“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

miércoles, 30 de diciembre de 2009

CINE Y MORAL

CINE Y CRITERIO MORAL

Por Pablo Prieto. Tomado de www.darfruto.com

Si somos padres, educadores, sacerdotes, catequistas o simplemente buenos amigos, muchas veces nos pedirán consejo sobre películas que hemos visto o sobre las que tenemos referencias. Es una oportunidad excelente para ayudar a nuestros amigos a formar su sentido ético y estético, y no podemos defraudarles con un puñado de ideas vagas y tópicas. Debemos suministrarles orientaciones útiles y elementos de juicio, de modo que sepan reaccionar con criterio ante lo que la pantalla les ofrece, o incluso prescindir de ciertos filmes que no les aportarán nada.

Para ello hay que huir de la tentación —frecuente en pedagogos y sacerdotes—de moralizar el cine, es decir, de juzgar sobre las conductas humanas al margen del medio artístico en que aparecen y haciendo abstracción de la experiencia estética, bastante compleja, que supone asistir a una proyección. Todos necesitamos, pues, familiarizarnos con este medio y aprender a interpretar la narración cinematográfica de acuerdo con su lenguaje propio, un lenguaje, por otro lado, que es como la síntesis de toda la cultura contemporánea.(1) Un buen método para lograrlo es leer regularmente —e invitar a leer— las reseñas de calidad que se van publicando con ocasión de los estrenos, aunque no pretendamos verlos todos, y ni siquiera la mayoría. Aprendemos así a pensar en clave cinematográfica, y a abordar como espectador, es decir desde dentro del cine, los problemas que éste nos plantea(2).

Porque ver cine, en efecto, no es una pasividad sino una actividad, y de las más intensas. Divertirse no equivale a dejarse llevar frívolamente por cualquier moda, ni el descanso implica acatar sumisamente el cóctel ideológico del momento, bien mezclado con glamour y efectos visuales. Es cierto que para descansar necesitamos muchas veces dejar de pensar, pero nunca dejar de entender. Hay, en efecto, un entender no raciocinante o discursivo sino contemplativo, en el cual la conciencia se mantiene despierta, en actitud crítica y creativa, fiel a su verdad interior, confrontando en todo momento lo que se ve con lo que se es(3).

Cuando se adquiere este sentido crítico no sólo disfrutamos del espectáculo, sino que aprendemos a vivir la vida cinematográficamente (4), con creatividad y talante artístico, a protagonizarla desde nosotros mismos. Por el contrario la frivolidad irresponsable ante la pantalla produce caracteres manipulados, gregarios, uniformados, incapaces de pensar o hablar por sí mismos, si no es a base de sacudidas emocionales, como los gags, spots o clips que han visto en la pantalla.

Para facilitar esta difícil tarea de asesoramiento proponemos a continuación un esquema abierto, que puede desarrollarse en diversos sentidos. En él hemos destacado aquellos elementos que nos parecen clave para emitir un juicio ético —e implícitamente estético— sobre un filme, o más que un filme, sobre su visionado por parte de un grupo determinado y en unas circunstancias concretas.

Claves éticas para juzgar sobre una película

Ante todo hay que advertir que el dictamen ético de una película está en función de los espectadores que de hecho la ven ya que, como toda experiencia estética, el cine está configurado como un “diálogo”, una comunicación: su significado en parte está dado y en parte “se hace” al vivirlo(5).

También hay que evitar circunscribir el dictamen a ciertas secuencias problemáticas —de violencia, sexo, diálogos groseros, etc—, considerándolas por separado. No se puede perder de vista que el valor o antivalor de tales escenas varía enormemente según se consideren aisladamente o bien integradas en el guión, que es como el alma de la película. Hay que tener en cuenta, por tanto, los siguientes factores:

1. La fuerza unificadora del guión

Como hemos dicho, esta influencia confiere a cada elemento del filme un valor y un significado concreto, del que carecen por separado. En virtud del guión, por ejemplo, una conducta reprobable puede estar al servicio de un mensaje implícito de honradez y virtud.

2. La formación cinematográfica y estética del espectador.

De ella depende el captar la unidad pretendida por el guión. Los profanos en cine, más que el mensaje total de la película, suelen fijarse en determinadas secuencias: de emoción, de intriga, violencia, sexo, etcétera. Ven por escenas sin llegar a captar la unidad. Por eso cuando faltan escenas llamativas o impactantes suelen tachar de aburrida la película porque, según ellos, “no pasa nada”(6).

3. La formación moral del espectador.

Influye en el cine en cuanto que la ética agudiza el sentido argumental de la vida: lo que pasa aquí y ahora tiene un sentido, responde a una intención, se encuadra en una vocación personal, proviene de un pasado y se orienta a un futuro, etcétera. Este sentido argumental predispone admirablemente para entender el lenguaje cinematográfico, ya que el cine, como la novela, es un arte plenamente narrativo y dramático(7).

4. Secuencias pornovisuales

En virtud del significado esponsal del cuerpo, los gestos abiertamente provocativos, por su repercusión inmediata en la excitabilidad del cuerpo, son inaceptables en el cine, al menos por dos motivos:

a) Motivo artístico: la pornovisión contradice la razón de ser del arte dramático, pues donde comienza la exhibición se suspende la interpretación. Y con la interpretación se suspende también la unidad y coherencia del argumento para ceder, por motivos normalmente comerciales, a los bajos apetitos del público, especialmente masculino. En las escenas llamadas “X” se produce un paréntesis cinematográfico, pues la actriz no actúa como tal, ni la mirada que se provoca en el espectador es auténticamente contemplativa. La contemplación exige un cierto distanciamiento admirativo y respetuoso frente a su objeto, en cambio la pornovisión esclaviza la mirada, la empobrece focalizándola en el reclamo sexual, la torna estrecha y burda.(8)

b) Motivo ético: La pornovisión, como todo el mundo sabe, cosifica a la mujer y, consencuentemente, al varón, desfigurando la complementariedad tanto en la historia como en la conciencia del espectador. Es una dialéctica de degradación que esconde y fomenta otras desviaciones: machismo, egoísmo, violencia, vanidad, miedo, avaricia. Para justificarse, los autores de tales imágenes no sólo buscan la complicidad del espectador —que da su aprobación implícita con su asistencia—, sino con un discurso pseudoartístico típicamente moderno, donde el esteticismo encaja de maravilla con el relativismo moral.

Por estas dos razones es imposible que la inmoralidad de estas escenas pueda mitigarse por su integración en el guión, ya que lo pornográfico es por definición anti-argumental. Por el hecho mismo de presentar a la persona como cosa, la imagen porno se sustrae al hilo de la historia y queda fuera del guión.

5. Secuencias sensuales o glamorosas

Son aquellas en que destaca la belleza corporal, principalmente femenina, con su lenguaje propio, que es el del amor romántico o esponsal: besos, caricias, miradas, bailes, vestidos insinuantes, encuentros íntimos, etc.

A estos ingredientes podríamos denominarlos eróticos, como es lo habitual, si no fuera por lo confuso y equívoco del término. El concepto de eros, en efecto, ha sido tristemente desfigurado por la teoría psicoanalítica, para la cual no es más que el conjunto de impulsos sexuales de la personalidad (Diccionario María Moliner). Para muchos, por consiguiente, “escenas eróticas” viene a ser lo mismo que “escenas de sexo”, lo cual equivale, aunque sea de modo menos explícito, a lo que hemos llamado pornovisión.

Sin embargo entre la sensualidad de que hablamos y la pornovisión no sólo hay una diferencia “de grado”, es decir, de la mayor o menor carga provocativa o atrevimiento de las imágenes, sino que hay una intencionalidad radicalmente diversa; desde el punto de vista ético son realidades totalmente distintas. El porno (raíz griega que significa ‘prostitución’) nace de la lujuria y a ella conduce, mientras que la sensualidad que podríamos llamar romántica o esponsal, en especial el universo del glamour, tiene por fin expresar y realzar la condición sexuada —no sexual— del hombre, su complementariedad, su llamada al don de sí. Es evidente que en la atmósfera sensual de muchas escenas y películas estos valores aparecen muy velados y oscurecidos, pero eso no impide que subsista esta orientación ética fundamental.

Hechas estas precisiones podemos afirmar que las mencionadas escenas sensuales son plenamente integrables en el guión, y en esa medida, según el contexto y la calidad artística de la secuencia, pueden tener una “lectura” ética muy positiva. Todo depende del trasfondo humano en que se inscriban estos gestos, diálogos y acciones, y del tipo de amor que den a entender.

6. Escenas de violencia.

La representación visual de la violencia permite un distanciamiento subjetivo mucho mayor que en la temática sexual, y por eso su integración en el guión ofrece menos implicaciones éticas. Así sucede incluso en películas con grandes valores morales e incluso pedagógicos, como las de género épico y de aventuras, donde suele abundar la violencia.

Hay sin embargo un tipo de violencia gratuita que, más que amoldarse al argumento, lo que busca es provocar una sacudida visceral en el espectador, por ejemplo recreándose en lo sórdido, o despertando pasiones como ira, saña, sadismo, crueldad, etc. En la misma medida que turba la contemplación y banaliza la vida humana, el abuso de este recurso puede perjudicar la calidad ética y estética de la película, convirtiéndola en mero espectáculo morboso, como sucede con frecuencia en la subcultura gore. Además, este tipo de violencia suele ir acompañada de situaciones groseramente sexualizantes y diálogos zafios.

7. Diálogos

El auténtico diálogo posee de suyo un gran valor ético. La vida misma del hombre es dialógica, se configura como una incesante conversación, en la cual cada individuo co-existe con los demás, se descubre y realiza a sí mismo en compañía. Por esta razón los diálogos cinematográficos constituyen un acervo inestimable de nuestra cultura, en los cuales encuentra su continuidad y desarrollo la gran tradición teatral de Occidente(9).

Hay diálogos, sin embargo, que apenas son tales. En realidad de diálogo apenas tienen más que la apariencia: bien por ser groseros y chabacanos, bien por pedantes, fatuos o formularios. En todos estos casos casi no hay verdadera comunicación, y en el caso de la grosería, peor aún: hay anticomunicación, se interponen barreras, filtros, y se infecta el ambiente con violencia verbal.

El diálogo en el cine puede ser grosero y chabacano en dos sentidos: por la forma o por el contenido.

a) La chabacanería más deletérea es, obviamente, la que se refiere al contenido: sucede cuando los personajes parecen distinguidos y formales, pero revelan un tenor de vida degradado. Entonces, aunque se eviten palabras malsonantes y vocablos obscenos, los diálogos traslucen un fondo inmoral de refinada ordinariez, sofisticada ramplonería, exquisita vulgaridad, lo cual es tanto más pernicioso cuanto más sibilinamente se presenta, dándose por normal. Tales diálogos, como se ve, atañen al fondo de la película, o sea al mensaje total del guión, y por tanto el guión difícilmente puede subsanarlos, pues los diálogos lo infectan de raíz.

b) Es muy distinto, a mi juicio, el caso de los diálogos soeces cuando el fondo es limpio, o intenta serlo. El espectador comprende claramente que quien habla así es tal o cual personaje, porque forma parte de su caracterización, pero sin que el autor del filme lo apruebe o dé por normal. Es el caso de películas sobre ambientes duros o degradados, por ejemplo el cine negro, en que con frecuencia se ponen de relieve destellos de nobleza y valor que laten entre gentes rudas. Cuando esto ocurre, los diálogos “gruesos”, “broncos”, son depurados por el guión y el efecto puede ser incluso ejemplar.

8. Idea de fondo

Se trata del mensaje total del filme, que palpita en cada fotograma y en cada detalle, dándoles unidad y sentido. Siempre consiste en un quid humanum, en algo del misterio del hombre que la película viene a revelar y cuestionar: el amor, el tiempo, la muerte, la memoria, el dolor, etc. Este destello fílmico de la verdad del hombre ya supone, de suyo, un enriquecimiento moral tanto para los artistas como para los espectadores. No hace falta, pues, que haya un propósito moralizante o instructivo para que un filme suponga un gran bien para todos.

No obstante existen guiones tramposos en que se escamotea la verdad del hombre y se oscurece deliberadamente algún aspecto de su dignidad y su vocación. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se da una idea unilateral y reductiva de la persona, o se deforma la imagen de la mujer, de la sexualidad o de la familia. En esa misma medida la película pierde categoría no sólo moral sino estética. Recordemos que moral no equivale a formalidad o convencionalismo sino a calidad humana, hondura personal, intimidad auténtica, que es de donde deriva la intensidad dramática de una historia, y por tanto su belleza. Ética y estética, pues, se dan la mano tanto en la vida real como en su principal espejo, que es el universo cinematográfico.

pabloprieto100@hotmail.com

Comentarios Reduco:

(1) En efecto, se hace muy necesario comprender lo que el cine es o, para decirlo de otro modo, qué es cine y qué no es cine, para poder apreciar los valores contenidos dentro de una forma específica, y sólo a través de la cual somos capaces de comprender y dialogar con el artista, inclusive en el caso de poder refutar sus ideas.

(2) Lamentablemente esto ya no es posible. El nivel crítico es nulo y las obras ofrecidas al espectador, otro tanto. Hemos intentado paliar un poco tal situación desde este pequeño blog, pero creemos que la tarea es cuesta arriba, en la medida en que quien tiene verdadero interés por el cine no se someta a una rigurosa disciplina de prestar atención y re-ver especialmente el cine clásico, allí donde algunos elementos sugeridos pueden apreciarse ejemplarmente.

(3) Nos parece que ese entender significa a la vez un pensar, es decir, relacionar lo que puede ser relacionado, y, por lo tanto, aquello que nos demanda una respuesta no puede tratarse de un descanso. Sí la música, y no el cine y las artes narrativas, puede tomarse como un “descanso” del mundo y de nosotros mismos.

(4) Expresión que puede dar lugar a confusión. Suponemos se quiere decir que los ejemplos cinematográficos (situaciones y personajes) pueden servirnos por analogía para entender determinadas situaciones de la vida cotidiana. Ese es un gran valor del cine.

(5) Hemos explicado en reciente crítica sobre “El arca rusa” de qué manera este film es un monólogo y no un diálogo, ejemplo extraordinario para discernir lo que es y no es el cine.

(6) Pero también, suelen prestar mayor atención a los diálogos que a lo que se muestra y la forma en que se muestra. En ocasiones, el diálogo puede ser contradictorio a lo que se muestra, que es en definitiva lo decisivo. En otras ocasiones, el diálogo puede reforzar la imagen, o viceversa.

(7) Bello y exacto párrafo, abierto a conclusiones de provechosa enseñanza.

(8) Defecto que ya hemos anotado respecto del cine de, por ejemplo, en algunos casos, Brian De Palma.

(9) Los diálogos del cine no son determinantes como en el teatro o la literatura. Son importantes pero no definitorios para la comprensión de la idea o las ideas que la película nos quiere comunicar o suscitar en nosotros Quien esto no entiende busca en los diálogos la explicación satisfactoria que debe encontrar por sí mismo en ese “diálogo” con el autor de la obra. Precisamente esto es así porque el poder de la imagen es mayor al de la palabra, en cambio en un libro es la palabra –más allá de su poder sugeridor- la que permanece en nosotros.