponde al espectador.

La mujer del cuadro (Fritz Lang, 1944). Caer en la trampa y poder contarlo...como un sueño de deseos pecaminosos y consumados.

Danza del fuego (Daniel Tinayre, 1949). Pintura y música reunidas para convocar mediante la belleza un drama que parece tragedia griega: allí el arte lejos de señalar la puerta de salida, más bien es tormento. Otro arte, el cine, es quien se encarga de señalar esta limitación o posible trampa de lo bello.

Rosaura a las diez (Mario Soffici, 1957). Urdir una fantasía que se materializa en una horrible realidad: distancia entre la idealización del arte falso y la vida.

Más allá del olvido (Hugo del Carril, 1955). Presencia y posesión de la muerte en un alma que no sabe estar viva. El doble es el doppelganger pues el alma no tiene copia.


Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958). Simulacro de obsesión que obsesiona a quien mira enamorado: inmersión en una fantasía o el falso misterio muy bien elaborado por el diablo.


Vértigo. El que ama los fantasmas debe ser desengañado. El método es drástico y no siempre da resultados: por eso pocos han entendido este film.