“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

viernes, 23 de octubre de 2009

NOTA - LA IMPORTANCIA DEL MECENAS

LA IMPORTANCIA DEL MECENAS
(A los amigos y benefactores)



“¡Oh, Mecenas, hijo de reyes, mi apoyo, mi dicha, mi gloria!”

Horacio, Odas, I, I.



“Es imposible, para finalizar, no decir dos palabras sobre el mecenas, que ha tenido un papel tan primordial en el desarrollo de las artes. La dureza de los tiempos y la demagogia invasora que tiende a hacer del Estado un mecenas anónimo y tontamente igualador, nos obligan a echar de menos al margrave de Brandenburgo, que ayudó a Juan Sebastián Bach; al príncipe Esterhazy, que se ocupó de Haydn. Y a Luis II de Baviera, que protegió a Wagner. Si el mecenato se debilita día a día, honremos los pocos mecenas que nos quedan, desde el mecenas pobre que cree haber hecho bastante por los artistas cuando les ha ofrecido una taza de té en cambio de su gracioso concurso, hasta el ricacho anónimo que, al delegar el cuidado de distribuir sus liberalidades a la secretaria encargada del departamento de munificencias, se convierte así en mecenas sin saberlo”.
(Igor Strawinsky – Poética musical)



“Pregúntele al portador si Su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento.
­-Pues, hermano –le respondí yo-, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado; porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje, además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear.
(...) Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia”

(Miguel de Cervantes Saavedra, Dedicatoria de la segunda parte del Quijote al Conde de Lemos, 31 de octubre de 1615).


"Mi noble Señor, vacilo antes de molestarle con esta carta mía: y lo hago sólo por cuanto me ha dicho el recaudador general Uytenbogaert, ante quien me he quejado por el retraso en pagarme."

(Rembrandt, 27 de enero de 1639)


“Excelencia:
Si los desafortunados no tienen el apoyo de los más propicios mecenas, tienen que desesperar. En una situación así de desgraciada me encuentro yo si V. E., mi magnánimo y antiguo protector, no me presta su apoyo.
(...)Le ruego, por la misericordia de Dios, que no me abandone y le aseguro a V. E. que, si mi prestigio sigue amenazado, haré todo lo posible por proteger mi honorable nombre, pues aquél que me deshonra puede quitarme también la vida.
El gran apoyo de V. E,. es mi único consuelo en este caso y me resigno, a la vez que beso vuestra mano con lágrimas en los ojos”.

(Carta de Antonio Vivaldi, 2 de enero de 1739).



“¿No podría mandarme cinco dólares? Yo estoy enfermo, y Virginia está a punto de morirse...”

(Carta de Edgar Allan Poe, 1843).


“Si eso no te es imposible, dale a este hombre no importa cuánto –para comprarme un poco de leña- y pagar, no en su totalidad –la suma te parecería enorme, asciende a cuarenta francos- a un pequeño negociante de al lado de casa. Será suficiente, por hoy, saldarle una parte. Yo pagaré el resto dentro de tres días. Ahora bien, como sé cuánto te fastidio, cuánto te canso, y cuánto te molesto, encontraré muy natural que rechaces francamente este pedido. Tan solo que, en ese caso, te ruego enviar instantáneamente no importa qué suma, a fin de que no esté obligado a escribir en la cama con los dedos helados, y que tenga de qué vivir dos o tres días”.

(Carta de Charles Baudelaire, 10 de diciembre de 1853).


“Gracias por tu carta; pero mira que he languidecido esta vez; mi dinero se había agotado el jueves, así que hasta el mediodía del lunes, resultó terriblemente largo. Durante estos cuatro días he vivido principalmente de 23 cafés y con el pan que todavía tengo que pagar. No es culpa tuya, si la hay es mía. Porque he estado desesperado por ver mis cuadros en los marcos y he pedido demasiado para mi presupuesto, ya que el mes de alquiler y la criada también había que pagarlos. Aun hoy, volveré a arruinarme, porque también debo comprar la tela y prepararla yo mismo, ya que la de Tasset no ha venido todavía.
(...) ¿Sabes cuánto me queda para la semana y aún después de 4 días de rígido ayuno? Justo 6 francos. Hoy es lunes, el día mismo que recibo tu carta.
He comido a mediodía, pero esta tarde será preciso que coma un pedazo de pan.
Y todo prosigue sin ninguna novedad, sea en la casa o en los cuadros, porque no tengo desde hace por lo menos 3 semanas de dónde sacar 3 francos...
No tardes, si esto no te molesta mucho; no tardes en enviarme el luis y la tela.
He estado ocupado de tal modo desde el jueves, que de jueves a lunes no he hecho más que dos comidas, por lo demás no tenía más que pan y café, que todavía estaba obligado a beber a crédito y que debo pagarlo hoy. Así que si puedes, no te demores.
(...) Quisiera llegar a hacerte sentir bien esta verdad: que dando dinero a los artistas, tú mismo haces obra de artista y que yo desearía solamente que mis telas lleguen a ser tales, que no estés demasiado descontento de tu trabajo”.

(Carta de Vincent Van Gogh, Octubre de 1888).



“Tengo tal necesidad, que estoy dispuesto a colgarme. No puedo pagar las deudas, ni partir, porque no tengo dinero para el viaje, y estoy desesperado. ¿Qué haré hasta fin de año? No lo sé. Mi cabeza se rompe. Ya no tengo a nadie a quien pedir un préstamo. He escrito a un pariente para pedirle 600 rublos. Si no me los manda, estoy perdido”.

(Carta de Fedor Dostoievsky).



“Como hasta la fecha, gracias a Dios, no he tenido ocasión ni necesidad de ocupar mis conocimientos facultativos en obras relacionadas con el Estado y sí sólo se han dignado utilizar mis servicios algunas respetables personas particulares, no puedo menos de consignar que contrasta, de una manera penosa, ver la gran diferencia entre el Estado y aquéllas, que saben hacerse cargo que hay que satisfacer sus honorarios a quien vive de su trabajo, y entienden que, a personas que se creen dignas, no hay que ponerlas en el caso de mendigar lo que en justicia les corresponde”.

(Carta de Antoni Gaudí, 21 de noviembre de 1892).


“He tenido por tarea hablar a las almas situadas fuera de la Iglesia, y se puede probar que no les he hablado en vano. Dios sabe que no pido otra cosa que continuar; pero, lo repito, estoy viejo y más de treinta años de miserias y de penas han destruido casi mi fuerza física. Hoy no puedo proseguir mi obra sino a condición de trabajar con seguridad, sin el tormento cotidiano de ganar mi sustento y el de los míos. Usted, que está en contacto con ricos, verá lo que puede hacerse. ¿Es verdaderamente imposible obrar sobre esas almas, ordinariamente incapaces de comprender la perfecta iniquidad de sus gozos terrestres, mientras hay seres que sufren trabajando por la Gloria de Dios?”.

(Carta de León Bloy, 12 de marzo de 1913).



“He aprendido en mi vida, bien, como el que más, tres oficios, sacerdote, profesor y escritor; y este país no me deja ejercitar ninguno; máxima humillación para un hombre de corazón, tener que mendigar pudiendo trabajar. Trabajo igual, y trabajando igual, al máximo de mis facultades, no gano para comer”.

(Carta de P. Leonardo Castellani, 24 de julio de 1956).


Hay una fábula que dice así:

“Un poeta pobre, promovió un pleito a un ricachón. El juez los llamó a los dos a su presencia. El poeta, que no tenía para pagar un defensor, le pidió al dios Zeus que le protegiera, diciéndole.
-¡Míranos, oh poderoso amo de las nubes, estoy flaco de hambre, harapiento en el vestir y mi contrario está gordo y vestido de sedas y oro, la vanidad le hace casi reventar, y yo no tengo casa ni pan suficiente siquiera...mi único bien es mi imaginación! El ricachón vive en un palacio rodeado de sirvientes y tiene sacos llenos de monedas...Yo no tengo más que mis versos...
Júpiter miró al poeta, sonrió y le dijo:
-¿Y te parece poco, que por los siglos de los siglos durará tu fama, se difundirán tus palabras y se citarán las obras producto de tu imaginación? De este señor gordo y ricachón, no sólo no se acordarán sus nietos, sino que sus hijos tal vez ni lo mencionarán. Tú elegiste el camino de la gloria y él va a impulso natural por el camino del bienestar material, pero si pudiera comprender su pequeñez delante de tu destino y su insignificancia al compararse contigo, se quejaría mucho más que tú.
La gloria es el caudal de los elegidos”
(El ricacho y el poeta, Iván Krilov).

No parecen difícil de decir estas cosas para alguien como el autor de la fábula, un funcionario protegido de los zares de Rusia. Pero es claro que esta fábula no hubiera servido de ningún consuelo, antes bien, hubiera caído como falsa e infame excusa sobre la apremiante necesidad de artistas como Van Gogh o tantos otros que necesitaban en vida del apoyo necesario para continuar con su obra, y no de simuladas e inciertas glorias futuras. Triste halago el de la fama póstuma, enriquecimiento de quienes no han tenido que dar su vida para elaborar inmortales obras. De allí la calidad moral de quienes, comprendiendo tal necesidad, se avinieron a brindar su apoyo efectivo a quienes eran en verdad artistas. Porque también hay que decir esto último: hoy al que le va mal es al artista verdadero; el falsario, el mediocre, el estulto y el domesticado, esos son útiles, aprovechables, y venden.

Hay quien cree, desde luego que cobardemente, que estas cosas ya no pueden suceder –porque a ellos no les suceden. Que el hombre íntegro que se opone al mal –en todas las esferas, pero también en el del arte- no debe pagar un precio. Que el sufrimiento de estos hombres decididos es una especie de “martirologio laico” propio del romanticismo, y que el siglo XX, a través del cine y su sistema de grandes estudios, logró superar. Craso error y estrechez de miras. Porque el precio ha de pagarse siempre, de una u otra forma. Si no en la penuria económica, si no con el hambre o la estrechez material, sí en la falta de reconocimiento, en el desprecio, en la incomprensión aún en medio del éxito masivo o popular, siempre dado por razones equívocas, transformando al artista en comparsa de un estado de cosas que contamina con su afán de lucro los más nobles deseos y aspiraciones, ya sean artísticas, ya espirituales. Antes o después, el artista, el hombre que no desea plegarse a este mundo, si es consecuente con esta idea, debe pagar su precio. Así ha sido siempre y así será. Si el artista no es autónomo dentro del período del cine clásico, los estudios de Hollywood no han sido un equivalente de la Iglesia Católica durante la Edad Media, ni los productores de la “Meca del cine” –dan fe de ello los testimonios de todos los grandes directores de cine, incluido Hitchcock, con sus afanes de independizarse- tampoco fueron los Médici renacentistas. Aquello no fue sino una fábrica de un muy alto standard, de un gran sentido artístico, pero fábrica al fin de productos que deben ser comercializados y dar un rédito económico antes que a nadie a los magnates que los dirigen. La visión romántica sobre Hollywood –que viene a oponerle a la simplista leyenda negra una leyenda blanca o rosada donde esos estudios serían algo así como una oposición camuflada del sistema liberal que los hizo posibles- sólo es una fantasía que acomoda la realidad tal vez con el vago de temor de tener que enfrentarse con una decepción al por mayor y sin la satisfacción que otorgan los dadores de sentido a quien prefiere hacer su camino sin apartarse del ancho sendero del mundo. El orden político moderno no es el mismo que el del mal llamado Renacimiento, aunque de aquellos polvos vinieron estos lodos. Simplificar tal orden operativo de las cosas –inmerso dentro de la trama oculta de la teología política- es tan grosero error como aquel que toma la Religión en meros términos políticos o “tácticos”, poniendo delante lo que es añadidura. Es el error típico de quienes influidos por un falso ecumenismo se aggiornan al mundo, pero siguen llamándose a sí mismos católicos, aunque viven, piensan y actúan como liberales.

Hemos de repetir que la simplificación de un asunto tan complejo como este último, sólo puede servir de excusa para que el pensar se ubique –se apoltrone- en un sitio que dispensa de recibir una inquietante verdad, pues busca la paz a través de lo que no puede darla y la confirmación de estar en el buen camino sin necesidad de cargar una cruz pesada. “Estoy sin trabajo ahora, y lo he estado durante años, porque no comparto las ideas de los señores que otorgan puestos a quienes piensan como ellos” escribía Vincent Van Gogh: “Este es el destino -dice Stan Popescu- del hombre dotado por Dios con dones de creatividad. Un siglo después de las memorables líneas de Van Gogh, su realidad es mucho más vigente. La diferencia está en el hecho de que en aquel entonces “los señores que otorgan puestos” eran muy pocos en comparación con la omnipotencia de los strategoi autokrator de Leviathan. Esos “señores” investidos de poderes “supremos” e “irreversibles” (siendo nominados por los más “altos representantes del pueblo”) dictaminan las leyes, las normas y las reglas avaladas por la cámara alta y la baja, y “masivamente” difundida y entusiastamente aplaudida por los “masivos medios de comunicación” (“Democratización de la cultura”, Ed. Euthymia, Bs.As. 1992).

Popescu resalta también estas palabras de Karl Jaspers que definen el proceso creativo auténtico como algo problemático: “La persona creadora está orientada a un todo que tiende a la infinitud. La domina un deseo de unidad bajo la idea. El proceso del crear es incluso un proceso que para el análisis radica en la infinitud, es por ello eternamente problemático. La creación a su vez comunica para los receptivos una dirección hacia el todo y hacia el infinito” (“Psicología de las concepciones del mundo”). He allí porqué el verdadero artista no cae en lo que un crítico llamó la “tecnificación de la diferencia”: porque la verdad de su arte lo “diferencia” a la fuerza sin necesidad de ninguna impostura de su parte. Más bien puede pensarse que el que teme demasiado caer en esa “tecnificación de la diferencia” –o endilga a los católicos que no son mundanos tal error- desea ser un outsider que pase desapercibido, un vivillo que cree ser molesto para el sistema, cuando en realidad éste lo permite porque ni se ha enterado de su existencia o no le es contrario en absoluto. No se puede ser León Bloy mientras se goza los placeres de la vida, así como no se puede ser cristiano si no se es rechazado por el mundo.

La ausencia en la actualidad de los mecenas se da de la mano con la ausencia de verdaderos artistas , y no es ajeno a este estado de cosas la vulgarización y nivelación igualitaria de la mediocridad que ha traído consigo la modernidad, ya en su variante liberal, ya en la marxista. La ausencia de las aristocracias –o su reemplazo por las aristocracias del dinero- ha ido recluyendo cada vez más al artista, al creador, al pensador, al poeta, al crítico, a una instancia de sobrevivencia muy difícil, cuando no a una influencia estéril en la consecuencia que su obra obtiene de la sociedad en la que vive. Los compromisos inevitables que la industria del cine impone a los directores, no coartan sus posibilidades artísticas sino en tanto y en cuanto se soslayen determinados temas tabú o una cosmovisión claramente contraria a los presupuestos sobre los que la sociedad liberal en que se asienta el artista se ha edificado, una sociedad enmarcada bajo el curso de una Historia que se pretende incuestionable. La libertad que el artista ejerce a partir de unos límites necesarios –y entre ellos el de la pobreza, no la miseria, si no de bienes, del deseo de tales, como atributo indispensable- debe ser una libertad “traducida en la de la persona y la libertad de la inteligencia. El artista, con todo su talento y deseos de creatividad siente su entusiasmo y vitalidad mutilados y su inspiración se ve amputada cuando está sometido al terror psíquico y moral de los “comunicadores” de las ideologías vulgarizantes y vulgarizadoras del demos. Estas ideologías, no admiten independencia de pensamiento, ni libertad de creación. La creatividad se basa en estos dos pilares, que el “sistema” democrático rechaza y combate con las armas de su hermano gemelo: el sofista” (Stan Popescu, ob. cit.).

Sólo mediante un mecenas, un protector, un “conspirador” contra tal estado de cosas, a favor de la verdadera libertad creadora, puede el artista imponerse ante tan duras pruebas de sus enemigos. Pero he allí que, pasado a la historia el orden cristiano, lejos del culto mecenas renacentista, aun del magnate tolerante y dispendioso con su exorbitante ganancia, el mundo democrático se abastece de “arte y cultura” a través del Estado, las mega empresas multinacionales, la fundaciones libres de impuestos, los multimedios de comunicación, los Bancos, o incluso el simple productor o editor independiente que sigue la corriente del mundo, todo aquello que precisamente niega el sentido de la trascendencia del arte y de la vida como milicia. Esfuerzos individuales, peligrosas excepciones, pueden establecerse, porque la barbarie no será completa. Pero el curso dado a tales manifestaciones será cada vez más limitado, en la medida en que los vulgarizadores con sus medios infinitos de comunicar “cultura” restrinjan hábilmente tales obras.

De allí la importancia del mecenas, del editor, del productor, del propagandista, de aquel que, porque ama de verdad al arte, es capaz de comprender al artista, aquel capaz de recibir honestamente, sin hacerle oídos sordos, estas palabras del padre Castellani:

“Ud. que es un artista sabe que el trabajo de un artista es diferente del trabajo de un picapedrero, y debe ser remunerado diferente. Un picapedrero puede picar piedras todos los días, esté de buen humor o de mal humor; y yo también; pero yo no puedo escribir cuando estoy de mal humor un día. Obligar a un artista a trabajar todo el día y todos los días, como un picapedrero, si quiere comer, es obligarlo a picar su propio cerebro, y llevarlo a un estado enloquecedor. La sensibilidad propia del artista lo hace muy vulnerable; y la belleza artística es muy frágil armadura contra las tormentas de esta vida. Esos que se llenan la boca de “la justicia social” consistente en aumentar los salarios de los obreros manuales, ni idea tienen a veces de las tremendas injusticias sociales que pesan muchas veces sobre el mundo no obrero, la “clase media” que llaman, que aquí ni es media ni cosa que se le parezca. La justicia social única verdadera es la moral cristiana, la cual enseñó Santo Tomás, que cada uno debe ganar “lo que necesita conforme a su estado”.
“El estado de un artista o un letrado no es el estado de un picapedrero, notó Cervantes en su elogio de las armas y las letras. Mi propio estado no es lo mismo que el estado de un casado con una ponchada de hijos, como Nimio de Anquín o Ud. Que paguen cinco millones de pesos anuales a un boxeador o a un futbolista, Uds. lo llevarán con paciencia, con tal que los deje vivir a Uds.; aunque de suyo está mal, de acuerdo a aquel principio; pero si arrojan millones a las manos de los que no producen, y más vale destruyen, después no alcanza para todos, y caen los que producen. Uds. no pretenden ganar lo que gana un mercachifle tramposo, un funcionario aprovechador, un financista “maula”, ni siquiera algunos generales políticos, aunque estoy seguro que si eso ganaran (lo cual no sería injusto) lo invertirían en obras de carácter público, conforme a la virtud aristotélica (muy olvidada por los cristianos) de la magnificencia; pero hay Otro que lo exige, cuya maldición ojalá no caiga sobre este pequeño país preñado de iniquidades”.
(Leonardo Castellani. “La muerte ignorada de un gran ilustrador argentino: Marius”. Revista mayoría Nº 44, 3 de febrero de 1958).

Nada podrá hacerse, nada podremos hacer, sin esta figura indispensable en la historia de las artes, del pensamiento y de la cultura, a quien debemos la continuidad de la herencia que, de perderse, significará el final de una manera de ser en la historia, a través de la cultura: a imagen y semejanza del buen Dios que dijo: “Al que tiene se le dará”.