“Es, por tanto, una de las necesidades de nuestro tiempo vigilar y trabajar con todo esfuerzo para que el cinematógrafo no siga siendo escuela de corrupción, sino que se transforme en un precioso instrumento de educación y de elevación de la humanidad”

S.S. Pío XI



“Que el cine sea ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirva eficazmente para la extensión del Reino de Cristo sobre la Tierra”.

S. S. Pío XII

sábado, 10 de julio de 2010

NOTA - FAMILIA



FAMILIA

Por Aníbal D'Angelo Rodríguez

Tomado del blog de Cabildo
Jueves 29 de noviembre de 2007

Muchas veces hemos dicho que el gran obstáculo para todas las utopías es la familia. Desde Platón hasta Tomás Moro, cada cual que se pone a imaginar un mundo geométricamente perfecto, tropieza con la familia. Es que ella introduce, en ese mundo ideal, los avatares del amor, la predilección de los padres por sus hijos, la herencia, el hogar como sede. Todo ello es intragable para quienes imaginan un mundo regido tan sólo por la razón, un mundo de iguales en el que no hay preferencias que no sean racionales, una riqueza dividida por igual, unos edificios comunes donde no se imponga el cariño sino el mérito. Cuando se arman, en la cabeza, esos mundos perfectos, de pronto se tropieza con la familia, que rompe los esquemas racionalistas, que es una pequeña sociedad de amor y de religión, y no de trabajo y eficiencia.

Bien lo vio Aldous Huxley, que en la penúltima utopía —“Mundo Feliz” (Brave New World)— imaginó la abolición de la familia y la palabra “Madre” convertida en una mala palabra. ¿Cómo? Mediante nacimientos producidos en “fábricas de hombres”, bebés “in vitro” pero sin necesidad del vientre materno, reemplazado por unos tubos en los que el embrión va creciendo seguido con cuidado extremo por personas que lo dotan de tales o cuales características (inteligencia unos, laboriosidad otros) según el papel que han de cumplir en la sociedad.

Un mail me informa de los asombrosos “progresos” de la biología inglesa. Así como fue la primera en introducir el aborto legal, la medicina de dicho país fue la primera en traer al mundo una niña fecundada “in vitro”. Ahora está trabajando a toda máquina en la manipulación embrional, de modo que en algún momento se podrán tener “bebés a la carta”, con sexo, salud y carácter diseñados por los biólogos.

A mí no me gusta la condenación de esas manipulaciones con el argumento de “quién sabe qué saldrá de esos juegos”, como si nos halláramos ante una empresa sin objetivos o normas. Creo, por el contrario, que los biólogos se mueven lenta pero seguramente hacia el ideal del “Mundo Feliz” de Huxley. Hemos liberado a la mujer de la maldición del embarazo. Puede “hacer el amor” sin consecuencias, y si se olvidó de preverlo, está la píldora del día después. Y si no funcionó, está el aborto gratuito, y seguro, con todas las garantías de la ciencia. Ahora, ¿por qué no librar definitivamente a la mujer de su carga y traspasarla a las fábricas de hombres? Eso sería la culminación del sexo sólo como un pasatiempo, sin ninguna posibilidad de consecuencias, porque a la instalación de las fábricas seguiría, desde luego, una operación irreversible que anulara la función procreadora de la mujer.

Bien, ¡avance, brava tropa del progreso! Por fin han entendido cómo es la cosa y dónde hay un enemigo feroz. En ese simple hombre que quiere unirse a una mujer, con voluntad de permanencia y para tener hijos. Se han dado cuenta de que llamar familia a la “monoparental” es darle un nombre prestigioso a una tragedia: la pobre madre (o padre) que tiene que afrontar solo la crianza de los hijos. Y que llamar familia a la triste unión de dos “alegres” (gays) no es otra cosa que un juego de palabras.

La familia es y será siempre la misma, la construida por Occcidente sobre la base de la naturaleza humana. Por todo eso ahora van por más. Quieren culminar la utopía moderna con la abolición lisa y llana de la familia, pues mientras subsistan esos retrógrados matrimonios que dan culto a Dios y crían hijos en la fe, la modernidad no habrá triunfado del todo.

Aníbal D’Angelo Rodríguez