“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

jueves, 17 de diciembre de 2009

CRITICA


AMÉRICA
Director: D. W. Griffith – 1924

AMERICAN BILLIKEN

(O una lección magistral de cine...y de historia para desinformados)


Vamos a empezar diciendo lo que el buen espectador de cine ya sabe: Griffith ha sido el más importante de todos los directores, de hecho el padre mismo del cine. Como tal, conocía todos sus recursos y no sólo eso: era verdaderamente un artista, un poeta del cine. Era capaz como ninguno de imbricar una historia épica e histórica con la más tierna y frágil historia de amor, y esto con un ritmo aún hoy efectivo, con el recurso insustituible de crear el suspenso en el espectador, con la belleza de los encuadres y de las grandes actuaciones. Su sentido de lo cinematográfico iba a la par de su sentido poético y su gusto por las grandes historias, heredadas de su mirada de la novela del siglo XIX, pero reiventada en el nuevo lenguaje. Lograba lo que Cameron intentó infructuosamente en “Titanic”: hacernos tragar una historia de amor en medio de una tragedia, creyendo lo que vemos, destilando pureza en sus protagonistas, y hasta colocando por allí algún rasgo de humor, cosa que a Cameron nunca le salió.

Pero, también hay que decirlo, en este punto de su carrera comenzaba Griffith a repetir los esquemas que todos ya conocemos de sus anteriores films: la mujer siempre pura y débil, encerrada detrás de una puerta, que es salvada justo en el último segundo por el héroe sencillo y valiente; los buenos que son buenísimos y los malos, malísimos. Hay un esquematismo que, finalmente, se fue desgastando y, a fuerza de repetirse terminó desgastando a su propio autor. Pero, otra vez, allí están todos los recursos de que el cine se viene valiendo hasta hoy, cada vez de peor manera, lamentablemente.

Por otro lado, en esta película, Griffith nos presenta una historia de la guerra de independencia (norte)americana que no hace sino refutar a Faretta, cuando éste se referencia en el carácter “dixie” del gran D. W. y de todo el cine, como opuesto al liberalismo que postularían los yanquis del norte. Bien, aquí este “dixie” nos ofrece una visión de enciclopedia escolar (liberal) acerca de la lucha por la independencia de su país. Ya –el espectador de cine lo recordará- nos había dado muestras Griffith, en “Corazones del mundo” (1918), de un film asquerosamente propagandístico sobre la primera guerra mundial, donde nos presentaba a los ingleses y norteamericanos como libertadores (lo dice textualmente en los intertítulos), y mostrando a los alemanes poco menos que como demonios, en una desafortunada versión para niños muy desinformados o un público verdaderamente idiota, de lo que fue aquella guerra.

“América” demuestra que Griffith era muy útil para la avanzada liberal-democrática por sobre sus compatriotas y sobre el mundo. Porque la verdad que no se dice es que los Estados Unidos son, literalmente, una creación de la masonería. Su “independencia” fue producto de una disputa interna entre dos logias, la Gran Logia de los “Antiguos” –independentista-, compuesta por la pequeña burguesía, contra la Gran Logia de Inglaterra, formada por los aristócratas británicos. El cuáquero masón Franklin tuvo mucho que ver en la conformación de la primera rama. Por otra parte, George Washington y todos los líderes de la revolución eran masones –es decir, liberales y protestantes-, y en 1776, 53 de los 65 firmantes de la “Declaración de Independencia” eran masones. Estas cosas no se dicen, mucho menos en el cine norteamericano, que insiste en la versión rosada (o blanca) de las cosas. Mas es evidente en este film el liberalismo de la causa: la palabra para ellos sagrada, “Libertad”, aparece insistentemente en los intertítulos, y el protagonista lleva en su casaca la inscripción “Libertad o muerte”. Sí, como nuestro “Himno Nacional” repetirá luego el “grito sagrado” de ¡Libertad! contra el “Religión o muerte” de los caudillos federales.

Liberalismo a ultranza, democracia partidocrática, odio a Dios y a su Iglesia. Como dijo alguien, “La Religión de la Libertad”, que, como destacó Castellani, lo que tiene de curioso esta religión moderna es que trata de que sus adeptos no sepan que es una religión. Desde luego, los hombres y mujeres que lucharon valientemente contra los ingleses lo hicieron por su patria, su terruño, sus familias y sus casas, y no podían prever que luego la mentalidad capitalista inglesa dominara a su país, aunque hubieran sido derrotados militarmente, como ocurrió entre nosotros. Esos ingleses masones que luego, merced al apoyo fundamental de los Rothschild, premeditaron desde el Sur la Guerra de Secesión, y que luego acabaron con la vida de Lincoln, por más de un motivo. Pero Griffith titula a su film “América”, por lo que es una petición de principios de adscripción a una determinada –y simplista, véase cómo retrata a Washington, o su film sobre Lincoln- visión de la historia.

Luego, a partir de 1801, los EEUU se convierten en el centro de irradiación de las sociedades secretas, desplegando una “influencia providencial” de ese país para el resto del mundo, cosa que el cine se cuidará bien de mostrar (recordemos ese emblema masón por excelencia, la estatua de la libertad, jamás descubierto en su verdadero sentido simbólico). Porque, en definitiva, estamos ante una –estéticamente- excelente película. Pero, cabe pensar, si lo que me muestra es mitad verdad mitad mentira, y si yo sin saberlo me lo creo todo, entonces termina haciéndome daño. Y eso es lo que probablemente haya ocurrido en general con quienes se dejan influir demasiado por esta clase de películas, donde los protestantes nos imparten lecciones de moral para al fin tranquilizarnos, pues allí está “la tierra prometida”, la “Meca”, el “Paraíso” o “Bosque sagrado” de Hollywood. En definitiva, la Ciudad del Hombre que, siempre, siempre, pero siempre querrá hacernos olvidar la Ciudad de Dios.